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Número 49º - Febrero 2.004


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LADY MACBETH EN SEVILLA

 

 

Por Sir John Falstaff

Sevilla. Teatro de la Maestranza. 21 de febrero. Verdi: Macbeth (versión revisada de 1865). Reparto: Carlos Álvarez, Violeta Urmana, Giacomo Prestia, José Sempere, Marcella Polidori, Alfredo Nigro, Sergio Fontana. Coro de la A. A. del  Teatro de la Maestranza. Director del coro: Valentino Metti. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección musical: Daniel Lipton. Dirección escénica: Giancarlo Cobelli. Producción escénica del Teatro Comunale de Módena..

No, no es que el Teatro de la Maestranza haya decidido poner en escena la estupenda ópera de Dimitri Shostakovich. A lo que el titular hace referencia es al clamoroso éxito de Violeta Urmana debutando en el emblemático papel verdiano, uno de los mayores retos a nivel técnico y expresivo que cantante alguna puede afrontar a lo largo de su trayectoria. No es de extrañar que triunfara, pues si es capaz de componer una fabulosa Kundry es que cuenta con las armas necesarias para encarnar a la shakesperiana regicida: un instrumento de amplísima extensión al tiempo que homogéneo, un manifiesto dominio de las agilidades y un registro expresivo que ha de oscilar entre el erotismo, la maldad, el sufrimiento y la enajenación. Un punto más a favor de la fabulosa ex-mezzo lituana es que, de manera muy inteligente, no optó por una interpretación extrovertida y desgarrada de signos protoveristas, sino que prefirió hacer uso de la más amplia gama de recursos del bel canto, utilizados siempre con sentido dramático y jamás rindiéndose al narcisismo hedonista; es ésta la opción más sensata para un título que, siendo visionario en muchos aspectos, debe aún mucho a la tradición lírica italiana anterior a Verdi.

Aun estando espléndido, no rayó a semejante altura Carlos Álvarez, lo que se evidenció a la hora de cosechar aplausos. Quizá su voz, demasiado lírica aún, no es la más adecuada para el rol titular. O quizá su técnica no esté lo suficientemente desarrollada: por ejemplo, y no es la primera vez que lo señalamos en esta revista, el barítono malagueño no domina del todo las medias voces. Y a lo largo del primer acto su voz no corrió por la sala como debería haberlo hecho. Con todo, su actuación fue la propia de un gran artista, comunicativo y sincero (escalofriante su "Mal per me", recuperado de la versión primitiva de la partitura), contando además con un instrumento tan hermoso como adecuado para el repertorio verdiano y de una considerable presencia escénica; por ello es de suponer que este notable Macbeth no va a quedar sino como un borrador del Macbeth referencial que ofrecerá dentro de unos años. Lástima que al optar por romper el protocolo y salir a solas para saludar de nuevo una vez abajo el telón, dejara en evidencia su elevado divismo y escasa consideración hacia su partenaire; cuando la seguramente estupefacta Violeta Urmana se decidió -con toda justicia- a salir junto a él, una automática multiplicación de las ovaciones manifestaron no sólo quién fue la auténtica triunfadora artística de la noche, sino también quién se llevó el cariño del respetable. 

Espléndido el Banquo de Giacomo Prestia, a lo que contribuyó la imponencia de su bella voz. El irregular y controvertido José Sempere puso toda la carne en el asador para ofrecer un Macduff viril y con todas las notas en su sitio, pero algo falto de estilo. Aceptable el Malcolm de Alfredo Nigro, espléndida Marcella Polidori como la dama de compañía y mediocre el doctor de Sergio Fontana. Así las cosas, podía haber sido una gran noche de ópera.... pero ahí estaba la batuta de Daniel Lipton, uno de los directores normalmente "sugeridos" por Carlos Álvarez y su agente artístico Alfonso G. Leoz -dicen las malas lenguas que ambos son ahora socios, y que comparten tanto inversiones como beneficios- a cambio de la presencia del barítono malagueño. 

Un coliseo como el Maestranza debe aspirar a ser un centro lírico de primera, siendo la independencia a la hora de establecer elencos uno de los signos distintivos de tal categoría. Por ello resulta lamentable que se haya rebajado a aceptar semejantes condiciones. Sobre todo sabiendo que Lipton batió el récord de críticas negativas con su Rigoletto del Real. Que sus enfrentamientos con voces y directores de escena han sido sonados. O que en alguna ocasión ha hecho llorar a ciertos cantantes con sus disparatadas imposiciones en los tempi. Y es que el mediocre artista, que tiene la ocurrencia de autocalificarse en su currículo como "uno de los directores más creativos del momento", afirma haber descubierto que Verdi suena mejor interpretado de manera vertiginosa. Eso sí, sólo logra aplicar sus criterios cuando los cantantes de turno se lo consienten. En Sevilla no lo hicieron (sus broncas con la Urmana han estado en boca de todos), así que el resultado fue irregular, oscilando entre la discreta corrección en las arias y el puro disparate de los pasajes corales, en los que el Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza tuvo que vérselas y deseárselas para cantar con dignidad. La orquesta, a su aire. Que los profesores abandonaran el foso antes de que la batuta los hiciese levantar resultó de lo más significativo, como lo fue igualmente que la protagonista no acudiese a sacar a Lipton a la hora de recoger los aplausos.

La nada convencional, violenta y muy siniestra puesta en escena de Giancarlo Cobelli, un hombre de teatro con amplia experiencia en Shakespeare, comenzó de manera bastante prometedora: el coro siempre presente, sentado a oscuras a ambos lados del escenario, dejaba un espacio central para desarrollar una acción estática y concentrada en la que la iluminación cobraba un decisivo carácter dramático y los personajes se perfilaban con nitidez. Por desgracia la propuesta fue perdiendo gas conforme transcurría la velada: demasiada sangre gratuita (incluso para un título como éste), demasiados cuerpos masculinos musculosos y semidesnudos deambulando en escena. Por no hablar del vulgar erotismo de puticlub de carretera para la escena de las brujas del acto III. Irregular, pues, como lo fue la propia vertiente musical por obra y gracia de una batuta que el Maestranza no debería haber aceptado. Ojalá que la próxima vez que vuelva Carlos Álvarez (y estamos deseando que lo haga) no intente realizar esas "sugerencias" que tanto perjudican al espectáculo en su conjunto y a él como artista. Y también que deje a un lado los celos profesionales. Un cantante de su talento y categoría no necesita empañar su imagen de semejante manera.