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Número 31º - Agosto de 2.002


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 LULLY Y MOZART POR WILLIAM CHRISTIE

Por Ignacio Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum.


Jean-Baptiste Lully, creador de numerosas obras para la escena, fue, entre otras cosas, actor, bailarín, guitarrista y violinista. Aunque italiano de nacimiento, pronto adaptó su nombre al francés y puso su talento al servicio del Rey de Francia. Siguiendo los cánones de la época sus óperas están basadas en temas mitológicos, con escenas bucólicas y pastoriles y abundancia de dioses/as y pastores/as en las que se habla de amor y dolor, juventud y pasión, venganza y muerte.

Con todo esto, no sólo se adaptó a los gustos del público sino que estableció una tradición operística que pudiera con el tiempo rivalizar con la predominancia de la italiana. Para ello necesitó hacer de la lengua francesa un medio esencial para la ópera y lo consiguió por medio del recitativo cuyo particular tratamiento pasa por ser una de sus mayores contribuciones. Lully que era gran amante y conocedor del teatro francés resolvió el problema imitando el estilo declamatorio del teatro francés y transfiriéndolo al lenguaje musical. En sus manos el recitativo se convirtió así en una herramienta para la expresión dramática. Lully logró combinar elementos intrínsecamente franceses como el ballet y el drama (Corneille, Racine, Molière) y crear la “tragedie lyrique”. 

Por otro lado, confirió a la orquesta una importancia desconocida hasta entonces. Además de cuerda, la orquesta de Lully incluía flautas, oboes, trompetas y percusión. La orquesta se convirtió así en otro elemento dramático más que ayudaba al espectáculo en su conjunto.

Algunas de sus obras más conocidas son: Thesée (1675), Atys (1676), Psyché (1678), Phaëton (1683) y Armide et Renaud (1686). Lully murió en París, siendo “Secrétaire du Roi”, a causa de una gangrena tras clavarse en un pie el bastón con el que marcaba el tempo a la orquesta. El primer caso conocido de "director de orquesta muerto en servicio".


El norteamericano William Christie es un infatigable defensor del patrimonio musical barroco francés. Sus grabaciones han acercado compositores y obras (muchas nunca registradas antes) a aficionados de medio mundo. Ni siquiera con el paso de los años -y la lógica aparición de otras figuras de relieve en el panorama de la interpretación barroca- su reinado se ha visto en peligro. Pero no sólo en el repertorio francés... cuando se interesó por el inglés, los resultados fueron también sorprendentes. Sin abandonar ninguno de sus modos y maneras, planteó un Purcell como nadie lo había hecho antes, con lecturas rítmicamente chispeantes que derrochaban musicalidad y teatralidad. Hay que recordar el revulsivo que supuso, por ejemplo, su The Fairy Queen (HM) frente a las algo rígidas lecturas historicistas inglesas. El paso del tiempo no ha hecho la más mínima mella en cuanto al atrevido concepto interpretativo que sigue siendo hoy tan actual como hace trece años.

“Afrancesadas” tacharon sus grabaciones aquellos que siempre recurren al tópico fácil. Lo cierto es que sus registros de Purcell fueron acogidos con entusiasmo y hasta los ingleses tuvieron que admitir su sensacional vitalidad y fantasía.  Su Handel, aunque más discutido, está al nivel que se podía esperar de un director de su talla. Sin ir más lejos, su Mesías entraría en el puñado de versiones recomendables antes que, por ejemplo, la última del también francés Minkowski (Archiv), arbitraria en cuanto a tempi, caprichosa y provocativa como pocas y con un reparto con más sombras que luces a excepción de Brian Asawa que, como se dice vulgarmente, está que se sale.

Pero es, sin duda, en lo francés (y en parte también en lo italiano) donde la estrella de Christie ha sabido brillar con más fulgor. Su interés por rescatar del olvido obras de relieve, su imaginación y originalidad, su talento, su riguroso trabajo con las voces y su particular sonido siguen siendo hoy como ayer marcas de la casa. Si a esto le unimos su regular trayectoria en todos sus trabajos y lo acotado de su repertorio (salvo esporádicas incursiones en el período clásico) hacen que estemos ante una de las grandes y verdaderas figuras de la interpretación barroca. En su último trabajo, este “Americano en París” vuelve su mirada hacia Lully, uno de los nombres claves de la ópera francesa. 

Este nuevo disco titulado “Les Divertissements de Versailles” (ERATO 44655-2) es un viaje por el itinerario creativo de Lully durante sus años al servicio de Luis XIV y nos ofrece varias escenas líricas de algunas de sus obras más representativas. Como siempre, Christie resalta por encima de todo el aspecto teatral de las partituras (no hay que olvidar que mucha de esta música acompañaba representaciones teatrales de la época) y aporta sofisticación, elegancia y un toque de pomposidad. Lo cierto es que el disco no tiene desperdicio. 

Podemos resaltar el gran recitativo del acto II de Armide, su última tragedia lírica: la hechicera está resuelta a matar al durmiente Renaud hasta reconocer que algo le impide hacerlo. La orquesta introduce el recitativo con un tenso y compacto preludio orquestal que sirve de entrada a la atormentada Armide, aquí en la voz de Rinat Shaham que lo interpreta con convicción y sin sobrecarga de expresividad. En el aria que le sigue, de gran belleza, nos muestra una adecuación estilística extraordinaria. Una vez más se nota la acertada elección de las voces por parte de William Christie: nuevos nombres pero un mismo concepto interpretativo.

El disco se abre con un festivo y colorista “Prélude pour les trompettes” de Psyché, obra que como recuerda Olivier Rouvière en las notas interiores, duraba originalmente cinco horas, requería nueve cambios de escena y representaba a todos los dioses del Olimpo además de monstruos, demonios, y otras figuras mitológicas. (Parece que Wagner no fue el primero en utilizar tiempos y medios aparentemente desmesurados.) 

A lo largo del disco nos encontramos con varias sorpresas como la escena del frío de Isis con el divertido “coro temblante” o la escena de la forja de la misma ópera. Tenemos un interesante dúo de Isis en el que Pan con sus invocaciones al Carpe Diem no es capaz de convencer a Syrinx de la necesidad de disfrutar de sus encantos femeninos. La escena está bien servida por Boris Grappe y Sophie Daneman en los papeles protagonistas. Bellos y amables coros como “Chantons les plaisirs charmants” de Psyché y también arias que invitan al sosiego como “Trop indiscret Amour” con una Sophie Daneman que hace una interpretación sentida y melancólica acompañada del violín obbligato de Myriam Gevers, una delicia.

Seguidamente escuchamos a un bajo -aquí Olivier Lallouette- como protagonista-héroe de la ópera Roland. Su parte trasciende las dimensiones de un recitativo para convertirse en un monólogo de gran exigencia vocal con un sensible acompañamiento de la cuerda en la primera parte y un animado desenlace. Como apunta Rouvière, la grandeza de esta pieza anticipa posteriores escenas para bajo de Rameau, en concreto en el Hippolyte et Aricie, de la que Christie tiene una grabación merecidamente premiada (Erato).

En definitiva, el disco es una muy apetecible introducción al Lully escénico en particular, y a la ópera barroca francesa en general, que se escucha con gusto y servida por el mayor especialista del género. Presentación impecable con todos los textos cantados y ficha completa de artistas. Muy recomendable.


Coincidiendo con la visita a España de William Christie y Les Arts Florissants antes del verano, su compañía discográfica ha reeditado la grabación de la Misa en do menor de Mozart grabada en la Abadía de Lessay, Normandía, en 1999 (ERATO 26093-2). Después de probar suerte con el Requiem a mediados de los noventa, era lógico pensar que Christie se decidiría a grabar la misa más famosa y bella de Mozart después del Requiem

Esta obra que Mozart dejara incompleta, deudora de Bach y sobre todo de Handel, está prevista para coro, cuatro solistas (aunque sean ellas las que llevan la voz cantante), dos trompetas, dos trompas, tres trombones, timbales, flauta, dos oboes, dos fagotes, cuerda y órgano. Surgida como agradecimiento a su matrimonio con Constanze, es de dimensiones considerables, más que otras misas de Mozart, por lo que es fácil pensar que la idea original era componer algo grande. Por razones no del todo conocidas, llegado a un punto Mozart abandonó la partitura y nunca más volvió a ella. La segunda parte del "Credo" y el "Agnus Dei" no se llegaron a componer. De la primera parte del "Credo" quedan fragmentos aunque suficientemente completos para poder ser interpretados según las intenciones del compositor como, por ejemplo, la famosa aria para soprano coloratura "Et incarnatus est" (119 compases). 

Después de esta Misa de 1783, Mozart no compuso más música eclesiástica hasta el Ave Verum Corpus K.618 de 1791 aunque sus dos obras masónicas, Die Mauerfreude K.471 y Maurerische Trauermusik K.477 sean música devocional. Curiosamente las dos grandes obras corales de Mozart, Misa en do menor y el Requiem final, quedaron incompletas dando pie a que los musicólogos se planteen todo tipo de reconstrucciones, revisiones y versiones. Entre las muchas grabaciones, existe una de Andrew Parrott (Denon) basada en la reconstrucción de Maunder que va más allá, pues, plantea una recreación litúrgica completa.

La versión utilizada por William Christie es la publicada por Peters según la edición de H.C. Robbins Landon, la más utilizada en las versiones actuales. El director americano se rodeó de dos excelentes sopranos: la por entonces no muy conocida Patricia Petibon, ligera y de voz cristalina pero capaz de llegar desahogada a las notas graves (escúchese el fantástico "Christe" del "Kyrie") y la ya experimentada Lynne Dawson, de mayor robustez vocal. Aunque las dos sean sopranos, Christie tuvo muy en cuenta la tímbrica de ambas para asegurar el necesario contraste en, por ejemplo, el "Domine Deum". Ambas voces se funden a la perfección en los agudos finales hechos con pasmosa facilidad. Sensacional está Lynne Dawson en el "Laudamus Te" con una voz bien proyectada, sin ahogos, mostrando facilidad para la coloratura aunque sin coronar con brillantez en las agilidades finales. 

No es tan certero el "Et Incarnatus est" a pesar del disfrute que supone la voz pura y juvenil de la Petibon, que responde sin esfuerzo a las fioriture exigidas, pero el ágil tempo marcado por la batuta no parece llegar al corazón de esta música bien servida por cantantes (y versiones) tan diferentes como las de María Stader (Fricsay, DG), Barbara Bonney (Abbado, Sony), Barbara Hendricks (Karajan, DG) o Christiane Oelze (Herreweghe, HM). Poco se puede decir sobre ellos, pues Mozart les da pocas opciones. El tenor Joseph Cornwell en el trío y cuarteto está simplemente discreto. Mejor la intervención del bajo, Alan Ewing, en el "Benedictus".

El disciplinado y flexible coro de Les Arts Florissants, reforzado para la ocasión, canta a pleno pulmón en el "Credo" que suena exultante y lleno de fervor en consonancia con el texto así como en el "Qui tollis" de mayor recogimiento y sobriedad. 

Christie descontextualiza la obra y presenta una obra coral de monumentalidad sonora pero sin la espiritualidad a la que se asocia normalmente anteponiendo el carácter dramático al religioso y sin ser siempre muy mozartiano. Compárense las figuraciones de la cuerda en el inicio del "Sanctus" con las de, por ejemplo, Abbado (Sony). Por lo general, la dirección es vitalista, enérgica y detallista con voces y orquesta (escúchese el regulador aplicado en la repetición del Laudamus Te). Puede que sea la versión más rápida de todas las grabadas, lo cual no es negativo pues, en ningún caso, rápido aquí es sinónimo de superficial.

En una obra tan grabada como ésta no es fácil situar la versión de Christie. No será una primera opción pero sí debemos admitir que es ágil y refrescante, operística por momentos, se escucha con interés de principio a fin, las dos sopranos están a gran nivel y el extraordinario coro canta con las suficientes dosis de solemnidad. Aquél que busque una lectura de profundidad religiosa, sin duda, se habrá equivocado. Como versión alternativa, no defraudará. Excepcional toma de sonido y notas interiores a cargo de Christoph Wolff.