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Número 25º - Febrero 2.002


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CRÓNICA DE UNA NOCHE ACIAGA

Por Elisa Ramos. Lee su curriculum.

Monserrat Caballé, soprano. Manuel Burgueras, piano. Programa: A. Scarlatti, Toglietemi la vita ancor. A. Vivaldi, Agitata dall’onte. V. Bellini, La Ricordanza. J. Massenet, Les ámes; Cherubin. R. Leoncavallo, La chanson des jeux;  Declaration. P. Mascagni, Ave María; M’ama...non m’ama. F. Obradors, Del cabello más sutil; Aquel sombrero de monte; El vito; R. Chapí, Mi tio se figura (de El rey que rabió). J. Giménez,  Ay Malaya (de El baile de Luis Alonso);  La tarántula é un bicho mú malo (de La tempranita); J. Serrano,  Marinela (de La canción del olvido). Ciclo Conciertos. Consorcio 2002. Palacio de Congresos y Exposiciones de Castilla y León. Salamanca, 26 de enero de 2002.

Llegó el mito viviente congregando a un público entregado, dispuesto a aplaudir  antes de oír una sola nota. La gran expectación que despertaba su llegada había comenzado mucho antes. El día 11 de enero del esperado 2002 se ponían a la venta las entradas para el recital agotándose a las tres horas de abrirse la taquilla. Sólo los más madrugadores pudieron adquirirlas. Los últimos de la fila, que daba la vuelta a la calle, hubieron de resignarse volviendo de vacío a sus moradas.

El ansiado día del concierto, larga cola para entrar al auditorio, aforo al completo y todo el mundo acomodado en sus asientos -con tiempo más que suficiente- esperando la aparición de la diva en el escenario. Su presencia -del brazo de su eterno acompañante- fue recibida con calurosos aplausos. Hasta aquí, todo perfecto. Se le tributaba un merecido homenaje en reconocimiento a su fama justamente conseguida.

El día después, los ‘papeles locales’ daban cuenta del ‘exitoso éxito’ obtenido. Las exageradas alabanzas que los periodistas escribieron –fiándose más del ambiente que de la música que allí pudo escucharse- se difundieron al resto de la prensa. De otro tenor fueron las críticas musicales que aparecieron en un par de periódicos locales un día más tarde. El respeto que me merece un artista pisando un escenario me induce a disculpar, sólo hasta cierto punto, los estragos del directo. No es mi intención emular a ninguna estatua libertaria, pero me siento en la obligación de intentar poner el fiel de la balanza en su lugar, para evitar caer en los extremos.

Si el público perdonó ampliamente y la aplaudió a rabiar, ella -arropada por un estupendo pianista- también se entregó. Hasta donde pudo. No vamos a negar sus muchos méritos, pero su actuación en Salamanca plantea dudas razonables. Bailó en la cuerda floja oscilando entre momentos brillantísimos y otros dignos de archivar en el hueco más recóndito de la memoria. Desde el Toglietemi la vita ancor se notó que algo no marchaba. Ataques imprecisos, fallos en la regularidad de emisión de la voz, brusquedad en cambios de registro, junto a una estupenda dicción, flexibilidad en algunas ornamentaciones, largos y matizadísimos pianos, nos pusieron en un interminable camino lleno de altibajos. Tan interminable como algunos de los magníficos filados que consiguió a lo largo de su actuación.

Al margen de la división del programa se podría decir que el recital estuvo regido por el cambiante signo de la trinidad. Una primera parte en la que, además de los fallos apuntados, la interpretación adoleció de un estilo poco apropiado para las obras. A partir de Bellini el ambiente fue entonándose, poco a poco, emergiendo con más claridad la brillantez de su timbre, sus cualidades vocales, su musicalidad y algunas de las maravillas de las que es responsable su excelente técnica y fiato. Espléndidos finales mantenidos en un suspiro, expresividad, potentes agudos, sonido matizado en reguladores de intensidad y longitud envidiable nos hicieron relajar en la butaca. Ambiente que se mantuvo con el dramatismo musical y el alarde de virtuosismo vocal que imprimió a Massenet y Leoncavallo. Aderezados, eso sí, con un excesivo vibrato pero que dejaban al oyente flotando en una nube. Después de ir de menos a más el recital comenzó un lento declive en lo que podríamos llamar una tercera parte.

Habíamos observado algún disimulado carraspeo, pero una discreta y ya sonora tos apareció antes de iniciar el Ave María de Mascagni. La controló todavía para ofrecernos una interpretación de altura, así como un M’ama...non m’ama lleno de intención, potente y matizado, aunque con algo de precipitación y poca claridad en el fraseo del texto. Terminaba aquí la primera parte propuesta en el programa. Tras el descanso las cosas no pudieron ir peor. Los problemas eran evidentes. Picor de garganta, carraspeos, pequeñas toses, francas al terminar el Vito, claras y reiteradas después -aderezando algunos de los intervalos de respiro que el piano le dejaba- en el resto del programa. Se sumaron desafortunados ataques, fraseos precipitados y entrecortados, además de su particular forma de ‘versionar’ algunas piezas.

El mullido colchón se fue desvaneciendo poniéndonos de nuevo tensos en la butaca. Si en las tragedias se muere hasta el apuntador, en este concierto acabamos todos tosiendo, incluido el pianista. Dejando aparte los inoportunos accesos de tos y sus posibles causas, el carácter popular de algunas canciones sufrió particulares cambios de estilo, ritmo y fraseo que las alejan de su contexto. El ritmo de  Aquel sombrero de monte, fluyó de tal manera que no invitaba a preocuparse porque el curso del agua de ningún río pudiera llevárselo. Su Marinela se desdibujó en un fraseo poco convincente, propicio a echarlo a la triste cantinela del olvido, a no ser por su brillante final. Y la Tarántula no pareció tan mal bicho como pinta la canción

Terminado el recital ella misma se extendió en ‘pertinentes’ y largas explicaciones que al parecer, y de momento, dejaron a casi todos satisfechos. El olor a pintura de un hotel recién inaugurado, el aroma de las flores, o no sabía qué extraño sortilegio, podrían ser causantes del mal que la aquejaba. Mucho le disgustaría que dedujéramos de sus palabras que tenía alergia a la ciudad, aunque había llegado a ella en perfectas condiciones. Sus disculpas comenzaron bromeando para decirnos, en tono campechano, que aquello había sido un concierto en trío. “Manuel, yo y la tos”, dijo muerta de risa. Y siguieron, entre risas y más risas, tan contagiosas como el ‘tu-ju’, ‘tu-ju’, que fueron coreadas y aplaudidas por el público. Como colofón, y a pesar de los devastadores efectos alergénicos, se animó a regalarnos dos propinas.

Cuentan los mentideros de la villa que no pasó del hall del flamante hotel permaneciendo en él una hora escasa -a la espera de respirar aires más puros- mientras los fotógrafos inmortalizaban el trascendente momento de su arribada a tierras tormesinas. Respecto a las flores, no sabemos si se refería a las que decoraban el escenario, las que hubiera tenido en el nuevo alojamiento, o a todas ellas a la vez. Fuera como fuese, más que su interpretación -salvo los brillantes momentos referidos- triunfó su presencia, su permanente sonrisa y el alarde de simpatía que desplegó desde el mismo instante de aparecer en escena.

Cortesanos y villanos, ilusionados ante la excepcional ocasión de escucharla, prefirieron cerrar los oídos antes que asumir su decepción. Se empeñaron en ver a toda costa el maravilloso traje de la Reina. Más tarde, al superar los efectos terapéuticos del ambiente de Palacio, algún inocente infante se atrevió a manifestar su verdad. Unos más y otros menos, cayeron en la cuenta de que invisibles pócimas y brebajes les habían sumido en un extraño encantamiento.

Tertulias de mesones, corrillos de plazas y mercados, reuniones de ateneo, casas nobiliarias y la curiosidad de quienes no habían podido acudir al recital, cuchichearon al viento sus quejas. ¿Por qué no suspendió la actuación?, ¿nobleza obliga?, ¿se hubiera arriesgado a cantar así en Cortes más importantes?, se preguntaban unos. ¿Cómo fuimos tan benévolos?, se reprochaban otros. ¡Malaya la alergia que aquí le picó!, exclamaban algunos con amarga desesperación. Muchos deseamos su pronta recuperación y esperamos tener la oportunidad de escucharla en mejores condiciones. Nos pica la curiosidad.