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CINE
Y MUSICA: AMADEUS, EN EL RECUERDO
Por Ángel
Riego Cue
Sin duda la película más famosa, más vista y
también más polémica de las que han ilustrado la vida
de grandes músicos es "Amadeus", que consiguió
convertir a Mozart en una figura de los medios de
comunicación de masas, a casi 200 años de su muerte;
con la ayuda, por supuesto, de los 8 premios Oscar que
recibió de la Academia de Hollywood, entre ellos el de
mejor película de 1984.
Entre los aficionados a la música, la película fue
acogida con división de opiniones, a muchos (me temo que
a la mayoría) en su día nos gustó poco, más bien nos
irritó profundamente. Han pasado más de 15 años desde
entonces, y es posible que el tiempo transcurrido permita
una valoración más objetiva.
Vamos a comenzar por los aspectos que consideramos
negativos de la película, dejando lo positivo para el
final. Para empezar, aunque la obra teatral de Peter
Shaffer era realmente ingeniosa, y planteaba temas
interesantes (como la rebelión, contra la supuesta
Divinidad, del mediocre que no se resigna a serlo), su
puesta en imágenes fue encomendada al director checo
Milos Forman.
Ignoramos las credenciales que tendría Forman para hacer
un film de época ambientado en el siglo XVIII, sólo
conocemos cuál fue el resultado, confirmado más tarde
al comparar su versión de "Las Amistades Peligrosas",
estrenada con el nombre de "Valmont", con la de
Stephen Frears: los personajes, de tan relamidos e
infantiloides, parecen de puro guiñol, corretean por la
pantalla como los de esas comedias universitarias para
adolescentes donde los chicos y chicas protagonistas
pasan todo el tiempo en continuo jolgorio (de hecho, el
actor que interpreta a Mozart era conocido por ese tipo
de películas, al estilo de "Desmadre a la americana"
y cosas similares). El emperador José II y su corte
parecen personajes de opereta; al lado de esto, hasta las
películas de la serie de "Sissí Emperatriz"
son el colmo de la seriedad y el rigor.
De todo el reparto, la única persona de carne y hueso es
Salieri (aunque sea un dato anecdótico, aparte de él es
difícil ver a alguien que presente arrugas en la cara,
por muy avanzada que sea su edad); su composición por
parte de F. Murray Abraham es colosal, y por ello nos
parece que ganó merecidamente el Oscar al mejor actor.
Por el contrario, el intérprete de Mozart fue muy
posiblemente el que más irritación despertó entre los
aficionados, por detalles como su estúpida risa (que lo
era aún más en el doblaje), por cierto, no documentada
históricamente. Con todo, hay que reconocerle a Tom
Hulce momentos de gran dignidad en su personaje, como
cuando se abstrae de una discusión familiar para volver
a su mesa de billar a seguir escribiendo "Las Bodas
de Fígaro", o en sus últimos momentos antes de
morir.
En su día fueron también muy criticadas otras
inexactitudes históricas, aparte de la risa de "Amadeus",
que podemos recordar aquí: así, el papel que se le da a
Salieri no es ni remotamente parecido al real, desde
luego él no encargó el Requiem, sino el conde Walsegg,
que envió a un emisario ante Mozart, y pretendía
hacerse pasar por el verdadero autor. Otra: en el momento
de morir, Mozart tenía dos hijos, y no uno solo. Y algo
muy curioso es que a veces los instrumentos que suenan no
se corresponden con lo que se ve en pantalla: así, en
una escena, vemos a Mozart tocar al aire libre su
Concierto para piano nº 22; lo que se escucha es una
orquesta sinfónica moderna (y un piano moderno), y no
los instrumentos supuestamente de época que aparecen en
pantalla.
Tras estas críticas, vamos a señalar la parte, a
nuestro juicio, positiva de la película. En primer lugar,
el guión (en el que participó el propio Shaffer) es
realmente soberbio, las situaciones se van presentando de
manera que se mantenga el interés del espectador y, al
mismo tiempo, se le dé una idea de la vida y la obra de
Mozart en poco más de 2 horas y media. Comienza con un
intento de suicidio de Salieri, muchos años después de
la muerte de "Amadeus", tras lo cual es
internado en un manicomio de la época (aquí es
inevitable recordar la obra maestra de Forman, "Alguien
voló sobre el nido del cuco", que también se
desarrollaba en un psiquiátrico. La "fauna humana"
que muestra es similar en los dos casos). Allí recibe la
visita de un sacerdote, a quien contará su historia.
Se recurre al "flash-back" para traer algo de
la infancia de Mozart como "niño prodigio" (algo
que parece que no debe faltar en cualquier biografía
suya). De ahí se salta al momento en que Salieri conoce
al Mozart adulto, otra situación cuidadosamente
planificada por el guión para dejar definido el carácter
de ambos personajes. Poco después, Mozart visita al
emperador de Austria, que le recibe con una marcha
compuesta por Salieri (improvisando sobre ella, Mozart
obtiene el el "Non piu andrai" de las "Bodas
de Fígaro"; un guiño al espectador melómano), y
recibe el encargo de componer una ópera en alemán que
será "El Rapto en el Serrallo". Hay que
mencionar un detalle: todo lo que en la realidad se
supone dicho en alemán, en la película se escucha en
inglés, incluyendo los números musicales del "Rapto"
o de la "Flauta Mágica". En cambio, en las óperas
en italiano se respeta el idioma original.
Con buen criterio, dado el problema de condensar en poco
tiempo tantos acontecimientos, se buscó centrarse
especialmente en las principales óperas mozartianas:
"El Rapto en el Serrallo", "Las Bodas de Fígaro",
"Don Giovanni" o "La Flauta Mágica",
con los detalles de la época de composición o estreno
de cada una, podrían servir como los capítulos en los
que se divide la película, en el caso de la última obra
citada compartido con el "Requiem".
El estreno de cada obra está presentado de forma muy
atractiva para el espectador, incluso el no aficionado,
con gran lujo de medios y unas coreografías que parecen
de Broadway, las cuales se nos antojan algo improbables
en esa época. Se contó para la banda sonora con las
voces de cantantes de primera línea, como Samuel Ramey,
Felicity Lott, John Tomlinson o June Anderson. Y, como es
bien conocido, la dirección musical de toda la música
incluida corrió a cargo de Neville Marriner, al frente
de su celebérrima Academy of St. Martin in-the-fields,
toda una garantía, en Mozart, para cualquier melómano.
En general, la parte propiamente musical no merece más
que elogios, incluyendo la acertada selección de obras,
muchas veces no las más tópicas de Mozart.
Pero quien nos introduce realmente en la música de
Mozart es Antonio Salieri. El mismo que, de niño, pidió
ante la imagen de un crucifijo ser un gran compositor,
ofreciendo a cambio su trabajo, su humildad y "su
castidad" (!!!). Y la (supuesta) Divinidad, no sólo
no le da lo que pide y otorga sus dones a Mozart: es que
además hace que Salieri sea el único en darse cuenta de
ello. Salieri se rebelará contra el designio divino, y
como era de prever, será aplastado: su castigo será
vivir lo suficiente para ver triunfar la música de
Mozart, y ver la suya olvidada. En la obra original de
Shaffer, ni siquiera consigue pasar a la historia como el
asesino de Mozart; tras el intento de suicidio donde lo
afirmaba, aún vive lo suficiente para comprobar que
nadie le cree; ni siquiera se le concedió una muerte
piadosa con el beneficio de la duda...
¿Y cómo nos presenta Salieri la música de su admirado-odiado
Mozart? Pues con un lenguaje que explique "para un
profesional" el por qué de la genialidad de esa música,
pero que también sea accesible al profano. La primera
muestra la tenemos el día que conoce a Mozart, cuando la
orquesta del arzobispo Colloredo interpreta el Adagio de
la serenata "Gran Partita"; ante el sacerdote
que le escucha, muchos años después, aún recuerda esa
melodía del oboe que continuaba el clarinete... En otra
escena (seguramente también ficticia), Constanze, esposa
de Mozart, ha ido a ver a Salieri para conseguir que
recomiende a su marido para un puesto de la corte. Le
lleva algunas partituras, que él lee y "escucha"
en su mente, y nosotros con él... Se suceden breves ráfagas
de (por este orden) el Concierto para flauta y arpa, la
Sinfonía nº 29, el Concierto para 2 pianos, la Sinfonía
concertante para violín y viola y, por último, el Kyrie
de la "Gran Misa en do menor", que le dejará
casi inconsciente; la impresión recibida es tan fuerte
que le caen al suelo las partituras. Años más tarde la
recordaba con estas palabras: "Cambias una nota y
empeora; cambias una frase y la estructura se derrumba".
¿Se puede explicar mejor en tan poco tiempo?
En cuanto a las óperas, nos llegan también a través de
Salieri algunas claves, como lo conmovedor de una escena
en la que una mujer (la Condesa de las "Bodas")
escucha de su marido palabras de amor por primera vez en
muchos años, debido a ser confundida con otra. En cambio,
otras tesis de la película parecen más discutibles,
como que la figura del Comendador en "Don Giovanni"
evoca en realidad al fallecido padre de Mozart; o incluso
(esto no lo dice Salieri) que la Reina de la Noche, en la
"Flauta Mágica" es un trasunto de ¡la suegra
de Mozart! Una obra esta que nos parece injustamente
menospreciada en el guión, incluso su propio autor
afirma que no es más que un vodevil... Una vez más, nos
quedamos con la opinión de Salieri: "Sublime".
Sobre el Requiem, habría mucho que decir, pero baste
recordar otro de los grandes logros de la película: en
una escena asimismo ficticia, en la que Salieri ayuda a
Mozart como copista a intentar terminar la obra, podemos
oír el "Confutatis, maledictis" desmenuzado en
sus diferentes partes, lo que nos sirve para comprender
mejor la genialidad de esta obra maestra.
En resumen, de la película se puede decir lo mismo que
afirma Mozart ante el emperador: "Yo soy vulgar,
pero os aseguro que mi música no lo es". Si la película
trata mal a la persona de Mozart, al menos trata bien a
lo más importante, su música, y eso hace que se salve.
Quien no se salva es Salieri, convertido en santo patrón
de los mediocres del mundo: "Yo os absuelvo...".
Después de haber desafiado a Dios, por entender que se
burló de él, y de ser derrotado hasta la aniquilación,
según un plan que pareciera minuciosamente diseñado
para hundirle en la ignominia, su mediocridad no le llevó
a ver la explicación más obvia: que no hay ningún Dios,
que no hay más cera que la que arde, que cada uno es lo
que le dé la naturaleza por azar y lo que él mismo se
trabaje, y que intentar buscar un sentido a cosas que no
lo tienen es absurdo.
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