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Número 26º - Marzo 2.002


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¡AGUDOS FUERA! 

Por Ignacio Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum.

 

 

Hacía 22 años que Il Trovatore no se representaba en La Scala de Milán y como en otras ocasiones Riccardo Muti ha sido el encargado de poner fin a este ostracismo milanés hacia unos de los títulos más populares del compositor de Busetto. Las representaciones para la grabación que ahora publica SONY CLASSICAL (S2K 89553) proceden de la inauguración de la temporada en La Meca verdiana en Diciembre de 2000.

Muti que ha usado la edición crítica de David Lawton pretende limpiar la obra de algunos vicios que la tradición ha impuesto. Tradición que, por cierto, es casi antigua como la propia partitura y que para muchos aficionados representa la sal de la obra. No es de extrañar que haya sido Muti el responsable de este enfoque. Su interés filológico es bien conocido y por ello es poco querido en los círculos operísticos más italianistas. El caso es que Muti ha querido romper los malos hábitos asociados a la obra como los agudos no previstos por Verdi y restaurar lo que el compositor escribiera como las indicaciones dinámicas que generalmente no se toman en cuenta. 

Las declaraciones del director milanés durante el estreno de esta versión “No convirtamos el Año Verdi en un circo” volvió a sembrar la polémica entre los aficionados milaneses con los que Muti mantiene un pulso casi histórico. En todo caso, la visión impuesta por Muti presta especial atención al papel de la orquesta y su función dramática, a los silencios de la partitura, al carácter tenebrista sugerido por la mayoría de las escenas y al lacerante efecto de los recuerdos.

Parece ser que fue el tenor y amigo de Verdi, Tamberlick el que se inventó un Do sobreagudo allí donde Verdi escribiera un Sol para deslumbrar al respetable. Y así empezó la tradición que llega hasta nuestros días. Por muy brillantes que puedan resultar cuando están bien delineados -cosa que no ocurre con demasiada frecuencia- tanto sobreagudo puede distraer la atención del discurso musical. En vivo los tenores parecen estar únicamente pendientes del momento en cuestión y hacen todo tipo de tretas como no cantar con el coro y así reservarse para atacar el sobreagudo final. Eso sí, le añaden mucho morbo a la ópera y si faltan...polémica asegurada. Aunque en esta grabación se oyen aplausos al término del aria, la bronca fue sonada cuando el tenor por orden de Muti no subió a las alturas el día del estreno.

Il Trovatore es como Ernani una ópera a cuatro. Pide cuatro cantantes protagonistas de relieve pues las cuatro partes son de gran exigencia vocal y expresiva. Pocas grabaciones, por no decir ninguna, tienen los cuatro intérpretes ideales. Esta versión de Muti no se libra de esta lacra. Manrico pide un tenor spinto que debe tener fuerza y empuje para sus partes más comprometidas así como ser lírico y delicado en otros momentos. Leonora es una dramática coloratura pero también con momentos de gran dulzura y lirismo a los que la voz se ha de plegar perfectamente para expresar la fragilidad de este atormentado personaje verdiano. Azucena, casi tan protagonista como la propia Leonora, es un papel temperamental y vengativo para mezzo que requiere una gran intensidad dramática y debe alcanzar el Do5 por arriba. El Conde pide un barítono de extensión generosa, volumen, brillo y que debe preparar su instrumento para la maldad que la parte exige así como la humanidad y nobleza de su aria “Il Balen del suo sorriso”. Como se ve, difícil papeleta el conseguir un reparto que reúna todas estas características. 

En esta nueva versión el papel de Manrico ha recaído en un joven tenor descubierto por el propio Muti que es digno protagonista. Salvatore Licitra a pesar de su juventud posee medios suficientes para emparentarse con otros grandes Manricos. Su voz, con un ligero descaro en la zona alta, a veces recuerda a la del joven Pavarotti. Muestra penetración en la parte, arrojo y decisión, un canto apasionado, squillo y también lirismo allí donde se pide. ¡Qué delicadeza en la frase “Non ferir!” apianando con suavidad y mostrando al comienzo del dúo un legato de gran factura. 

En su aria “Ah!, sì ben mío” hace una lectura de gran belleza con una voz muy templada que respira con la música. Licitra de timbre soleado -sin tener el ímpetu de Corelli, la autoridad de Bergonzi o la belleza de Carreras- ofrece un final de aria intenso y sin el menor atisbo de fatiga. En la cabaletta “Di quella pira” llevada por Muti a un tempo endiabladamente rápido canta con naturalidad y desahogo, muestra estilo y valentía a pesar de que, claro está, no hay ninguno de los dos sobreagudos tradicionales. Aquí Muti realiza unos interesantes crescendi finales que aportan urgencia al momento y que a su modo sirven para compensar la falta de sobreagudos. Hay que notar que en la cabaletta Licitra realiza los grupos de cuatro semicorcheas al comienzo con nitidez, cosa que muchos obvian en vivo y también en estudio. Detalles así son los que dan lustre a una interpretación. Por tanto, no es Licitra un cantante más. Habrá que ver su evolución pero ahora muestra un instrumento en condiciones que consigue entusiasmar y pasa a engrosar la lista de jóvenes tenores de importancia junto a Roberto Alagna, Marcelo Álvarez y José Cura, entre otros.

Barbara Frittoli resulta ser demasiado lírica para el personaje. Su interpretación, aún con aciertos, en conjunto no termina de convencer pues le falta carácter y no transmite el sufrimiento del personaje. Compensa un a veces indisciplinado vibrato con delicadeza en la emisión y unos agudos etéreos que revelan la fragilidad del personaje. En la cabaletta “Di tale amor” hace bien la coloratura aunque sin brillo. En su aria “D’amor sull’ali rosee” realiza un final tenue pero no llega a la capacidad comunicativa de Callas, a la facilidad de Stella o al inigualable y casi irreal final de Caballé (Florencia, 1968). No tan bien está en el famoso “Miserere” donde la voz se le queda algo atrás sin conseguir dar unos graves rotundos como hace Price (mejor con Karajan/Salzburgo que con Mehta). Muti no sólo incluye la cabaletta posterior sino que pide la repetición lo cual es mucho pedir en vivo. A Frittoli no le falta coraje ante tanto esfuerzo aunque ya puestos se le podía haber exigido una mayor comunión con el texto. De todos modos, Frittoli demuestra musicalidad y naturalidad en su canto. Bellísima su frase final antes de expirar “Prima che d’altri....” hecha con delicadeza y determinación reveladora además de su amplio fiato.

Desde Sherril Milnes y Piero Cappuccilli, el último gran barítono verdiano, no abundan los barítonos que puedan disfrutar de tal calificativo. Tras ellos surgieron otros de menor entidad como Renato Bruson, Leo Nucci, Joan Pons, Thomas Hampson, y finalmente, Alexandru Agache y Dmitri Hvorostovsky. Una nueva generación se abre camino ahora con nombres como Carlo Guelfi, Franco Vasallo, Roberto Frontali, Carlos Álvarez y Ambroggio Maestri pero aún es pronto para hacer muchas valoraciones. 

Quizás Muti se decidiera por Leo Nucci por la solvencia y las tablas que aporta al reparto pues es un cantante hábil y experimentado aunque ya no esté para muchos trotes evidenciando un instrumento algo destimbrado. Puede ser una garantía pero como decimos no brilla especialmente. Su voz suena empañada, nasal y esforzada en la zona alta. El aria del Conde que todo aficionado espera es “Il balen del suo sorriso” en la que Nucci demuestra escasa matización. Tampoco está muy sobrado en “Per me, ora fatale” que resulta algo estentóreo aunque delinea sus notas staccato con claridad y musicalidad en “Rapirti a me”. Su mejor momento es el dúo final con Leonora en el que demuestra flexibilidad y fuerza expresiva. A su oscura voz le va el papel de malo y eso salva su interpretación. Es una pena que la orquesta les tape en el tramo final. 

Llegamos a la mezzo Violeta Urmana. Más conocida por sus recreaciones wagnerianas, la cantante demuestra que aún sin tener el color, ni el estilo de otras grandes de su cuerda, es capaz de dar credibilidad a su parte con una línea de canto asombrosa. Urmana es más reflexiva que vengativa. Su visión del papel es contenida y se aleja del excesivo dramatismo impuesto por una Cossotto. Su instrumento es amplio, timbrado, potente y la parte, bien cincelada, en ningún momento le queda grande. Extraordinaria su “Stride la vampa” donde su voz bien centrada y con volumen campanea en el registro bajo con un firme declamato previo a su frase “Mi vendica”. Otro momento destacado es el intenso y dramático dúo con Manrico en el que asciende con facilidad al agudo final en “Tu la spremi dal mio cor!” aunque se le note cierta fatiga. Es el precio del directo.

Seguramente se pueda afirmar que estamos ante uno de los Trovatores mejor dirigidos donde Muti se convierte en el quinto protagonista con derecho propio. El director milanés se acerca a la partitura con enorme respeto y nada de lo que se oye suena vulgar. Con pulso firme y tempi rápidos crea un lienzo de contrastes dinámicos y gran teatralidad, sin caer en la espectacularidad gratuita de otros. Impresionante el larguísimo y oprimente silencio al final del segundo acto previo al "Sei tu dal ciel disceso" de Leonora. A diferencia de la partitura tradicional, aquí la soprano ataca sola la repetición de esta frase en un crescendo sensacional que sólo un Muti es capaz de hacer. El milanés acompaña a las voces con delicadeza mozartiana y sabe ser misterioso y fogoso al mismo tiempo. Los finales, siempre son emocionantes y a uno le queda la sensación de haber asistido a una gran velada lo cual no es decir poco en estos tiempos.

En conjunto, una versión muy completa -extraordinarios coro y orquesta- con aciertos parciales pero que no se libra de la peligrosidad de conformar un reparto para este título. Su escucha no defraudará.