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Una vida para la música: TchaikovskyPor
María del Mar Gallego García.
Profesora de Lengua Extranjera.
Toda
producción literaria tiene un sentido gracias a que supone un
determinado ambiente de cultura y sociedad, manifestando, de un modo u
otro, una actitud religiosa, filosófica, política... Todo esto hace que
las grandes obras se conozcan
cabalmente porque
trascienden, sin abandonar su atmósfera de época, para elevarse también
a otra dimensión donde se hermanan e iluminan mutuamente.
Me refiero a la conexión existente entre la Literatura y la Música,
donde las palabras se entremezclan en las partituras y surgen las más
bellas composiciones musicales. Un fugaz ejemplo de músicos que se han
inspirado en la Literatura, ya sea clásica o infantil, para crear sus
producciones, podrían ser entre otros: Jirí Pauer que escribió el
libreto de “Caperucita Roja”, Xavier Montsalvatge se basó en “El
Gato con botas”, Giusepe Verdi compuso “Macbeth”,
Benjamin Britten recreó “Sueño
de una noche de verano”, Tchaikovsky
nos deleitó con “Hamlet”
o “Romeo y Julieta”... La
lista de compositores que hermanan Música y Literatura se extendería
mucho más, pero mi intención para este artículo, es centrarme en uno de
los más destacados del siglo XIX, y por cuya obra siento una gran
admiración, admiración de la que ya os hice partícipes en ediciones
pasadas al comentar una de sus piezas inspiradas en la obra shakesperiana.
Me refiero al compositor ruso
Piotr Ilich Tchaikovsky. Sin
más preámbulos, viajaremos en el tiempo hasta Kamsko-Vótkinsk, donde un
7 de mayo de 1840, nacía en la zona de los Urales, Tchaikovsky, que se
convertiría, sin duda, en uno de los compositores más sobresalientes del
siglo XIX. Nacido en el seno de una familia acomodada, pronto iniciaría
estudios musicales (siendo aún un niño). En su currículum académico,
destacamos sus estudios de derecho en San Petersburgo, así como su
estancia en el Conservatorio de la misma ciudad (donde estudiaría armonía,
contrapunto, música sacra, composición e instrumentación). Un aspecto
sustancial en su formación musical, fue entrar en contacto con los
compositores y maestros Anton Rubinstein (del que Tchaikovsky recibiría
clases de orquestación) y Zaremba. En 1866 fue nombrado profesor de armonía
en el Conservatorio de Moscú, lo que le permitió independizarse de su
familia y relacionarse con los mejores compositores moscovitas. Allí el
joven compositor conocería al dramaturgo Alexandr Nikolayevich Ostrovsky,
quien le escribió el libreto de su primera ópera “El
voivoda” (1868). Igualmente, cabe destacar su relación, en una
visita a San Petersburgo, con los máximos exponentes del nacionalismo
musical ruso: Kimski-Kórsakov, Músorski y Borodín, quienes le instaron
a componer una de sus obras más importantes y célebres: la
obertura-fantasía “Romeo y Julieta” (1869-70). De esta época también destacan
sus óperas “Undina” (1869)
y “Oprichnick” (1872), el “Concierto
para piano nº1 en si bemol menor” (1875), las sonfonía nº 1 “Sueños
de invierno” (1868), nº 2 “Pequeña
Rusia” (1873) y nº 3 “Polaca”
(1875). Sucesivas crisis nerviosas y amores desafortunados le sumieron en un permanente estado depresivo que impregnó de melancolía sus obras de madurez. Entre 1876 y 1890 mantuvo una intensa relación epistolar con Nadiezhda von Mekk (aunque nunca se conocieron), viuda adinerada y entusiasta de la música del compositor, quien se convirtió en su mecenas durante todo ese tiempo. La fecundidad de la obra de Tchaikovsky aumentó durante este tiempo de relación con madame von Mekk, perteneciendo a dicho período obras como las óperas “Eugenio Oneguín” (1878) basada en una obra de Alexander Serguéievich Pushkin, “La doncella de Orleans” (1879), “Mazeppa” (1883) y “La hechicera” (1887); los ballets “El lago de los cisnes” (1876) y “La Bella Durmiente” (1889); “Variaciones sobre un tema rococó en la mayor para violoncello y orquesta” (1876) y el “Concierto para violín en re mayor opus 35” (1878); composiciones orquestales como la “Marcha eslava” (1876), “Francesca da Rimini” (1876), “Sinfonía nº 4 en fa menor opus 36” (1877), obertura 1812 (1880), “Capricho italiano” (1880), “Serenata” para cuerdas (1880), sinfonía “Manfredo opus 58” (1885), “Sinfonía nº 5 en mi menor opus 64” (1888), la obertura-fantasía “Hamlet” (1885) y diversas canciones. Mientras tanto, en 1877, Tchaikovsky se casó con Antonina Miliukova, estudiante de música del Conservatorio de Moscú y alumna suya que le había escrito confesándole su amor. El matrimonio no funcionó desde el principio y se separaron al poco tiempo. Desde 1887 hasta 1891 Tchaikovsky realizó varias giras por las principales ciudades de Europa y América, en las que obtuvo grandes éxitos. En 1890 compuso una de sus mejores óperas: “La dama de picas”. A principios de 1893 empezó a trabajar en la “Sinfonía nº 6 opus 74”, posteriormente titulada “Patética” por su hermano Modesto. La primera interpretación de la obra, bajo la dirección del compositor el 28 de octubre de 1893 en San Petersburgo, fue recibida con indiferencia por el público. Murió nueve días después, el 6 de noviembre de 1893. Sus obras más conocidas se caracterizan por tener pasajes muy melódicos con movimientos que sugieren una profunda melancolía que se combinan con otros extraídos de la música popular. Tchaikovsky dominaba la orquestación; en particular, sus partituras de ballet contienen efectos sorprendentes de colorido orquestal. Sus trabajos sinfónicos, con un gran contenido melódico, también tienen un fuerte desarrollo temático abstracto. Sus ballets, entre los que destacan “El lago de los cisnes” y “La Bella Durmiente”, todavía no han sido superados en su intensidad melódica y en su brillo instrumental. Compuestos en estrecha colaboración con el coreógrafo Marius Petipa, representan el primer intento de utilizar música dramática para danza después del ballet operístico del compositor alemán Christoph Willibald Gluck. “El lago de los cisnes” es, sin duda, una de las obras maestras del ballet clásico tradicional más conocidas y populares del mundo por su idea original, coreografía y, desde luego, por la música del compositor Piotr I. Tchaikovsky. Se estrenó en el Teatro Bolshoi de Moscú en 1877 y, para 1895, con una concepción del mencionado Marius Petipa y Lev Ivanov, logró un nuevo éxito en el Teatro Mariansky de San Petersburgo: narra la historia del príncipe Sigfrido, quien es invitado por sus amigos a una cacería en el lago cercano con el propósito de distraerlo para que pueda elegir consorte. Los jóvenes cazadores llegan a un lago dominado por el brujo Von Rothbart, quien al verse desfavorecido por Odette la transforma en un precioso cisne junto con su corte. En un enfrentamiento con los poderes mágicos del brujo, Sigfrido hace triunfar al amor sobre las fuerzas de la maldad y la venganza. “La Bella durmiente”, a su vez, es un ballet en tres actos basado en el cuento de Perrault. Se inicia con el bautizo de la princesa Aurora y la historia concluye con el beso del príncipe al final del segundo acto. Sin embargo, se añade un tercer acto lleno de colorido y encanto, en el que los personajes de los cuentos populares asisten a la boda de los príncipes. Por las salas del palacio real desfilan la princesa Florina y el Pájaro Azul, el Gato con botas, Caperucita y el Lobo, Pulgarcito y sus hermanos, Cenicienta – pierde su zapato – o las hadas, lo que da lugar a una serie de variaciones coreográficas y de pas de deux muy bellos que conquistan rápidamente al público. La obra de Piotr Ilich Tchaikovsky, en definitiva, une la tradición musical de Occidente con su propia y romántica expresión, proporcionándole una intensa emotividad en la que sabe unir magistralmente, en algunas de sus composiciones anteriormente mencionadas, Literatura (como fuente de inspiración) y Música. Con todo lo presentado en este artículo, a modo de pequeño viaje por la producción del genial compositor ruso Tchaikovsky, espero que haya servido para ofrecer un breve pero intenso conocimiento de la misma y dejar volar vuestra imaginación para descubrir el mundo de la fantasía inmerso en la Música y la Literatura.
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