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Número 2º - Marzo 2000


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CINE Y MUSICA: FARINELLI, IL CASTRATO. 

Por Ángel Riego Cue

 

Las películas sobre grandes músicos nos suponen muchas veces a los aficionados un amargo dilema: o bien encontramos algo "muy cultural" y con una "cuidadosa" reconstrucción histórica, pero que como cine es generalmente de una pesadez insoportable; o bien algo que interesa como cine, pero sacrificando a menudo el rigor histórico, o donde lo que menos importa es decir algo sobre la música.

Por ello es todo un acontecimiento el que existan directores como el belga Gérard Corbiau, que une en su persona la pasión por la música (es crítico de ópera, al parecer) y el saber hacer buen cine. La primera película suya que conocemos es "El maestro de música", de 1988, donde un cantante retirado, interpretado por el barítono José Van Dam, instruía a dos jóvenes que deseaban participar en un concurso de canto. Tres años después llegó "El año del despertar" que, si bien no trata un tema propiamente musical, sí presentaba una banda sonora, cuidadosamente seleccionada, de autores "clásicos".

Su tercera película, "Farinelli" (1994) le ha supuesto el conocimiento por parte de un amplio público, que ha tenido acceso a un film "cultísimo" (rodado originalmente en tres idiomas: francés, italiano e inglés) con una temática que, en otras circunstancias, se hubiera considerado muy, muy minoritaria. Se trata de la vida de Carlo Broschi, llamado "Farinelli", el más célebre de los "castrati", cantantes que en su niñez eran castrados para conservarles la voz. Una práctica, afortunadamente ya extinguida, aunque no desapareció hasta principios del siglo XX.

Los alicientes que tiene la película para un público, incluso no aficionado a la música, son muchos: una reconstrucción muy cuidada del siglo XVIII, al nivel de las mejores producciones europeas de época; una historia con "morbo" sobre el alcance sexual del protagonista, y hasta dónde puede o no puede llegar con las mujeres -las escenas eróticas son numerosas-; unos personajes creíbles, reales, no acartonados como en tantas películas similares; una muestra de las pasiones humanas, con la relación de amor-odio con su hermano Riccardo, que participó en la castración de Carlo para así poder explotar su voz. Al final, Riccardo acudirá a buscar a su hermano, que vive retirado en Madrid cantando sólo para distraer a Felipe V, para intentar la reconciliación.

En suma, una película atractiva para ser vista por todo tipo de público, aun el menos "operístico"; claro está, dentro de lo que es el cine europeo, ya se sabe que por término medio menos "asequible" que el norteamericano. Una película que se aleja del tono retórico de muchas producciones históricas, y nos presenta hechos y personajes de lo más actual: aunque sea un ejemplo anecdótico, el mismo vestuario de Farinelli nos recuerda a la "estética gay" de nuestros días, con las plumas y lentejuelas de "drag-queen".

Sobre los actores, el reparto es muy adecuado, aunque la mayor parte de ellos me son desconocidos. Con dos excepciones, que interpretan a compositores: Omero Antonutti como un Porpora sólo preocupado por el negocio, y Jerome Krabbé, que hace un fenomenal Haendel (aunque al quitarse la peluca aparezca moreno y no pelirrojo). El carácter orgulloso y despótico del genial sajón está perfectamente encarnado por Krabbé: en una película en la que son muchas las imágenes de "impacto", sirva como ejemplo aquella en la que Haendel aplasta un insecto mientras habla con los hermanos Broschi: el mensaje subyacente pudiera ser: "Así podría hacer también con vosotros".

Para un aficionado a la ópera, aparte de la ambientación, la música y los personajes, se plantean cuestiones estéticas que pueden pasar desapercibidas al resto. ¿La música como arte o como negocio? ¿Cuál es la diferencia entre una obra correcta y "comercial", y una obra genial? Por ejemplo, entre Porpora y Haendel. El protagonista, que se ha hecho rico cantando obras "comerciales", siente una atracción misteriosa por la música de Haendel, porque expresa una emoción que no tienen los productos que canta habitualmente. Y por ello llegará su conversión, llegando a cantar para el "enemigo" (Haendel escribía para un teatro rival); concretamente, el "Rinaldo".

Ciertamente, nos metemos en un terreno donde es difícil expresar con palabras lo que se siente en la escucha, y por eso la película cae a veces en un tono místico, con frases como "Despertar la parte de infinito que hay dentro de nosotros" o "Compartir el misterio", que emplea Farinelli para tratar de decir por qué la música de Haendel es grande (y la de Porpora no lo es). Prefiero una explicación totalmente opuesta: una música es tan grande, no porque nos eleve a alturas desconocidas, sino porque nos revela cosas de nosotros mismos, de la condición humana, porque es tan grande como la vida misma: ¿Cómo no imaginar que Farinelli piensa en su propia y triste situación de castrado, cuando está cantando el "Lascia ch'io pianga"? ("Déjame que llore/ mi cruda suerte/ y que añore/ la libertad").

Merece una mención la banda sonora, que intenta reconstruir la voz de "castrato" con una mezcla, realizada en los laboratorios del IRCAM de París, entre una voz de (mujer) soprano y una de contratenor. Hubiera sido perfectamente posible encomendar a un sopranista actual (como Aris Christoffelis) el dar vida a la voz de Farinelli, pero entonces se hubiera perdido el morbo añadido, para los compradores del disco, de "poseer algo que no existe en la naturaleza", "creado especialmente para la ocasión", etc. Aunque los resultados sean inferiores a los que pueda conseguir hoy una gran intérprete femenina (escúchese a Kiri Te Kanawa, en el disco "The Sorceress", cómo canta el "Lascia ch'io pianga"), al menos ha servido para convertir en superventas un disco de arias de ópera barroca.