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LOS ESCRITORES Y LA
MÚSICA:
HOFMANNSTHAL (II)
Por
José Ramón Martín Largo. Lee
su curriculum.
Hugo von Hofmannsthal
La herencia wagneriana, que había llegado a Strauss de primera mano a
través de su profesor Hans von Bülow, no excluía, sino todo lo contrario,
la influencia del puro clasicismo vienés, cuyo referente más notable en lo
que respecta a la ópera, y a la idoneidad entre palabra y música, era
Don Giovanni. Por otra parte, es de suponer que Strauss, que conocía
bien la obra de Arnold Schoenberg, de la que admiraba especialmente los
Gurrelieder, debió considerar su Elektra como el punto final de
una experimentación que le había aproximado a la estética schoenbergiana,
punto más allá del cual no estaba dispuesto a ir y que en cambio para
Schoenberg (que en 1912 daría a conocer su Pierrot lunaire) era
sólo el principio. Las audacias que ya se adivinaban en el horizonte
inmediato, tales como el sprechgesang y la atonalidad, aconsejaron
a Strauss dar un giro clasicista a su música, que se plasmaría por primera
vez, constituyéndose ya en modelo para el resto de su obra escénica, en
El caballero de la rosa.
Esta comedia de inspiración mozartiana
aparece hoy como un minucioso retrato psicológico en el que mágicamente
las interioridades de los personajes han sido amplificadas y convertidas
en música. El libreto de Hofmannsthal, dotado de una consistencia que es
casi única en el género, y que podría ser representado como pieza
autonóma, pongamos por caso, en un teatro de cámara, alcanza una magnitud
de gran ópera sin perder por ello nada de su intimidad y profundidad. Así,
este retrato colectivo a ritmo de vals acaba trascendiendo los límites de
la escena para mostrar la imagen fiel de una época, la del imperio
austro-húngaro, que tocaba a su fin. Por lo demás, la sensualidad
patológica que había predominado en Salomé y en Elektra dejó
aquí su sitio, de un modo que sorprendió al público de la Semperoper el
día del estreno, a la ironía y al refinamiento, presentes en el texto, la
orquesta y, de manera novedosa, en el canto, que muy pocas veces es canto
convencional y casi siempre consiste en una especie de recitado, o de
diálogo, apoyado por la orquesta.
Pero no debe ignorarse el hecho de que la
brillantez y la aparente ligereza de El Caballero de la rosa
esconden un amargo sentimiento que Hofmannsthal había expresado cinco años
antes en un texto que, como la Carta de Lord Chandos, de nuevo se
presentaba bajo la forma de una carta, dirigida esta vez a un lector
desconocido. En ella, el autor ficticio, que pretendía regresar a Alemania
y Austria después de una larga ausencia, mostraba su incomprensión hacia
los alemanes de la época: “De vuelta aquí, pensaba ver cómo viven. Aquí
estoy, pero no veo cómo viven; y los veo vivir, pero no me gusta”. En
cierto modo, los sentimientos descritos en Briefe des Zurückgekehrten
(Cartas del que regresa) suponen la continuación de los que
unos años antes manifestó Hofmannsthal a través de Lord Chandos: un
extrañamiento y una falta de identificación con el mundo que, si antes
afectaba a los objetos y a su expresión poética, ahora se refería a sus
contemporáneos alemanes y austríacos, cuyo ser íntimo se había esfumado y
a los cuales faltaba “lo que edifica a la comunidad, todo lo que de
primitivo hay en ella, lo que radica en el corazón”. Quizá eso que
radica en el corazón sea precisamente de lo que se despide la
Mariscala en la última escena de la ópera, cuando, resignada ante el amor
de Sofía y Octavio, y comprendiendo que los protagonistas de la historia
ya son otros, sale de escena llevando tras de sí toda una época.
En 1912 la colaboración entre Hofmannsthal y
Strauss continúa y se diversifica: en Stuttgart se estrena Ariadne auf
Naxos, que tendría una segunda versión vienesa cuatro años más tarde,
y, con música de Strauss, se representa la adaptación hofmannsthaliana del
Bourgeois gentilhomme, de Molière. También ese año Hofmannsthal se
encuentra en París con Diaghilev, director de los Ballets Rusos, que le
encarga un libreto sobre el pasaje bíblico de José, que, con el título de
Josephslegende (La leyenda de José), y de nuevo con música
de Strauss, se estrenaría en 1914 en la Ópera de París.
De esta fecunda actividad, que era
acompañada además por el éxito, podría deducirse que las relaciones
personales entre Hofmannsthal y Strauss fueron siempre tan fáciles como
las artísticas. Y sin embargo no fue así, como queda claro en la
correspondencia entre ambos, en la que abundan las quejas y las
incomprensiones, motivadas sobre todo por el perfeccionismo de
Hofmannsthal y por la tibieza, cercana a veces a la indiferencia, de
Strauss. Raramente se mostró éste entusiasmado con los libretos que
recibía, y apenas dedicó al autor de los mismos algún débil elogio, lo que
no debía agradar a quien disfrutaba del triunfo literario ya desde los
tiempos del bachillerato. A este respecto, se ha señalado a la exquisita
Ariadne auf Naxos como una especie de alegoría de la relación entre
Hofmannsthal y Strauss. La ópera, que había nacido como homenaje a Max
Reinhardt, y que el día de su estreno apareció como un apéndice del
Bourgeois gentilhomme, sólo alcanzó su forma definitiva tras el
añadido de un prólogo. En él se advierte al maestro de música de que a la
inminente representación de una ópera dramática sobre el desengaño de
Ariadna seguirá un intermedio cómico. Más tarde, para que no se aburran
los espectadores, se decide interpretar las dos obras a la vez, idea que
como es natural subleva al compositor, que amenaza con retirar su pieza.
Pero la soprano que debe hacer el papel de Zerbinetta en la ópera seduce
al compungido músico, con lo que éste acepta las condiciones que se le han
impuesto, confiando en el poder de la música. Todo lo cual viene a ser un
reflejo de los desacuerdos entre Hofmannsthal y Strauss con respecto a la
obra. Su argumento, que para el libretista estaba cargado de un simbolismo
que aludía a la resurrección del espíritu, por lo que a su juicio la
escena central era la de la “transformación” de Ariadne, recibió una
interpretación diferente al ser puesto en música. Strauss, que había
concebido para su ópera una pequeña orquesta, encontró la oportunidad de
escribir páginas de gran virtuosismo para las voces, lo que hizo que
abandonara en parte el estilo de diálogo musical ya ensayado en El
caballero de la rosa. En consecuencia, y ya que el personaje que mejor
se prestaba al virtuosismo era el de Zerbinetta, escribió para ella una
escena de extraordinaria dificultad que Hofmannsthal encontraba de mal
gusto, y que además restaba protagonismo al papel de Ariadne. “Así”,
escribió Hofmannsthal, “los dos mundos espirituales se conectan de un modo
irónico, al fin, en la única conexión posible: la incomprensión”.
Tal vez sea la fidelidad del libretista al
músico, pese a la aparente falta de afinidad entre ellos, la mejor
respuesta a la debatida cuestión de si Hofmannsthal consideraba o no sus
libretos para Strauss como obras de encargo, “menores”, en cualquier caso.
Y es que desde esa perspectiva toda la obra de Hofmannsthal de este
período (los libretos, las adaptaciones, las colaboraciones en la prensa)
sería “obra menor”, lo que no impedía que aplicara a toda ella por igual
ese perfeccionismo que, por lo demás, le caracterizaba ya desde su
juventud lírica. Sucede que en el Hofmannsthal de estos años estaba
fraguando un nuevo tipo de personalidad literaria a la que iban a terminar
de dar forma los acontecimientos exteriores, y en especial el gran
acontecimiento de la guerra.
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