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Número 8º - Septiembre 2000


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IMPRESIONES

Por Rocío Cuenca Antón. 

         
          Hola, amigos. Tras el descanso veraniego me encuentro de nuevo con vosotros. En esta ocasión, el tema que me propongo es describir la impresión que tuve la primera vez que escuché la música pianística de Debussy.

En aquella época, rondaría entre los 12 o 13 años, la discoteca (entiéndase a nivel de música culta) que hasta entonces había en mi hogar, no era sino una de esas enciclopedias que tanto abundan en el mercado,  en la que se nos ofrece una recapitulación de toda la historia de la música, (lo cual es pura mentira, pero claro, a esta conclusión he llegado con el paso de los años).

Pues bien, como iba diciendo, la citada enciclopedia constaba de sus respectivos libros de historia, una cantidad de CD considerables (unos 70), ¡ah!, y que no falten: las cintas de las óperas más famosas. Como digo, todo un engaño si pretenden resumir en esto toda la música.

Lo concerniente a la música de Debussy se limitaba a:

¨   El mar.

¨   Preludio a la siesta de un fauno.

 Sí, tan sólo eso para describir a semejante genio. No aborda nada más de su música pianística. Por suerte, llegó a mis manos un CD, que aunque de dudosa calidad, contenía lo más representativo de su obra pianística:

¨     Dos arabescas (1888).

¨     Claro de luna (1890).

¨     Estampas (1903).

¨     Suite bergamasque (1890-1905).

¨     Vals para piano (1910).

¨     Varios preludios (1910).

¨     Coin pour enfants (1908).

¨     La cathedrale engloutie (Preludio nº10).

 Cuando me dispuse a escuchar aquello (que era totalmente desconocido para mí), la sensación que me invadió fue realmente asombrosa, totalmente lógica, (diría yo), si tenemos en cuenta que hasta el momento la música que yo sentía, o más bien, hacía más mecha en mí, era la concerniente al estilo clásico. Como iba diciendo, me asombré ante la cantidad de colores que había, era verdaderamente desconcertante, me encontraba ante algo muy distinto.

 La sensación que me producía era de absoluta claridad, luminosidad: era algo parecido a la sensación que se tiene cuando ves un bello paisaje por la mañana temprano, en el momento en que los rayos de sol se posan delicadamente, acariciando todo aquello que encuentra a su paso; o simplemente, no hace falta irse al campo, cuando vas por tu ciudad y descubres la singularidad, la especial belleza de aquello que siempre has tenido ahí, pero que te había pasado inadvertido.

 Para mí fue exactamente eso, descubrir un nuevo mundo, con unos elementos que me eran ya conocidos (el lenguaje musical), pero que no dejaban de sorprenderme. Al mismo tiempo,  la incertidumbre me invadía, quedándome perpleja ante lo que sentía, una música que en modo alguno, chocaba a mis oídos, pero que éstos no repudiaban, sino todo lo contrario, lo único que querían eran seguir escuchando lo que (para mi) representaba el llevar a los extremos la música, una sensación parecida a “estirarla”, sacar de ella todo su jugo.

 Obviamente me quedaba mucho por ver, aunque no sólo entonces, hoy día sigo pensando que hay tal cantidad de belleza que nunca dejaré de asombrarme. Tal experiencia supuso el abrir mis horizontes, mi mente, lo que me llevaría a caminos muy distintos hasta los entonces vividos.

 Es un recuerdo que por su simpleza y sencillez guardo con gran aprecio, ya que (desde mi punto de vista), es en las cosas simples, en descubrir la belleza de lo cotidiano, del día a día, donde se encierra el secreto de la felicidad y la satisfacción.

 Para concluir me gustaría dar las gracias a Antonio, alias “apócrifo”, ha sido todo un detalle por su parte. No diré el motivo de mi agradecimiento para que lean su articulo, los cuales no dejan de dar la nota amable, el compás divertido... sin dejar de estar cargados de contenidos de la más rabiosa y candente actualidad.