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CARLOS
ÁLVAREZ
Y LAS MALAS COMPAÑÍAS
Por
Fernando López Vargas-Machuca.
Lee su curriculum.
Sevilla,
Teatro de la Maestranza. 3 de febrero de 2002. Recital de Carlos Álvarez
(barítono). Orquesta Filarmónica de Málaga, dirigida por Daniel Lipton.
Arias de Mozart, Donizetti, Bizet y Verdi. Romanzas de Moreno Torroba,
Alonso, Serrano, Pérez Soriano y Soutullo y Vert. Páginas orquestales de
Rossini, Bizet, Chapí y Giménez.
El
cada vez más encumbrado barítono malagueño Carlos Álvarez había
actuado poco en Sevilla. Tan sólo una gala de zarzuela con la Sinfónica
en diciembre de 1992 -entonces no era conocido- y los Puritani de
la anterior temporada. Se hacía evidente que habiendo alcanzado tan
elevada categoría internacional tenía que demostrar en una gala de
lucimiento personal sus excepcionales cualidades. Pues bien, la deuda
pendiente se ha saldado y el inequívoco triunfo del cantante no hace sino
despertar aún más expectativas en torno a su intervención en el Otello
que abrirá la próxima temporada del Maestranza.
Tres
son las armas del artista. La primera, una materia prima de excepcional
calidad manejada con gran soltura técnica (por suerte no se evidenciaron
los problemas que han lastrado algunas de sus intervenciones de sus últimos
meses). La segunda, un infalible instinto musical que le permite vencer y
convencer con su temperamento viril, intenso y entregado, de una
"rusticidad elegante" de lo más atractiva. La tercera, un porte
simpático y campechano, cómplice, que se mete desde el primer momento al
respetable en el bolsillo, y logra que público y crítica le perdonen
ciertos "pecadillos" a los que abajo nos referiremos.
En
el programa, cuatro arias operísticas de temática preferentemente
sevillana, otras tantas romanzas de zarzuela y dos más de propina;
predominio de lo agradecido por el público, pues, aunque no siempre lo más
adecuado para exhibir todo su potencial. Por lo demás, se confirma
nuevamente la evolución de su instrumento desde terrenos clásicos y
belcantistas (la coloratura no la resuelve ya con plena facilidad) hasta
el mundo verdiano. Su Mozart y su Donizetti (Bodas y Favorita)
resultaron magníficos; casi lo mismo podemos decir de su Bizet, por mucho
que Escamillo no le sea del todo adecuado.
Pero
es en Verdi donde da lo mejor de sí. Su acongojante muerte de Posa -Don
Carlo fue su gran triunfo en Salzburgo- puede parangonarse con la de
cualquiera de los grandes cantantes del pasado y del presente, por su
adecuación instrumental, la plena rigurosidad estilística (¡qué difícil
es que Verdi suene a Verdi!), la absoluta comprensión del personaje y sus
circunstancias, y su apabullante sinceridad expresiva. ¿El mejor barítono
verdiano del momento? Probablemente.
Por
eso nos dio un poco de lástima que consagrara más de la mitad de sus
intervenciones al mundo de la zarzuela, que no es el que mejor le va. Hizo
exhibición de sus excepcionales dotes y de una frescura envidiable, pero
a nuestro juicio no en todo momento fraseó con la intencionalidad y la
atención al matiz de la primera parte de la gala. Claro está que ofrecer
tan soberbiamente cantadas y con un temperamento tan inequívocamente
"masculino" algunas de las más célebres romanzas para barítono
iba a granjearle el favor del público. Y así fue. Cortó dos orejas y
rabo y, tras firmar multitud de discos, salió por la puerta grande.
La
Filarmónica de Málaga (flojos metales, notables solistas) cumplió
dignamente, pero la batuta de Daniel Lipton se mostró de lo más
irregular. Tuvo momentos francamente buenos, pero en la mayor parte de sus
intervenciones se mostró despistado -convencieron poco sus numerosos
"hallazgos"- y en más de una ocasión resultó vulgar y hasta
chabacano. Especialmente mediocres ciertos números de la Suite de Carmen
y el acompañamiento de Mozart y Verdi.
¿Por
qué se contó con un señor que ha batido el récord de malas críticas
con su Rigoletto del Real, también con Álvarez? Seguramente por
el mismo motivo que cuando actúa el barítono malagueño le acompañan
indefectiblemente determinados cantantes y directores. Él sabrá lo que
hace, pero no parece que beneficie a un artista de semejante talento
trabajar asiduamente con batutas como las de Daniel Lipton o Miquel
Ortega. Quisiéramos que el malagueño terminara de convertirse en el
mejor barítono del mundo, y ya se sabe que el que a buen árbol se
arrima...
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