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Número 34º - Noviembre 2.002


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PLETNEV, DOBLEMENTE MEDIOCRE

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. 

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 11 de noviembre. Ciclo El mundo sinfónico. Orquesta Nacional de Rusia. Fedor Amirov, piano. Mikhail Pletnev, director. Obras de Shostakovich, Pletnev y Mussorgsky-Ravel.

Escuchar a la Orquesta Nacional de Rusia ha sido  lo único verdaderamente interesante de la apertura de la edición sevillana del ciclo El Mundo Sinfónico que organizan Promúsica y el diario El Mundo. Se trata de una formación joven pero de altísimo nivel, que a pesar de ciertas irregularidades en la ejecución -disculpables en directo- sonó empastada, equilibrada en sus secciones y muy poderosa, con unos metales un punto ácidos y estridentes pero de gran solidez. Desgraciadamente no podemos dedicar parecidos elogios a quien la fundara en 1990 y sigue siendo su director titular.

Mikhail Pletnev dirigió con gran corrección la Obertura Festiva de Shostakovich (música intrascendente donde las haya), pero dejó al descubierto importantes insuficiencias en una versión plana, insulsa y aburrida de los Cuadros de una exposición, en la que se alternaron algunos momentos logrados -La cabaña con patas de gallina- con otros rutinarios y carentes de cualquier matiz interpretativo, cuando no lindantes con la vulgaridad y el mal gusto -La gran puerta de Kiev-.

Por si fuera poco, Pletnev tuvo la osadía de incluir una obra propia que es lo peor que quien esto suscribe ha escuchado en el Maestranza desde que Tomás Marco estrenara su cantata América. Escrito allá por 1984, este Capricho para piano y orquesta ha resultado ser media hora de aburridísimas divagaciones en las que se pasa de la más ortodoxa e intrascendente contemporaneidad a un mundo cercano a Chopin y Rachmaninov (!), pasando por los clásicos rusos del siglo XX. Todo ello sin la menor justificación estética o ideológica, careciendo la escritura de calidad -sus recursos resultan trilladísimos- y evidenciando un notorio deslavazamiento en su estructura. La labor del formidable pianista Fedor Amirov, dotado de grandes medios, sirvió de poco (ojalá le hubiéramos escuchado en una obra con sustancia). En fin, demostración por partida doble de la mediocridad de uno de los niños más injustamente mimados del mundillo discográfico.