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Número 25º - Febrero 2.002


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CARLOS ÁLVAREZ
Y LAS MALAS COMPAÑÍAS

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 3 de febrero de 2002. Recital de Carlos Álvarez (barítono). Orquesta Filarmónica de Málaga, dirigida por Daniel Lipton. Arias de Mozart, Donizetti, Bizet y Verdi. Romanzas de Moreno Torroba, Alonso, Serrano, Pérez Soriano y Soutullo y Vert. Páginas orquestales de Rossini, Bizet, Chapí y Giménez.

El cada vez más encumbrado barítono malagueño Carlos Álvarez había actuado poco en Sevilla. Tan sólo una gala de zarzuela con la Sinfónica en diciembre de 1992 -entonces no era conocido- y los Puritani de la anterior temporada. Se hacía evidente que habiendo alcanzado tan elevada categoría internacional tenía que demostrar en una gala de lucimiento personal sus excepcionales cualidades. Pues bien, la deuda pendiente se ha saldado y el inequívoco triunfo del cantante no hace sino despertar aún más expectativas en torno a su intervención en el Otello que abrirá la próxima temporada del Maestranza.

Tres son las armas del artista. La primera, una materia prima de excepcional calidad manejada con gran soltura técnica (por suerte no se evidenciaron los problemas que han lastrado algunas de sus intervenciones de sus últimos meses). La segunda, un infalible instinto musical que le permite vencer y convencer con su temperamento viril, intenso y entregado, de una "rusticidad elegante" de lo más atractiva. La tercera, un porte simpático y campechano, cómplice, que se mete desde el primer momento al respetable en el bolsillo, y logra que público y crítica le perdonen ciertos "pecadillos" a los que abajo nos referiremos.

En el programa, cuatro arias operísticas de temática preferentemente sevillana, otras tantas romanzas de zarzuela y dos más de propina; predominio de lo agradecido por el público, pues, aunque no siempre lo más adecuado para exhibir todo su potencial. Por lo demás, se confirma nuevamente la evolución de su instrumento desde terrenos clásicos y belcantistas (la coloratura no la resuelve ya con plena facilidad) hasta el mundo verdiano. Su Mozart y su Donizetti (Bodas y Favorita) resultaron magníficos; casi lo mismo podemos decir de su Bizet, por mucho que Escamillo no le sea del todo adecuado.

Pero es en Verdi donde da lo mejor de sí. Su acongojante muerte de Posa -Don Carlo fue su gran triunfo en Salzburgo- puede parangonarse con la de cualquiera de los grandes cantantes del pasado y del presente, por su adecuación instrumental, la plena rigurosidad estilística (¡qué difícil es que Verdi suene a Verdi!), la absoluta comprensión del personaje y sus circunstancias, y su apabullante sinceridad expresiva. ¿El mejor barítono verdiano del momento? Probablemente.

Por eso nos dio un poco de lástima que consagrara más de la mitad de sus intervenciones al mundo de la zarzuela, que no es el que mejor le va. Hizo exhibición de sus excepcionales dotes y de una frescura envidiable, pero a nuestro juicio no en todo momento fraseó con la intencionalidad y la atención al matiz de la primera parte de la gala. Claro está que ofrecer tan soberbiamente cantadas y con un temperamento tan inequívocamente "masculino" algunas de las más célebres romanzas para barítono iba a granjearle el favor del público. Y así fue. Cortó dos orejas y rabo y, tras firmar multitud de discos, salió por la puerta grande.

La Filarmónica de Málaga (flojos metales, notables solistas) cumplió dignamente, pero la batuta de Daniel Lipton se mostró de lo más irregular. Tuvo momentos francamente buenos, pero en la mayor parte de sus intervenciones se mostró despistado -convencieron poco sus numerosos "hallazgos"- y en más de una ocasión resultó vulgar y hasta chabacano. Especialmente mediocres ciertos números de la Suite de Carmen y el acompañamiento de Mozart y Verdi.

¿Por qué se contó con un señor que ha batido el récord de malas críticas con su Rigoletto del Real, también con Álvarez? Seguramente por el mismo motivo que cuando actúa el barítono malagueño le acompañan indefectiblemente determinados cantantes y directores. Él sabrá lo que hace, pero no parece que beneficie a un artista de semejante talento trabajar asiduamente con batutas como las de Daniel Lipton o Miquel Ortega. Quisiéramos que el malagueño terminara de convertirse en el mejor barítono del mundo, y ya se sabe que el que a buen árbol se arrima...