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CON PLUMAS Y A LO LOCOPor Fernando López Vargas-Machuca. Sevilla, Teatro de la Maestranza. Sala Manuel García. 21 de octubre de 2005: La locura de un tenor (monólogo didáctico-musical). 22 de octubre: Tenor, vivo... y al rojo (monólogo cómico-lírico). Enrique Viana, tenor y director escénico. Manuel Burgueras, piano.
Q uizá alguno de ustedes no sepa quién es Enrique Viana. Pues este señor es ante todo, a decir de quienes han tenido la oportunidad de tratarle y de recibir sus enseñanzas, uno de los mayores expertos en la historia y la técnica del belcanto que tenemos en suelo ibérico. Pero también es un tenor de cierto currículo (con un repertorio que va de Monteverdi a Richard Strauss pasando por Mozart, Verdi y su adorado Donizetti) que no ha hecho una carrera importante debido quizá no a su talento artístico sino a su materia prima: la ingratitud de su timbre y las desagradables vibraciones de su instrumento vocal echan para atrás a más de un aficionado, empezando por quien esto suscribe. Pues bien, el aún relativamente joven cantante madrileño ha decidido coger el toro por los cuernos y demostrar que, además de ser capaz reírse de cualquier cosa y muy especialmente de sí mismo, es dueño de un excepcional talento como "showman" y de un finísmo olfato para, con poquitos medios y tanto desparpajo como imaginación, montar divertidísimos monólogos "cómico-líricos" como los dos que han llegado a la Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza. ¿Cómo les explicaría yo el sentido del humor de que hace gala en La Locura de un tenor? Quizá con algún ejemplo. "Entre las plumas de la soprano y la mía aquello parecía la fábrica del Avecrem", o "a las siete de la mañana soy capaz de decirle la verdad al más pintado, aunque a decir verdad a esa hora el más pintado soy yo" fueron dos de las frases más carcajeadas por el público, y seguramente las que mejor permiten al lector hacerse una idea de cómo es Enrique Viana; añadan a todo esto su afición por los trajes chirriantes y por travestirse (incluyendo medias, tacones, prendas con plumas y abundante maquillaje) y se harán una idea completa de la personalidad del artista. Ni que decir tiene que, siendo capaz de ridiculizarse a sí mismo con verdadera saña, no dejó títere con cabeza. Las ocurrencias se sucedían una tras otra con un proverbial sentido del ritmo y todos los que allí estábamos nos reímos como nunca -excepción hecha de las visitas de Les Luthiers- lo habíamos hecho en un teatro de ópera. Tenor, vivo... y al rojo es por el contrario un espectáculo menos extrovertido, más poético y quizá un punto pretencioso, pero en todo caso desarrollado con el mismo excelente pulso y dotado de idéntico sentido del humor. En este caso la participación del público mejoró aún más si cabe la sintonía entre el artista y el respetable, que salió no tan entusiasmado como el día anterior -se había aplaudido a rabiar- pero sí muy satisfecho. Bueno, ¿y la música? En las dos veladas se ofreció de todo. La primera parecía un homenaje a Alfredo Kraus, incluyendo arias de La hija del regimiento ("Ah! mes amis", una de las especialidades de Viana), Romeo y Julieta, Los cuentos de Hoffman y Los Pescadores de perlas, entre otras páginas del repertorio francés e italiano. La segunda fue aún más variopinta, pues se llegaron a escuchar cosas como la versión original para tenor de la celebérima aria de La Wally (!), la no menos célebre "Tuyo es mi corazón" de El país de las sonrisas, el mismísimo "In fernem Land" de Lohengrin (!!) y una presunta traducción al castellano de esta última de la que sólo apuntamos, para no desvelar la sorpresa, que tiene algo que ver con Sarita Montiel (!!!). Desternillante. Lástima que René Kollo, a la sazón en Sevilla ensayando el Herodes de la próxima Salomé, no se animase a presenciar el espectáculo: se hubiera reído de lo lindo viendo al tenor madrileño reinterpretar de tan peculiar manera dos de sus papeles emblemáticos. Desde el punto de vista interpretativo lo mejor fue -dicho sea con todos los respetos- la intervención de Manuel Burgueras, con toda probabilidad el mejor pianista-acompañante que se ha escuchado en el Maestranza. No sólo es que este señor toque estupendamente -lo que no suele ocurrir en estos casos-, sino que además -y esto es aún más extraño- hace gala de una musicalidad encomiable: la reducción pianística del Visi d'arte que interpretó para cerrar la segunda velada fue un modelo de cantabilidad y belleza. Se animó además a cantar el divertido dúo del burrito de la opereta Véronique de Messeger, con chispeantes resultados. En cuanto al protagonista propiamente dicho, unas cosas las cantó razonablemente bien, otras con discreta corrección y alguna con algo menos que eso. Quizá donde mejor estuvo fue en la célebre balada de Kleinzach de Los cuentos de Hoffmann, en la arriba citada aria donizettiana de los terribles nueve Does y hasta en el Wagner, con los agudos muy en su sitio; incluso se permitió incluso algunos alardes de potencia y fiato que encandilaron al respetable. Lástima de la ingratitud tímbrica. Claro que si este señor tuviera una voz de primer orden estaría haciendo otras cosas y quizá nunca hubieran existido estos dos espléndidos espectáculos por él concebidos y protagonizados. En el Teatro Real de Madrid hace Tenor, vivo... y al rojo el próximo fin de año. ¡No se lo pierdan!
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