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NUEVOS
TÍTULOS PARA LA SERIE VIVARTE
DE SONY
CLASSICAL
Por Ignacio
Deleyto Alcalá.
Tres nuevos títulos se
añaden ahora a la ya extensa serie Vivarte, dedicada a
interpretaciones con instrumentos originales: Réquiem de
Mozart (SK 60764), Quintetos para cuerda de Mendelssohn
(SK 60766) y música renacentista para laúd (SK 60767).
El Réquiem de Mozart, compuesto
durante el último año de su vida, es una de las obras
más populares de su autor que, como sabemos, murió
antes de verla terminada. Antes de entrar en el
comentario de esta versión, me gustaría repasar algunos
aspectos de interés sobre las circunstancias de su
composición y hacer un breve comentario sobre ediciones
y versiones.
El año 1791 fue un año de mucha actividad para Mozart.
En Julio y tras componer el Ave Verum Corpus, recibe el
misterioso encargo de escribir un Réquiem (más tarde se
sabría que era para la mujer del Conde Walsegg-Stuppach
que había fallecido meses antes). Sin embargo, la
composición de esta obra se verá interrumpida por un
importante viaje a Praga con motivo de la coronación de
Leopoldo II como Rey de Bohemia. Allí, entre otras
cosas, estrenará su nueva ópera, La Clemenza di Tito,
encargada para dicha celebración. Una vez de regreso a
Viena se sumerge en la composición de La Flauta Mágica
que ya le había sido encargada hacía meses. El propio
Mozart dirige el estreno que resulta ser todo un éxito
como queda demostrado por las nada menos que veinte veces
que se representa, sólo en Octubre. También compone su
Concierto para clarinete y orquesta K 622.
Presionado por tanto trabajo y ya enfermo, centra
entonces su atención en el Réquiem y empieza a componer
frenéticamente. Sufre depresiones y su enfermedad se
agrava por momentos. En Noviembre ya guarda cama y aunque
sigue componiendo, es consciente de que no podrá
concluir su obra. Su cuñada, Sophie Haibel, en su famoso
relato de 1825 describe a un Mozart que repasa la
partitura en la cama al mismo tiempo que da instrucciones
a su pupilo F. X. Süssmayr de cómo completar la obra.
Una escena bien parecida a la que inmortalizara la
película Amadeus aunque con diferente
"escribano".
Por increíble que parezca en un hombre a punto de morir,
casi todos los biógrafos cuentan que Mozart aprovecha
una ligera mejoría el 4 de Diciembre para hacer un
ensayo "in situ" del Réquiem con varios amigos
del Freihaustheater. El propio Mozart canta la parte de
contralto y Süssmayr recibe las últimas indicaciones.
Tras una tarde, aún lúcido, muere pasada la medianoche.
La partitura, por tanto, queda incompleta. (No se
entregaría a su destinatario hasta Diciembre de 1793)
Mucho se ha escrito sobre lo que pasó después.
No tenemos aquí el espacio ni siquiera para hacer un
resumen pero digamos brevemente que Mozart completó el
Introito y el material esencial del Kyrie (cuya
instrumentación fue añadida por Süssmayr). También
compuso, en bosquejos, las seis secciones de la Secuencia
aunque del Lacrimosa sólo deja ocho compases y las dos
secciones del Ofertorio. Es decir, el manuscrito
incompleto contiene todas las partes vocales, el bajo
cifrado e indicaciones precisas sobre instrumentación
para el Dies irae, Tuba mirum, Rex tremendae, Confutatis,
ocho compases del Lacrimosa, el Domine y el Hostias. A
partir de ahí, no se conserva nada más de su mano.
Parece, sin embargo, que la calidad de la música hace
pensar que tanto el Sanctus, Benedictus, Agnus Dei y
Communio, no son obra única de su discípulo Süssmayr
sino que parte del material bien podría haber sido
manuscrito por Mozart.
Curiosamente cuando Constanze resuelve en completar la
obra (por razones económicas) entrega el manuscrito, no
a Süssmayr que junto a Freystädtler había completado
la fuga del Kyrie, sino a Joseph Eybler, otro buen
discípulo de su marido. Éste, quizás abrumado por la
empresa, abandona el proyecto al poco tiempo, y Constanze
lo pasa finalmente a Süssmayr que lo termina,
probablemente, como afirma H.C. Robbins Landon,
recomponiendo partes que Eybler había completado
parcialmente.
Aunque tradicionalmente ha sido la versión de Süssmayr
la más interpretada y grabada, seguramente porque
durante años fue la única disponible, hay otras
ediciones que han tenido sus defensores en las últimas
décadas. Hay hasta seis diferentes ediciones del
Réquiem. La mayoría de las grabaciones usan la de
Süssmayr o la de Beyer (1971). Esta última, utilizada
por Marriner I, Harnoncourt, Bernstein, entre otros,
elimina parte de la orquestación añadida por Süssmayr
y añade una coda a la fuga del Hosana. Cambios más
radicales los encontramos en la de Richard Maunder (1983)
llevada al disco por Hogwood que rechaza de plano el
Sanctus, Benedictus y Hosana porque en su opinión son
obra de Süssmayr y no de Mozart (concluye el Lacrimosa
con un Amén fugado basado en apuntes de Mozart).
La que nos presenta esta nueva grabación dirigida por
Bruno Weil es la correspondiente al musicólogo Robbins
Landon cuyo propósito es combinar el trabajo de los tres
discípulos implicados en el término de esta magnífica
obra: Süssmayr, Eybler y Freystädtler. Tras las de Roy
Goodman y Georg Solti, esta es la tercera grabación de
esta edición completada en 1989 poco antes del
bicentenario de la muerte de Mozart. Como queda dicho,
aporta todo el trabajo de Eybler pero no elimina las
adiciones y errores de Süssmayr. No es una versión que
suene demasiado diferente a la más conocida aunque
algún cambio notable llama la atención; por ejemplo, en
el Rex tremendae, tras las tres angustiosas exclamaciones
"Rex", se eliminan los metales y timbales en la
primera frase "Rex tremendae majestatis"
dejando al coro como única voz cuyo eco resuena
implacable. El efecto es notable y sobrecogedor (todavía
lo es más en la versión de Solti con el coro de la
Ópera de Viena en la justamente famosa interpretación
con la Filarmónica de Viena grabada en la Catedral de
San Esteban de Viena en 1991).
Entrando ya en esta nueva grabación podemos destacar el
papel del coro que está magnífico a lo largo de toda la
obra. Bruno Weil, contrariamente a la mayoría de los
directores, elige un coro de niños, el Tölzer Boys
Choir, para esta obra y, a la vista de los resultados,
hay que aplaudir la elección pues suena bien afinado y
empastado además de cantar con garra y expresividad en
todas las secciones corales. Los solistas no están a la
misma altura a excepción de Harry var den Kamp, pero se
defienden bien. El tenor Jörg Hering, un habitual en las
grabaciones de Weil, posee un bello instrumento aunque en
los agudos la voz se nota estrangulada. La dirección es
tensa y los tempi son por lo general rápidos; demasiado
rápido en el caso del Recordare.
Se nota el trabajo del director con los cantantes, las
entradas, por ejemplo, son siempre perfectas y la voz
siempre parece surgir de la música como queriéndose
fundir con ella. Aquí se nota la mano de su maestro,
Karajan. (Este lo tuvo de director asistente en los
Festivales de Pascua de Salzburgo cuando Bruno Weil era
director musical de la Ópera de Augsburg).
En conclusión, este Réquiem no se convertirá en una
primera opción pero la versión se deja escuchar con
interés. La excelente presentación compensa en parte la
poca música que contiene este CD; el disco sólo dura 43
minutos pues no se ha añadido acoplamiento alguno.
El segundo disco se centra en dos obras de
cámara de Felix Mendelssohn: los Quintetos para cuerda
OP. 18 y OP. 87. Dos obras maestras, pertenecientes a dos
períodos diferentes del compositor como indican sus
números de opus. El primero, compuesto cuando tan sólo
tenía diecisiete años, es una obra ambiciosa (dura más
de media hora) que mira tanto al pasado como al futuro.
Especialmente interesante es el scherzo con sus
insistente tema que se repite una y otra vez. El segundo
Quinteto compuesto en 1845 ha sido comparado con
frecuencia a su famoso Octeto OP. 20. Sin embargo parece
ser una obra mucho más personal y madura como demuestra
el misterioso y encantador adagio, un movimiento de una
belleza extraordinaria comparable en intensidad al
Beethoven de los últimos cuartetos .
L'Archibudelli nos entrega una lectura vigorosa, tensa y
apasionada de estos dos quintetos. A decir verdad,
estamos ante un gran conjunto de cámara que luce un
fraseo elegante, una entonación impecable y un discreto
vibrato. Los instrumentos dialogan entre sí sin prisa,
el buen entendimiento entre los músicos se hace patente
en las entradas así como en los crescendi, por ejemplo,
en el tremendo clímax del adagio del OP 87.
L'Archibudelli transmiten una visión de la música de
Mendelssohn muy romántica con frases de gran aliento.
Destaca el violín de Vaera Beths y el cello de Anner
Bylsma que suena profundo y sugerente. En el Scherzo del
Op 18 demuestra su entusiasmo con esta música en una
intensa frase solista. No hay que olvidar que estamos
ante un quinteto que usa instrumentos originales cuyo
inconfundible sonido puede no ser del gusto de todos pero
la interpretación es de una gran expresividad, muy
relajada en los movimientos lentos y ágil y contundente
en los rápidos.
Finalmente, un disco del laudista alemán Lutz
Kirchhof con un título de lo más sugerente:
"Música de laúd para Brujas y Alquimistas".
¡Cuánto han cambiado las cosas en el mundo de la
interpretación con instrumentos originales! Una de las
grabaciones pioneras de música para laúd con criterios
historicistas fue realizada por Konrad Ragossnig en los
años setenta. El magnífico trabajo comprendía una
selección de literatura para laúd de diferentes países
y compositores. Ciertamente la variedad era abrumadora
pero tanto Dowland como Luis de Milán o Vallet se
interpretaban con un único instrumento. Más de seis LPs
con un único instrumento y con una técnica más propia
de guitarra que de laúd (cuerdas pulsadas con las uñas
y no con las yemas de los dedos). Claro está que el mero
hecho de rebuscar en los archivos para reunir tal
cantidad de material y utilizar una copia de un laúd del
siglo XVII ya eran suficientes argumentos para justificar
el adjetivo de historicista. Desde entonces se ha
avanzado considerablemente y los intérpretes no sólo se
preocupan de descubrir y recopilar repertorio más o
menos abandonado sino que buscan extraer el máximo de
cada obra; investigar sobre la técnica de la época,
estudiar los instrumentos apropiados para cada pieza y
autor, etc. En este único disco, Kirchhof utiliza hasta
cuatro instrumentos diferentes: laúd renacentista,
vihuela (para los españoles), laúd barroco y tiorba.
Resulta fascinante la posibilidad que se le brinda al
aficionado de comparar (y disfrutar) la sonoridad de cada
uno.
El disco contiene piezas de compositores tan variados
como Holborne, Vallet, Luis de Milán o Weiss, por citar
algunos de los más conocidos en piezas cuidadosamente
elegidas por el laudista que demuestra una técnica
impecable, una fresca espontaneidad a la hora de adornar,
y gran sensibilidad sin llegar a ser empalagoso. Este
disco es una delicia de principio a fin. Quien quiera
probar, puede empezar por la melancólica Chorea de
Matthäus Reymann o la Battaille de Nicolas Vallet. Es
difícil no caer en la sugerente tentación de una
música así interpretada. Hoy día tenemos grandes
laudistas como Hopkinson Smith, Jakob Lindberg, Paul
O´Dette, y nuestro José Miguel Moreno. Tras escuchar
este disco el nombre de Lutz Kirchhof debe sumarse a esta
lista con pleno derecho.
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