WEST-EASTERN
DIVAN 2008:
BARENBOIM VUELVE A SEVILLA
Sevilla, Teatro de la Maestranza.
6 de agosto de 2008. Haydn: Sinfonía Concertante. Wagner: La
Walkyria, acto I. Angela Denoke, Simon O’Neill, Sir John Tomlinson.
La Rábida, Foro Iberoamericano. 7 de agosto. Schönberg:
Variaciones para orquesta. Brahms: Cuarta Sinfonía. West-Eastern
Divan Orchestra. Daniel Barenboim, director.
Por Fernando López
Vargas-Machuca
(blog)
Las obras en el Maestranza impidieron que el año pasado la West-Eastern
Divan Orchestra actuara en Sevilla. En su lugar lo hizo en Córdoba y
Málaga, donde se ofrecieron unas magníficas Variaciones para
orquesta de Schönberg y una acongojante Patética de
Tchaikovsky (más redonda que su grabación oficial con Chicago, dicho
sea de paso). Pero en esta ocasión, tras una multitudinaria cita
wagneriana en la Plaza Mayor de Madrid, los melómanos de Sevilla han
podido apreciar de nuevo las cualidades de la formación multicultural
y, claro está, el descomunal talento del que es sin la menor duda el
mejor director de orquesta del orbe, todo ello en el marco de un
proyecto no político pero sí marcadamente ideológico -el de la
necesidad de renunciar a la violencia para resolver conflictos- sobre
el que ya se ha hablado lo suficiente como para que aquí volvamos
sobre ello.
Con la Sinfonía concertante Barenboim ofreció un Haydn robusto
y musculado, pero no pesante; lleno de fuerza y vitalidad pero no
precipitado ni exento de vuelo lírico; elegante y bien trazado pero no
insulso ni, desde luego, impregnado por esa trivialidad con que
algunos abordan a este autor. Se echaron de menos, todo hay que
decirlo, la transparencia, la agilidad y el sentido de los contrastes
de aquella excepcional grabación que el argentino realizó a finales de
los sesenta para EMI (aún por pasar a CD), pero aun así los resultados
con la WEDO -obviamente menos virtuosística que la incomparable
English Chamber- fueron admirables.
Del nombre de los solistas no se nos informaba en el programa de mano.
El del chelo, musical pero de sonido débil y aquejado de algunos
problemas técnicos, preferimos dejarlo en el anonimato. Estupendo Mor
Biron, no en balde segundo fagot de la Filarmónica de Berlín (!).
Magnífico pese a algún resbalón puntual Guy Braunstein, quien desde
tiempos de Abbado es uno de los tres concertinos de la Berliner
Philharmoniker (!!). El portentoso oboísta era un tal Ramón Ortega. Un
andaluz de veinte años, por más señas…. ¡y primer oboe de la Radio
Bávara! Ni que decir tiene que todos ellos se integraron en el tutti
durante la segunda parte.
Por cierto, no se encontraba en esta ocasión Nabil Shehata, el primer
contrabajo de la mítica orquesta berlinesa, pero -como pudimos ver por
televisión unos días más tarde- se incorporó luego a la gira. Junto a
estos y otros estupendos músicos (como Kyril Zlotnikov, el chelista
del admirable Cuarteto Jerusalén) había también muchos chavales en
proceso de aprendizaje, pero de ahí a decir que ésta es una orquesta
“de niños”, media un abismo. Y de paso aclaremos otro punto: ninguno
de los músicos que participa en el Divan -incluidos los solistas
vocales- cobra un euro por su trabajo, así que eso de que la Orquesta
hace una gira por España para “llevárselo calentito” es, como mínimo,
una inexactitud.
Ópera por primera vez en la West-Eastern Divan. Primer acto de
Walkyria, nada menos. Hubo pifias importantes entre los metales,
sí, alguna de ellas en momentos clave, pero el resultado global fue
muy notable desde el punto de vista técnico y admirable por su sonido
auténticamente wagneriano. ¿Y Barenboim? Dicen los expertos que su
concepto ha cambiado desde sus primeras aproximaciones al Anillo.
Bien, es posible, pero a mí su recreación de esta página sigue
pareciéndome fundamentalmente lírica -en el buen sentido-, lo que no
impide que la tormenta alcanzara una fuerza y tensión interna
espectaculares. A destacar, amén de la plasticidad del sonido, la
manera en la que la batuta matizó las gradaciones dinámicas desde el
fortísimo más atronador -cuando hubo que acumular efes Barenboim no
tuvo miedo alguno de hacerlo- hasta pianísimos cercanos a lo inaudible
-final de la tormenta-. Que en algún pasaje concreto evidenciara
cierta desconcentración no empañó en absoluto la excelencia de los
resultados.
Sensacional Angela Denoke. Es verdad que Waltraud Meier hace una
Sieglinde aún más emocionante y cálida (su instrumento es muy
diferente, claro está), pero a tenor de lo que le escuchamos a la
excelsa pero ya algo gastada mezzo por televisión en el concierto de
la West-Eastern Divan en Ravello unos días después, en Sevilla salimos
ganando desde el punto de vista vocal: hoy por hoy la Denoke, con su
hermosa y potente voz de soprano lírica, compone una Sieglinde
magníficamente cantada -el sobreagudo ya no le baila como antes-, muy
bien interpretada y, además, estupendamente actuada incluso en versión
de concierto: esta señora, bien lo sabemos quienes la hemos visto en
directo en Wozzeck y El caso Makropulos, desprende
sensualidad por los cuatro costados.
Grata sorpresa la de Simon O’Neill, una voz joven y fresca, de no
mucho volumen pero sí espléndidos agudos, que aún debe pulir algunas
limitaciones técnicas -en las medias voces, sobre todo- para componer
un gran Siegmund; artista voluntarioso y entregado, hay que decir en
su descargo que en Ravello cantó mejor que en Sevilla, aunque también
se debe apuntar que, como me comentaba un experto amigo, con una voz
tan lírica debe de tener problemas en el segundo acto, donde su
personaje canta en una tesitura mucho más central. John Tomlinson,
ahora Sir John, que tantos Wotan ha cantado con Barenboim, compuso un
Hunding que metía verdadero miedo: escuchando en directo su voz
pastosa y enorme se comprende cómo un cantante tan tosco ha hecho
semejante carrera. Por otra parte aquí, cantando de bajo y no de
barítono-bajo como se ha empeñado en hacer durante tanto tiempo, se
desenvuelve de manera mucho más acorde con lo que es su verdadero
instrumento.
El público sevillano reaccionó con entusiasmo desbordante y un
Barenboim visiblemente emocionado dirigió como propina el preludio de
Meistersinger: ahí es nada, una orquesta integrada por un
cuarenta por ciento de judíos interpretando una de las músicas más
emblemáticas para el III Reich. La interpretación, desde luego no la
más clara ni la más controlada de las cinco o seis que le he escuchado
a Barenboim pero sí una de las más ardientes, supuso un paso más a la
hora de enfrentarse a los terribles fantasmas del pasado. ¿Se podrá
algún día escuchar esta música en Israel?
Al día siguiente Barenboim y sus chicos viajaron al Foro
Iberoamericano de La Rábida -junto a Huelva capital- para ofrecer el
segundo programa de su gira. No fui allí como invitado ni como
crítico, pero no quiero dejar de señalar que a la WEDO no le sienta
nada bien tocar al aire libre: se pierde la calidez del sonido, se
evidencian en exceso algunos problemas de empaste y al oyente se le
hace difícil disfrutar del espectáculo. Además fue un craso error
programar las Variaciones para orquesta de Schönberg en un
espacio así: mucho más sensato hubiera sido tocar esta genial página
en el Maestranza y traer a Huelva la obra de Haydn. Barenboim tuvo
irregularidades en su concentración y, tal vez molesto por un público
empeñado en aplaudir detrás de cada movimiento de la Cuarta de
Brahms, se negó ofrecer propina tras un concierto realmente corto que,
por cierto, empezó con media hora de retraso y sonó un tanto a ensayo
general.
Estas dos mismas obras –más la de Haydn- las ofreció Barenboim un día
más tarde en Zaragoza, me aseguran que con extraordinario éxito, y
poco después en los multitudinarios Proms londinenses. La
retransmisión de la BBC vía internet nos permitió disfrutar ya en
casa, en mejores condiciones acústicas, las interpretaciones intuidas
en Huelva. Escuchamos así un Schönberg ardiente y muy emocionante, en
este sentido muy “romántico” aunque no por ello ampuloso o hedonista,
en una interpretación que llegaba a ser angustiosa y arrebatadora sin
caer en el expresionismo. Y una Cuarta de Brahms descomunal,
diferente a la que el propio Barenboim grabó con la Sinfónica de
Chicago y desde luego muy alejada de la línea otoñal y humanística de
las maravillosas recreaciones de un Giulini, un Böhm o un Sanderling.
Se trató por el contrario de una interpretación extrovertida, tensa y
desgarrada, volcánica hasta llegar casi al desbordamiento a pesar de
que, afortunadamente, sólo conoció cierta precipitación en la coda del
cuarto movimiento. Además, y, consiguiendo un sonido de lo más
apropiado para Brahms, el de Buenos Aires supo ofrecer un admirable
lirismo, más doliente y conmovedor que reflexivo, en un segundo
movimiento que no quedó en absoluto desatendido en medio de tanta
pasión arrolladora. El preludio de Meistersinger hizo aullar al
Royal Albert Hall. Los afortunados melómanos londinenses pudieron
además escuchar, tres cuartos de hora después, una idiomática y
musicalísima interpretación de La historia del soldado
stravinskiana a cargo de un centrado Barenboim, un formidable Patrice
Chéreau y un portentoso grupo de jóvenes de la WEDO. Se comprende que
a muchos les parezca mal que todo esto lo financie la Junta de
Andalucía, pero para una vez que presentamos en el extranjero un
proyecto musical en condiciones…
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