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Número 6º - Julio 2000


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NUEVOS TÍTULOS PARA LA SERIE VIVARTE

DE SONY CLASSICAL

Por Ignacio Deleyto Alcalá.

 

Tres nuevos títulos se añaden ahora a la ya extensa serie Vivarte, dedicada a interpretaciones con instrumentos originales: Réquiem de Mozart (SK 60764), Quintetos para cuerda de Mendelssohn (SK 60766) y música renacentista para laúd (SK 60767).

El Réquiem de Mozart, compuesto durante el último año de su vida, es una de las obras más populares de su autor que, como sabemos, murió antes de verla terminada. Antes de entrar en el comentario de esta versión, me gustaría repasar algunos aspectos de interés sobre las circunstancias de su composición y hacer un breve comentario sobre ediciones y versiones.

El año 1791 fue un año de mucha actividad para Mozart. En Julio y tras componer el Ave Verum Corpus, recibe el misterioso encargo de escribir un Réquiem (más tarde se sabría que era para la mujer del Conde Walsegg-Stuppach que había fallecido meses antes). Sin embargo, la composición de esta obra se verá interrumpida por un importante viaje a Praga con motivo de la coronación de Leopoldo II como Rey de Bohemia. Allí, entre otras cosas, estrenará su nueva ópera, La Clemenza di Tito, encargada para dicha celebración. Una vez de regreso a Viena se sumerge en la composición de La Flauta Mágica que ya le había sido encargada hacía meses. El propio Mozart dirige el estreno que resulta ser todo un éxito como queda demostrado por las nada menos que veinte veces que se representa, sólo en Octubre. También compone su Concierto para clarinete y orquesta K 622.

Presionado por tanto trabajo y ya enfermo, centra entonces su atención en el Réquiem y empieza a componer frenéticamente. Sufre depresiones y su enfermedad se agrava por momentos. En Noviembre ya guarda cama y aunque sigue componiendo, es consciente de que no podrá concluir su obra. Su cuñada, Sophie Haibel, en su famoso relato de 1825 describe a un Mozart que repasa la partitura en la cama al mismo tiempo que da instrucciones a su pupilo F. X. Süssmayr de cómo completar la obra. Una escena bien parecida a la que inmortalizara la película Amadeus aunque con diferente "escribano".

Por increíble que parezca en un hombre a punto de morir, casi todos los biógrafos cuentan que Mozart aprovecha una ligera mejoría el 4 de Diciembre para hacer un ensayo "in situ" del Réquiem con varios amigos del Freihaustheater. El propio Mozart canta la parte de contralto y Süssmayr recibe las últimas indicaciones. Tras una tarde, aún lúcido, muere pasada la medianoche. La partitura, por tanto, queda incompleta. (No se entregaría a su destinatario hasta Diciembre de 1793)

Mucho se ha escrito sobre lo que pasó después. No tenemos aquí el espacio ni siquiera para hacer un resumen pero digamos brevemente que Mozart completó el Introito y el material esencial del Kyrie (cuya instrumentación fue añadida por Süssmayr). También compuso, en bosquejos, las seis secciones de la Secuencia aunque del Lacrimosa sólo deja ocho compases y las dos secciones del Ofertorio. Es decir, el manuscrito incompleto contiene todas las partes vocales, el bajo cifrado e indicaciones precisas sobre instrumentación para el Dies irae, Tuba mirum, Rex tremendae, Confutatis, ocho compases del Lacrimosa, el Domine y el Hostias. A partir de ahí, no se conserva nada más de su mano. Parece, sin embargo, que la calidad de la música hace pensar que tanto el Sanctus, Benedictus, Agnus Dei y Communio, no son obra única de su discípulo Süssmayr sino que parte del material bien podría haber sido manuscrito por Mozart.

Curiosamente cuando Constanze resuelve en completar la obra (por razones económicas) entrega el manuscrito, no a Süssmayr que junto a Freystädtler había completado la fuga del Kyrie, sino a Joseph Eybler, otro buen discípulo de su marido. Éste, quizás abrumado por la empresa, abandona el proyecto al poco tiempo, y Constanze lo pasa finalmente a Süssmayr que lo termina, probablemente, como afirma H.C. Robbins Landon, recomponiendo partes que Eybler había completado parcialmente.

Aunque tradicionalmente ha sido la versión de Süssmayr la más interpretada y grabada, seguramente porque durante años fue la única disponible, hay otras ediciones que han tenido sus defensores en las últimas décadas. Hay hasta seis diferentes ediciones del Réquiem. La mayoría de las grabaciones usan la de Süssmayr o la de Beyer (1971). Esta última, utilizada por Marriner I, Harnoncourt, Bernstein, entre otros, elimina parte de la orquestación añadida por Süssmayr y añade una coda a la fuga del Hosana. Cambios más radicales los encontramos en la de Richard Maunder (1983) llevada al disco por Hogwood que rechaza de plano el Sanctus, Benedictus y Hosana porque en su opinión son obra de Süssmayr y no de Mozart (concluye el Lacrimosa con un Amén fugado basado en apuntes de Mozart).

La que nos presenta esta nueva grabación dirigida por Bruno Weil es la correspondiente al musicólogo Robbins Landon cuyo propósito es combinar el trabajo de los tres discípulos implicados en el término de esta magnífica obra: Süssmayr, Eybler y Freystädtler. Tras las de Roy Goodman y Georg Solti, esta es la tercera grabación de esta edición completada en 1989 poco antes del bicentenario de la muerte de Mozart. Como queda dicho, aporta todo el trabajo de Eybler pero no elimina las adiciones y errores de Süssmayr. No es una versión que suene demasiado diferente a la más conocida aunque algún cambio notable llama la atención; por ejemplo, en el Rex tremendae, tras las tres angustiosas exclamaciones "Rex", se eliminan los metales y timbales en la primera frase "Rex tremendae majestatis" dejando al coro como única voz cuyo eco resuena implacable. El efecto es notable y sobrecogedor (todavía lo es más en la versión de Solti con el coro de la Ópera de Viena en la justamente famosa interpretación con la Filarmónica de Viena grabada en la Catedral de San Esteban de Viena en 1991).

Entrando ya en esta nueva grabación podemos destacar el papel del coro que está magnífico a lo largo de toda la obra. Bruno Weil, contrariamente a la mayoría de los directores, elige un coro de niños, el Tölzer Boys Choir, para esta obra y, a la vista de los resultados, hay que aplaudir la elección pues suena bien afinado y empastado además de cantar con garra y expresividad en todas las secciones corales. Los solistas no están a la misma altura a excepción de Harry var den Kamp, pero se defienden bien. El tenor Jörg Hering, un habitual en las grabaciones de Weil, posee un bello instrumento aunque en los agudos la voz se nota estrangulada. La dirección es tensa y los tempi son por lo general rápidos; demasiado rápido en el caso del Recordare.
Se nota el trabajo del director con los cantantes, las entradas, por ejemplo, son siempre perfectas y la voz siempre parece surgir de la música como queriéndose fundir con ella. Aquí se nota la mano de su maestro, Karajan. (Este lo tuvo de director asistente en los Festivales de Pascua de Salzburgo cuando Bruno Weil era director musical de la Ópera de Augsburg).

En conclusión, este Réquiem no se convertirá en una primera opción pero la versión se deja escuchar con interés. La excelente presentación compensa en parte la poca música que contiene este CD; el disco sólo dura 43 minutos pues no se ha añadido acoplamiento alguno.


El segundo disco se centra en dos obras de cámara de Felix Mendelssohn: los Quintetos para cuerda OP. 18 y OP. 87. Dos obras maestras, pertenecientes a dos períodos diferentes del compositor como indican sus números de opus. El primero, compuesto cuando tan sólo tenía diecisiete años, es una obra ambiciosa (dura más de media hora) que mira tanto al pasado como al futuro. Especialmente interesante es el scherzo con sus insistente tema que se repite una y otra vez. El segundo Quinteto compuesto en 1845 ha sido comparado con frecuencia a su famoso Octeto OP. 20. Sin embargo parece ser una obra mucho más personal y madura como demuestra el misterioso y encantador adagio, un movimiento de una belleza extraordinaria comparable en intensidad al Beethoven de los últimos cuartetos .

L'Archibudelli nos entrega una lectura vigorosa, tensa y apasionada de estos dos quintetos. A decir verdad, estamos ante un gran conjunto de cámara que luce un fraseo elegante, una entonación impecable y un discreto vibrato. Los instrumentos dialogan entre sí sin prisa, el buen entendimiento entre los músicos se hace patente en las entradas así como en los crescendi, por ejemplo, en el tremendo clímax del adagio del OP 87. L'Archibudelli transmiten una visión de la música de Mendelssohn muy romántica con frases de gran aliento. Destaca el violín de Vaera Beths y el cello de Anner Bylsma que suena profundo y sugerente. En el Scherzo del Op 18 demuestra su entusiasmo con esta música en una intensa frase solista. No hay que olvidar que estamos ante un quinteto que usa instrumentos originales cuyo inconfundible sonido puede no ser del gusto de todos pero la interpretación es de una gran expresividad, muy relajada en los movimientos lentos y ágil y contundente en los rápidos.


Finalmente, un disco del laudista alemán Lutz Kirchhof con un título de lo más sugerente: "Música de laúd para Brujas y Alquimistas". ¡Cuánto han cambiado las cosas en el mundo de la interpretación con instrumentos originales! Una de las grabaciones pioneras de música para laúd con criterios historicistas fue realizada por Konrad Ragossnig en los años setenta. El magnífico trabajo comprendía una selección de literatura para laúd de diferentes países y compositores. Ciertamente la variedad era abrumadora pero tanto Dowland como Luis de Milán o Vallet se interpretaban con un único instrumento. Más de seis LPs con un único instrumento y con una técnica más propia de guitarra que de laúd (cuerdas pulsadas con las uñas y no con las yemas de los dedos). Claro está que el mero hecho de rebuscar en los archivos para reunir tal cantidad de material y utilizar una copia de un laúd del siglo XVII ya eran suficientes argumentos para justificar el adjetivo de historicista. Desde entonces se ha avanzado considerablemente y los intérpretes no sólo se preocupan de descubrir y recopilar repertorio más o menos abandonado sino que buscan extraer el máximo de cada obra; investigar sobre la técnica de la época, estudiar los instrumentos apropiados para cada pieza y autor, etc. En este único disco, Kirchhof utiliza hasta cuatro instrumentos diferentes: laúd renacentista, vihuela (para los españoles), laúd barroco y tiorba. Resulta fascinante la posibilidad que se le brinda al aficionado de comparar (y disfrutar) la sonoridad de cada uno.

El disco contiene piezas de compositores tan variados como Holborne, Vallet, Luis de Milán o Weiss, por citar algunos de los más conocidos en piezas cuidadosamente elegidas por el laudista que demuestra una técnica impecable, una fresca espontaneidad a la hora de adornar, y gran sensibilidad sin llegar a ser empalagoso. Este disco es una delicia de principio a fin. Quien quiera probar, puede empezar por la melancólica Chorea de Matthäus Reymann o la Battaille de Nicolas Vallet. Es difícil no caer en la sugerente tentación de una música así interpretada. Hoy día tenemos grandes laudistas como Hopkinson Smith, Jakob Lindberg, Paul O´Dette, y nuestro José Miguel Moreno. Tras escuchar este disco el nombre de Lutz Kirchhof debe sumarse a esta lista con pleno derecho.