Revista mensual de publicación en Internet
Número 53º - Junio 2.004


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LAS SIETE PALABRAS DE HAYDN Y SU RAIZ ESPAÑOLA

Por Daniel López Fidalgo (Madrid, Grupo Scialoja-Branca). 

                Constituye Haydn un ejemplo histórico de músico comprometido e imbuido de la esencia musical religiosa, con un empeño sacro que trasciende el mero encargo, para ornamentar sus composiciones de una espiritualidad más allá de las postrimerías de la obligación.

               Si desde estas mismas páginas tratábamos meses atrás la relación de Mozart con la masonería, y de modo colateral traíamos a colación la adhesión de Haydn a la logia, por incitación del propio Mozart, nos retrotraemos hoy a un período anterior a dicha adhesión, que fue recorrido también otros compositores como parte de un iter vital, que en ningún caso debiera interpretarse como una apostasía o abandono de las ideas religiosas. Muy al contrario, la adhesión masónica era entendida por ambos como un eslabón más en su camino de amor al prójimo, que encontraba mejor refugio en la fraternidad de las logias, que en el ambiente dual en que se movía un clero, que dejaba insatisfechas las necesidades espirituales.

              La religiosidad de Haydn fue a la vez causa y efecto de su propia música, al encontrar en ella, como muchos otros, el camino que desemboca en el arte. Lejos de la magnificencia de composiciones que evocan la ampulosidad de un credo que se impone a otros, en cuanto a manifestación artística se refiere, Haydn adereza sus composiciones religiosas de un misticismo casi íntimo, despreocupado de alcanzar grandes evocaciones divinas. Buena muestra es la obra concebida como “Las siete palabras de Cristo”.

              Por encargo del canónigo de Cádiz, Don José Saénz de Santamaría nacido en Veracruz de padres españoles que se ubicaron allá, en la Nueva España, Haydn compone una obra hermosa evocadora de las ultimas frases de Cristo en la Cruz. : “Hace quince años que el canónigo de Cádiz me pidió hacer música instrumental para las siete palabras de Cristo en la Cruz (...) Después de la introducción, subió el obispo al púlpito, pronunció una de las siete palabras y habiendo terminado bajó y se arrodilló ante el altar. Esta pausa fue completada por la música y así una y otra vez hasta la conclusión..."

              Con estas palabras explica el propio autor la naturaleza de su encargo, no concebido inicialmente como cuarteto de cuerda, pero obteniendo de esta forma su más fácil difusión en templos durante las celebraciones propias de la Semana Santa.

La génesis la constituye la cofradía de la Madre Antigua que se reunía para orar en la Iglesia del Rosario de Cádiz. Los miembros de la Cofradía descubrieron casualmente una cueva subterránea, y decidieron continuar en ella sus meditaciones, por lo que suele encontrarse en muchos textos la alusión al canónigo de la Santa Cueva como instigador del encargo musical, en referencia a Don José,  al frente de la preciosa Iglesia del Rosario.

                Conocida como Capilla del Santísimo Sacramento el padre José ornamentó la Iglesia con cuadros de Goya: La multiplicación de los panes  los peces, El convite nupcial y La última cena. Era necesario por tanto crear una pieza musical a la altura que acompañara el Viernes Santo la oración. Dicho encargo se hizo efectivo por la mediación de los marqueses de Méritos y Ureña. Como resultado Haydn elabora una pieza de misticismo evidente, que favorece el sosiego espiritual y evoca su motivo. A las palabras de Cristo en la cruz, une Haydn una introducción y una parte final que denomina “Terremoto” creando así un conjunto completo, sin ornamentaciones superfluas pero con un carácter evidente.

La partes que componen a obra son:
Pater, dimite illis, non enim sciunt, quid faciunt
Amen dico tibi: hodie mecum eris in paradiso
Mullier, ecce filius tuus et tu, ecce mater tua
Eli, Eli lama asabthani

Sitio
Consumatum est
Pater in manus tuas comendo spiritum meum

El discurso instrumental convierte la obra en una secuencia de escenas de gran contenido lírico, y no cuesta esfuerzo imaginar que las pausas entre las sonatas que conforman la obra son, de hecho, un receso que invita al recitativo evangélico, en una obra de muy singulares características.