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TRES CANTANTES TRESJerez de la Frontera. Teatro Villamarta. 29 de Abril. Donizetti: L'elisir d'amore. Reparto:Ismael Jordi (Nemorino), Mariola Cantarero (Adina), Carlos Chausson (Dulcamara), Marco Moncloa (Belcore), Leticia Rodríguez (Giannetta). Coro del Teatro Villamarta. Dirección del coro: Ángel Hortas. Orquesta Filarmónica de Málaga. Dirección musical: Francesc Bonnin. Dirección escénica: Francisco López. Aforo: casi lleno. Por Bardolfo.
Parece ser que en estos tiempos de barbarie, guerras ilegales (por lo que se ve existen también guerras legales), terrorismo y violencia de género (¿de qué género?) es necesario tomarse de tanto en tanto un respiro en forma de bebida tonificante, remediadora de males, oferente del amor y talismán de la fortuna. Es sin duda por ello que la mayor parte de los teatros españoles se han decidido a ofrecernos los sinsabores que el simple y tierno Nemorino pasa para la conquista de la esquiva y coqueta Adina, y que sólo con el mágico elixir del caradura doctor Dulcamara llegan a buen puerto: tal coincidencia puede deberse tanto a la conveniencia de apostar por un valor seguro o a la simple falta de originalidad de los programadores: concentrémonos en lo primero, aunque sólo sea por hacerles un favor a los responsables de nuestros teatros líricos. Tras la irregular prestación del Teatro Maestranza, que rompió el fuego en esta particular carrera hacia la embriaguez de los tenores líricos y que sólo merece destacarse por el sensacional debut de Ismael Jordi, la carreta del embaucador dottore ha pasado por Córdoba y Jerez, y se la verá pronto por lugares tan dispares como Valladolid (con Milagros Poblador), A Coruña, Málaga (con el debut de Carlos Álvarez como Belcore) o la espectacular presentación del Liceo barcelonés (con Bayo, Devia, Gheorghiu, Giménez, Ódena o Villazón alternándose en cinco diferentes repartos, que la pela es la pela). A la espera de tales derroches, vamos a ocuparnos de la función jerezana. Como el título de la función hace referencia a un elixir que no es sino vino, y de eso hay buenos y abundantes en la localidad gaditana, la cosecha de Dulcamara pasó a ser un rubio fino en lugar de un rojo burdeos. Hay que señalar y aplaudir el detalle de obsequiar al público con una botellita de las bodegas del doctor, auténtico oro líquido como atestigua mi paladar, y aún más el presentar en el programa de mano, con el patrocinio de Diario de Jerez, el libreto íntegro de la obra, junto a una serie de amenos artículos que permiten al público iniciarse en el conocimiento de la misma y de sus intérpretes. Un esfuerzo que esperamos que no quede en balde y que sirva para acercar más el nada fácil género operístico a más amplios auditorios. Mariola Cantarero centró la atención musical. Debutando el brillante personaje de Adina, la soprano granadina fue un derroche de belleza vocal, con una voz plateada en el agudo (aunque alguna nota gratuita, de mero exhibicionismo, no fuera del todo acertada), excelente dominio de las agilidades, fraseo variado y con intención... y un arte en el dominio de los filados y en el canto en piano que hace mucho tiempo que parecía condenado al olvido. Simpática y graciosa en escena, aunque no favorecida por un vestuario que parecía más de melodrama que de farsa, la joven soprano se llevó el más atronador aplauso de la noche tras su gran escena final. A su lado, Ismael Jordi mejoró aún más el excelente Nemorino que estrenara en Sevilla, con un dominio consumado de las medias voces. Muy hermosa su recreación de la inmortal Una furtiva lagrima, que arrancó otra tremenda ovación del público. En el plano actoral su labor, muy meritoria, se vio algo empañada por una dirección de escena que descuidó notablemente su personaje; sobre este particular volveremos más adelante. Con una afección vocal, los agudos de Carlos Chausson resultaron un poco trabajosos, pero no así su capacidad histriónica (dentro de un orden y sin menoscabar en absoluto la partitura para los logros cómicos), propia del que es sin duda el mejor bajo bufo de la actualidad, aunque en España aún no se hayan enterado y lo releguen con frecuencia a segundos repartos. Tampoco muy cuidado por el director de escena, luciendo una peluca y un vestuario imposible, dio de todos modos una lección de estilo caricaturesco en su concepción vocal y dramática del locuaz Dulcamara. A menor altura rayó Marco Moncloa, de innegable soltura escénica, pero que tropezó con las medias voces que exige la escritura donizettiana. Si resultó muy brillante la prestación de Leticia Rodríguez como Giannetta, ésta si muy trabajada escénicamente, con una voz impactante por su potencia y su dominio del estilo. Irregular el coro, al que le hemos escuchado veladas bastante más inspiradas. Y llegamos a la orquesta. La rimbombante Filarmónica de Málaga, ex-Orquesta Ciudad de Málaga (nombre digamos que menos cosmopolita, desechado hace tiempo) llegó con ínfulas de Filarmónica de Viena, tuvo sus más y sus menos con el director previsto, el estupendo Antonio Florio, que por cierto llevaba varios días ya trabajando a satisfacción con todo el reparto y el coro, y de resultas del enfrentamiento el maestro italiano cogió sus maletas y se marchó. Traído apresuradamente unos días antes del estreno, el mallorquín Francesc Bonnin, esforzado y de no excesiva personalidad musicalmente hablando, poco pudo hacer, salvo alterar algunos tempi (hubo notorios desajustes al principio de la velada), aunque cuidó de no estorbar a la voces. La orquesta le respondió como lo que es: una formación mediocre. Muy criticada por su sosería (crítica que comparto) fue la producción del Teatro de la Maestranza nombrada arriba. Lo curioso es que Francisco López ha caído en casi los mismo defectos que aquella, por no decir en varios lugares comunes (la caída de los soldados al final del primer número, la disposición de la mesa al comienzo del segundo acto, la escenificación de la barcarola). Para darle comicidad a una obra que no ha sabido o querido comprender, deja de lado a los dos personajes principales y ahoga al doctor Dulcamara con la incorporación de seis figurantes que realizan multitud de gags más o menos brillantes, más o menos groseros, pero que en no pocas ocasiones estorban al seguimiento de la acción principal, todo dentro de una estética cercana al mundo del cartoon de los años treinta y cuarenta, con trajes de estampados multicolores, pelucas y bigotes algo exagerados, soldados de movimientos enfatizados, etc... Lo cierto es que uno no se ríe mucho. También es cierto que la sobreabundancia cromática llega a resultar agotadora para los ojos y que la iluminación dista de ser buena: en la boca del escenario los cantantes están en penumbra. En resumidas cuentas, y pese a una puesta en escena que poco aporta (salvo las largas piernas de las dos azafatas del doctor Dulcamara) y la no aportación de la orquesta (léase Antonio Florio), el resultado es de todos modos agradable, y la obra se disfruta. La tímida actitud de Ismael Jordi y la desenvoltura de Mariola Cantarero, junto a la sapiencia de Carlos Chausson forman un trío irresistible para una pieza muy difícil de armonizar en conjunto. Ya veremos si este terceto se iguala en las paradas que el vendedor del elisir della regina Isotta aún debe efectuar por nuestra geografía.
Página web de Ismael Jordi: www.ismaeljordi.net Página web del Teatro Villamarta: www.villamarta.com
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