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Número 22º - Noviembre 2.001


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A LA ANTIGUA USANZA

 Por Fernando López Vargas-Machuca.

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 25 de octubre. G. Verdi: Il Trovatore. D. Volonté, Z. Vassileva, R. Frontali, L. D’Intino, A. Zanazzo. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. M. Arena, director musical. A. Fassini, director escénico. Producción de la Ópera de Roma.

El Teatro de la Maestranza había cerrado su anterior temporada operística con una memorable producción de Los Cuentos de Hoffmann, sin duda el hito más importante en los diez años de vida del coliseo hispalense. Fue un modelo ejemplar de lo que es –o al menos debería ser- la ópera en la actualidad: el trabajo conjunto de una serie de magníficos cantantes-actores (Aquiles Machado, María Bayo, Ruggiero Raimondi) proyectando su personalidad dentro de los parámetros marcados por un director musical centrado y sensible (Patrick Fournillier) y por un director de escena arriesgado, con cosas nuevas que decir, pero alejado del divismo (Gian Carlo del Monaco). Para abrir su undécima temporada nos ha ofrecido un Trovatore conceptualmente opuesto: una producción en todos los sentidos chapada a la antigua. El resultado, nos tememos, ha sido también muy diferente.

Cuando escribimos “producción a la antigua” queremos decir que responde a ese pensamiento tan extendido aún hoy en ciertos círculos de melómanos según el cual “lo que importa son las voces, lo demás es secundario”. Aquí se buscaron cantantes de los que gustan a semejante tipo de público, es decir, dotados de instrumentos poderosos y/o propensos a exhibir agudos, y se encomendaron las direcciones musical y escénica a dos de esos artesanos que presuntamente se limitan a servir con respeto la voluntad del compositor, procurando no adquirir ningún protagonismo que “distrajese” de lo puramente canoro. Y pasó lo que tenía que pasar.

Alberto Fassini, otrora estrecho colaborador de Luchino Visconti, había mostrado su desacuerdo con aquellos que trasladan la cronología de la acción. En su dirección escénica no hubo ninguna ocurrencia en ese sentido. Lo malo es que tampoco la hubo en ningún otro: tan convencional y tópica que llegó a caer en el ridículo. De la coreografía mejor no hablar. Sí convenció la escenografía de Mauro Carosi, más en unos cuadros –el campamento de gitanos- que en otros –el monasterio-; también lo hizo el vestuario, a pesar de algunos elementos chirriantes. Con todo, esta  producción de la Ópera de Roma resultó de lo más rancio e inoperante. ¿Dónde está aquí el cacareado respeto a Verdi?

Mauricio Arena pasa por ser uno de esos directores de foso cuya principal virtud es prestar apoyo a los cantantes. ¡Si al menos hubiera servido para eso!  Él solito se “cargó” musicalmente este Trovatore: no sólo no moldeó las voces, sino que las tuvo con la lengua fuera y atacó directamente al corazón de la música con su dirección rapidísima, machacona e insensible. De la cantabilitá italiana, y más concretamente verdiana, ni rastro. Lo que más duele es que ya en el Maestranza se sabía de las maneras de hacer de este señor por sus intervenciones en Nabucco y Norma. ¿Por qué se ha vuelto a contar con él?

Luchando contra los tempi impuestos por Arena, poco pudieron hacer los cantantes congregados. Entre ellos podemos distinguir dos grupos: Luciana D’Intino por un lado, y los demás por otro. La mezzo friulana tal vez no se encuentre en su mejor momento vocal, pero es una cantante verdiana de pura raza. Su instrumento es robusto y hermoso, su talante interpretativo admirable, su línea perfectamente centrada en el estilo y sus dotes escénicas muy importantes. Su Azucena fue lo mejor (¿lo único?) de la velada. Se ganó muy justamente los más cálidos aplausos.

De Darío Volonté no voy a opinar, ya que el tenor argentino reprochó duramente en la rueda de prensa a los críticos que escriben sin saber de técnica vocal tanto como un cantante profesional. Me limitaré a señalar que llevó a la práctica ese componente circense que para él tiene el papel de Manrico montando el numerito en una Pira más que ardiente, infernal. Semejante exhibición de potencia viril (“yo lo tengo –el agudo- más largo que ningún otro”) le valió numerosas ovaciones por parte de un sector del público que no evitaron algún insulto desde el gallinero.

La joven soprano búlgara Zvetelina Vassileva es sensible y muy musical, pero el terrible papel de Leonora le viene grande a sus actuales posibilidades, que no son pocas. Roberto Frontali logró cálidos aplausos merced a su instrumento –aunque no muy extenso sí hermoso y poderosísimo-, pero estuvo fuera de estilo y del personaje; su bellísima escena del segundo acto, sin legato alguno, resultó fría como un témpano. El coro intervino por debajo de su nivel habitual, es decir, menos que regular.

En definitiva, una producción a la antigua usanza, enfocada más al lucimiento de las voces que a ofrecer de manera coherente y equilibrada la obra imaginada por el compositor. Una opción a nuestro juicio desacertada, pues no sólo no se ha contado con los mimbres vocales que demanda una ópera de dificultad extrema como ésta, sino que se han desatendido gravemente las direcciones musicales y escénica. Por suerte el resto de la temporada se nos presenta prometedora: en la próxima cita, Andrea Chénier, se volverá a contar con la presencia del gran Gian Carlo del Monaco. Ya les contaremos.