Revista mensual de publicación en Internet
Número 14º - Marzo 2.001


Secciones: 
Portada
Archivo
Editorial
Quiénes somos
Entrevistas
Artículos
El lector opina
Crítica discos
Web del mes
Midi del mes 
Tablón anuncios
Suscribir
Buscar
 

 

RECORDANDO A OCÓN EN EL CENTENARIO DE SU MUERTE.

Por Cristina Isabel Gallego García. Lee su curriculum.


Eduardo Ocón

Cuando conocí la figura de Ocón por primera vez, me replanteé la pregunta de por qué hay veces que no sabemos valorar lo propio, y sin embargo, no ocurre eso con lo no autóctono... Este músico malagueño es un ejemplo claro.

En su pueblo natal, se alza un monumento; aquí, en la capital, algunos quizás sólo lo hayan conocido al ver su busto en el Paseo del Parque, al sentarse en el pequeño auditorio que lleva su nombre o al caminar por esa calle del centro que lo recuerda...

Por este motivo, he querido escribir dos artículos, centrándome principalmente en su vida, ya que el 28 de febrero del pasado mes, se conmemoró el primer centenario de su muerte y para muchos, desgraciadamente, esta gran figura del nacionalismo musical español sigue siendo desconocida.

Eduardo Ocón y Rivas nació el 12 de enero de 1833, en un bonito pueblo de la Axarquía, Benamocarra. A los pocos años de su nacimiento, la familia se trasladó a Málaga. Francisco Ocón y Dolores Rivas tenían por entonces cinco hijos: Manuel, Francisco, Eduardo, Antonio y Enrique. Emilio y Antonia nacieron posteriormente.

La vinculación de Ocón con la música, empezó en diciembre de 1840, que ingresó como seise en la Catedral de Málaga. Hizo sus primeros estudios musicales de solfeo, composición, contrapunto y fuga con el maestro de capilla de la Catedral, D. Mariano Reig. También inició sus estudios de piano bajo la dirección del maestro Murguía (segundo organista), pero estas últimas lecciones duraron poco tiempo y decidió complementar su formación consultando un método de piano, que se publicaba en aquella época, titulado "Autores célebres de piano".

Eduardo progresaba espectacularmente en sus estudios musicales; con sólo trece años, escribió un Miserere, a cuatro voces sin acompañamiento (hoy desaparecido). Su etapa de seise finaliza a los quince años, seguramente en la época del cambio de voz. Para entonces, ya tenía una apreciable formación musical, que contribuiría a que el Cabildo pensara en él para desempeñar la labor de ministro de coro. En este periodo lleva a cabo un gran desarrollo en su formación profesional, tanto en la composición como en el ejercicio del órgano y piano.

En 1850, imparte las clases a los seises, durante el tiempo que el maestro Reig estaba de vacaciones. También realiza actividades profesionales fuera de la Catedral; de este modo va ganando un dinero extra como músico profesional.

Ocón renunció de forma voluntaria a su plaza de ministro de coro en enero de 1854. En aquella época los asuntos económicos en la Capilla malagueña pasaban por un mal momento.

El ambiente y nivel musical de Málaga fue aumentando: la "fiebre" filarmónica se centraba en torno al teatro, creciendo así la actividad lírica; al margen de la Catedral, también se interpretan partituras religiosas que exigen una orquesta profesionalizada, un buen coro y unos buenos solistas.

Nuestro compositor no quiere permanecer al margen del desarrollo musical que se está produciendo en los contextos laicos, él es un auténtico profesional que aspira a horizontes más amplios. Su experiencia como músico catedralicio, le situaba ventajosamente para actuar como organista en numerosas iglesias de la ciudad.

Volvió a la Catedral para convertirse en el segundo organista, con la categoría de asalariado, lo máximo que les estaba permitido a los seglares. Ésto le daba más prestigio al tener a su disposición los fabulosos órganos de Julián de la Orden.

Ocón mostraba habilidad para las relaciones y aprovechaba las oportunidades que iban surgiendo para componer y estrenar obras. Se dedica a componer, al tiempo que compagina sus obligaciones en la Catedral e impartiendo clases de música, ya que en Málaga existía una próspera burguesía que hizo de la música culta una de sus aficiones principales y su forma de acceder a la práctica musical era a través de profesores particulares.

Su inspiración y facilidad para poner música a los textos influyeron para que su música se hiciera popular en Málaga y en otras ciudades españolas. Con motivo del natalicio de Alfonso XII (27 de noviembre de 1857), compuso una cantata. La obra fue estrenada en el Teatro Real de Madrid, el 23 de enero de 1858, y gustó mucho. También colaboró con el dramaturgo malagueño Ramón Franquelo, poniéndole música a una obra y convirtiéndola de este modo en zarzuela, género que por entonces hacía furor en toda España. Obtuvieron un sonado éxito, pero fue el único intento que realizó Ocón con respecto a la música teatral.

A sus 34 años, se había forjado una buena reputación profesional y obtiene buenos ingresos como profesor de música, sobre todo con las clases de piano. Estaba muy relacionado con las altas capas sociales. En Málaga, conoció a los Borchadt Odendahl, familia alemana que residía en Colonia. Una de sus hijas, Josefa Zela Willermine, a la que llamaban Ida y era una excelente pianista, se convertiría años más tarde en su mujer.

El siguiente paso decisivo en la vida de Ocón fue su viaje a París. Sus buenas relaciones le proporcionaron valiosos contactos en el extranjero y una envidiable fuente de información musical. Había compuesto una interesante serie de partituras que llevaba consigo a las capitales europeas. Otro aspecto que formaba parte de su horizonte fue el interés que mostraba por el nacionalismo.

Sus planes también incluían la visita a Colonia (para ver a la familia Borchardt) y a Bruselas (para ver a su hermano Emilio, al que la Diputación Provincial de Málaga, le había concedido una pensión para que prosiguiera sus estudios allí, una vez demostradas tanto en Málaga, como en la Academia de San Fernando de Madrid, sus extraordinarias dotes para el dibujo).

Las posibilidades de Ocón en el campo de la música demandaban contextos más amplios y lógicos para que pudieran ser desarrollados. Desde que emprendió este viaje, todo le llamaba la atención, demostraba un gran afán por asimilar lo que iba descubriendo, tenía conciencia de que España había perdido el tren europeo...

La familia Borchardt lo trató muy bien, preparándole conciertos, visitas a lugares y pueblos pintorescos, entrevistas con artistas locales... Nada pudo ser más enriquecedor que este viaje.

No sólo los malagueños eran los que seguían con interés el episodio de Paris, también desde Madrid, personalidades importantes estaban al día de lo que Ocón iba consiguiendo. Nuestro ilustre malagueño ganó una oposición como profesor de las Escuelas Comunales de la capital francesa. Las oposiciones fueron muy reñidas, pero demostró un buen nivel técnico y artístico.

En París, empezaban a aparecer nuevas tendencias musicales, que cristalizarían en estilos muy vanguardistas como el impresionismo. El aire conservador de Ocón, representaba un claro constante con estas tendencias. Cada vez se hacía más difícil triunfar en aquel ambiente, lleno de grandes compositores franceses y extranjeros. La guerra franco-prusiana también hacía muy peligrosa su vida en París... Por estos motivos, decidió abandonar su estancia en la capital francesa... pero los hechos posteriores a este momento, ya los relataré en el próximo artículo.