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TRAVIATA TESTIMONIALPor Fernando López Vargas-Machuca.
La historia es la de siempre: una cosa es disfrutar de una función en vivo y otra muy distinta volver a escucharla en casa, puesto que lo que en directo puede despertar entusiasmo, en nuestra discoteca tiene que sufrir las inevitables comparaciones con los más grandes nombres de la interpretación musical. Es lo que le ocurre a esta Traviata jerezana que comentamos hace poco más de un año en esta revista y que ahora aparece en compacto bajo el sello de RTVE Música. Sea como fuere, no intenta esta edición competir con las grandes referencias fonográficas de la página, sino más bien dejar testimonio de la calidad que puede alcanzar en sus producciones operísticas el Teatro Villamarta, servir de tarjeta de presentación para el cantante local Ismael Jordi y, sobre todo, legar a la posteridad un registro oficial de Cristina Gallardo-Dômas en uno de los roles con que ha cosechado más aplausos. Claro que en este sentido hay que tener en cuenta dos circunstancias fundamentales: que el tenor jerezano estaba debutando el papel y que la soprano chilena ofrecía en esta ocasión su última Violetta, un rol que por su propia evolución vocal se veía forzada abandonar. No pueden considerarse, pues, retratos completos de lo que ambos cantantes pueden ofrecer en este genial título verdiano. La Gallardo-Dômas es protagonista indiscutible del registro. Su mayor virtud es precisamente la más admirable en un artista: la sinceridad. Es la suya una Violetta recreada con la emoción a flor de piel, quizá algo escorada en el estilo hacia Puccini y un pelín más frágil de la cuenta, pues de hecho a veces recuerda a una Mimí o una Sour Angelica, pero la intensidad con que vive su personaje termina haciendo mella en el oyente. Por desgracia, y gustándonos mucho su actuación, hemos de poner reparos a la misma. En primer lugar su instrumento no es homogéneo: bellísimo en el centro, a veces poderoso arriba pero más bien corto por abajo. En segundo lugar el desarrollo del mismo le da ahora soltura en momentos clave como el dúo con Germont pero le impide desenvolverse en el Sempre Libera, que le sale francamente mal. Y en tercer lugar su línea de canto frágil, insegura y quebradiza le pone en más de un serio apuro técnico, sobre todo cuando apiana. Por descontado que si esto le ocurre es porque la artista no elude las dificultades ni escamotea notas; antes al contrario, intenta matizar todo posible el papel aunque con ello su técnica quede en evidencia. Por eso a quien esto suscribe, y a pesar de sus insuficiencias, le parece una Violetta inteligente y emocionante que hay que conocer. Ni que decir tiene que está muy por encima -por poner dos ejemplos recientes- de los amaneramientos insufribles de Reneé Fleming y de la manifiesta mediocridad de ese bluff llamado Anna Netrebko, tan aclamada en las funciones salzburguesas del pasado verano. Jordi cuenta con una preciosa voz de tintes plateados -a despecho de alguna que otra sonoridad caprina que debería vigilar- y con una técnica muy segura para este repertorio, pero en aquel momento el papel no lo tenía trabajado por completo. Por ello comienza frío y desganado, además en un estilo más cercano al de su amado Donizetti que al auténtico Verdi. Dicho de otra manera: donde Rolando Villazón -en la referida grabación salzburguesa- se equivoca y saca a Turiddu, Ismael hace de Nemorino. El aria que abre el segundo acto la canta con sensibilidad y depuración; desgraciadamente remata la cabaletta con un sobreagudo todo lo espectacular que se quiera, pero de efectividad más que dudosa, y que además le hace comerse varias de sus líneas para prepararlo. A partir de aquí se va centrado y ofrece una recreación muy entregada y viril del personaje, especialmente en la escena de la casa de Flora, donde está soberbio; recreación en la que, por descontado, su modelo es Kraus, lo que quiere decir que hace un Alfredo más elegante y aristocrático que pasional y desbordado, y que de nuevo se encuentra en el extremo opuesto al citado Villazón. En todo caso su belleza vocal, sólida técnica, prístina dicción, elegancia de línea y contrastado buen gusto -sobreagudo aparte- terminan haciendo muy válida su actuación en un rol que esperamos vaya madurando con el tiempo. Muy por debajo de Gallardo-Dômas e Ismael Jordi queda Genaro Sulvarán. Ya lo dijimos a propósito de su Nabucco: la voz de este señor es magnífica -oscura, robusta- y corre con gran facilidad, pero expresivamente es plano y monocorde. Claro que la dirección del Villamarta se empeñó en volverlo a contratar, así que el melómano que escuche el disco tiene la oportunidad ahora de darle la razón a una parte o la otra: a nuestro juicio su Germont no levanta el vuelo poético en ningún momento y hunde con él el epicentro de la partitura, que no es otro que su dúo con la soprano. Eduard Tumagian y Carlos Bergasa hicieron este papel con bastante más acierto en el mismo escenario, así que la cosa presupuestaria no parece excusa para justificar este fichaje. Como tampoco parece serlo para el insufrible Gastone de Francisco Heredia, que recuerda -sin llegar a tales extremos- al horroroso de Suso Mariategi en el registro de Muti para EMI (¿"colocado" quizá por Kraus?). El resto es discretito, pero no peor que el de algunas prestigiosas grabaciones en vivo: una Flora de Marina Pardo que convence más que nada por su suntuosidad vocal, una Annina correcta y por fortuna poco ñoña de Inmaculada Salmoral, un aceptable Grenville de un Francisco Santiago en temprana decadencia, un tosco Marqués D'Obigny del joven Isidro Anaya y un robusto pero monocorde Barón Douphol del ya muy veterano Pedro Farrés. Es de justicia aplaudir al coro: la labor que estos señores y señoras están realizando, fatigosa, gratuita y generalmente no muy agradecida, está siendo fundamental para el desarrollo de las temporadas líricas en el Villamarta. También hay que manifestar con toda rotundidad que su nivel no es en inferior al de algunos otros coros no profesionales que hay en el territorio peninsular y que también han grabado algún disco. Antes al contrario, en esta Traviata el Coro del Teatro Villamarta realiza, bajo la dirección de su titular Ángel Hortas, una muy digna, plausible y solvente labor, de nuevo superior a la prestación que escuchamos en algunas muy afamadas y míticas grabaciones de otros tiempos. Pero hay que ser objetivos y decir que no por ello deja de manifestar evidentes insuficiencias -en las voces femeninas, sobre todo- y que en algún momento muestran cierta descoordinación. Más ensayos con la orquesta no les vendrían mal, pero eso significa contar con un presupuesto del que el teatro jerezano sencillamente no dispone. Es precisamente lo dicho, mayor presupuesto para ensayos, lo que necesita la Filarmónica de Málaga. En su Turandot discográfica con Rahbari para Naxos la formación andaluza muestra que es capaz de hacer cosas de cierto nivel, pero en Jerez hasta ahora no ha ofrecido más que actuaciones mediocres. Por fortuna, y aunque la orquesta no sonara siempre bien, la dirección de Enrique Patrón de Rueda fue francamente notable, plena de sintonía con el estilo, cálida y sincera, amén de muy atenta a las necesidades y circunstancias de los cantantes, a los que sigue con absoluta atención sin por ello perjudicar al desarrollo coherente y fluido de la partitura. Para ser una lectura de primer le haría falta un poco más de personalidad y una mayor claridad en la orquesta. Claro para ello hace falta, no nos cansamos de repetirlo, más dinero que permita extender los días de ensayo; ese mismo dinero que promete pero nunca materializa la nueva alcaldesa, la socialista -es un decir- Pilar Sánchez Muñoz, la misma a la que se le llena la boca con elogios hacia el teatro en las dos páginas que se reserva en la carpetilla del disco, pero después tiene la enorme desfachatez de entregar el local prometido para ampliar las oficinas del Villamarta a una asociación de peñas futbolísticas (sic). Hay que felicitar a RTVE música por su implicación en el proyecto, así como por la digna y bella presentación del producto, que suponemos se venderá a un precio ventajoso. Pero hemos de reprocharle muy seriamente la toma sonora, absolutamente impresentable para los tiempos que corren. Ya sabemos que un registro en vivo siempre es de acústica complicada, y que además son inevitables ruidos en el escenario y entre el público -aquí las toses son particularmente molestas en el preludio del tercer acto-. Pero de ninguna manera se pueden justificar los instrumentos que van y vienen, los demasiado evidentes empalmes entre tomas de días distintos (¡en medio del dúo del primer acto!), la inaceptable estrechez de la gama dinámica, los molestos zumbidos electrónicos ni los continuos "clicks" de la grabación. Es por ello ello por lo que este producto ha de renunciar a sus pretensiones comerciales -no se puede recomendar la compra de algo tan mal grabado al aficionado de a pie que busca una versión de Traviata- y limitarse a permanecer como testimonio del ocaso de la que fue una gran Violetta y del despuntar del que será, si dedica más tiempo a estudiar que a cantar y cuida la selección del repertorio, un gran Alfredo.
REFERENCIAS VERDI: La Traviata
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