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Número 27º - Abril 2.002


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VALERY GERGIEV Y LA ORQUESTA MARIINSKY EN OVIEDO

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.

Oviedo, Auditorio Príncipe Felipe. 19 de marzo de 2002. Shostakovich: Concierto para piano nº 1 en do menor, Op. 35 (solista: Alexander Toradze). Mahler: Sinfonía nº 6. Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. Director: Valery Gergiev.

Había expectación en ciertos círculos de aficionados por lo que nos ofrecería el concierto de Gergiev con "su" orquesta, la que había formado a su imagen y semejanza para la Ópera de San Petersburgo, y que tantas grabaciones ha hecho para Philips, fundamentalmente de ópera rusa. Gergiev es uno de los directores más elogiados por el famoso crítico inglés Norman Lebrecht en su no menos famoso libro El Mito del Maestro, donde se le presenta como uno de los tres o cuatro mejores directores del mundo de entre los nacidos después de 1950. El programa, en principio parecía interesantísimo, una forma de mostrar a Mahler como precursor de Shostakovich (y a su vez influido por Tchaikovsky, es decir, un Mahler "en ruso").

Pues bien, los resultados no sólo no han defraudado las expectativas planteadas, sino que han superado todo lo que se esperaba, convirtiendo lo escuchado el 19 de marzo en el Auditorio de Oviedo no sólo en "el concierto del año", sino de unos cuantos años.

En primer lugar, habría que hablar de la orquesta: los tiempos en que decir "orquesta rusa" era sinónimo de "metales desafinados" parecen haber pasado a la historia. Aquí encontramos una cuerda de afinación impecable, unos vientos (maderas y metales) que se empastan bien en el conjunto y, en general, una orquesta que no desmerece en nada de la Philharmonia de Londres que escuchábamos hace poco en el mismo Auditorio de Oviedo.

Pero lo más asombroso de esta orquesta es su capacidad asombrosa para las gradaciones dinámicas, es decir, entre el "pianissimo" y el "fortissimo" hay miles de matices intermedios, la riqueza expresiva que se consigue con esto es enorme, y parece que llegara sin esfuerzo (lo que significa que deben haberlo ensayado mucho): hubo momentos, donde de un "tutti" estruendoso se pasaba inmediatamente a un susurro, que dejarán recuerdo en todo el que los haya escuchado. Por si fuera poco, la orquesta no ha perdido su carácter "ruso", y sigue teniendo el sonido apasionado, arrebatado, típico de las orquestas rusas, pero unido a un refinamiento orquestal que parecía (hasta ahora) al alcance sólo de los occidentales, con lo que se unen lo mejor de ambas escuelas.

En la primera parte, el Concierto para piano nº 1 de Shostakovich sonó todo lo "idiomático" y "ruso" que era de esperar, con el añadido de un refinamiento orquestal mecionado; para alcanzar la categoría de versión de referencia se necesitaría un pianista a la misma altura y Toradze estuvo muy bien, un poco "burro" (lo que no queda mal en esta obra) en las partes violentas, que quedaron bien servidas, aunque en las líricas no exprimió hasta el fondo lo que puede dar la obra.

Todo el virtuosismo orquestal que podía dar la Orquesta del Mariinsky se puso en la segunda parte al servicio del concepto interpretativo de Gergiev, decidido a mostrarnos una Sexta de Mahler más arrebatada y "salvaje" que nunca; incluso la última de grabación de Bernstein parece menos neurótica en comparación. El rapidísimo comienzo del primer movimiento ya anticipaba lo por venir: una versión perfecta en lo técnico y de fuerza dramática enorme, a la que, por poner algún reparo, sólo se le podría reprochar que no sonara a "vienés" en los pasajes que parecen demandarlo, algo perfectamente asumible pues, como dijimos, se esperaba asistir a un "Mahler hablando en ruso". Pero a partir del segundo movimiento, incluso los pasajes de sabor "vienés" le sonaron "idiomáticos" a Gergiev, los momentos más líricos eran paladeados sin prisa (la obra en conjunto le llegó a los 90 minutos), contrastando más aún con los pasajes "brutales", y con ello podemos hablar ya de una interpretación de referencia. El final fue una verdadera catarsis e hizo "sufrir" al público (como debe ser en esta obra). En fin, una interpretación tan excepcional que nos hace demandar que fuera grabada por algún sello discográfico.