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Número 52º - Mayo 2.004


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LA REBELDIA’  MUSICAL DE J.J. ROUSSEAU

Por Alfredo Canedo (Argentina). 

 
Rousseau

    Toda la historia de la musical está en la anexión progresiva de choques de estilos sabiamente dosificados y calibrados; si disonantes al comienzo, más tarde, poco a poco expresivamente placenteros. Los  mismos flotaban en la Europa de mediados del siglo XVIII con el enlazamiento de la música francesa a la italiana por un ingenioso de rara osadía. Llamábase Juan Jacobo Rousseau, cuyas composiciones ‘romanceadas’ hacían sospechar de imitación servil en la ‘italomanía’ musical de la época.  

    Ya por mediados de siglo el clasicismo musical francés, elegante y reflexivo, llevaba consigo el propio agotamiento, por lo que Rousseau  sintió la necesidad de sustituirlo con una escritura clara, rica en timbres, maravillosamente equilibrada, melodiosa y sentimentalmente romántica. Entendió perfectamente que la música de las parisinas salas de concierto tendía a lo frívolo y racional, cuando la italiana a lo fantástico y pintoresco, al ideal elevado y a bellos e ingeniosos contrapuntos; de ahí su propensión instintiva a sacar partido de una música influida menos en el clasicismo o rococó francés que en cromatismos y modulaciones armoniosas.

     Por el lado de los menómalos galos habituados a la pureza neoclásica, al intelectualismo razonador y a la intransigencia nacionalista llegaba el descrédito y la andanada de críticas a este músico y a la vez literato del siglo. Decían de Rousseau, demasiado genial para confinarle en los límites de una nación, que era un ‘bribón encubierto’, hipócrita, ‘monstruo de ingratitud y perversidad, ‘fracasado compositor’ y partidario de armonías, melodías y tonalidades del romanticismo italiano en la música de Francia.  Andrés Campra, maestro de capilla de Tolón y autor de más de veinticinco piezas musicales para óperas y bellet, aducía que la musica ‘italianizante’ de Rousseau era híbrida, sin calidad de timbres y mediocre; para Alejandro Monsigny el ciudadano de Ginebra era un simple aficionado y sin vocación de compositor, aunque más condescendiente con su ingenio el músico Juan María Leclair, quien le llamó ‘el elocuente Juan Jacobo Rousseau’. (Consúltese ‘Historia de la música’.)de Emile Vuillermoz)

    En tiempo de esas escaramuzas, Rousseau respondía a sus difamadores así:

              No hay ni compás ni melodía en la música francesa, porque la lengua no es
         susceptible de eso, porque el canto francés no es más que un continuo ladrido ,
         insoportable para todo oído no prevenido, porque su armonía es bruta, sin expresión
         y trasciende únicamente a sus rellenos de escolar, porque los aires franceses no
         son aires, porque el recitativo no es recitativo. De donde concluyo   que los
         franceses no tienen música y no pueden tenerla, o que si alguna vez tienen una será

         peor para ellos.. (‘Cartas sobre la música francesa)

                                                 --------------------

    Alternaba la prosa de sus novelas Emilio’ y La nueva Eloisa’ con ejercitaciones para clavicordio, piano y violín sobre obras de Bach, Mozart y Pergolesi. Ya por entonces había aprendido lo no fácil de imponer el estilo y tono de su música en círculos brillantes y refinados de la sociedad parisina. Prueba de tal recelo fue ‘Las musas galantes’, 1745, en versos, recitados y coros entrelazados con rápidas modulaciones musicales de gusto italiano. Fue estrenada en la coqueta mansión de la señora Poupeliniére ante la presencia del cortesano músico Juan Philippe Rameau, quien luego escribiera agriamente y sin piedad sobre esta primera ópera del novel compositor:

              Lo que me impresionó fue que el trabajo tenía hermosos aires para el

         violín, al estilo italiano, mientras que todo lo malo era de estilo francés…Esto

         me sorprendió, pero pronto dime cuenta de que no había hecho más que

         componer música francesa y plagiar los pasajes italianos. (Josephson, Matthew.

         Juan Jacobo Rousseau, su vida y su obra’)

    A su glorioso contemporáneo, Rousseau respondió con una velada defensa del gusto italiano en su ópera:

         …es un género enteramente nuevo, a que no están acostumbrados los oídos
           franceses.
(Rousseau, Juan Jacobo. ‘Las confesiones’)

    Ciertamente, la música roussoniana pertenecía al género amable y fácil, acomodada con más gusto a la gentileza italiana que a la noble intransigencia de Rameau.  No obstante ese contratiempo, no dejó Rousseau de estudiar las composiciones de Rameau, como tampoco de preparar a la manera italiana el camino del romanticismo musical con acentos de lozanía, sencillez y libertad emocional; a la par que la crítica menos clarividente renegaba de su música sin pretensiones a la majestad y solemnidad clásicas. A resultas de las ofensas a la música italiana fue que Rousseau llegó a escribir: :

         … se levantó contra mí la Nación entera, que se creyó ofendida por mi música,
          todas las cuestiones políticas y sociales habían quedado olvidades, a tal punto que
         no escaseaban los insultos y hasta el peligro de mi vida. Más de un músico formó el
         complot de asesinarme a la salida del Teatro.
(Cartas sobre la música) 

    A las diatribas de monómalos adheridos al clasicismo, Rousseau respondió con la pequeña ópera elegante y graciosa ‘El adivino de la aldea’, escrita en versos propios y estilo bufo italiano, que Luis XV no pudo resistirse a canturrear, aunque no muy correctamente, algunos pasajes musicales relativos a la vida pastoral inocente y sencilla en las campiñas francesas. La puesta de escena en el Teatro de la Corte, 18 de octubre de 1752, había desencadenado de los menómalos opiniones como que Rousseau era ‘un simple copista en la música de la ópera ‘Serva padrona de Giovanni Battista Pergolesi’, y que, por tanto, no merecedor de reconocimientos del público francés  (Ver: ‘La música en la época romántica’ de Alfred Eimste)

    No menores las injurias de los enciclopedistas que tomaban a la chacota el ‘internacionalismo musical’ de Juan Jacobo. Más destacado de entre ellos el dogmático e irritado Voltaire, quien prendió en ámbitos nacionalistas franceses la alarma contra el ginebrino:

         … hermano falso por haber incurrido en apostasía contra la música nacional. Los
         desertores de la cultura de su patria deben ser ahorcados. Este insigne loco que,
         con sólo dejarse conducir por los cofrades de la Enciclopedia, hubiera podido ser
         algo, se ha metido en su cabeza la idea de formar un bando propio. ¡Oh!, los
         integrantes del pequeño rebaño descienden a devorarse entre sí.
(McDonald F. ‘J.J. Rousseau: un nuevo estudio en crítica’)

    Las diatribas, intolerancias y socarronerías de Voltaire contra las armonías y melodías no precisamente francesas en ‘El adivino de la aldea’ sacaban de juicio a Rousseau, atinando en un momento de grande inquietud personal a decir en una de sus tantas conferencias:

              Voltaire se dirige a la mente no al corazón; por eso, escribe con una pluma que
         incendia el papel en que se posa..
(Rousseau, J.J. ‘Disertación sobre la música moderna’)

     Arremetedora fue la respuesta de aquél filósofo y sofístico hombre empedernido en vedar toda música exenta de sonoridades francesas:    

              Rousseau… un falso hermano, un perro que muerde a todos, un bastardo.
        
(Dufour, T. ‘J.J. Rousseau y madame de Warens’)

    Pese a estas discusiones y contratiempos, justo reconocer que si Rousseau no tuvo la satisfacción de verse honrado por los menómalos clasicistas de la Francia, ha ejercido, sin embargo, una influencia duradera y seria en numerosos discípulos así como en toda la Europa musical del siglo XVIII.