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RIGOLETTO EN
OVIEDO: GRAN TRIUNFO DE CARLOS ÁLVAREZ
Oviedo, Teatro
Campoamor. 16 de enero de 2004. Verdi: Rigoletto. C. Álvarez, M. J.
Moreno, G. Casciarri, M. A. Zapater, M. Arruabarrena, M. J. Suárez, A.
Arrabal, J. Sánchez Caso, A. Gabaldón, C. Varela, P. Lueje. Orquesta
Sinfónica Ciudad de Oviedo (OSCO), Coro de la Asociación Asturiana de
Amigos de la Ópera, Dir. musical: D. Lipton. Dir. de escena: F. López.
Terminó por todo lo alto la LVI Temporada de Ópera de Oviedo con la
representación de un Rigoletto que convocó a tres grandes
cantantes españoles: el barítono Carlos Álvarez en el papel titular, la
soprano María José Moreno como Gilda, y el bajo Miguel Ángel Zapater como
Sparafucile, un lujo que pocas veces podemos contemplar sobre los
escenarios, y que ya habían coincidido en el Campoamor en alguna ocasión (I
Puritani en 1999). El éxito de la producción fue el mayor que se
recordaba en los últimos años del coliseo ovetense.
El triunfador indiscutible de la noche fue Carlos Álvarez. El barítono
malagueño encarnó, "vivió" al personaje del jorobado con una voz
privilegiada (belleza tímbrica, dicción impecable, elegancia del
fraseo...) y una interpretación que hacía plenamente creíble al personaje,
desde el burlón de la primera escena del Acto I, el pensativo que mira en
su interior en el "Pari siamo", y sobre todo el padre desesperado al que
le han robado la hija en su "Cortigiani, vil razza dannata" (donde
atraviesa distintos estados de ánimo, desde la rabia hasta la súplica a
Marullo, que Álvarez recorrió de forma magistral tanto en lo vocal como en
lo escénico: embestía, se arrastraba...); una interpretación que
permanecerá en el recuerdo de todos los que lo hayan presenciado. Frente a
tantas virtudes, alguna pequeña inseguridad vocal al principio (lógica en
actuaciones en vivo, cuando la voz está aún "fría") careció de toda
importancia. Parece difícil, hoy por hoy, contemplar sobre el escenario un
Rigoletto mejor.
En el aspecto puramente vocal, la Gilda de María José Moreno estuvo, si
cabe, a mayor altura aún que Álvarez: su "Caro nome" fue impecable, su
narración "Tutte le feste al tempio" realmente conmovedora; mostró la
evolución de su personaje desde la ingenuidad del principio a la amargura
del desengaño. Escénicamente hizo a su personaje creíble en todo momento,
incluso al final cuando decide morir por el hombre que la ha deshonrado.
En conjunto, una actuación superior a la "Lucia" de hace dos temporadas
(no en vano Gilda es "su" papel) y, como hemos dicho de Álvarez,
difícilmente mejorable en la actualidad.
El tercer cantante español "estrella" de la velada fue el bajo Miguel
Ángel Zapater como Sparafucile, una parte que aquí fue cantada con total
autoridad y con una presencia escénica ciertamente imponente, realmente
metía miedo en su papel de matón a sueldo.
Junto a Rigoletto y Gilda, el protagonista por excelencia de esta obra de
Verdi es el Duque de Mantua, que tiene a su cargo el aria de tenor más
famosa del repertorio italiano, "La donna è mobile", aparte del "Questa o
quella" o del mayor protagonismo en el célebre Cuarteto. Y, sin embargo,
esta parte fue la menos cuidada en esta producción, estando cantada aqui
por el tenor italiano Giorgio Casciarri. No es que tuviera un timbre vocal
feo (excepto cuando se empeñaba en dar un agudo como al final de "Ella mi
fu rapita"), es que todo lo que cantaba resultaba irrelevante.
Escénicamente, además, es de corta estatura y extremadamente feo. Con ello
pudo quererse ahondar en el aspecto asqueroso y miserable del Duque (que
sin duda lo es, y mucho, y a menudo se le hace en escena "demasiado
bueno") pero entonces quedan sin resolver algunos problemas: ¿cómo es
posible que dos mujeres, Maddalena y Gilda, se enamoren de él y le salven
la vida, la segunda incluso dando la suya a cambio?
El resto del reparto estuvo siempre a la altura que esta producción
merecía, por lo que merece la pena nombrarlos a todos: Maite Arruabarrena
como Maddalena, María José Suárez en el doble papel de la condesa Ceprano
y de la criada Giovanna, Alberto Arrabal como Monterone, Jorge Sánchez
Caso como Marullo, Aurelio Gabaldón como Borsa, Celestino Varela como el
conde Ceprano y Paula Lueje como el "Paje", que aquí no era tal, como se
explica más adelante.
El Coro de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera estuvo a un nivel
superior al habitual, sobre todo el coro masculino de cortesanos,
realmente extraordinario. Para la orquesta, sin embargo, no se eligió a la
OSPA sino a su "hermana menor", la OSCO, aquí gobernada de forma no
sublime, pero sí plenamente solvente por Daniel Lipton, que mostró que
conocía la partitura a fondo y que estuvo a mayor nivel que el promedio de
directores que actúan en el Campoamor.
Queda por hablar de la escenografía de Francisco López, que venía
precedida de un cierto revuelo. La idea central es trasladar la acción a
1944, durante la etapa final del fascismo en Italia, la llamada República
de Saló; en realidad, en la primera escena del primer acto sólo vemos los
habituales trajes del Renacimiento, y pensamos que la acción transcurre en
dicha época, pero la llegada de Monterone (que interrumpe el alegre
ambiente de fiesta), custodiado por dos "camisas negras", nos hace caer en
la cuenta que nos encontramos en la Italia fascista, que el Duque es un
alto personaje del Régimen, y que al principio del primer acto están
celebrando una orgía en la que se han disfrazado, por divertirse, con
trajes renacentistas, como otros se pueden disfrazar con atuendos de la
antigua Roma.
La trasposición a esa época tiene indudables aciertos: un tiempo en el que
nada valen la vida ni la honra ajenas, donde un déspota corrupto, sólo
preocupado en satisfacer su lujuria, impone a sangre y fuego su voluntad y
su capricho atropellando toda noción del Derecho... es una adecuada
descripción de los "condottieri" del Renacimiento, pero al espectador
actual le traerán más bien connotaciones a un régimen fascista, y
especialmente a un régimen fascista que se derrumba y ya no respeta ni sus
propias leyes. Una situación como la que vivía Italia en 1944, y que a
veces ha sido retratada como una época especialmente corrupta (como en la
película Saló, o los 120 días de Sodoma de Pasolini). Así, cuando
los cortesanos "cierran filas" ante la puerta por la que intenta entrar
Rigoletto para buscar a su hija, no puede quedar más propio su carácter de
"esbirros" que viéndolos con uniformes fascistas (o incluso, simplemente,
con traje y corbata).
En la parte negativa (que no empaña la calidad general de la producción),
una trasposición como esta plantea algunos interrogantes que se obviarían
si se respetara la época original en la que está ambientada: ¿Por qué
Rigoletto, en vez de pagar a Monterone, no avisa a los partisanos del
paradero del Duque (jerarca del fascismo, no lo olvidemos) para que le
maten? ¿Por qué no espera hasta la próxima caída del fascismo (que ya
tiene perdida la guerra) para tomarse venganza? En su lugar, ante el
cadáver de su hija, termina dirigiéndose una pistola a la sien cuando cae
el telón, señal de un inminente suicidio, algo que en el libreto no está
escrito pero que tiene total lógica después de la jugada que el destino ha
deparado al bufón.
Un episodio que levantó cierto revuelo cuando se estrenó esta producción
(original del Teatro Villamarta de Jerez), aunque en Oviedo el público lo
acogió con total normalidad, es el comienzo del segundo acto, donde el
Duque no está solo, sino con una de sus "chicas de compañía", arrodillada
ante él, lo que da a entender que momentos antes se ha producido una "fellatio";
lo da a entender, pero no se presencia nada en escena, y el hecho es
plenamente coherente con el tipo de vida que lleva el Duque. Por cierto,
la mujer es luego la intérprete del Paje, que siempre es interpretado por
una soprano aunque sea un papel masculino; aquí, con más lógica escénica,
se ha hecho que su papel sea también femenino.
En resumen, una producción "de lujo", con la única excepción del tenor,
que ha marcado el punto más alto de la temporada, y de lo que se recuerda
en los últimos años; inolvidable para quienes la hayan presenciado,
especialmente la manera como Carlos Álvarez "vivió" a Rigoletto.
Ya entregada esta crónica, nos llega la noticia del inesperado
fallecimiento, a los 58 años, del apoderado de la Ópera de Oviedo, D.
Guillermo Badenes González, a quien vimos por última vez precisamente el
día 16 de enero en la función de "Rigoletto" comentada. Trabajador
infatigable, puede decirse que con su esfuerzo se mantenía en pie la
Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera desde su fundación en 1977.
Ahora será muy difícil sustituirle. Descanse en paz.
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