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Número 33º - Octubre de 2.002


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POR FIN, OTELLO

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 28 de octubre. G. Verdi: Otello. F. Porretta, H. Papian, C. Álvarez, A. Rodríguez, V. Esteve, S. Palatchi, M. Pardo, J. T. Martínez, F. Latorre. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. J. López Cobos, director musical. N. Joel, director escénico. Producción del Théâtre du Capitole de Toulouse.

En julio de 1992, un desgraciado accidente que acabó con la vida de una de las coristas de la Ópera de la Bastilla echó por tierra el estreno de Otello -con Plácido Domingo- en el Teatro de la Maestranza. Diez años después, el penúltimo título verdiano está de nuevo a punto de presentarse a orillas del Guadalquivir cuando los miembros de la Sinfónica de Sevilla deciden aprovechar la expectación creada para ponerse en huelga. La primera función, como explicamos en este mismo número, tuvo que realizarse con el acompañamiento -magnífico, por cierto- del pianista Leonardo Catalanotto. Afortunadamente, los señores profesores decidieron volver a su odiado foso para la segunda función. Así, y con los cantantes ya más centrados, pudo por fin escucharse un Otello como Dios manda. Todo culminó con calurosísimos aplausos para voces y batuta, más un monumental abucheo para la orquesta en el que el público dejó bien claro qué opina de la actitud de sus integrantes.

El gran triunfador de la noche, como ocurriera en el accidentado estreno tres días antes, fue Carlos Álvarez. No es ningún secreto que últimamente pasa por ciertos apuros vocales -quizá es excesiva su confianza en sí mismo- pero aquí estuvo sencillamente magnífico, tanto en lo canoro como en lo interpretativo. Su instrumento y su fraseo son ahora netamente verdianos. Su inteligencia interpretativa, admirable. Sus dotes escénicas, muy importantes. Para ser el Jago perfecto -debutaba escénicamente el papel- sólo de falta un poquito de rotundidad en el grave, algo más de complejidad psicológica... y renunciar a la ridícula risotada en el Credo. Dentro de poco el barítono malagueño puede ser una verdadera referencia en el rol.

A algunos no les terminó de convencer Hasmik Papian, quizá porque su voz se distancia de la imagen tópica de Desdemona. A mí sí me gustó en este sentido, pues estoy de acuerdo con López Cobos en que el personaje exige una voz con peso en el centro, antes lírica que ligera, incluso tirando para spinto. Por lo demás, la soprano cantó muy bien -se echaron de menos algunos filados a lo Caballé en el último acto- y resultó en todo momento sensible y musical sin caer en la cursilería. Los comprimarios, estupendos. El coro, bastante mejor de lo que suele. ¿Y el protagonista?

El norteamericano Frank Porretta viene del mundo del rock (sic) y del musical. Cuenta con una buena voz. Su técnica, sin embargo, es más bien precaria, resultando la emisión turbia y sofocada salvo en sus agudos, brillantes y realzados por un extenso fiato. Por otra parte, es un artista voluntarioso que se muestra dispuesto a profundizar en el personaje, pero al que le falta todavía madurez. Así las cosas, compuso un Otello irregular. Su gran escena del último acto fue ilustrativa en este sentido, pues alternó frases dichas de pasada con otras matizadas, sentidas y convincentes. En conjunto, su labor en esta segunda función que comentamos resultó en conjunto -teniendo en cuenta la dificultad del rol- bastante digna.

López Cobos volvió a demostrar que su técnica es solidísima y que posee un gran talento como acompañante de voces. Su concepto interpretativo, sin embargo, dista de convencer a quien esto suscribe: con el zamorano se encuentra todo en exceso empastado, pulido, elegante y refinado. No parece que Verdi deba sonar así, sino rústico -que no basto o vulgar-, contrastado, fogoso, rico en la tímbrica, desatado en la expresión. Demasiado "bonito" le sonó esto para ser Otello, a despecho de momentos verdaderamente magníficos, como el concertante que cierra el Tercer Acto. Una comparación mental con las visionarias interpretaciones de Barbirolli, Kleiber y Barenboim (este último en un video que pronto pasará a DVD) nos permite colocar en su lugar la que ofreció el nuevo director del Real. La orquesta, espléndida.

Si el apartado musical resultó alcanzó un considerable nivel medio, no se puede decir lo mismo de la vertiente escénica, y eso que se contaba con grandes nombres. La escenografía de Ezio Frigerio era plásticamente interesante, el vestuario de Franca Squarciapino derrochó lujo sin caer en el mal gusto, la iluminación de Vinicio Cheli resultó sugerente, pero el conjunto no terminó de funcionar: faltaba un concepto escénico. La culpa hay que achacársela al irregular Nicolas Joel, que además volvió a mostrarse como un discretísimo -y en exceso convencional- director de actores y de masas. Se desenvolvieron muy bien un Ángel Rodríguez (espléndido Cassio) y, sobre todo, un Carlos Álvarez, pero la pareja protagonista dejó bastante que desear. El coro, ya se sabe: entran ustedes por aquí, cantan poniendo cara de tal y salen por allá.

Sea como fuere, una buena noche de ópera que, por motivos extramusicales, resultó altamente exitosa y satisfactoria. Otello ha roto su maldición en Sevilla. Esperemos que la Walkyria de Diciembre salga igual de bien, pero con muchos menos problemas de por medio. De momento, enhorabuena al Maestranza y a todos los que han participado en estas funciones. Salvo a los que han intentando hundirlas, claro está.