Revista mensual de publicación en Internet
Número 25º - Febrero 2.002


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EL TRIUNFO DE LA CREATIVIDAD

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 27 de enero. W. A. Mozart: La flauta mágica. R. Sacca, O. Sala, M. Goerne, V. Esposito, S. Milling, E. Sánchez, S. Fontana, B. Lanza, C. Subrido, S. Pondjiclis, A. Salvan, F. Santiago, M. de Diego. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza. Tolzer Knabenchor. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. J. Pons, director musical. J. Font (Els Comediants), director escénico. Coproducción del Gran Teatre del Liceu de Barcelona, Festival Mozart de La Coruña y Festival Internacional de Música y Danza de Granada.

Una auténtica gozada la Flauta Mágica que ha ofrecido el Teatro de la Maestranza. Y lo ha sido no sólo por su notable nivel musical, sino fundamentalmente por la fascinante labor escénica de Joan Font, es decir, de Els Comediants. Estaba cantado que esta originalísima producción del Liceo tenía que verse, tarde o temprano, en la ciudad de la Giralda. Los sevillanos han quedado encantados, al tiempo que ha vuelto a evidenciarse que el trabajo, la imaginación, la coherencia y el buen gusto son los auténticos valores de una gran puesta en escena, mucho antes que el despliegue de medios técnicos o el seguimiento de todas y cada una de las indicaciones del libreto.

Claro que, habiendo originalidad y creatividad a raudales, no se puede hablar aquí de trasgresión pensada para “epatar a la burguesía”, ni de narcisismo, ni de ataque al espíritu de la obra, ni de ninguno de esos vicios de algunos directores de escena que presumen de modernos. Por otra parte, y tratándose de una propuesta que parece incidir en la vertiente naif y popular de la obra mozartiana, el resultado no ha sido en absoluto superficial. Antes al contrario, los aspectos reflexivos, filosóficos si se quiere, salen a flote sin necesidad de forzarlos merced al gran cuidado a la hora de definir personajes y situaciones. Aunque algunos sigan pensando lo contrario, con una puesta en escena llamativa como ésta la obra original no sólo pierde protagonismo, sino que adquiere una dimensión más amplia. Mozart se va visto perfectamente servido.

No vamos a entrar en detalles sobre la propuesta de Font, inteligentísima en lo conceptual. Tampoco sobre su plasmación material, aunque se lo merezca la bellísima labor de Joan Guillén. El lector, si lo desea, puede consultar haciendo clic en este enlace el extenso análisis que nuestro compañero Ángel Riego realizara en el número 17 de Filomúsica. Más interesa ahora señalar que Els Comediants afrontan un nuevo reto operístico este verano en el Festival de Peralada con Orfeo y Eurídice de Gluck. Sería un enorme acierto por parte del coliseo hispalense apuntarse, desde ahora mismo, el tanto de vincularse a esta nueva producción.

Por lo que a la vertiente musical respecta, si tenemos bien presente que es éste un título particularmente difícil -hacen faltan más mimbres vocales de primera que en la mayoría de los títulos de repertorio-, hemos de concluir que el Maestranza ha alcanzado un estupendo nivel vocal. Eso sí, no siempre las grandes estrellas han sido las más brillantes. Por ejemplo, ese magnífico liederista que es Matthias Goerne ofreció un Papageno de muy escaso interés. Cantó estupendamente, como era de esperar en un divo de semejante categoría; sin embargo, su estilo mozartiano resulta discutible y su identificación con el personaje, de la que presumió en la rueda de prensa -con él triunfó en Salzburgo-, se nos antoja inexistente. La conocida aria de entrada, bajo mínimos expresivos.

El triunfo vocal fue para la joven soprano valenciana Ofelia Sala, una Pamina magníficamente cantada, de exquisita musicalidad e intensamente sentida: nueva demostración de que no hace falta contar con nombres de campanillas para montar un buen Mozart. Roberto Sacca (éste sí, una estrella internacional) es dueño de una voz bella y poderosa, conoce bien el estilo y se entrega de manera verdaderamente encomiable. El aria del retrato le salió regular -la voz tendía a abrírsele-, pero la mayor parte de sus intervenciones fueron admirables por su sinceridad y arrojo expresivo, componiendo un notabilísimo Tamino.

Valeria Espósito se estrelló irremisiblemente contra las endiabladas agilidades de la Reina de la Noche. Por contra, resultó muy estimable el Sarastro de Stephen Milling, si bien a veces le costaba trabajo mover su magnífico instrumento. Estupendo Emilio Sánchez en un papel, el de Monostatos, que se conoce al dedillo. Desequilibrado el conjunto de las tres damas, un tanto decepcionantes los tres muchachos para proceder del prestigioso Tölzer Knabenchor, y bien en esta ocasión el coro de la Asociación de Amigos del Maestranza. Señalemos finalmente el lujo de contar con Beatriz Lanza para Papagena, aunque estuviese en lo canoro por debajo de su nivel habitual (en lo escénico, divina). En definitiva, un elenco escogido en general con gran acierto.

La dirección musical, sólida y funcional, resultó correcta sin más. Hubo brío, incisividad y claridad de texturas, pero no terminó de convencer. El problema no fue que Josep Pons se centrara más en los aspectos lúdicos que en los “filosóficos”, sino que su Mozart careció de la flexibilidad, la calidez de fraseo y la elegancia que son consustanciales a la música del salzburgués. Más bien resultó rígido y plano. Además, los desajustes fueron numerosos, sobre todo en el primer acto. Quizá con otra batuta se podía haber sacado más provecho de la espléndida Sinfónica de Sevilla. ¿Porqué no se contó con ese excelente mozartiano que es Ros Marbá? ¿Y nadie pensó en Juan Luis Pérez, que tanto trabaja con la ROSS? El maestro jerezano ofreció no hace mucho en su ciudad una Flauta más interesante que la del director catalán.

Sea como fuere, el Maestranza ha revalidado el monumental éxito del Andrea Chénier. A ver si la Electra alcanza este mismo nivel. Pero antes, en “formato reducido”, tenemos una cita del mayor interés: Lo Speziale de Haydn. Ya les contaremos.