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Número 37º - Febrero 2.003


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LA ARTETA Y LA LUNA

 

Jerez, Teatro Villamarta. 17 de enero. Ch. Gounod: Romeo y Julieta. F. de la Mora, A. Arteta, S. Palatchi, R. Esteves, A. Echevarría, M. Rey-Joly, J. Ruiz, S. Chaves, L. Cansino, P. Farrés. Coro del Teatro Villamarta, dirigido por A. Hortas. Orquesta Filarmónica de Málaga, dirigida por E. Patrón de Rueda. J. Ruiz, escenografía y figurines F. López, director de escena. Producción del Teatro Villamarta.

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

Nos guste o no, es la comercial presencia de Ainhoa Arteta manifestando su pasión bajo una luna cadavérica en el jardín de los Capuleto lo que ha transformado una función operística "de provincias" en un acontecimiento socio-cultural y mediático. Entradas agotadas desde hace días, intensa cobertura en la prensa local -incluyendo entrevistas de color rosa- e incluso una serie apariciones televisivas en diferentes cadenas nacionales españolas, suponen una estupenda publicidad para el cada día más económicamente ajustado Teatro Villamarta, al que le viene de perlas semejante espaldarazo para seguir adelante con esa programación en la que, junto a espectáculos de contrastado eco popular como este Romeo y Julieta, incluye exquisiteces -de Elisabeth Leonskaja a Gil Shaham pasando por Andreas Staier- que han de ser financiadas de alguna manera.

La irregular ópera de Gounod se presentaba en una producción propia que, paradójicamente, se ha visto antes en Oviedo que en la propia Jerez, evento que ya comentara en FILOMÚSICA nuestro compañero Ángel Riego (haga click aquí para leer su crítica) y que fuera editado en compacto por el sello RTVE Música pensando en el tirón comercial de la Arteta. Entonces acompañaban a la cantante el joven mexicano Rolando Villazón -un tenor en imparable ascenso- y el veterano Reynald Giovaninetti. Ahora han hecho lo propio el ya maduro Fernando de la Mora y el maestro Enrique Patrón de Rueda, ambos procedentes también del país centroamericano. En el elenco de secundarios repetían algunos nombres y cambiaban otros. Fuerzas locales para el coro; en el foso, la Filarmónica de Málaga.

¿El resultado? Netamente superior al ya de por sí estimable obtenido en Oviedo, o al menos a lo escuchado en el disco. Ante todo por la propia Arteta que, si entonces hizo un trabajo discreto, estuvo convincente en Jerez. Desde luego su voz no es -nunca lo ha sido- gran cosa, y su talento como recreadora de personajes resulta limitado. Sin embargo, recuperada de las desigualdades que enturbiaron las funciones ovetenses, compuso una muy estimable Julieta. En el primer acto apareció insegura y poco desenvuelta en las agilidades, si bien coronó el vals -no tan mediocre como el de la grabación- con un sólido agudo que, por cierto, televisarían el lunes siguiente en el conocido magazine Lo + Plus, a ella dedicado.


Un buen trabajo de la Arteta

Más cómoda en lo vocal -su instrumento ha evolucionado hasta lo puramente lírico-, en el segundo acto alcanzó cuanto menos la corrección. En los restantes puso toda la carne en el asador y, aunque se las vio y se las deseó en la temible aria de la poción, realizó una composición sólida en lo vocal y lo dramático, llegando a ofrecer momentos de emoción sincera y hasta arrebatadora. Buena labor en conjunto, pues, independientemente de lo que podamos pensar sobre el despliegue mediático que rodea a la soprano. Nuestros aplausos para ella.

Fernando de la Mora cuenta con un currículo importante que incluye un disco en solitario dirigido por McKerras (Telarc) y trabajo con directores como Muti, Maazel o Mehta. Su voz de lírico puro, dotada de gran belleza tímbrica, es adecuada para Romeo, si bien muestra más comodidad por abajo -algo aquí fundamental- que por arriba. A Villazón lo supera en seguridad técnica y respeto al estilo, si bien su ardiente compatriota llega a emocionar más. Con algún que otro reparo -me aseguran fuentes fiables que en la segunda función no los hubo-, su labor fue digna de todo elogio.

El admirable Palatchi compuso de nuevo un espléndido Fray Lorenzo, mientras que Alfonso Echevarría, con sus limitaciones, estuvo mejor que en Oviedo como Capuleto. Soraya Chaves repitió su plausible Gertrudis y Josep Ruiz su discreto Tybalt. Entre los nombres nuevos habría que citar al espléndido Rodrigo Esteves como Mercucio, a una María Rey-Joly en feliz ascenso ofreciendo un formidable Stephano y a un veteranísimo Pedro Farrés prestando su vozarrón al Duque de Verona. ¿Hay quien ofrece un elenco más sólido y homogéneo con el menguado presupuesto de un teatro "de segunda"? Es muy dudoso.

La otras veces mediocre agrupación coral del Villamarta estuvo sorprendentemente bien en su difícil parte, muy por encima del Coro de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera. Seguramente en ello tuvo algo que ver la batuta de Enrique Patrón, que realizó -como ya hiciera en Traviata y Lucia di Lammermoor- una magnífica labor de foso. Buena concertación de la orquesta -quizá algo parca en matices-, soberbio trabajo con las voces, buen gusto y temperamento cálido y entusiasta fueron sus señas de identidad. En conjunto, superó la más que notable labor de Giovaninetti, a quien el primer acto le quedó frío.

Enrique Patrón de Rueda

Una espléndida función en lo musical, pues, que no se vio acompañada por la vertiente escénica, responsabilidad paradójicamente de quien con tanto acierto escogiera los mimbres canoros. Francisco López -a la sazón director del Villamarta-, ayudado por su habitual figurinista Jesús Ruiz, ha sido artífice de espléndidas producciones propias (Traviata, Rigoletto), pero ha decepcionado en esta ocasión. Por descontado, se trata de una propuesta seria y muy trabajada, pero el concepto escénico resulta incoherente -o al menos incomprensible para quien esto suscribe-, de una rigidez que no casa bien con el mundo de Goudod. La vertiente plástica es pobretona, con unos antiestéticos y molestos pilares almohadillados que suben y bajan, y unos lienzos murales que sirven lo mismo para una cripta que para el exterior de un palacio. No obstante, merecen destacarse el vistoso y rico vestuario, la acertada iluminación y algunos reveladores detalles de la inteligente dirección de actores.

Sea como fuere, lo importante es que, partiendo de un presupuesto harto limitado, hubo motivos para la satisfacción tanto para los "entendidos" como para aquellos muchos que acudían por primera o por segunda vez a una función operística atraídos por la presencia de Ainhoa Arteta. ¿Habremos de mostrar desdén por que se fomente la afición a la ópera ofreciendo al mismo tiempo comercialidad y calidad? No parece.