|
MÚSICA PARA LA PAZ
DANIEL
BARENBOIM y el
WEST - EASTERN - DIVAN
Por
Fernando López
Vargas-Machuca. Lee su curriculum.
Éxito
rotundo el
que ha alcanzado la cuarta edición del West
Eastern Divan, proyecto de colaboración entre jóvenes músicos
de religión hebrea
e islámica procedentes de Oriente Medio que Daniel
Barenboim y
el catedrático de literatura
Edward W. Said -actualmente muy enfermo- han
venido organizando con extraordinario entusiasmo y esfuerzo,
y que este año ha contado con el patrocinio de la Fundación Tres
Culturas, la Junta de Andalucía y la Federación de Cajas de Ahorros
de Andalucía. De ahí que los participantes hayan trabajado y residido en
el antiguo seminario de Pilas, en la comarca del Aljafare, y que los
conciertos ofrecidos como materialización sonora del mismo tuvieran lugar
en Ronda y Sevilla. De ahí también que numerosos instrumentistas españoles
y -en menor cuantía- marroquíes se sumaran en esta ocasión al evento.
Éxito
rotundo, decimos, y en diferentes planos de lectura: político, humano y
musical. Con respecto al primero, hemos de destacar un dato tan revelador
como el apoyo por parte de la UE que Javier Solana se comprometió,
minutos antes del concierto en el Teatro de la Maestranza, a ofrecer en
las próximas ediciones del taller. En un terreno mucho más cercano,
otros hechos nos hablan del triunfo del proyecto. Así,
en el día que se nos ofreció pasar en Pilas pudimos apreciar
personalmente los lazos de amistad establecidos entre los participantes,
algunos de los cuales -lo recordaba el propio Barenboim- habían perdido
familiares y amigos en los sangrientos hechos de los últimos meses. Y es
que gracias a este taller musical, desde el 8 de agosto han tenido la
oportunidad de trabajar, comer, darse un chapuzón en la piscina, retozar
en la hierba, bailar en una discoteca cercana y dormir juntos (las
habitaciones, dobles, se asignaron mediante sorteo); incluso han surgido
varios romances entre chicos y chicas de los bandos ahora tan salvajemente
enfrentados.
A
pesar de la belleza de semejantes circunstancias, hay quienes se han
mofado de este proyecto, poniendo en entredicho la validez del mismo y la
oportunidad de su celebración en Andalucía. A ellos, recordarles un par
de cosas. Primera, que para la cuenta corriente de Barenboim hubiera sido
mucho más provechoso dirigir grandes orquestas y ofrecer recitales pianísticos
en lugar de haber trabajado duramente con estos jóvenes entre el 13 y el
24 de agosto. Segundo, que este granito de arena para construir la paz
entre los pueblos es más, mucho más, que lo que aportan quienes se
limitan a ofrecer una mueca sarcástica acomodados en la cómoda poltrona
de su muy burgués domicilio.
Ensayos
agotadores
Con
respecto al apartado musical sólo caben elogios. Lo menos importante es
el estupendo nivel alcanzado en los conciertos. Porque lo que va a
perdurar es la formación que han recibido estos chavales de Barenboim y
de los tres profesores de la Sinfónica de Chicago y los diez de la
Staatskapelle de Berlín congregados por el argentino, entre ellos nada
menos que
el director Sebastián Weigle, uno de los pesos pesados de la Deutsche
Staatsoper.
Un
aprendizaje del que -no lo olvidemos- no sólo se han beneficiado los
chicos de Oriente Medio, sino también un buen número de integrantes de
la Orquesta Joven de Andalucía, convocados para participar en el taller.
Con un horario de ensayos verdaderamente agotador (desde las nueve de la
mañana hasta las nueve de la noche, salvando las horas de las comidas),
tuvieron que preparar tanto el programa sinfónico como un extenso recital
de cámara. Y todo ello con notabilísimos resultados.
Memorable
el concierto del 24 de agosto en el Maestranza, ofrecido un día antes en
Ronda a manera de ensayo general. Lo fue por la calidez política y humana
del evento: hubo mucha, muchísima emoción en la sala. Al propio
director, visiblemente turbado, le costó trabajo expresarse cuando se
dirigió al respetable para mostrar verbalmente su agradecimiento, y tras
sus muy sentidas palabras, una cerrada ovación del público, puesto en
pie, manifestaba su admiración y entusiasmo ante el proyecto.
Pero
también lo fue por los resultados interpretativos. En contra de ciertos
pronósticos, esta orquesta de jovencitos que llevaba trabajando apenas
tres semanas sonó estupendamente. Que en Mozart no alcanzara la tersura
de la English Chamber ni en Beethoven la densidad de la Staatskapelle de
Berlín o la brillantez de la Sinfónica de Chicago era inevitable. Que
hubiera algunos instrumentistas con problemas, o que en muy contados
momentos se diera algún despiste general, no debe importar demasiado.
Porque el conjunto funcionó de manera admirable: empastado, equilibrado
en todas sus secciones, flexible en su sonido para adecuarse a
compositores tan distintos como Mozart y Beethoven, atentísimo a la menor
indicación del maestro y engalanado por algunos solistas formidables.
Barenboim,
por su parte, volvió a confirmar que es una de las mayores batutas de
nuestro tiempo. Lo menos extraordinario fue la Leonora III, dicha
con honda poesía, trufada de momentos mágicos -impresionante la
introducción-, pero carente de la brillantez y el frenesí visionario que
el propio artista ha alcanzado en disco y en directo. El Concierto para
tres pianos de Mozart lo dirigió de manera portentosa, con una
cantabilidad y transparencia admirables, alcanzando el adecuado equilibrio
entre gracia rococó y melancolía prerromántica. Más que solvente la
intervención de los dos pianistas israelíes, el palestino Saleem Abboud
Ashkar y el judío Shai Wosner, aunque lógicamente muy por debajo de lo
que en disco y video, con Sir Georg Solti, hicieran András Schiff y el
propio Barenboim, quien en esta ocasión se reservó el tercer y mucho más
sencillo tercer piano.
Un
Beethoven genial
La
Quinta del sordo de Bonn, ejecutada de manera muy notable por la
orquesta, resultó magistral de principio a fin merced a la genialidad de
la batuta. Difícilmente se puede escuchar en disco una dirección
globalmente superior a la que ofreció Barenboim, equiparable a cualquiera
de las grandes realizaciones fonográficas que todos tenemos en mente, trátese
de Klemperer, Karajan, Böhm, Jochum, Kleiber o Solti.
Claro
está, a quien más nos recordó es a su admirado Furtwängler: un
Beethoven basado en el conflicto sonoro y emocional, apasionadísimo,
rebelde y desesperado hasta el extremo, pleno de grandeza al tiempo que
alejado de cualquier retórica triunfalista, profundo y cargado de
significación. El muy centroeuropeo color que obtuvo de la orquesta fue
de lo más adecuado, la claridad estuvo garantizada en todo momento, y las
observaciones dinámicas -reguladas con minuciosidad desde el podio-
obtuvieron un resultado ejemplar. Versión de primerísima categoría,
pues, que como en su versión discográfica fue de menos a más,
culminando en un cuarto movimiento absolutamente magistral.
No
quedó ahí la cosa. El Intermedio de Rosamunda de Schubert,
primera propina, fue dicho con una exquisitez y una trasparencia difíciles
de alcanzar en este autor sin caer en la flacidez o la cursilería. Pero
lo más sorprendente vino con la obertura de El Barbero de Sevilla.
La ejecución no resultó memorable. La interpretación, sí: pocas veces
se habrá escuchado esta página dicha con mayor gracia, desparpajo e
intensidad. ¡Ojalá Barenboim se adentrara de una vez por todas en el
mundo de Rossini! El gesto de abandonar el podio en la sección final
de la página y dejar a los jóvenes tocar solos, lejos de resultar
gratuito, estuvo plagado de significación.
Música
de cámara
El
lunes 26, a los pies de la portada mudéjar del palacio de Pedro I en los
Reales Alcázares de Sevilla -un lugar plagado de connotaciones históricas-,
se nos ofreció un recital de música de cámara a cargo de diferentes
agrupaciones instrumentales del Diván (diez en total, más la intervención
de un piano solista). Pudimos allí escuchar páginas de Dukas, G.
Gabrielli, Ravel, Beethoven, Brahms, Mozart, Prokofiev, Dvorák, Schumann,
Chopin y Mendelssohn, conformando un programa excesivamente largo pero que
permitió apreciar la destreza y musicalidad de los jóvenes integrantes
del taller en un terreno mucho más peliagudo que el sinfónico.
Hubo,
como era de esperar, algunos instrumentistas que no dieron la talla y
terminaron desequilibrando peligrosamente el diálogo camerístico, pero
la mayor parte de las interpretaciones resultaron muy satisfactorias. Señalemos,
en todo caso, que la madera rindió en general mejor que la cuerda -entre
la que se encontraba el hijo menor de Barenboim-, y que Saleem
Abboud Ashkar y Shai Wosner estuvieron tan acertados en la versión para
dos pianos de La Valse como dos días antes en el concierto de
Mozart. No obstante, quien obtuvo mayores aplausos fue Karim Said, sobrino
de Edward: a sus trece años, y con mucho aún por desarrollarse en lo técnico
y lo interpretativo, exhibió detalles de gran músico que hacen esperar
una carrera prometedora.
Esa
noche Barenboim se encontraba ya en Berlín, pero su huella -calidez
expresiva, tensión dramática- estuvo presente. De hecho, puede decirse
que fue él quién dirigió a los jóvenes músicos, algo que quien esto
suscribe había tenido la oportunidad de comprobar en Pilas unos días
antes: entre las dos y las siete de la tarde el maestro estuvo (sin
descanso alguno, pertrechado de varias piezas de fruta) trabajando con
cada uno de los grupos, matizando con asombroso conocimiento de las
partituras las interpretaciones que se iban modelando a lo largo de cada
jornada en los diferentes talleres liderados por los profesores de Berlín
y Chicago. Un gran trabajo de equipo.
El
futuro
No
todo resultó positivo en esta cuarta edición del West Eastern Divan.
Hubo diferentes fallos organizativos, bastante sonados en lo que al
concierto de cámara se refiere. Así, no sólo no se dio a conocer el
programa hasta la propia celebración del recital, sino que además en
ningún momento se aclaró que Barenboim no intervendría en el mismo, lo
que supuso la decepción de no pocos melómanos allí congregados. Una
grave omisión, también, que en ningún momento se hiciera saber al
respetable el nombre de quien dirigió a dos de los grupos instrumentales
y -esto sólo lo sabemos unos pocos- había hecho de excelente maestro
repetidor en los ensayos orquestales: se trataba del director y compositor
Cliff Colnot, asistente de Barenboim en Chicago, y productor, arreglista y
batuta de su famoso disco Tribute to Ellington.
Hemos
de lamentarnos, asimismo, por la desigual atención a la prensa: se nos
ofrecieron las mayores facilidades para deambular por Pilas y asistir a
los ensayos, pero el acceso al gran protagonista del evento resultó, en
contra de lo previamente anunciado, de lo más restringido, salvo para
algunos privilegiados. Tampoco el Teatro de la Maestranza ofreció
facilidades a la "prensa común". Que la agenda de Barenboim
fuera -damos fe de ello- de los más apretada y que él mismo no estuviera
muy dispuesto a dedicar su escaso tiempo libre a quienes personalmente le
solicitamos una entrevista no parece que justifique semejantes
circunstancias.
Hemos
ahora de preguntarnos por el futuro. Los conciertos que entre finales de
agosto y principios de septiembre tienen lugar en Lübeck, Berlín y
Estrasburgo (concretamente en el Parlamento Europeo), ponen punto y final
a esta edición del West Eastern Divan, que según ha manifestado el
propio Barenboim marca el final de un primer ciclo. A partir de ahora, ha
señalado el músico, es necesario buscar una formulación diferente y más
estable, en la que quizá desempeñe un relevante papel la UE -mediando
Javier Solana- y posiblemente lo seguirá teniendo la Junta de Andalucía;
el presidente socialista Manuel Cháves parece interesado en la
continuidad. ¿Se podría implicar el gobierno español, a pesar de
su diferente signo político? Sería lo más recomendable. De momento,
felicitamos a todos los que han apoyado este tan maravilloso -desde el
punto de vista político, humano y musical- proyecto, y guardamos la
esperanza de que Barenboim encuentre en la tierra andaluza, tan
fertilizada a lo largo de los siglos por culturas diferentes y hasta
opuestas, sede estable del West Eastern Divan
Fotos:
Anna Elías.
|