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CINE
Y MUSICA: LUCHINO VISCONTI (4-El Ocaso de los Dioses)
Por Angel
Riego Cue. Lee su
Curriculum.
Al igual que había
ocurrido tras Senso (su otra "película
operística"), también después de El gatopardo
resurge la faceta de Visconti como escenógrafo de
ópera. De hecho, en 1964, año siguiente al estreno del Gatopardo
todos los trabajos que firme serán como
"regista". Para la Ópera de Roma pone en
escena Las Bodas de Fígaro de Mozart, dirigida
por Carlo Maria Giulini, y con un reparto que incluía a
Rolando Panerai; un montaje donde Visconti volvía a la
"lucha de clases" acentuando la altanería del
Conde y la rudeza de Fígaro, aunque en el cuarto acto se
entregaba a un mundo de fantasía: el jardín del palacio
de Almaviva, lleno de esculturas de animales monstruosos,
recordaba al famoso parque de Bomarzo. Siguen, en ese
mismo 1964, dos montajes distintos de Il trovatore
de Verdi, uno con destino a una gira de la Scala por la
URSS, con Carlo Bergonzi, Gabriella Tucci, Piero
Capuccilli y Giulietta Simionato, dirigidos por
Gavazzeni; el otro para el Covent Garden londinense, con
un reparto distinto, en el que sólo coincide la
Simionato, acompañada aquí por Bruno Prevedi, Gwyneth
Jones y Peter Glossop, dirigidos de nuevo por Giulini.
En el resto de la década de los 60 será cuando Visconti
realice sus últimas grandes producciones para la escena
operística, pues en los 70 sólo dirigirá la postrera Manon
Lescaut para Spoleto. En 1965 vuelve a Don Carlo,
esta vez para la Ópera de Roma, también con la
dirección de Giulini, y con un reparto que incluía a
Cesare Siepi y Martti Talvela: una puesta en escena donde
abundaban los colores blanco y negro, una muestra del
creciente interés de Visconti por el "Art
Noveau". Al año siguiente debuta en la Ópera de
Viena con la ópera que en su día pensaba hacer con
Toscanini: el Falstaff de Verdi, dirigida por
Leonard Bernstein y con el papel protagonista encarnado
por Dietrich Fischer-Dieskau, una producción que los
aficionados a la ópera conocen sobradamente debido a la
grabación discográfica que se hizo en aquellas fechas.
Visconti no llegó a dirigir escénicamente ópera para
el Festival de Salzburgo, al haberse frustrado un
proyecto de montar en 1956 el Cosí fan tutte
mozartiano bajo la dirección de Karajan.
En abril de 1966, un mes después del Falstaff
vienés, llega El Caballero de la Rosa de
Richard Strauss en el Covent Garden, con un reparto donde
figuraban Sena Jurinac y Josephine Veasey, y dirección
de Georg Solti, y en la que los vestuarios y decorados
mezclaban elementos del siglo XVIII (cuando se desarrolla
la acción) y de principios del XX (cuando fue escrita la
obra). Visconti, que pronto cumpliría 60 años, no
podía dejar de identificarse con el personaje de la
Mariscala, que siente cómo su juventud va quedando
atrás. Y en el mismo teatro, justo un año después,
Visconti pone en escena por última vez su adorada Traviata,
dirigida (como en la primera ocasión) por Giulini; pero
sin la Callas, ya retirada (y que no pudo hacer de Carmen
en el Met, un proyecto que los habría vuelto a reunir),
pero que asistió como espectadora: en su lugar, Violetta
fue Mirella Freni. El gusto viscontiano "Art
Noveau" llegó a encargar el diseño de decorados y
vestuario en blanco y negro, inspirados en los grabados
de Aubrey Beardsley, famoso dibujante de finales del XIX
conocido sobre todo por sus ilustraciones para la Salomé
de Oscar Wilde. Esta puesta en escena fue la más
discutida de las tres que hizo de la obra; para Callas y
Giulini, Visconti había "asesinado" su Traviata
de 1955.
La década terminará, en lo que a ópera se refiere, con
la puesta en escena en 1969 del Simon Boccanegra
de Verdi en la Ópera de Viena, pues ¿cómo podría
Visconti dejar sin llevar a la escena una obra sobre
alguien tan importante en la historia de su familia? Sin
embargo, el alud de críticas negativas que recibió
posiblemente causaran que abandonara la actividad
operística (a excepción, como se ha dicho, de la Manon
de 1973 en Spoleto). La puesta en escena parecía propia
de las vanguardias de los años 20, haciendo llevar a los
cantantes unas corazas que parecieron grotescas. El
reparto incluía a Gundula Janowitz, Carlo Cossutta,
Eberhard Wächter y Nicolai Ghiaurov, y el director
musical era Josef Krips.
También en la década de los 60 continuará Visconti con
sus montajes para el teatro, aunque es una actividad que
va abandonando progresivamente (al igual que la ópera,
en sus últimos años) para consagrarse al cine; tal vez
porque el teatro es por naturaleza efímero (sólo existe
durante su representación, termina al caer el telón) y
el cine queda para la posteridad. En 1963 pueden citarse El
diablo en el jardín, comedia
"histórico-pastoral" ambientada en los días
anteriores a la Revolución Francesa, con música de
Franco Mannino, que se estrena poco antes de que llegue El
gatopardo a las salas de cine; o El decimotercer
árbol sobre André Gide, una obra humorística que
realiza para el festival de Spoleto al tiempo que su
segunda Traviata.
Siempre aprovechando las pausas entre rodajes, en 1965
Visconti regresará a dos de sus autores predilectos en
la escena: Arthur Miller, con Después de la caída,
y Chejov, con El jardín de los cerezos. La obra
de Miller (basada en la experiencia matrimonial del
dramaturgo con Marilyn Monroe) conoció una puesta en
escena a la que se reprochó un excesivo lujo (el
vestuario era de Christian Dior). La protagonista fue
Annie Girardot. También en la de Chejov (la cuarta vez
que ponía en escena al autor ruso) aparecían actores de
películas suyas anteriores, como Paolo Stoppa o Massimo
Girotti: el tema del jardín que su nuevo propietario
manda arrasar no podía dejar de llegar a un Visconti
cuya obsesión en aquella época parecía ser el lamento
por un orden aristocrático irremisiblemente perdido.
Tras una nueva pausa por rodaje, en 1967 llegará el Egmont
de Goethe utilizando la música de Beethoven, una forma
de cerrar, en cierto modo, una trilogía sobre la época
de Felipe II y la rebelión de Flandes, que comprendería
también las puestas en escena de las óperas Don
Carlo e Il Duca d'Alba. Ese mismo año se
lleva a la escena La monja de Monza de Testori,
adaptación a la Italia contemporánea de una historia
real ocurrida a principios del siglo XVII, cuando se
descubrió que una monja (en realidad,una aristócrata
encerrada a la fuerza en un convento) tenía un amante, y
había llegado a deshacerse de los hijos habidos con él.
En la adaptación de Visconti se acentúan los aspectos
truculentos y "cutres": el convento es, o
parece, un garaje, con bidones, neumáticos, etc. y una
excavadora que desentierra montañas de esqueletos.
También la negrura absoluta dominaba la puesta en escena
en 1969 (al tiempo que el Simon Boccanegra) de L'inserzione
(El anuncio por palabras) de Natalia Ginzburg, una obra
sobre el fracaso de un matrimonio que acaba en asesinato.
Tras ella, Visconti sólo dirigirá una obra teatral
más, en 1973: Hace tanto tiempo, de Harold
Pinter.
Y volvamos al cine. Después del Gatopardo,
Visconti parece que no consigue volver a alcanzar esa
cima. Se descarta su participación en el proyecto de un
film colectivo, La Biblia, que finalmente haría
en solitario John Huston; el episodio que hubiera rodado
Visconti era "José y sus hermanos",
lógicamente siguiendo a su admirado Thomas Mann. Su
siguiente película, al igual que había ocurrido tras su
otra superproducción, Senso, es de nuevo un
film intimista en blanco y negro, pensado ahora para ser
protagonizado por Claudia Cardinale. Se buscó un mito
clásico adaptado al presente, y finalmente se eligió el
de Electra, que en esta versión se llama Sandra. Su
padre era el científico judío Emanuele Wald Lizatti (el
equivalente a "Agamenón"), que fue deportado
por los nazis y murió en el campo de exterminio de
Auschwitz. Sandra siempre sospechó de su madre (la
"Clitemnestra" de esta historia) y del abogado
Gilardini, que se casó con ella al quedar viuda (que
sería aquí "Egisto"), como los autores de la
denuncia que lo entregó a los nazis, aunque nunca tuvo
pruebas contra ellos. También hay un hermano, Gianni
("Orestes"), por el que Sandra pudo haber
tenido en el pasado una relación incestuosa.
La acción de Sandra comienza en Ginebra cuando
la protagonista, casada con Andrew (un norteamericano
millonario), decide visitar la casa de su infancia en
Volterra, en la región italiana de Toscana. Hacía
muchos años, desde cuando aún era soltera, que no iba
por allí. El motivo de la visita será la donación de
los jardines del palacio familiar al ayuntamiento de la
ciudad, que los destinará a un parque público en
memoria de su padre. A la llegada comenzarán a aflorar
los recuerdos. Andrew se entera que su mujer tiene un
hermano, Gianni, de quien nunca había oído hablar; su
madre está internada en un sanatorio mental. En la firma
de los documentos de la cesión, Andrew conoce también
al padrastro de Sandra, el abogado Gilardini, de quien
ella le cuenta sus sospechas. En el ambiente parece
flotar la impresión de que algo ocurrió en el pasado,
algo que nadie quiere recordar, y que no se nos dice
expresamente. Un ejemplo es un mensaje amoroso que Andrew
encuentra dentro de un reloj, dirigido a Sandra; ella le
quita importancia, diciendo que está ahí desde hace
muchos años, de un antiguo pretendiente que ahora es el
psiquiatra que atiende a su madre. Pero luego va al lugar
indicado, y ahí le espera su hermano Gianni. En su
conversación, Sandra y Gianni recuerdan la época de su
infancia, el odio que sienten por su madre y su
padrastro. Gianni le cuenta que ha escrito sus recuerdos
en un libro, pero ella le dice que lo destruya.
Andrew desea investigar el pasado, y para ello invita a
cenar a los dos hermanos, su padrastro y el psiquiatra,
para que le aclaren la situación: durante la cena
estalla una violenta discusión, incluyendo acusaciones
del padrastro a Gianni y Sandra de haber mantenido una
relación incestuosa. Andrew golpea a Gianni (que se
refugia en la habitación de su madre) y se va de la
casa, dejando a Sandra una carta donde le dice que la
espera en Nueva York. Gianni ha quemado el libro de
recuerdos, pero le dice a Sandra que si le abandona se
suicidará; sin embargo, ella no quiere perder a Andrew,
y dice que se irá con su marido. A la mañana siguiente,
en los jardines del palacio se celebra la ceremonia de la
donación: mientras un rabino pronuncia un oficio
fúnebre en memoria del padre de Sandra, la criada
descubre el cadáver de Gianni.
Sandra es una película fuertemente influida por
el psicoanálisis, que marca el comienzo de un cierto
distanciamiento de Visconti con el Partido Comunista
Italiano. En 1964 había muerto Togliatti, el secretario
general del PCI, que era su gran defensor en el partido;
y las nuevas generaciones ven a Luchino como un
academicista, un esteticista que vive en el pasado... Sin
embargo, el reconocimiento oficial es ahora cuando le
llega, pues con esta película ganó por primera vez en
1965 el León de Oro del Festival de Venecia, lo que no
había conseguido con La terra trema, Senso,
Noches blancas y Rocco y sus hermanos.
El reparto reunía, además de la Cardinale, a Jean Sorel
(Gianni), Michael Craig (Andrew), Renzo Ricci (el abogado
Gilardini) y Marie Bell (la madre; en este papel Visconti
había querido tener a la diva del cine mudo Francesca
Bertini, pero no pudieron llegar a un acuerdo debido a
las pretensiones económicas de ella). El lugar de la
filmación era ideal: Volterra, una ciudad llena de
monumentos etruscos, que por todas partes traen recuerdos
de la muerte. Hay que decir que el título original
italiano de la película (que se exhibió en Francia y
España como Sandra) era Vaghe stelle
dell'Orsa... (Vagas estrellas de la Osa), el primer
verso de Le ricordanze de Giacomo Leopardi, un
poema que habla de volver a contemplar las estrellas
desde la casa en la que el poeta vivió de niño.
En Sandra, la banda sonora está compuesta
principalmente del Preludio, Coral y Fuga de
César Franck, que escuchamos tocada por un pianista en
Ginebra, al inicio del film, y posteriormente por la
madre de Sandra. Se suele decir que la elección de
Franck pudo deberse a la afición de Visconti por Proust,
pues la Sonata para violín y piano del autor belga fue
el modelo que inspiró la Sonata de Vinteuil, el
compositor ficticio que aparece en la serie de novelas En
busca del tiempo perdido. Sin embargo, hay otra
razón de mayor peso: esa obra era tocada frecuentemente
por la madre del propio Visconti, Carla Erba.
Al comienzo, la obra de Franck suena mezclada con
canciones ligeras de la época, simbolizando las dos
posibilidades de la protagonista: vivir y disfrutar el
momento sin preocuparse, o bien obsesionarse por el
terrible pasado. La elección se hace clara cuando las
canciones ligeras desaparezcan y la música de Franck
quede como único soporte musical del film: interpretada
una y otra vez por la madre de Sandra, nos trae la idea
de un "recuerdo obsesivo", es el símbolo de
ese pasado que flota en el ambiente; por algo su hija se
turba siempre que oye esas notas. En la película, el Preludio,
Coral y Fuga aparece en total en 12 ocasiones,
aunque nunca suena entera, y hay pasajes que no aparecen
nunca, como el principio de la Fuga. Otros, como el
Coral, aparece en dos instantes relacionados con la
muerte, el descubrimiento del cadáver de Gianni y la
ceremonia religiosa judía en memoria del padre de
Sandra. Para la banda sonora se contó con el pianista
Augusto d'Ottavi.
Además del progresivo desacuerdo de Visconti con los
críticos del PCI, también ha comenzado su
distanciamiento con el público más joven; una nueva
generación de cineastas está surgiendo, la de los
Godard o los Bertolucci, la que será llamada
posteriormente "la generación de mayo del 68",
y esta mentalidad Visconti es incapaz de comprenderla.
Sin embargo, durante el rodaje de Sandra
ocurrió un hecho que en cierta medida le acerca a las
inquietudes de la juventud: se presentó (acompañado por
la esposa de Dalí, Gala) un joven austríaco de 20
años, encendido admirador suyo, llamado Helmut
Steinberger. Pronto Visconti y él se harán algo más
que amigos, y el director decide lanzarle como actor,
para lo que usará como nombre artístico, abreviando su
apellido, Helmut Berger.
Berger necesita aprender el oficio desde el principio, de
lo que se ocupará Visconti: "Escribiré historias
para ti". Y la primera oportunidad llega con un
nuevo film colectivo por episodios, Las brujas,
producido por Dino de Laurentiis (el mismo que había
rechazado a Visconti para La Biblia), quien a su
vez se ofrece a financiar un proyecto que el director
acariciaba desde muchos años atrás: la adaptación al
cine de El extranjero de Albert Camus. Esta
novela había influido poderosamente en muchos jóvenes
de la generación de posguerra al ser publicada en 1942,
entre ellos el propio Visconti, que por entonces rodaba Ossessione.
En primer lugar, se filmó el episodio correspondiente
para Las Brujas: el de Visconti llevaba como
título La bruja quemada viva, y estaba
ambientado en la época actual donde los únicos
equivalentes que quedan de las brujas, según la curiosa
opinión del cineasta, son las actrices de cine,
símbolos eróticos que despiertan entre la gente común
un "hechizo" sin necesidad de pócimas. En el
argumento, una famosa actriz, Gloria, llega a la
residencia invernal donde viven su amiga Valeria y el
marido de esta. A su llegada, lógicamente, causa
sensación. Cuando, como consecuencia de haber perdido en
un juego, Gloria debe danzar ante la concurrencia,
comienza a sentirse mal: los otros invitados, al
"socorrerla", le quitan la peluca, las
pestañas postizas, el vestido... una cruel
desmitificación de la estrella. El motivo de sentirse
mal es que está embarazada, lo cual comunica a su marido
por teléfono, pero este le dice que de ninguna manera
puede tener ese hijo, pues incumpliría los contratos
firmados. Gloria cae deprimida, pero a la mañana
siguiente, al marcharse en helicóptero, maquillada y
rodeada de admiradores, vuelve a ser la diva que era.
El papel de la "bruja" Gloria correspondió a
Silvana Mangano, un antiguo mito erótico del cine
italiano (como en Arroz amargo, de Giuseppe de
Santis) pero que no había trabajado con Visconti hasta
la fecha, iniciando aquí una tardía colaboración que
se prolongaría en otras tres películas. Volvemos a ver
a viejos conocidos: Valeria es Annie Giradot, y en otros
papeles aparecen Massimo Girotti y Clara Calamai (la
pareja protagonista de Ossessione). Es de
señalar que el marido de Valeria es Francisco Rabal, el
único actor español que trabajó con Visconti desde el
Juan de Landa de su primera película. Y en un pequeño
papel se ve a Helmut Berger (aún como Steinberger).
La bruja quemada viva, con sus 37 minutos,
parece demasiado largo para ser un episodio de un film
colectivo (los restantes estaban firmados por Bolognini,
Pasolini, Rosi y De Sica) y demasiado corto para ser una
película completa, algo que le propuso De Laurentiis a
Visconti y a lo que este se negó, pues la acción no
daba para tanto. Su argumento, sobre la imposibilidad de
unir la fama a la felicidad familiar, unido a ciertas
declaraciones de Visconti ("una mujer puede ser
artista, pero llegado el momento debe ser la conservadora
de la unidad familiar"; y otros en el sentido de que
el alejamiento del hogar por parte de la mujer era la
causa del desorden de toda la sociedad) le distanciaron
más aún de los círculos progresistas, creándole fama
de retógrado.
Inmediatamente después de Las Brujas, en el
mismo 1967, llega el rodaje de El extranjero. El
argumento, al ser la traslación fiel de la novela de
Camus, es de sobra conocido: Se nos presenta a Meursault,
oficinista francés que vive en Argel su vida gris y
monótona. Un día se entera que su madre ha muerto en el
asilo donde él la llevó: sin inmutarse lo más mínimo,
asiste al velatorio y entierro. Al día siguiente,
sábado, al no tener que trabajar se le ocurre ir a la
playa, donde encuentra a una vieja amiga, Marie, con la
que inicia una relación que ese mismo día termina en la
cama.
Meursault tiene un vecino, Raymond, que convivía con una
mujer árabe; ella se ha ido con otro, y él le pide a
Meursault para que le escriba diciéndole que vuelva, que
la perdona: en realidad quiere darle una paliza.
Meursault accede, y unos días después se oyen gritos en
casa de Raymond; este está pegando a la mujer, y acude
la policía. En comisaría, Meursault declara en favor de
Raymond. Agradecido, este les invita a él y a Marie a
casa de un amigo suyo, en la playa, pero de camino
observan que les siguen varios árabes, entre ellos el
hermano de la mujer maltratada. Finalmente, los argelinos
se pelearán con Raymond, que recibirá un navajazo.
Raymond quiere vengarse y coge una pistola, pero
Meursault le convence que le entregue el arma; sin
embargo, el propio Meursault se encuentra más tarde con
uno de los argelinos, con la navaja en la mano, y le mata
a tiros.
Conducido ante el tribunal acusado de asesinato,
Meursault no intenta defenderse ni hacer valer los
posibles atenuantes. Todo le da igual. Su existencia es
absurda, y el juicio es un absurdo más. Cuando se le
condene a muerte, no sabemos si su verdaero crimen fue
matar al árabe o bien esa falta de interés por todo: el
respeto debido al tribunal o la frivolidad de irse de
ligue al día siguiente de morir su madre, a la que
había internado en un asilo porque "no teníamos
nada que decirnos" (el fiscal hablará en el juicio
de "parricidio moral").
El extranjero fue una película de la que
renegó el propio Visconti, fustrado por no poder
realizar sus ideas en dos aspectos: trasladar la acción
a la época contemporánea, pues según él los temores
que inspiraban los árabes a los franceses anticipaban la
futura guerra de Argelia (algo a lo que se opuso
terminantemente Francine Camus, viuda del escritor); y
conseguir que el protagonista fuera Alain Delon, cuyas
exigencias económicas no quiso afrontar el productor. En
su lugar, Meursault fue Marcello Mastroianni, cuyo papel
de oficinista tenía ciertos puntos de contacto con el de
Mario en Noches Blancas.
Tras El extranjero llegan los sucesos de mayo de
1968, y Visconti se siente cada vez más desplazado de la
actualidad; es incapaz de comprender a esos jóvenes que
sólo se preocupan en destruir, sin construir nada a
cambio. No es extraño que en esa época se refuerce su
sintonía con Thomas Mann, el escritor alemán que
también se sentía "de otra época" en el
mundo que le había tocado vivir. De ahí que vuelva sus
ojos hacia Alemania, y hacia superproducciones
ambientadas en épocas pasadas, lejos de las
preocupaciones más inmediatas, pero tocando temas que
están siempre presentes. Un ejemplo es el proyecto que
tiene Visconti desde hace años de adaptar a nuestra
época el Macbeth de Shakespeare, con sus
terribles luchas por el poder en un sórdido mundo de
violencia y sexo. Al principio, la idea es situarla en
Inglatera durante el escándalo Profumo; luego en Italia,
situando la lucha por el poder entre los magnates de la
industria. Finalmente, se situó la acción en la
Alemania nazi. El resultado fue La caída de los
dioses.
Al comienzo de este film, asistimos a una cena de
cumpleaños que da en su mansión uno de los magnates
alemanes del acero, el barón Joachim von Essenbeck, cuyo
hijo murió en la Primera Guerra Mundial, pero al cual
sobreviven su mujer, Sophie, y el hijo de ambos, Martin.
El barón tiene además dos sobrinos, de carácter
totalmente distinto: Herbert, "de la rama inglesa de
la familia" es un liberal que detesta a los nazis;
está casado con Elisabeth y tiene dos niñas.
Konstantin, por el contrario, es un rudo nazi de las SA,
con el aspecto de un cerdo; sin embargo, su hijo Gunther
es un joven educado y sensible que toca el violonchelo.
Además de los anteriores, sin ser parientes directos,
asisten a la fiesta otros dos hombres: uno es Friedrich
Bruckmann, que se ha iniciado en los negocios a la sombra
de Konstantin, y pretende a la viuda Sophie, tal vez
atraído por la cuantiosa dote en juego; el otro es
Aschenbach, un oficial nazi de las SS, siempre con su voz
amable y su sonrisa cínica que será el "deux ex
machina" de los acontecimientos que se precipiten.
En la fiesta de cumpleaños se da una pequeña
representación artística en el teatro doméstico, lo
que muestra la muy diferente personalidad de los dos
jóvenes de la familia: mientras el "formal"
Gunther interpreta la Sarabande de la quinta
"Suite" de Bach al violonchelo (recordémoslo,
el mismo instrumento que tocaba Visconti en su infancia
en fiestas similares), el "degenerado" Martin
elige imitar a Marlene Dietrich en El ángel azul,
saliendo vestido de mujer, con medias, liguero y
corpiño, y cantando "Quiero a un hombre de
verdad". Su abuelo no parece muy a gusto viéndole
así, pero en mitad de su "actuación" llega la
noticia de que está ardiendo el Reichstag: es el 27 de
febrero de 1933. Apenas hace un mes que Hitler ha llegado
al poder. Del incendio se culpa a los comunistas, y es el
pretexto para tomar medidas restrictivas con los derechos
individuales; puede decirse que ahí, más que con la
toma de posesión de Hitler, es cuando comienza la
dictadura en Alemania.
En la cena que tiene lugar a continuación, el viejo
barón anuncia que, pese a que nunca le han gustado los
nazis, por razones "pragmáticas", de
congraciarse con las nuevas autoridades, ha decidido
nombrar a Konstantin vicepresidente de la empresa en
sustitución de Herbert. Esto decide a actuar a la
ambiciosa pareja formada por Sophie y Friedrich (puede
decirse que ella es su "Lady Macbeth"). A la
mañana siguiente, el abuelo aparece asesinado; el arma
usada es la pistola de Herbert, todos le inculpan a él,
y debe huir. El presidente de la empresa pasa a ser su
nieto Martin, por ser el único descendiente directo;
pero Martin, bajo la influencia de su madre (en la que no
se puede descartar ni siquiera el llegar al incesto)
nombra a Friedrich Presidente del Consejo de
Administración, lo que Konstantin toma como un desafío.
Pronto surgen las disputas sobre la política de la
empresa cuando la fábrica de los Essenbeck comienza a
producir ametralladoras; Konstantin quiere que vayan para
sus "camisas pardas" de las SA, la
organización paramilitar nazi que ayudó a Hitler a
llegar al poder, pero que cada vez resulta más incómoda
al nuevo gobierno. Friedrich impone que han de ir al
ejército regular, que desconfía de las SA. Pero un
nuevo hecho desequilibra la balanza en favor de
Konstantin: Martin, además de tener una amante, gusta de
las niñas de corta edad: una de ellas, traumatizada
después de haber sido seducida, se ha ahorcado. Hay una
investigación, y Martin debe desaparecer de la
circulación; le esconderá Konstantin, a cambio de que
respalde sus decisiones en la empresa, por ejemplo la de
fabricar armas para las SA.
No acaba ahí la cosa, pues entra en escena el
inquietante Aschenbach: con su sonrisa, le explica a
Sophie que Hitler planea deshacerse de las SA; puede ser
un buen momento para que Friedrich recupere el poder en
la empresa. La ocasión llega en la fiesta anual de las
SA en Bad Wiesee, Baviera, una orgía de sexo
(generalmente homosexual), canciones nazis y abundante
cerveza. Al alba llegan los fieles SS, cumpliendo
órdenes directas de Hitler, y liquidan a los SA en sus
habitaciones; este episodio ha pasado a la Historia como
la "Noche de los Cuchillos Largos" (30 de junio
de 1934). Entre los SS están Friedrich y Aschenbach,
quienes aprovechan la coyuntura para ametrallar a
Konstantin.
Pero aún falta lo mejor: después de su triunfo,
Friedrich se crece y parece olvidar a quién debe
favores: planea casarse con Sophie y adquirir el apellido
Essenbeck. Esto hace que caiga en desgracia para
Aschenbach, quien busca un nuevo aliado: Martin, el
verdadero dueño de la empresa. ¿Que por su culpa ha
muerto una niña? Era judía, eso ahora no es ningún
delito. No tiene nada de qué arrepentirse. ¿Que odia a
su madre y al que va a ser su padrastro? Pues las SS le
darán la oportunidad de vengarse con total impunidad.
Sus "debilidades" no son tales si viste el
uniforme de las SS, está por encima de las leyes de la
gente común. Como le dirá más tarde Martin a su madre,
"parece mentira que aún no hayas entendido lo que
es el nacionalsocialismo, cuando hasta yo lo he
entendido".
Los acontecimientos se precipitan: Herbert regresa para
entregarse, y revela a Sophie y a Gunther que su mujer
Elisabeth ha muerto en un campo de concentración, y sus
dos hijas aún están internadas; sólo las soltarán
cuando le tengan a él. Ante la indignación de Gunther,
Martin le revela que fue Friedrich quien mató a su
padre. Gunther siente nacer en él el odio, lo que lo
convierte en alguien susceptible de manipulación por el
hábil Aschenbach. El final llega el día de la boda de
Friedrich y Sophie. Convencido ya de que Friedrich fue
quien mató al barón con la pistola de Herbert, Martin
se presenta con uniforme de las SS, al frente de un
pelotón, y les proporciona a su madre y a su ahora
padrastro sendas ampollas de veneno, dándoles unos
minutos para suicidarse. Cuando vuelve y descubra los
cadáveres, hará ante ellos el saludo nazi.
La caída de los dioses, una costosa
superproducción italo-suiza-germana, supuso en 1969 el
lanzamiento internacional de Helmut Berger en el papel,
tan a su medida, de Martin von Essenbeck. Mucho le costó
a Visconti (más de 20 tomas) que actuara como Marlene
Dietrich en la fiesta del principio de la película; para
ello le hizo ver El ángel azul. Junto a Berger,
el reparto comprendía a Dirk Bogarde como Friedrich,
Ingrid Thulin como Sophie, Helmut Griem como Aschenbach,
y un largo etcétera de excelentes actores, entre los que
llama la atención Charlotte Rampling como Elisabeth, la
desgraciada mujer de Herbert. Para el guión, Visconti
prescindió de su fiel Suso Cecchi d'Amico en favor de
Enrico Medioli y Nicola Badalucco. También en la
fotografía el habitual Rotunno fue sustituido por
Pasquale de Santis, hermano de Giuseppe, con espléndidos
resultados: cabe destacar el uso obsesivo del color rojo,
que representa la atmósfera de la fundición, y que
reaparece en otros momentos, como en la habitación del
asesinado barón. La parte que más se resintió con los
cambios fue la música, donde Visconti había pensado en
utilizar a Mahler, pero la productora impuso por
desgracia al "comercial" Maurice Jarre, con los
pobrísimos resultados que eran de esperar: un tema de
los títulos de crédito que parece representar al avance
de una locomotora (o de la maquinaria de una fundición
de acero), y otro que "recuerda mucho" al
"Tema de Lara" de Doctor Zhivago,
compuesto por el propio Jarre.
No es esta película de las mejores de Visconti, pues le
perjudica el excesivo número de personajes y una
narración algo confusa, pero tiene secuencias
memorables. La más lograda posiblemente sea la
reconstrucción de la fiesta de las SA en Bad Wiesee: los
jóvenes SA bañándose desnudos en el lago, la llegada
de su líder, Ernst Röhm, los ejercicios de tiro contra
blancos que representan a Himmler o a Hindenburg, luego
la borrachera, el baile entre hombres y mujeres, y
después entre parejas de hombres (algunos de ellos
travestidos)... una atmósfera de júbilo, en la que sin
embargo se guarda un respetuoso silencio cuando suena el
himno oficial del partido nazi, Horst Wessel Lied,
un himno que habla de camaradas muertos en la lucha
contra la reacción y el frente rojo que continúan
marchando en espíritu, al frente de las escuadras.
También se escuchan en la fiesta el Can-Can de Orfeo
en los infiernos de Offenbach (cómo no... aunque
sea un autor judío), y otros himnos nazis, como uno
conocido por su estribillo "Hoy dominamos Alemania,
y mañana el mundo entero". También canta
Konstantin en solitario algo cuya música es nada menos
que la "Muerte de Isolda" del Tristán
wagneriano, pero con una letra "adaptada" a la
situación. La minuciosidad viscontiana llegó al extremo
de mandar traer de Munich salchichas blancas para dar la
sensación de estar en Baviera, pues la escena fue rodada
en Austria, y allí las salchichas son rosadas.
La inspiración de La caída de los dioses no
venía únicamente de Macbeth: es imposible no
reconocer influencias de Thomas Mann (Los Buddenbrook,
en la escena incial de la comida) o Dostoievski (Los
endemoniados, en el episodio del suicidio de la
niña). La película tenía como subtítulo
"Götterdammerung" (El Ocaso de los Dioses,
como la última jornada de la Tetralogía de Wagner),
aunque su relación con Wagner no pasa de ser
"simbólica": al igual que los dioses del
Walhalla se autodestruyen por causa de su ambición de
poder, así ocurre también con los "dioses del
acero" de la industria alemana (nótese que la
familia "Essenbeck" está directamente
inspirada en la de los Krupp, originarios de la ciudad de
Essen). El título que impuso la productora para su
distribución en inglés fue The Damned (Los
malditos), que Visconti no soportaba.
La cuidadosa reconstrucción de los hechos políticos de
la Alemania nazi se llevó a cabo siguiendo al pie de la
letra uno de los estudios clásicos en la materia, la Historia
del Tercer Reich de William L. Shirer, entonces
corresponsal norteamericano en Alemania, obra que fue el
libro de cabecera de Visconti durante la filmación.
Algunos personajes parecen ser símbolos colectivos de la
época: Aschenbach es "las SS", Konstantin,
"las SA", el barón es la vieja Alemania que
muere el día del incendio del Reichstag... Asimismo, al
presenciar el suicidio de Friedrich y Sophie
inmediatamente después de su boda no se puede dejar de
pensar en el de Hitler y Eva Braun.
Sin embargo, la película tuvo una consecuencia sin duda
no prevista por su autor, antiguo combatiente
antifascista: el refinamiento, el esteticismo con que se
presentaba la crueldad nazi, con su mezcla de sexo,
violencia sádica, e impecables uniformes, dio origen a
que se hablara de la "fascinación del mal" y a
que surgiera el subgénero cinematográfico conocido como
"porno-nazi": todos los "Porteros de
noche" y los "Salones Kitty" que vendrían
después tienen su origen en La caída de los dioses.
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