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Número 23º - Diciembre 2.001


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MEMORABLE BATUTA EN BILBAO

Por Asier Vallejo Ugarte. Estudiante de piano.

Bilbao, Palacio Euskalduna, 30 de noviembre de 2.001. A. Scriabin: Concierto para piano y orquesta en fa sostenido menor, Op. 20. H. Berlioz: Sinfonía Fantástica, Op.14. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Junichi Hirokami, director. Josep Colom, piano.

El teatro Euskalduna acostumbra a ser, en época invernal, un buen refugio ante las gélidas noches bilbaínas. El abrigado público agrupado en la entrada del palacio hablaba bien poco del concierto al que iba a asistir en breves minutos, para destacar precisamente la frialdad de aquella noche. Pues bien, aunque a la salida la temperatura era notoriamente más elevada, era el director de orquesta el que estaba en boca de los asistentes.

Y es que pocos eran los que conocían el nombre de Junichi Hirokami, un maestro japonés que vino a Bilbao tras una sólida carrera desarrollada sobre todo en Holanda, Inglaterra y su tierra natal, Japón, aunque ya se ha paseado por los cinco continentes, y con orquestas de categoría, como la Orquesta del Concertgebouw, la Sinfónica de Viena, Philarmonia, Filarmónicas de Londres, Estocolmo, Israel, etc… Pues bien, la citada fría noche dirigió espléndidamente dos obras, una un tanto desconocida, y otra de las más célebres del repertorio.

En efecto, el Concierto para piano y orquesta en fa sostenido menor, Op 20 de Scriabin, que es el único de su autor, y una de sus mejores obras, no es muy conocido a día de hoy. Estrenado en Odessa en 1.897, la influencia de Chopin es muy destacable, alejándose del virtuosismo explícito para crear una obra poética, hermosa, incluso mística. Conviene recordar la curiosa concepción que de su propia música tenía el creador ruso, considerándola una herramienta necesaria para evitar la destrucción del mundo mediante la sensatez. Estamos en condiciones de afirmar, ante estas declaraciones, que don Alexander estaba algo loco. Este concierto es, en definitiva, un rosario de ideas románticas en las que “la reflexión a de estar presente”, en palabras del creador.

A descubrir la valía y la belleza del concierto contribuyó la brillante interpretación de un pianista catalán, de los mejores que actualmente hay en España, que supo extraer un sonido limpio y transparente; los pianissimos se percibían perfectamente timbrados, y el fraseo, musicalidad, pasión y talento demostrados obligaron al público a pedir algo más; así que el pianista se volvió a sentar ante el teclado para interpretar dos breves obras de conservatorio, de Chopin la primera y de Mozart la segunda. Muy bien, pues, Josep Colom, acompañado por una orquesta en su sitio, bien dirigida por Hirokami, aunque la compenetración entre éste y el pianista no fue siempre la deseable.

Y si el concierto de Scriabin gustó, la Sinfonía Fantástica de Berlioz, que data de 1.930, hizo honor a su calificativo (fantástica en cualquier sentido que se le busque a la palabra), y entusiasmó. Bien es cierto que es una obra de fácil aceptación, debido a su extraordinaria lucidez, pero es necesario afirmar que  el público bilbaíno se caracteriza por valorar, ante todo, la interpretación. El director, que optó por una versión alejada de los excesos, extrajo de la Bilbao Orkestra Sinfonikoa un sonido de conjunto prodigioso, trasladando en todo momento una sensación de éxtasis, de apasionamiento, de vida, de nervio, que los profesores supieron entender y expresar mediante la música de un modo perfecto. Los solistas lo pasaron peor, sobre todo el viento metal a medida que la obra se acercaba a su fin. Pero en ningún momento se nos borraron de la cabeza las imágenes de la vida de ese artista que Berlioz refleja en su música; es más, algunos disfrutábamos tanto que poco nos faltó para levantarnos a bailar en el vals del segundo movimiento. Llegados a este punto, conviene abrir un breve paréntesis, para recordar que Hirokami tiene grabada esta sinfonía para el sello Denon, con la Orquesta Royal Philarmonic, que, al parecer, ha sido ampliamente elogiada. Visto lo que se vio en Bilbao, es comprensible; la huella que en la villa ha dejado el maestro oriental perdurará, a buen seguro, durante mucho tiempo.  

Vuelvo a insistir en que lo que el público destacaba a la salida del auditorio era que “el director a llevado a la orquesta como le ha dado la gana”, que “hacía tiempo que no escuchaba a esta orquesta sonar tan bien”… y es que, realmente no es para menos; tras 80 años de vida, la Bilbao Orkestra Sinfonikoa demostró una vez más que vuelve a aspirar a colocarse entre las más grandes, si es que tras el concierto de aquella gélida noche no lo está ya.      

Por último, las últimas líneas van dedicadas a dos personas que han hecho que estos comentarios hayan podido ser una realidad: a Iñigo Zubizarreta y, sobre todo, a Alicia González.