EL
HOLANDÉS VUELVE A SEVILLA
Sevilla,
Teatro de la Maestranza. 2 de febrero de 2008. Wagner: El holandés
errante. Trondn Halstein Moe, Elisabete Matos, Walter Fink, Jorma
Silvasti, Barbara Bornemann, Vicente Ombuena. Coro Intermezzo. Coro de
la A. A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de
Sevilla. Pedro Halffter, dirección musical. Yannis Kokkos, dirección
escénica. Producción escénica del Teatro Comunale de Bolonia.
Por Fernando López
Vargas-Machuca.
La primera vez que se escuchó Wagner en el Maestranza fue durante la
Expo’92, cuando el Pabellón de Alemania ofreció Der Fliegende
Holländer en una producción de la Ópera de Dresde con la mítica
Staatskapelle en el foso -dirigía el rutinario Peter Schneider- y
dirección escénica del mismísimo Wolfgang Wagner. Ahora el Holandés
ha vuelto al teatro sevillano bajo la batuta de su actual director
artístico, Pedro Halffter, inaugurando parcialmente muy necesarias
obras de ampliación que han permitido, entre otras cosas, tener
espacio suficiente en el escenario para lucir una producción
procedente de Bolonia no sólo mucho más lograda que la fea y vulgar
que ofreció en su momento el nieto del compositor, sino también de una
belleza tal que quien esto firma no duda en calificarla como una de
las más hermosas que ha visto en su vida de cualquier título
operístico.
El ateniense Yannis Kokkos, responsable de dirección escénica,
escenografía y vestuario, ha ofrecido un trabajo de una enorme fuerza
plástica basado en el juego de la sutil e imaginativa luminotecnia de
Guido Levi sobre un enorme espejo ligeramente inclinado que ocupaba
todo el fondo del escenario. En él se reflejaban diferentes
circunstancias de la escena -el deambular de los personajes, el foso
donde aparecían el protagonista y su espectral tripulación, la quilla
del barco fantasma-, pero también se podían proyectar sobre él las
fascinantes imágenes marítimas de Eric Duranteau y, haciéndose
semitransparente, permitía ver determinados elementos escénicos
situados tras el mismo, entre ellos una impresionante vista aérea del
buque del Holandés.
Pero es que además, e independientemente de la fascinación visual de
la propuesta, el trabajo de Yokkos resulta muy respetuoso con los
deseos de Wagner, lo que se convierte en una grandísima virtud hoy
día, cuando la mayoría de los directores escénicos se esfuerzan por
ser reconocido como el más provocador e irreverente a la hora de
“modernizar” la obra del autor de Tristán e Isolda. El Holandés
no es aquí el sueño erótico de una histérica asfixiada por el entorno
social (Kupfer), ni un alto ejecutivo que deambula por el mar de las
finanzas buscando la redención (Bieito). No salen Rambo ni Luke
Skywalker, no hay escenas de sodomía ni críticas a la violencia
machista. Sólo Wagner, puro Wagner, romántico y onírico, servido de la
mejor manera posible, con una escena bellísima y una buena y ortodoxa
dirección de actores y masas. Una maravilla.
Musicalmente las cosas no funcionaron a semejante altura. La dirección
artística de Pedro Halffter en el Maestranza ha aportado algunas cosas
muy positivas, pero el gran punto negro siguen siendo las voces.
Cierto es que el panorama wagneriano es hoy poca cosa -el elenco que
se trajo Barenboim a las funciones madrileñas no fue precisamente para
tirar cohetes-, pero si el teatro sevillano aspira a ser mucho más de
lo que es ahora, hay que hacer un esfuerzo adicional para contratar a
los cantantes más apropiados.
El joven Trondn Halstein Moe no es un mal cantante, pero no posee ni
el instrumento -demasiado lírico- ni la técnica -emisión no
precisamente ortodoxa- para el dificilísimo rol del Holandés. Que se
esforzara por cantar con sensibilidad y atención al matiz sirvió de
poco, y nos consta que desde algunos puntos del teatro era difícil
escucharle. Al Daland del veteranísimo Walter Fink le ocurrió todo lo
contrario: su voz de bajo es magnífica y poderosa, aun estando ya algo
gastada, pero le cuesta trabajo moverla y la intencionalidad expresiva
-que la hubo, sobre todo en la vertiente “cómica” del personaje- no
siempre se pudo plasmar con corrección. Además no se desenvuelve bien
en escena.
Decepcionante el Erik de Jorma Silvasti, toda vez que en 1989 ofreció
un magnífico Timonel en el curioso registro audiovisual del Festival
de Savonlinna. Ahora la voz aparece gastada, vibrada en exceso y con
serios problemas por abajo, aunque al menos cantó con buena línea y
cálido fraseo. Espléndido por el contrario Vicente Ombuena en sus
breves intervenciones como el Timonel: sea bienvenida la visita a
Sevilla de este interesante tenor que ha hecho una muy digna carrera
internacional sin que se le haya prestado el suficiente caso. Y
curiosísima la presencia de Barbara Bornemann como Mary, retomando con
éxito el rol que ya ofreció en este mismo teatro durante la Expo.
Lo mejor del elenco fue con diferencia Elisabete Matos, mil veces más
interesante aquí que en su inadecuada y tosca
Norma jerezana del pasado octubre. Su poderosa y bien timbrada voz
de soprano lírica es en general adecuada -aun más cómoda en el agudo
que en la zona grave-, su entusiasmo y comunicatividad son evidentes,
y su visión del personaje como una mujer rebelde, enamorada y con
personalidad resulta mucho más interesante que las de la Senta aniñada
o la Senta histérica. Su variedad de acentos y sinceridad expresiva
hacen de la portuguesa una espléndida intérprete del rol.
Pedro Halffter mostró buenísimas intenciones desde el foso,
planificando estupendamente los planos orquestales, buscando antes la
creación de atmósferas que el efectismo gratuito de los momentos
“tempestuosos”, atendiendo con mimo a los cantantes -cuidó mucho las
dinámicas en las intervenciones del protagonista- y obteniendo un
notable rendimiento de las fuerzas corales, tanto del Coro de la A. A.
del Teatro de la Maestranza -a despecho de algún desajuste entre ellos
y de un empaste no del todo logrado en ellas- como del conjunto
Intermezzo, que venía a poner voz a la fantasmagórica tripulación del
Holandés. Pero por desgracia esas buenas intenciones no bastaron,
porque la batuta manifestó una evidente falta de concentración en
numerosos pasajes, que sonaron desprovistos de la fuerza y la garra
necesarias. No es ni mucho menos una cuestión de tempi -sólo un pelín
más lentos de la media-, ni tampoco de volumen sonoro, sino de tensión
interna. El resultado fue una lectura muy bien ejecutada -espléndida
la orquesta- pero un tanto fría y deslavazada. Ha sido su primer
Wagner en el foso, por lo que es de esperar que en el futuro el aún
joven Halffter ahonde mucho más en este fascinante universo sonoro.
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