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CINE
Y MUSICA: LA SINFONIA DEL PROFESOR HOLLAND
Por Ángel
Riego Cue
En el tratamiento
que ha dado el cine a la profesión docente, cabe
distinguir varios grupos, según la temática principal
de la película: las hay que se centran en la escuela
como medio de prevención o lucha contra la delincuencia
juvenil, y todos recordamos a Glenn Ford en su magnífico
papel de profesor en "Blackboard Jungle" de
Richard Brooks (1955, en España, "Semilla de
maldad"); sobre las complejas, a veces tortuosas,
relaciones profesor-alumno, un título que nos viene
inmediatamente a la memoria es "Term of Trial"
(1962, en España "Escándalo en las aulas"),
donde un profesor maduro, interpretado por Laurence
Olivier, despierta el amor en una joven alumna que,
frustrada, terminará por acusarlo de abusos deshonestos,
llevándolo a juicio.
Pero si hablamos de la carrera docente como vocación, de
la satisfacción que causa el haber formado a una
generación tras otra, el haber influido en sus vidas, no
hay duda que "la" película por excelencia es
"Adiós, Mr. Chips", que dirigió en 1936 Sam
Wood con Robert Donat como el inolvidable profesor
Chipping, "Chips", y que conocería dos
"remakes", uno musical de 1969 con Peter
O'Toole, y otro de 1984.
Es a esta última a la que más nos recuerda la que ahora
nos ocupa, "Profesor Holland" (Mr. Holland's
Opus, 1995), con la que por primera vez en esta serie de
comentarios no tratamos de un film sobre un compositor o
intérprete célebre, sino sobre un personaje creado por
el guionista Patrick Sheane Duncan: un profesor que
imparte la asignatura "Apreciación Musical" en
una High School norteamericana (el equivalente a un
instituto de bachillerato).
La profesión de maestro difícilmente supone el salto a
la fama para quienes la ejercen, más bien es una labor
oscura y callada, cuyos frutos se notan al cabo del
tiempo en las personas a las que el profesor ha formado.
Exige tener vocación por esta labor, y no simplemente el
deseo de tener un puesto de trabajo estable, que encima
permita disfrutar de cierto tiempo libre. Algo así es lo
que busca Glen Holland al principio de la película,
buscar una vida estable tras diez años de pianista de
clubs nocturnos, "hacer su trabajo lo mejor
posible", ganar dinero y escapar al finalizar las
clases. La propia directora del centro le llamará la
atención: un maestro no sólo debe transmitir
conocimientos, sino orientar vocaciones, despertar
interés en sus alumnos.
La situación cambiará cuando Glen se entere de que su
mujer Iris está embarazada. Irá tomando interés por su
labor docente, irá descubriendo que la vida se disfruta
más cuando hay un trato humano más directo. Acabará
siendo el favorito de sus alumnos.
La acción del film comienza en 1964, al poco tiempo del
asesinato del presidente Kennedy, un momento que parece
seguir vivo en la memoria histórica de los
nortemericanos, al menos a juzgar por la cantidad de
películas recientes ambientadas en esa época. El propio
instituto, cuando llega Holland, está cambiando su
antiguo nombre por el de "John F. Kennedy". A
partir de ahí, transcurren treinta años de historia,
hasta que a mediados de los 90 las autoridades educativas
del Estado deciden recortar el presupuesto educativo, y
suprimir la asignatura de "Apreciación
Musical", jubilando a Holland, que si al principio
odiaba tener que dedicarse a la enseñanza, al final no
deseaba otra cosa que seguir haciéndolo.
Para mostrar el paso del tiempo, se eligen algunas
imágenes representativas de cada época, de presidentes
norteamericanos, y de acontecinientos como la guerra de
Vietnam o la toma de rehenes en la embajada USA en Irán.
La película, en ese sentido, nos da la impresión de
querer imitar a "Forrest Gump", sin llegar a su
altura. No deja de ser curioso que una de las imágenes
"representativas" de los 80-90 sea ver a una
pareja gay haciendo manitas por la calle.
En general, "Mr. Holland's Opus" es una
película correctamente narrada, con un interesante
argumento que podría haberse explotado más, pero
difícilmente se le puede considerar una gran película.
Para ello debería haber contado con un director más
inspirado que el correcto Stephen R. Herek, conocido
sobre todo por "remakes" de títulos clásicos
del cine, como "Los Tres Mosqueteros" (1993) o
"101 Dálmatas" (1996). Un ejemplo de una
escena que podría mejorarse es cuando Holland enseña
cómo tocar el clarinete a una chica que tiene el
complejo de ser la inútil de su familia: el profesor le
hace apreciar la música, le enseña que la música es
para disfrutar tocándola, y el cambio producido en ella
es enorme. Sin embargo, esta escena parece desarrollarse
demasiado rápida, en la vida real esos cambios requieren
más tiempo.
Lo mejor de la película son algunas interpretaciones,
comenzando por el papel titular, encarnado por Richard
Dreyfuss, inolvidable protagonista de películas de
Spielberg como "Tiburón", "Encuentros en
la tercera fase" o "Always", y cuya
caracterización al comienzo del film nos recuerda,
curiosamente, a Dmitri Shostakovich. Dreyfuss estuvo
nominado al Oscar en la edición de 1996 por este
trabajo. Otra interpretación destacada es la de Olympia
Dukakis como la directora del centro, que terminará
confesando a Holland que él ha llegado a ser su profesor
preferido.
No podemos dejar de mencionar la música de Michel Kamen,
con una composición ("American Symphony") de
más de 8 minutos, en la que se supone que Holland
trabajó durante esos 30 años (!), y de la que sólo se
escucha en la película su parte final, la más
charanguera. En el disco de la BSO se puede escuchar
entera, y nos encontramos con una síntesis de estilos
modernos "comerciales" desde las fanfarrias
heroicas a lo John Williams, hasta un estilo minimalista
cercano a Michael Nyman. En suma, es al menos una
composición más cuidada que lo que habitualmente se
escucha en la música de cine.
Por lo demás, como es habitual en el cine americano, nos
encontramos con las "historias humanas" de
costumbre, que hacen que la acción se siga con cierto
interés, pues "ocurren cosas": así, el chico
negro a quien tanto costó enseñarle a tocar el tambor
para que pudiera formar parte de la banda, y que moriría
en Vietnam; la chica con talento para el canto, que se
revela con una puesta en escena de Gershwin para el
festival de fin de curso, y que le llegará a ofrecer a
Holland fugarse con ella a New York... En conjunto, la
mayor tragedia humana de la vida de Holland es que a su
hijo, a quien ponen por nombre Coltrane, como homenaje al
músico de jazz, es sordo. Un hecho este, de su vida
personal, que afecta también a su vida profesional:
cuando les explique a sus alumnos que Beethoven conocía
las notas musicales porque era sordo "pero no de
nacimiento", lo dirá con una emoción especial: es
otro de los momentos de la película que habría mejorado
si hubiera sido narrado de forma algo menos explícita.
En relación con la sordera de su hijo, hay un otro
pasaje que va más allá de la anécdota, e ilustra la
importancia que tiene la música, o cierto tipo de
música, en nuestras vidas, y es cuando Cole se indigna
porque su padre le dice que han matado a John Lennon,
pero "tú no sabrás ni quién es, claro". Con
su lenguaje de gestos, le hace saber a su padre que lo
que Lennon significa es muy importante ¡¡hasta para un
sordo!!
De aquella época (finales de 1980) mis recuerdos son que
en Estados Unidos la muerte de Lennon provocó una
conmoción que algunos compararon con la producida por el
asesinato de John F. Kennedy. En España, el suceso tuvo
una cobertura informativa mucho menor, pero aun así en
medios como el diario "El País" se presentó
su figura como de una importancia capital en la historia
de la música, al menos en la historia reciente. En medio
de la exaltación oficial de Lennon al Olimpo de la
creación musical, sólo recuerdo ahora mismo como voz
discordante la de un prestigioso musicólogo español que
escribía al mes siguiente, en la revista de música más
veterana del Reino, que Lennon era "un muchacho de
Liverpool que llegó a enriquecerse con la música sin
necesidad de conocer los rudimentos de este
lenguaje".
La dedicación de Holland a la enseñanza le quitó
tiempo para dedicarse a componer, y en el homenaje final
que le rinden sus alumnos le dicen que ellos son las
notas de su sinfonía. Al igual que Mr. Chips, que nunca
había podido tener un hijo (pues su esposa murió al dar
a luz, y el niño no sobrevivió), pero "sus alumnos
eran todos hijos suyos". Con la diferencia de que
Mr. Holland además sí pudo escribir su sinfonía. En
ese homenaje también participa aquella chica inútil
para el clarinete que se ha convertido en ¡la
gobernadora del Estado! Cosa curiosa, y que un espectador
europeo posiblemente no entienda, es cómo teniendo
amistades en tan altos puestos, la decisión de suprimir
la asignatura de Holland no sea revocada.
Dentro de lo habitual en el cine americano, que no se
caracteriza precisamente por la gran profundidad
conceptual, sí se puede advertir en la película una
cierta reflexión sobre la carencia que puede provocar en
la formación de los seres humanos los recortes en la
enseñanza de las Humanidades: a todos esos alumnos a los
que Holland influyó tan positivamente en su vida,
¿cómo les habría ido sin él?
Y es que a eso vamos, mucha enseñanza técnica y de
"cosas útiles", pero poco o nada de lo que
antes se llamaban "humanidades", y los
resultados tardan en notarse, pero acaban saliendo a la
luz. Piénsese en los suicidas de la secta Heaven's Gate,
por ejemplo, que en gran parte eran expertos
informáticos. Aunque para explotar más a fondo este
tema hubiera hecho falta, como se ha dicho, otro enfoque,
y otro director, y otra película.
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