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CINE Y MUSICA: FARINELLI, IL CASTRATO. Por Ángel Riego Cue
Las
películas sobre grandes músicos nos suponen muchas veces a los
aficionados un amargo dilema: o bien encontramos algo "muy
cultural" y con una "cuidadosa" reconstrucción histórica,
pero que como cine es generalmente de una pesadez insoportable; o bien
algo que interesa como cine, pero sacrificando a menudo el rigor histórico,
o donde lo que menos importa es decir algo sobre la música. Por
ello es todo un acontecimiento el que existan directores como el belga Gérard
Corbiau, que une en su persona la pasión por la música (es crítico de
ópera, al parecer) y el saber hacer buen cine. La primera película suya
que conocemos es "El maestro de música", de 1988, donde un
cantante retirado, interpretado por el barítono José Van Dam, instruía
a dos jóvenes que deseaban participar en un concurso de canto. Tres años
después llegó "El año del despertar" que, si bien no trata un
tema propiamente musical, sí presentaba una banda sonora, cuidadosamente
seleccionada, de autores "clásicos". Su
tercera película, "Farinelli" (1994) le ha supuesto el
conocimiento por parte de un amplio público, que ha tenido acceso a un
film "cultísimo" (rodado originalmente en tres idiomas: francés,
italiano e inglés) con una temática que, en otras circunstancias, se
hubiera considerado muy, muy minoritaria. Se trata de la vida de Carlo
Broschi, llamado "Farinelli", el más célebre de los "castrati",
cantantes que en su niñez eran castrados para conservarles la voz. Una práctica,
afortunadamente ya extinguida, aunque no desapareció hasta principios del
siglo XX. Los
alicientes que tiene la película para un público, incluso no aficionado
a la música, son muchos: una reconstrucción muy cuidada del siglo XVIII,
al nivel de las mejores producciones europeas de época; una historia con
"morbo" sobre el alcance sexual del protagonista, y hasta dónde
puede o no puede llegar con las mujeres -las escenas eróticas son
numerosas-; unos personajes creíbles, reales, no acartonados como en
tantas películas similares; una muestra de las pasiones humanas, con la
relación de amor-odio con su hermano Riccardo, que participó en la
castración de Carlo para así poder explotar su voz. Al final, Riccardo
acudirá a buscar a su hermano, que vive retirado en Madrid cantando sólo
para distraer a Felipe V, para intentar la reconciliación. En
suma, una película atractiva para ser vista por todo tipo de público,
aun el menos "operístico"; claro está, dentro de lo que es el
cine europeo, ya se sabe que por término medio menos
"asequible" que el norteamericano. Una película que se aleja
del tono retórico de muchas producciones históricas, y nos presenta
hechos y personajes de lo más actual: aunque sea un ejemplo anecdótico,
el mismo vestuario de Farinelli nos recuerda a la "estética
gay" de nuestros días, con las plumas y lentejuelas de "drag-queen". Sobre
los actores, el reparto es muy adecuado, aunque la mayor parte de ellos me
son desconocidos. Con dos excepciones, que interpretan a compositores:
Omero Antonutti como un Porpora sólo preocupado por el negocio, y Jerome
Krabbé, que hace un fenomenal Haendel (aunque al quitarse la peluca
aparezca moreno y no pelirrojo). El carácter orgulloso y despótico del
genial sajón está perfectamente encarnado por Krabbé: en una película
en la que son muchas las imágenes de "impacto", sirva como
ejemplo aquella en la que Haendel aplasta un insecto mientras habla con
los hermanos Broschi: el mensaje subyacente pudiera ser: "Así podría
hacer también con vosotros". Para
un aficionado a la ópera, aparte de la ambientación, la música y los
personajes, se plantean cuestiones estéticas que pueden pasar
desapercibidas al resto. ¿La música como arte o como negocio? ¿Cuál es
la diferencia entre una obra correcta y "comercial", y una obra
genial? Por ejemplo, entre Porpora y Haendel. El protagonista, que se ha
hecho rico cantando obras "comerciales", siente una atracción
misteriosa por la música de Haendel, porque expresa una emoción que no
tienen los productos que canta habitualmente. Y por ello llegará su
conversión, llegando a cantar para el "enemigo" (Haendel escribía
para un teatro rival); concretamente, el "Rinaldo". Ciertamente,
nos metemos en un terreno donde es difícil expresar con palabras lo que
se siente en la escucha, y por eso la película cae a veces en un tono místico,
con frases como "Despertar la parte de infinito que hay dentro de
nosotros" o "Compartir el misterio", que emplea Farinelli
para tratar de decir por qué la música de Haendel es grande (y la de
Porpora no lo es). Prefiero una explicación totalmente opuesta: una música
es tan grande, no porque nos eleve a alturas desconocidas, sino porque nos
revela cosas de nosotros mismos, de la condición humana, porque es tan
grande como la vida misma: ¿Cómo no imaginar que Farinelli piensa en su
propia y triste situación de castrado, cuando está cantando el "Lascia
ch'io pianga"? ("Déjame que llore/ mi cruda suerte/ y que añore/
la libertad"). Merece
una mención la banda sonora, que intenta reconstruir la voz de "castrato"
con una mezcla, realizada en los laboratorios del IRCAM de París, entre
una voz de (mujer) soprano y una de contratenor. Hubiera sido
perfectamente posible encomendar a un sopranista actual (como Aris
Christoffelis) el dar vida a la voz de Farinelli, pero entonces se hubiera
perdido el morbo añadido, para los compradores del disco, de "poseer
algo que no existe en la naturaleza", "creado especialmente para
la ocasión", etc. Aunque los resultados sean inferiores a los que
pueda conseguir hoy una gran intérprete femenina (escúchese a Kiri Te
Kanawa, en el disco "The Sorceress", cómo canta el "Lascia
ch'io pianga"), al menos ha servido para convertir en superventas un
disco de arias de ópera barroca.
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