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Número 13º - Febrero 2.001


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CINE Y MUSICA: VERDI EN LA OBRA DE BERTOLUCCI (Segunda parte)

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.


"La luna" es la película de Bertolucci que más de lleno aborda el mundo de la ópera, cosa lógica ya que la protagonista es una famosa soprano, Caterina Silveri, que vive en Nueva York, con su marido Douglas y su hijo Joe, y está siempre de gira, con lo que su hijo se queja de que nunca lo lleva con ella a Europa. Joe ha nacido "oficialmente" en Nueva York, hijo de Douglas y Caterina, pero a veces recuerda la luz del Mediterráneo y una playa donde jugaba de niño: ya se sabe, esas cosas extrañas que aparecen en los sueños. Douglas muere repentinamente mientras conducía, y Caterina decide trasladarse a vivir a Italia, llevándose consigo a Joe.

En Italia, Joe hará amistad con jóvenes de su edad, teniendo incluso una primera novia, Ariana; sin embargo, sus amistades no son del todo recomendables, pues empieza a inyectarse heroína. Entra con Ariana en un cine donde ponen "Niágara", con Marilyn Monroe, y van hacia los lavabos para inyectarse; sin embargo, cuando ella le propone hacer el amor (ambos son vírgenes), él recuerda algo al ver salir la luna: debe ir corriendo al teatro a ver "Il Trovatore", que canta su madre.

Presenciamos, a través de los ojos de Joe, páginas del Acto I de esta ópera, como el aria de Leonora "Tacea la notte placida", la de Manrico "Deserto sulla terra", la aparición del Conde de Luna y el duelo entre ambos rivales, con el que finaliza el acto; una acción que ocurre de noche, como casi toda la obra, a la luz de las estrellas y la luna (que, recordémoslo, siempre ha sido el símbolo de "lo femenino"); una obra, "Il Trovatore", que presenta la rareza, en Verdi, del personaje de una madre, Azucena (mientras que los padres son abundantísimos en sus óperas: Rigoletto, Germont, Felipe II, Amonasro, y tantos otros).

En "Il Trovatore", Joe no sólo contempla la parte musical: también a los tramoyistas, simulando una cascada en el escenario, o al apuntador, señalando a los protagonistas lo que tienen que cantar en cada momento. El carácter de artificio, desconectado de la vida real, de la ópera, queda bien patente, máxime con una puesta en escena como la que se ve en pantalla, que parece sacada de la época de Farinelli. También se utiliza como fondo musical, ya fuera del escenario, el "D'amor sull'ali rosee", en la escena del camerino, donde se ha escondido Joe para drogarse y donde Caterina (que aún no sabe lo que hace su hijo), reconoce en una conversación con su amiga Marina que ha olvidado que el cumpleaños de Joe era al día siguiente. En el camerino ella recibe felicitaciones, sonríe a sus admiradores... todo ese mundo de farsa que él odia. Al día siguiente, durante su cumpleaños, será cuando ella descubra que su hijo se droga.

La primera reacción de Caterina al enterarse será de reproche, cómo puede hacer eso un hijo a una madre que se lo ha dado todo... Más tarde, intentará descubrir las causas que le han llevado a drogarse (pero, en plena discusión, no tiene inconveniente en sonreír amablemente a los que le traen un piano nuevo; una capacidad de fingir lógica en quien está acostumbrada a trabajar en un teatro); sus indagaciones llegan hasta vistar a Mustafá, el árabe que le vende droga a su hijo; para ganarse la confianza de Joe, llega a traerle droga, para presentarse como "su amiga"; por último, no duda en utilizar su propio atractivo sexual para despertar en Joe una pasión incestuosa: en realidad, Joe se nos presenta como un "edípico" desde el principio de esta película, muy influida por el psicoanálisis, del que Bertolucci era asiduo cliente.

Todo esto no basta, y Caterina sufre una crisis de identidad, piensa no volver a cantar nunca, y decide viajar a Parma en busca de sus raíces; así, visita a su viejo profesor de canto, ya ciego y paralítico, y le dice que ya odia su propia voz, desea dejar de cantar; él no le contesta, no habla, sólo se pone a cantar el "Soave sia il vento" del "Cosí fan tutte" de Mozart, y ella comprende: eso le cantaba a Joe de niño. Joe ha viajado en su busca. Ella desea enseñarle un lugar... madre e hijo se besan en el coche, ante un paso a nivel, y ella le explica que en ese mismo lugar y situación besó a su padre por primera vez.

Las raíces de Caterina le llevan a visitar "Villa Verdi" en Santa Agata: "Joe, esta es la casa de Verdi. Aquí es donde vivía y escribía todas sus óperas; veía un campesino jorobado y escribía Rigoletto..." Pero, aunque ella considere a Verdi como parte de su familia, no consigue transmitir ese entusiasmo a Joe, que declina la invitación de visitar la casa, y luego huye con el coche, dejándola a pie por la carretera. La recogerá un conductor que se pondrá a hablarle de su amistad con Fidel Castro, tema que a ella le importa un comino, lo cual no le impide estar siempre sonriente; el caso es que gracias a él localiza a su hijo en una posada, y decide pasar allí la noche con Joe. Madre e hijo viven otra escena de "alto contenido erótico" en la habitación, aunque no llegan a hacer el amor (posiblemente la censura de la época no lo hubiera permitido; el caso es que no pasa de la masturbación mutua). Cuando él comienza a insultarla, llamándola "maldita puta", ella le revela, llorando, para qué lo ha traído hasta allí: para buscar la casa donde Joe vivía de niño, y le revela que su verdadero padre no era Douglas, sino un maestro de escuela italiano llamado Giuseppe.

De vuelta en Roma, Caterina deja a Joe ante la escuela donde enseña Giuseppe, y se marcha; Joe se mezcla entre los alumnos (es el último día de clase), y dibuja una luna. Más tarde sigue a Giuseppe en autobús hasta la costa, donde él vive, y al ver la playa revive el escenario de su infancia. Le habla presentándose como un amigo que se drogaba junto a su hijo, el cual ha muerto por sobredosis. También le revela que Caterina está en las Termas de Caracalla (lugar que el gran público conoce por ser escenario en 1990 del primer "Concierto de los Tres Tenores"), en el ensayo del "Ballo in Maschera" de Verdi, la que será la escena final de la película.

Lo que ocurre entonces sobre el escenario guarda una curiosa correspondencia con la vida real. Asistimos al último cuadro del acto III, el del baile de máscaras que da nombre a la obra, a partir del coro "Fervono amori e danze"; llega Joe, que ve a Marina y le pregunta quién su madre, pues todos van con máscara; ella le dice que la busque por su cuenta. Esa misma respuesta acaba de dar Oscar, cantando su "Saper vorreste", cuando Renato le pregunta cuál de los enmascarados es el gobernador Riccardo. Finalmente oye a Caterina recitando (no cantando) el papel de Amelia, y ella le ve a él: pide un descanso de 5 minutos. Joe le pregunta por qué se separó de Giuseppe, a lo que ella contesta: "Me odiaba a mí y a mi voz, y era un egoísta, estaba enamorado de su madre" (de tal palo...)

Joe se sienta en las gradas. Ariana, que está allí, le dice que Mustafá se ha ido, ya no le puede servir droga, pero eso ha dejado de interesarle a Joe: quizás en la realidad una curación no puede ser tan rápida, pero en esta película la droga es sólo un pretexto para hablar de la falta de amor. Aparece su padre, Giuseppe, que se entera que su hijo está vivo, y es Joe, que le ha mentido; furioso, le asesta un bofetón, cerca del momento en que Renato apuñala a Riccardo sobre la escena. Y, al igual que Riccardo antes de morir, tiene aún fuerzas para perdonar a su asesino, que ha actuado así al creerse traicionado por su mujer, también Joe y Giuseppe se reconcilian: basta una mirada. El ensayo del "Ballo" toca a su fin, mientras anochece y sobre el cielo ha aparecido... la luna.

La parte musical de este film está, como era de esperar, especialmente cuidada. Así, para doblar las escenas donde se representa o ensaya una ópera, se utilizan grabaciones comerciales de prestigio: para el "Trovatore", la dirigida por Thomas Schippers, con Franco Corelli, Gabriella Tucci y Robert Merrill; para el "Ballo", la que dirige Riccardo Muti con las voces de Martina Arroyo, Plácido Domingo y Piero Cappuccilli. Se utiliza más música de Verdi: la narración de Gilda ante su padre Rigoletto que confiesa desde cuándo conocía al seductor duque, "Tutte le feste al tempio" aparece dos veces: una, casi inapreciable, musitada por Caterina en su feliz hogar de Nueva York, con su marido Douglas y su hijo; la segunda, en un disco con la voz de María Callas, cuando ha descubierto la drogadicción de Joe, desea hablar con él, pero se ha ido; en ambos casos, las cosas no son como parecían. El Preludio del Acto III de "La Traviata" (dirigida, al igual que la grabación de Callas, por Tulio Serafin) acompaña a Caterina en su errar en busca de su identidad, cuando viaja a Parma. Por último, Bertolucci no sería Bertolucci sin algún rasgo humorístico, como hacer canturrear algún pasaje célebre a un personaje de sus películas: así, el posadero, cuando Caterina le pide "una habitación para dos" contesta con la narración que hace Azucena del suplicio de su madre, en "Il Trovatore" ("Condotta ell'era in ceppi al suo destin tremendo").

"La luna" es una película rodada "en familia": la mansión romana donde viven Joe y Caterina es la propia residencia de Bertolucci, y la casa junto a la playa es el lugar de vacaciones de Bertolucci y sus amigos; también aparece la granja donde se rodó "Novecento", muy cerca de la casa de Verdi. Para los papeles de los padres de Joe, Bertolucci había pensado inicialmente en Liv Ullmann y Marlon Brando, aunque Caterina fue finalmente Jill Clayburgh, elegida por su papel en "Una mujer descasada" de Paul Mazursky, y que "borda" su encarnación de diva, y Giuseppe no fue Brando, sino Tomás Millian; para Joe se quiso un actor no profesional, eligiéndose finalmente a Matthew Barry.

Encontramos también a otros habituales del cine de Bertolucci, como Veronica Lazar (Marina), Alida Valli (madre de Giuseppe) o Laura Betti (que sólo sale brevemente en una escena, detrás de la puerta de la escuela de Giuseppe, al cortarse su papel en el montaje final); al luego famosísimo por "La vida es bella" Roberto Benigni, en una cómica intervención como obrero colocando unas cortinas; y a un "histórico" del cine italiano como Renato Salvatori en el papel del comunista que recoge a Caterina, cuya intervención supone una fuerte carga de "ironía" sobre lo poco que importaba oír hablar de Fidel Castro; Bertolucci dijo que "después de 'Novecento' estoy por encima de toda sospecha, y puedo permitirme alguna ironía". El escándalo de su estreno fue considerable; entre los sectores conservadores, por su escabrosa temática de droga e incesto; y la mencionada "ironía" tampoco hizo que encontrara muchos defensores en la izquierda. Pero eso es algo a lo que Bertolucci ya debía estar acostumbrado, pues como Don Juan Tenorio podría decir aquello de "Por donde quiera que voy, va el escándalo conmigo".