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EÖTVÖS, DE PICOS PARDOS...
Por
Justino
Losada Gómez.
El
Mandarín maravilloso, como todo buen melómano sabe, es obra de gran
importancia en el catálogo bartokiano. Estrenada en 1926 en Colonia, pone
en escena a una prostituta que seduce alternativamente a un rufián, un
inocente joven y un viejo mandarín, al que los dos delincuentes anteriores
intentan desvalijar antes de que se largue y venza llevándose a la chica
consigo. Pero aún así y sin saber que estaba "reservado el derecho de
admisión" a los favores de tal mujer de vida disipada, a juzgar por la
lucha y la negativa de esta, no consigue su cometido, siendo incluso
apuñalado, ahorcado y, en definitiva, magullado hasta que su energía se
agota y muere en los brazos de la ramera.
De sobra sabía Bartók, que en esta obra no sólo supo reflejar los miedos
de la ciudad al oyente, sino que a la vez consiguió exponer los propios,
dando muestra de ello en el sorprendente, nervioso y terrible arranque de
la obra, sino igualmente en un incisivo retrato de magnitudes
cinematográficas del trauma de una sociedad marcada por la Primera Guerra
Mundial. Haciendo gala de una violencia sin igual, una estructura rítmica
compleja, el misterio de sus músicas nocturnas aquí también presentes y
una colorista instrumentación digna y propia de un virtuosismo exacerbado,
el compositor pasa de ofrecer préstamos folklóricos para ahondar de manera
personal en la oscuridad grotesca y amoral de los protagonistas de las
injustas grandes ciudades, reales como la vida misma.
Es en esta versión donde el maestro húngaro Peter Eötvös firma una
interpretación rotunda acorde a las exigencias del programa y bajo una
estética más cercana al ballet que al ostracismo de las salas de
conciertos. La Junge Deutsche Philharmonie muestra una claridad barroca
ante las peticiones del director que sabe como nadie la naturaleza de esta
música, elegante y lisonjero en las tres danzas de seducción de la ramera,
tímido en la aparición del joven pretendiente (9:16), y paulatinamente
feroz en las apariciones del mandarín que sabe afianzar a fuerza de
"accelerandi" orquestales o de planos de metales que emergen como montañas
de terror añadido (12:22). Peter Eötvös, como si una suerte de Georges
Simenon musical fuera, conoce lo que piensa y hace cada personaje en todo
momento, remitiendo el miedo, la incertidumbre o la malicia de estos en
cada compás dirigido. De gran calidad igualmente, es la escena de la lucha
entre el mandarín y la prostituta, llevada con excelente claridad en la
asimétrica parte percusiva así como en el diálogo dividido de la cuerda
que conforma una de las fugas más originales del siglo XX. La entrada del
coro (que curiosamente no aparece detallado en el disco) ofrece un
episodio de misterio palpable, el momento en que la cabeza del mandarín
comienza a brillar, prolegómeno a la muerte de este.
Es realmente curioso como con obras como el Mandarín todavía
Bartok intentara hacerse hueco como compositor, aunque el talante de esta
fuera incómodo para su época. Con razón decía el violinista Joseph Szigeti
que Bartók siendo uno de los compositores mas dotados de su generación,
era el menos capaz de dar a conocer sus obras, de respaldar sus
creaciones. Y si la sociedad era realmente dura ante cualquier atentado a
las buenas maneras, su más fiel herramienta, el puritanismo reinante, le
retiraría del cartel la representación, llamando para ello al entonces
alcalde de Colonia y posterior padre de la Alemania moderna, Konrad
Adenauer quien, respaldado por los sectores tradicionales incluyendo a la
iglesia, tachó a la obra de antimoral y degenerada. Todo por defender una
idea provocativa molesta pero realista. ¡Ni que fuera pornografía!
En comparativa con otras versiones, Eötvös ofrece una versión mucho más
nerviosa y oscura que Claudio Abbado, pero menos detallada que la de éste,
y por supuesto más fluida que la monolítica y referencial todavía para
muchos, versión de Antal Dorati, única referencia durante varios decenios.
El concierto para orquesta fue una de las últimas obras del compositor
junto al tercer concierto para piano y el inacabado concierto para viola,
concluido por su alumno Tibor Serly.
Si algo llama la atención de la obra es su alto espíritu de la catarsis,
entre el folklore y su estilo personal. No hay préstamos de la música
popular húngara aquí, es su música la que es altamente húngara en estilo y
espíritu vislumbrando la nostalgia por la patria lejana sentida por uno de
sus exilados y moribundos habitantes. La idea de esta obra vino a raíz del
encargo del director de orquesta Serge Koussevitzki quien le pidió la obra
siendo este otro motivo más para dejar la ciudad que tan inhóspitamente le
trataba y retirarse al campo donde así le podía arañar mas tiempo de vida
a la leucemia y dedicarse tranquilamente a la composición.
De nuevo Eötvös ofrece su particular punto de vista sobre el Concierto, en
este caso dirigiendo a la Gustav Mahler Jugendorchester en una grabación
en directo de un concierto dado en la ciudad italiana de Bergamo. La
lectura del mismo adolece del añejo nervio húngaro de un Reiner o un
Fricsay, pero cala en un sentimiento parecido sin hacer turismo autóctono,
nunca dejando de lado su exhaustivo sentido analítico, por lo que podemos
decir que su visión queda a medio camino entre la exactitud metronómica de
Boulez y el claro idioma de los magiares. Así, en esta situación
privilegiada consigue hacer cantar a las maderas en el segundo movimiento
"Giuoco delle coppie" (4:06) sin perderse en el delicado contrapunto de
las mismas, ofrecer en la "Elegía" un apesadumbramiento nostálgico como
Reiner, con profundidad, (3:33) pero sin caer en la banalidad como un
desconocido Szell que parece esconderse en las nieblas del Balaton. La
percepción de los temas pastorales (1:00) y la introducción de los mismos
con la nobleza de las trompas (0:50) antes de la charanga Shostakovichiana
en el "Intermezzo Interotto" o también el ofrecer un perfecto puntillismo,
admirable en el "Finale" (8.25) como también en versiones como las de
Jansons, Ozawa o Boulez, pero adoleciendo estas del típico sabor húngaro.
Respecto a la técnica de grabación utilizada, cabe decir que no es ninguna
maravilla, ya que priman los graves y medios perdiéndose el brillo
completo que una obra de estas características requiere.
Resulta extraño que el propio Eötvös diga que estas versiones fueron
grabadas para ver lo que podían dar de sí orquestas juveniles, y la verdad
es que ya quisieran numerosas orquestas de adultos profesionales, y con
años de experiencia, tocar con la técnica y ganas de estos chavales, por
lo que llegados a este punto y pese a las imperfecciones del audio un
servidor recomienda encarecidamente estas excelentes versiones del
novedoso sello BMC a cargo de uno de los directores más originales de los
últimos tiempos.
REFERENCIAS:
BARTOK: El Mandarín Maravilloso, Concierto para Orquesta
Junge Deustche Philharmonie (Mandarín), Gustav Mahler
Jugendorchester (Concierto)
Director: Peter Eötvös
BMC (Budapest Music Center Records) CD 085
Distribuidor en España: DIVERDI
Página web:
www.diverdi.com
e-mail:
diverdi@diverdi.com
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