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PETER SCHREIER, LA VOZ DORADA
Por
Ignacio Deleyto Alcalá.
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Curriculum.
La carrera de Peter Schreier como cantante se situó
en la órbita de tres géneros musicales: el oratorio, la ópera y el lied.
Heredero de una tradición de tenores alemanes que se remonta a Karl Erb y
pasa por Julius Patzak y Anton Dermota, Schreier fue un gran “Evangelista”
y colaboró con especialistas en Bach como Eduard Mauersberger,
Hans-Joachim Rotzsch y Karl Richter. Considerado en su día como el sucesor
de Fritz Wunderlich en Mozart, su voz de tenor lírico vistió a los papeles
mozartianos (y en menor medida a los straussianos) con una categoría y
elegancia admirables siendo “Tamino” uno de sus roles más característicos
(con el que se retiraría de los escenarios en Junio 2000). El lied alemán
ocupó también un lugar prioritario en su carrera con una voz inconfundible
de ribetes tornasolados, perfecta dicción, natural legato y amplia
dinámica.
Peter Schreier, que debutaría en la Ópera de Dresde en 1959 en un pequeño
papel de Fidelio tras haber estudiado canto y dirección en la
Dresden Musikhochschule, perteneció a una generación de cantantes alemanes
que dominaron la escena operística y los estudios de grabación durante
décadas y conformaron una auténtica edad de oro del canto alemán, nombres
que hoy quitan el hipo a cualquier aficionado: Fritz Wunderlich, Hermann
Prey, Walter Berry, Karl Ridderbusch, Gundula Janowitz, Edith Mathis,
Christa Ludwig, Brigitte Fassbaender, etc. Al igual que la mayoría de
ellos, compañeros en tantos discos, fue un gran liederista como lo
atestiguan sus numerosas grabaciones de lieder de Beethoven, Mozart,
Schubert, Schumann, Wolf, Hindemith, etc.
El
próximo año Peter Schreier cumplirá setenta años y llegará a esa edad en
la que llueven los homenajes. Universal se adelanta ahora con la reedición
en una caja de los tres ciclos de canciones de Schubert que realizara para
Decca entre 1989 y 1991 junto a András Schiff. El tenor había grabado
anteriormente versiones de Die schöne Müllerin y Schwanengesang
con Walter Olbertz, testimonio del tenor en plenitud vocal. El primero
fue reeditado por Berlin Classics; el segundo, salvo error, nunca llegó al
disco compacto. De Winterreise existe una versión en vivo con
Sviatoslav Richter (Philips, 1985) y también hay un Die schöne Müllerin
con Konrad Ragössnig a la guitarra (Berlin Classics, 1988). Sin embargo,
las versiones con Schiff tienen varias ventajas: concepto unitario por la
proximidad entre las grabaciones, complicidad entre ambos artistas,
acompañamiento de un auténtico especialista en Schubert y una toma sonora
sensacional.
Evidentemente en estos años su voz no podía mostrar la lozanía y frescura
de antaño pero Schreier, cantante de gran inteligencia, siempre cuidó
mucho su voz -de hecho sigue haciendo recitales- y en estas versiones para
Decca muestra un instrumento en plena forma. En cualquier caso, si algo se
ha perdido en brillo o frescura, se ha ganado en madurez e introspección
interpretativas. Su timbre es destellante y afilado, su magistral media
voz seduce como pocas, su fraseo es de libro, su dicción es un modelo de
claridad y su musicalidad innata. Podemos poner pequeños reparos: algunas
notas graves difíciles de mantener, algún que otro deje personal y una
paleta tonal no excesivamente amplia pero la voz de Schreier envuelve de
tal manera que su canto emocionante, sin efectos ni maquillajes, nos
arrastra hasta el final en un estilo de canto que a veces parece hablarnos
o susurrarnos al oído.
En Die schöne Müllerin es obligada la comparación con la versión de
Fritz Wunderlich (DG, 1966) registrada poco antes de su muerte en un fatal
accidente. El malogrado tenor revela un timbre más cálido, suave y
sensual, su canto es más amable, más acariciante pero en cuanto a
experiencia interpretativa Schreier le supera sin contar con que el piano
de András Schiff está a años luz del de Hubert Giesen. (No debemos olvidar
que Wunderlich era aún muy joven y quién sabe lo que nos habría legado de
haber vivido más años.) Schreier muestra tal identificación con este mundo
de imágenes y colores que el oyente se ve involucrado en la felicidad o el
sufrimiento del protagonista de la historia. Su voz no es particularmente
bonita, no encandila sola por lo que el artista debe hacer el esfuerzo de
interpretar, de recrear la partitura y convencer. Más allá de una sólida
técnica o una madurez interpretativa evidentes nos encontramos con un
sentido innato para el drama, una voz hecha para transmitir los estados de
ánimo del enamorado a través de un sutil intervencionismo que nos lleva de
la alegría a la angustia sin apenas darnos cuenta. La versión de Schreier
se hace hueco entre las grandes y, en conjunto, supera a las de tenores
como Peter Pears, Fritz Wunderlich u otras más recientes como la de
Christoph Prégardien.
Pocas son las obras en el mundo del lied que supongan una experiencia
musical del calibre de un Winterreise. Mientras una versión
mediocre resulta insoportable y uno acaba por abandonar, una buena versión
suele dejar al oyente en un estado de fría y desolada quietud,
especialmente si el artista, como hace aquí Schreier, hace un equilibrado
retrato emocional y espiritual del caminante. El tenor alemán sabe
combinar los momentos de reposo y calma con los de angustia y tensión. No
hay sobreactuación, no hay desfallecimientos, no hay concesiones; su
concentración exige mucho al oyente que no queda impasible ante una
lectura que atrapa de principio a fin pero que nunca llega a pesar
demasiado. Su dicción es magistral como también lo es su capacidad para
que una palabra o una sílaba cobre vida propia a través de un atinado uso
de los reguladores. Su media voz en canciones como “Das Wirtshaus” o esa
forma de decir cantando, en un hilo de voz, al final de “Der Wegweiser”
son marcas de la casa. Seguramente voces como las de Hüsch, Hotter,
Fischer-Dieskau o Prey se adecuen mejor a los recovecos de la partitura
pero pocos artistas habrán recorrido los fríos parajes del Winterreise
con la templanza, intensidad y uniformidad de nuestro tenor.
Schwanengesang no fue concebido como un ciclo. Poco después de la
muerte del compositor, su hermano Ferdinand mandó 13 canciones de Heine y
Rellstab al editor vienés Tobias Haslinger quien añadió “Die Taubenpost”
para evitar el fatídico número. El romántico título “El Canto del Cisne”
fue también invención del propio editor. Para su grabación Schreier
incluyó una canción con textos de Rellstab, “Herbst”, tres canciones más
con poemas de Seidl y adoptó el orden del poeta en el grupo de las de
Heine. No hay que olvidar que Schubert compuso todas estas canciones para
la cuerda de tenor aunque el tiempo y la tradición las hayan convertido en
pasto para barítonos. Pocos tenores se han atrevido con este ciclo quizás
por la dificultad de canciones como “Der Atlas” y “Der Doppelgänger” que
piden una voz de mayor peso. Schreier lo suple con su incisivo fraseo, su
impresionante legato y su capacidad para crear drama. Estamos ante una
versión a la altura de las de Hotter, Dieskau, Prey o Fassbaender.
Concluiremos ya. Grabaciones que siempre han estado a precio alto, algunas
ya descatalogadas, pasan ahora a precio medio, en una sola caja, con una
presentación muy digna que incluye textos en alemán e inglés, un breve
artículo y foto de los artistas. Quien quiera tener los tres ciclos por un
tenor de categoría y un excelente pianista no debe dudar en hacerse con
este álbum, un imprescindible para todos los amantes del lied alemán.
REFERENCIAS:
F. SCHUBERT:
Die schöne Müllerin D 795, Winterreise D 911,
Schwanengesang D 957 + Lieder. Peter Schreier, tenor. András Schiff,
piano. DECCA 457 268-2. 3 CDs.
Página web:
www.deccaclassics.com
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