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Número 26º - Marzo 2.002


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Cantar de Coimbra, huella de un pasado

Por Isabel Francisca Álvarez Nieto.  


Huella

Portugal, el país vecino, es también el gran olvidado. Muy poco se conoce de él, muchas veces porque la cultura social se orienta hacia "la gran Europa" o porque se le salta para cruzar el Atlántico en busca de las tendencias americanas. Por unos u otros motivos, este cercano reino sigue siendo un misterio para muchos.

Con la intención de que esto se corrija trataré de hacerles llegar mensualmente un pedacito de la música lusófona, que a poco que se la conozca, enamora.

Comenzaremos con el fado que, con su carácter melancólico, es sin duda la canción más representativa de Portugal; popularidad que se encuentra íntimamente ligada a la comunidad universitaria, aunando en este discurso musical, estético y cultural a todos los individuos que la componen.

El Fado de Coimbra, del que hablaré en esta ocasión, representa a la concurrencia estudiantil a la que acoge, adaptándose, a merced de factores endógenos y exógenos, a su propia realidad académica.

El fado es una canción popular asociada a la vida bohemia e ideada en un ambiente geográfico y arquitectónico concreto, de callejuelas por las que tenía lugar la lamentación amorosa o los rituales de seducción.

Su origen, sin embargo, no es totalmente nítido, aunque la tendencia más fundamentada remite al lundum, procedente de los negros de Brasil, que habría sido extendido por Lisboa en 1822, al regreso de Juan VI.

De este modo, en la segunda mitad del siglo XIX, surge el Fado de Coimbra, como resultado de una síntesis de géneros musicales ligados algunos de ellos a las hogueras de S. Juan y a las marchas de Semana Santa.  


Escalera

En sus primeros treinta años, la poética del fado era acompañada por la viola Toeira, siendo esas primeras composiciones baladas influenciadas por las tendencias palaciegas de la época y por arias de la ópera italiana.

A finales de este período se produce, debido a dos estudiantes lisboetas, la sustitución de la viola por la guitarra y la designación de fado a estas composiciones; aunque eran muchos los que argumentando motivos de estética musical continuaban con la habitud.

A finales del siglo XIX y principios de XX el Fado de Coimbra despertó su faceta más romántica, lo que supuso una ruptura con la anterior forma operística de cantar, orientándose hacia un estilo más dolorido y con una voz más quebrada y sentida. Consecuencia de esto fue el gusto por argumentos mórbidos y nocturnos.

Pero pronto surgen movimientos de ruptura con esta tendencia, que marcan la definitiva personalidad del Fado de Coimbra como género musical. Dos nombres destacan de este grupo de artistas presencistas, Edmundo Bettencourt y Artur Paredes. Este último introdujo además algunas alteraciones a la guitarra coimbrana que la harían inconfundible.

En la segunda mitad del siglo XX surgió un grupo de artistas dedicado al estudio de la música antigua y a la música del cancionero popular.

Y en los albores de los años 60 surge una nueva tendencia de intervención y denuncia social que, aun rompiendo con el estilo clásico de cantar,  privilegiaba el uso de la viola frente a la guitarra. Se trataba de un género a caballo entre lo romántico y los popular.

De este modo, en 1960 conviven dos movimientos opuestos, la línea clásica y la canción de intervención. Esta última se impondría favorecida por la convulsión social que llevó a muchos a la denuncia en favor de los derechos humanos y que desembocaría en la Crisis Académica del 69 que, a pesar de los esfuerzos de algunos artistas, ahogó al fado.

En el 78, y a raíz de un cambio político en el sistema académico, se organizó un seminario sobre el Fado de Coimbra en el que se puso de manifiesto el fervoroso interés por recuperarlo.

Fue precisamente en este seminario donde, tras un estudio sobre su origen y evolución, se resolvió llamarlo Canción de Coimbra por representar así de mejor forma las condiciones sociológicas y culturales en las que nació y se desarrolló.

Se recuperan así baladas como la de Machado Soares  Coimbra ten mais encanto”, convirtiéndose en símbolo y estandarte del canto colectivo.

Desde entonces el fado no sufriría cambios en su estructura, quedando formulado en compás binario y en dos partes, la primera en tono menor y la segunda en tono mayor.

A partir de ese momento la Asociación  Académica le dedicó una sección propia y la Cámara Municipal puso en marcha una escuela de cantantes y guitarristas.

A lo largo de los últimos, el fado coimbrano se ha sustentado en las acciones de conocidas figuras, aunque nuevos grupos van introduciendo detalles del panorama académico actual. Quizás así vayan asumiéndose esquemas tradicionales, historia viva de la Canción de Coimbra, para transmitirlos a las generaciones futuras.

Este recorrido histórico-musical ha llegado a su fin; en el próximo artículo les daré a conocer el instrumento acompañante y guía del fado por excelencia, la guitarra portuguesa.