Revista mensual de publicación en Internet
Número 25º - Febrero 2.002


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ENTREVISTA DAVID BARG
EL HOMBRE QUE ME DIO LA ESPALDA



David Barg

Entrevista realizada por Alejandra Pin Zambrano (Guayaquil, Ecuador).

   Esperé largamente:  besos y abrazos recibía el hombre que me dio la espalda.  Pidió lo siga y procuramos estar solos.  Entonces comenzó a desvestirse.  No me opuse, pero postergué nuestra entrevista  y dejé a David Barg, director invitado de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, para que se desvista ortodoxo, luego del concierto magnífico que ahí presentara.

   Nos volvimos a ver a las seis de la mañana  siguiente y en su cuarto de hotel comenzamos a intimar:  “Toda mi vida soñé ser director, aunque empecé estudiando flauta. Me faltaba autoconfianza para dirigir, así que por mucho tiempo fui flautista de orquesta.  Asistí a la Universidad de Columbia en Nueva York, donde obtuve una beca para el Conservatorio de París.  Académicamente avanzaba, pero mi anhelo principal tuvo que esperar  treinta y nueve años.  En aquella época, dialogando con mi hija Vanesa, la exhorté a realizar sus sueños, a llenarse de valentía... en fin, yo sabía que me faltó valor para realizar mi propio sueño, y era pésimo ejemplo.  Decidí contratar músicos para formar una pequeña orquesta y averiguar si podía ser director pues, rozando los cuarenta, era mejor definir posibilidades o dejar esa fantasía para siempre”.

    Todo marchó bien con la que él llamó su  “orquestita”, cuya audiencia crecía cada concierto.  Para aquel entonces su primer amor, la flauta, lo  había llevado por Sudamérica,  Europa e importantes salas de su país natal, escenarios con los que algunos  sólo pueden soñar:   Carnegie Hall,   Lincoln y Kennedy Center.  Mucho antes  ingresó al Conservatorio de París tras ganar en primer International Kade Award.  En la Ciudad Luz avanza en  estudios de flauta como alumno del mítico Jean-Pierre Rampal, ya con tremendo diploma bajo el brazo, triunfa en el Certamen Internacional de Flauta Asti  (Italia)  y el Festival Les Arcs  (Francia).  Fue celebrado su trabajo como solista de las orquestas del Festival Caramoor y Philadelphia Opera Company, a más  de merecer esa misma confianza de las compañías de ballet de Kirov y Bolshoi durante sus respectivas giras por los EE.UU.

    Quien voló alto  requiere valor para volver al suelo y empezar desde abajo.  Hacía falta un capricornio para acometer la empresa.  David Gilbert -asistente de Pierre Boulez en la Filarmónica de Nueva York- guió a Barg en la primera etapa del sueño, luego, traslada sus anhelos al Boston Symphony Orchestra Tanglewood Conductors Institute,  donde aprovecha la oportunidad de compartir junto a nuevos mentores:  Maurice Abravanel y Gustav Meier.

    Tiempo y esfuerzos vieron madurar la talentosa batuta de David.  Hombre grande. Manos grandes. Espíritu enorme.  Con la cabeza muy cerca del cielo y los pies firmes sobre la tierra.   Poco a poco lo que pensó  fantasía fue tomando forma y la  orquestita quedó atrás.  Bélgica,  Holanda,  Francia, Sudamérica y Australia aclamaron la telúrica presencia de Barg.  Pero antes,  triunfó donde cayeron derrotados Napoleón y Hitler:  el temido,  implacable invierno ruso.  Diciembre de 1996 lo ve debutar como el primer estadounidense  frente a las orquestas Seasons of the Year y Moscow Zhukovsky.  Después, su participación en el Festival de las Noches de Otoño de la Asociación Moscovita de Compositores (1998) fue ovacionada de pie y recibió efusivos elogios de la crítica.

    Inconsciente de su propia importancia,  este gringo  descalzo  arremete contra hojuelas, bananitos y leche mientras le empacan  artesanías que llevará hasta su hogar, Manhattan, desde donde vino a Ecuador como embajador del United States Information Agency  (USIA) para dirigir las orquestas sinfónicas Nacional y de Guayaquil;  respecto a ésta última:  “Mi experiencia con la Orquesta Sinfónica de Guayaquil. fue maravillosa, y no podría sentir orgullo mayor del concierto que realizamos, así debería sentirse toda la ciudad, pues  sus músicos tocaron con gran pasión y gran sentimiento”, enfatiza. En cuanto a nuestro oboísta estrella,  Barg declara:  “Jorge Layana es magnífico músico  y excelente persona.  Diré que no me gusta la ejecución de Jorge...  ¡la amo!  Durante el concierto, su interpretación fue increíblemente enérgica, algo bellísimo en verdad, que nunca olvidaré”. 

    Volviendo a todos los músicos: “Traje mucho para brindarles y se mostraron extremadamente cooperativos; desmenuzamos partituras, anotaban todo.  En algunas orquestas se manifiesta una postura profesional  de rechazo al director... literalmente hay que convencerlas para que toquen, lo cual puede resultar muy difícil.  Pero la O.S.G. estuvo dispuesta al esfuerzo, ella deseaba que se le exija lo mejor.  Entre ensayos y concierto, vivimos un proceso integral de crecimiento humano”.

                                               ¡Tremendos besos!

    Recuerdo a David Barg en concierto, dándonos la espalda por dos horas, aderezo visual para el festín auditivo de esa noche.  Cuando sus brazos se elevan al iniciar una obra, suben con ellos adrenalina que derraman a borbotones sobre la orquesta.  Ni gracioso, ni elegante, ni solemne;  arranca música para luego estrujarla contra el alma del oyente; si no, destila sonidos en adagios  agónicos, muriendo él también de alguna manera.  Al concluir, agradece; demanda aplausos para los capot  -a quienes hace incorporar a recibirlos- y emocionado estampa tremendos besos en la azorada mejilla del  concertino.  Barg expone:  “Resulta indispensable establecer respeto musical hacia la personalidad interpretativa individual.  Decidir tocar a plenitud es amor propio del intérprete;  conseguir actitud positiva hacia mí, como director, es producto de que cada músico sabe que lo aprecio como persona y realmente valoro su esfuerzo y dedicación volcados en la orquesta”. 

   “Claro, existen directores fríos, rudos inclusive, que obtienen magníficos resultados.  Pero mi estilo personal es muy afectuoso pues he sido músico de orquesta y sé cómo es ‘el asunto’.  Mejor asumo que la gente puede y va a tocar bien, entonces hago lo posible por crear un cálido, positivo ambiente; que se sientan felices con ellos mismos, sin abstenerse de opinar; básicamente procuro comunicación”.

 “Vivir es muy arduo, todos necesitamos inspiración espiritual, no sólo religiosa, sino espiritualidad humana pura.  Despertarla es algo que la música logra, sobre todo si canaliza vitalidad de intérpretes llenos de intensa inspiración. Mi tarea consiste en estimularlos a tocar con sensibilidad, emoción, apasionamiento.  Tengo la ‘estrategia’ de pedir siempre MÁS, quiero más:  que suene más débil, más fuerte, deseo más belleza en el sonido, más ataque,  más crescendo... quiero siempre más.   Para conseguir esto de una orquesta,  debo alzar los brazos, agitarlos, gritar... cualquier cosa que extraiga el nivel de calidad y sentimiento necesarios para dejar a la música realizar ese milagro de inspirar al escucha”.

   ¿También usted percibe al pedagogo?  Sí.  Hasta por internet comparte su experiencia en el site http://at.classicalarchives.com/learning/ con un tratado personal sobre la interacción músicos-director y cómo optimizar resultados.  Master de Columbia University en Historia y Sociología,  muchos de sus esfuerzos actuales van orientados a la formación de jóvenes músicos y futuros colegas.  Preside el Instituto Barg de Educación para Directores con sede en EE.UU.  En la antípoda, David es asesor del Departamento  de Artes New South Wales  (Australia) y profesor invitado de la Universidad de Sydney.

   Huésped frecuente,  David Barg imparte talleres a la Symphony Australia,  organización que supervisa las principales orquestas del país.  Entre otros conciertos,  el año pasado ejecutó la Primera Sinfonía de Mahler en el Sydney Town Hall, comandando a la orquesta de la ciudad.  Espera en su agenda el Réquiem de Verdi que presentará en la Sydney Opera House,  este logro quedará documentado en CD, para consuelo de quienes no estaremos ahí.

    “Las orquestas son voces muy importantes de una sociedad.  Voces de música, espiritualidad, pureza, inspiración.  Voces que deberían ser fuertemente apoyadas e impulsadas a nivel de agrupaciones profesionales y de ensembles infanto-juveniles”.

                                              “Sí, soy judío”

   Estadounidense,  Barg aprendió a querernos.  Se involucró en esta cultura con milenios de indio y centurias de español, según lo canta Mercedes Sosa.  Al hablar, vetas de oro en sus ojos chisporrotean hasta encenderse. Aunque su paso fue breve, saboreó nuestras tierras:  “La música del Ecuador me cautiva muy profundamente”,  musita, “en especial me toca lo andino”. 

   Se asombra ante mi detector étnico:  “Sí,  soy judío.  Proveniente de Rusia.  Mis padres fueron grandes apreciadores musicales y asistíamos a todo concierto de la Orquesta Sinfónica de Filadelfia; aunque en mi familia no había músicos –soy el primero-, siempre recibí apoyo máximo a mis anhelos y objetivos.  Nadie pudo tener más suerte que yo respecto a sus padres”, recuerda quien a los quince años ganó la Young Artists Competition y debutó como solista de aquella orquesta que lo fascinara desde su infancia. 

  Hijo de Saturno y porque los  genes pesan,  David Barg sabe sacar cuentas:  “En los EE.UU.  se ha demostrado estadísticamente que todo apoyo a orquestas no sólo beneficia al arte ‘por el arte’:  niños y jóvenes involucrados en ellas se mantienen lejos de pandillas, drogas, delincuencia... agreguemos que es buen negocio, pues para asistir a eventos culturales, mucha gente  compra ropa elegante o gasta en lavandería, gasolina para el automóvil, pasaje de taxi o autobús, más la cena fuera después del espectáculo... todo lo cual comprueba también que, en los EE.UU., un dólar invertido en arte genera siete en la economía nacional.  Cualquier ciudad tiene tantas razones para apoyar la cultura, que no hacerlo es necio”.

 

Créditos de la(s) foto(s) de este artículo:
www.classicalarchives.com
Central Coast GrammarSchool:

http://www.ccgs.nsw.edu.au/students/music/berg.html

http://www.classicalarchives.com/bios/boccherini_bio_hl.html