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Número 22º - Noviembre 2.001


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TÉCNICA Y ARTE

Por Fernando López Vargas-Machuca.

 
María Bayo

Sevilla, Sala Joaquín Turina. 7 de noviembre. Recital de María Bayo (soprano), con Véronique Werklé, piano. Obras de Mozart, Strauss, Granados y Toldrá.

La recoleta Sala Joaquín Turina, en pleno corazón de Sevilla,  ha logrado convertirse en sólo dos años en un referente indiscutible de la vida musical hispalense al ofrecer aquellos espectáculos que, por ser del gusto de un público minoritario o por simple inadecuación física, apenas tienen cabida en el Teatro de la Maestranza: lieder, solistas instrumentales  y formaciones de cámara. El nivel de los artistas congregados (hemos visto desfilar a Teresa Berganza, Il Giardino Armonico, el Cuarteto de Tokio o Alicia de Larrocha, por citar unos pocos nombres significativos) se mantiene en esta tercera temporada, que acaba de presentar como gran hito en lo vocal a la fabulosa María Bayo.

La soprano de Fitero es muy querida en Sevilla. Hace años ofreció un recital en el Maestranza que quien esto suscribe atesora en su memoria como una de sus más emocionantes experiencias musicales, y el pasado marzo encarnó con justificadísimo éxito a los cuatro personajes femeninos de Los Cuentos de Hoffmann en la portentosa recreación de Gian Carlo del Monaco. Su retorno, como era de esperar, ha sido acogido por el público con cariño y entusiasmo, aplaudiendo a rabiar al finalizar una velada en la que demostró ser una voz verdaderamente privilegiada, pero también una intérprete más adecuada para unas cosas que para otra, algo lógico y natural.

Convenció ante todo su voz, mejor dicho, su extraordinario instrumento (bellísimo, poderoso, extenso, muy esmaltado) y su pasmosa técnica. En este sentido, hizo gala de un interminable despliegue de medios -agudos firmes y penetrantes, acariciantes medias voces, solidísima coloratura, dicción ejemplar- que nos hizo recordar cuántas cantantes de hoy en día descuidan este aspecto tan fundamental, hundiendo irremisiblemente sus carreras a los pocos años de haber alcanzado el estrellato. Escuchar a la Bayo fue (es) un auténtico placer para los sentidos.

Ahora bien, hay repertorios en los que no termina de convencer, ya sea por inadecuación instrumental o por falta de afinidad al mismo. Ahí está el ejemplo de su reciente Mimì en el Liceo, que pudimos escuchar en retrasmisión radiofónica. Las seis bellísimas canciones de Richard Strauss que nos ofreció en Sevilla (entre ellas las inevitables Morgen, Zueingnung y Cäecilie) estuvieron estupendamente cantadas, pero nos dejaron fríos. A la Bayo le faltó adecuación estilística y, sobre todo, sinceridad expresiva. Bastante mejor, aunque tampoco convencieran del todo, las cuatro canciones y arietas de Mozart con las que había abierto la velada, en las que optó por un enfoque extravertido y luminoso antes que por la melancolía y el lirismo íntimo que caracterizan la música del salzburgués. Aunque ella sostenga lo contrario, quizá sea más Despina que Fiordiligi

Como era de esperar, en la segunda parte destapó el frasco de las esencias y nos ofreció lo mejor de sí misma. Las cuatro Tonadillas de Granados, directamente vinculadas a su ópera Goyescas, nos devolvieron a la Bayo sincera y artista, es decir, a la que opta por plegar sus medios a la intencionalidad expresiva antes que por convertir aquellos en un fin en sí mismo. Técnica y arte, por fin de la mano. Española hasta la médula, elegante al tiempo que pícara y seductora -quizá un tanto forzada en su gestualidad-, triunfó por todo lo alto con las Seis canciones de Eduardo Toldrá que cerraban el recital, dichas con naturalidad y desparpajo admirables. Ya fuera de programa, corroboró su condición de excepcional intérprete del repertorio español con Cantares del sevillano Joaquín Turina y Punto de habanera de Montsalvage. Tras la apoteosis, fuegos artificiales: una pirotécnica Una voce poco fa con la que se quitó su particular espinita de no haber cantado Rosina en el Maestranza. A ver si no tardamos en verla de nuevo por allí.