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UT MUSICA
MUSICA Por Daniel Rivallo Pena. Estudiante de Filosofía (Barcelona).
Guardo en el camafeo de mi memoria el vuelo de los arpegios de los violines in divisio desmayados en tiple sobre la escotadura de una viola monódica,morendo bajo la doble cuerda de un violonchelo en sordina que deyecta hacia la obstinación el ritardando de una callada resignación de arrobamiento trascendental para volar en la variación hacia los movimientos agitados del primum agens desde el que contemplo las formas de la melodía mediante el canalón del espíritu que comunica con la esfigmología del oído el latido de la copia en el sonido mecido en el ethos de la cogitatio species del melos,de esta suerte de quasi idea preexistente en mi mente antes de morir en la imperfección de la obra reificada. Hay un leve rumor en mis sentidos unido a un vago estado de conciencia eclámptico,una disminución de las facultades de mis sentidos que van perdiendo el fulcro del recuerdo en la hemoptisis que anuncia la pérdida del resorte vital en mi último estertor con el occiso ya presentido sumado a un proceso de pleuresía que no deja escapar la voz de un cuerpo muerto que sólo puede hablar en efigie conservando empero un chasquido de pensamiento lúcido, aquello que no pudo arrebatarme esa maldita treponema pallidum que me cubrió con el chancro del frio mármol convirtiéndose en albacea de mi propio ser, sin poder despojar de mí ese vapor que en el sopor opiáceo en el que me encuentro puede intuir en pequeños escorzos las bases de un pensamiento que conservó la electio de sus propias formas que obliteraban cualquier suerte de imitatio natural de la que huye la música en el trémolo de su impotencia por reproducir sonidos naturales,en la serpentina de su propia indiferencia que fagocita, en la redoma de su conciencia donde se halla la forme spirituali, cualquier acuerdo necesario entre el buril del hombre que crea la obra de arte y la physis que crea la realidad. ¡No!, yo no parto del dissegno del pintor que esboza en el pliego una suerte de boceto agraz para ulteriormente despeñar el abalorio de un cromatismo iridiscente sobre el lienzo, renuncio de igual forma al vaciado del escultor que le sirve de modelo para burilar la fría roca y hacer surgir la figura originaria del homúnculo primigenio de su creación. El músico ciertamente piensa en sonidos, ut musica musica, dentro de la cámara de su creación, esa bella lámpara que ilumina el sonsonete de una incipiente idea sin la llave de lo conceptual hasta introducirla en las claves de la composición como el albugo lechoso penetra en la carne de la armonía y en la melodía acaece el esbatimento que reposa en una forma final. La fantasía es el organon que se contempla desde la inteligencia en el movimiento y las proporciones, en el agostamiento de las anacrusas y en el titubeo del rubato en una urdimbre que traba el simple progresar para ascender en la reexposición a lo anagógico del melisma y descender pianissimo a la deturpación terrestre no tanto a través de la camisa de fuerza de la representación o el motivo descriptivo cuanto mediante el dinamismo del propio movimiento que crece en un sonido o desciende en un acorde aislado. ¿Necesito hallar el ideal en la naturaleza, la elección entre la masa informe de bellezas que un Zeuxis arrancaría a la realidad o un Leonardo tomaría en préstamo para la anatomía de su propia pintura,no puede ennoblecerse la música por ella misma o el músico ser un Rafael del melos partiendo de una certta idea que no puede hallarse en la escara del mundo, sin necesidad de expresar sentimientos en una suerte de zweckmässigkeit ohne zweck, sin disponer de otro medio que la analogía de sus propios movimientos y el simbolismo de los sonidos?. La melodía no puede ser deíctica de las emociones aunque éstas pueden aparecer como efecto de la audición de alguna sonata perfectamente elaborada donde la disposición de los temas se halla ciertamente estructurada en diversos movimientos motívicos que el clasicismo introdujo como terminus ad quo de la propia composición ofreciendo el canon para escandir cada movimiento en la ulterior reexposición del tema original preñando a uno de los movimientos con la carga iterada del mismo desarrollo en lugar de hacer hablar a la propia melodía en el juego de la fantasía como irrupción de lo nuevo en la lógica de la obra apareciendo el momento de aquello tan denostado en nuestros dias que algunos biedermeier denominan genio. La delicuescencia de esta genialidad se presenta paradógica y precaria en la cintra del pensamiento ilustrado como momento antagónico y libre que se enfrenta al friso granítico de lo necesario con el marbete de una naturaleza que parece haber estado siempre allí pero que se presenta como una excoriación en la epidermis de lo clásico sin poder fundirse estos dos momentos plenamente,a saber, el clásico y el original que hace su aparición, al caer lo feérico de la creación de los renglones de la tradición que olvidan que la fragmentariedad también nace de un momento de reflexión pero que no se basa ciertamente sólo en ella. En el codaste de cualquier construcción, en el bloque granítico de un edificio las astillas y los desprendimientos son tan necesarios para la construcción como la obra periclitada, divino aquel que escande en su interior una música anacreóntica sin conocer la sinfonía del dolor y la muerte, de aquello discontinuo en el presumiblemente lineal ínterin musical que bebe del venero del pasado y escucha en la historia de lo que ha llegado a ser desde la que se sitúa, las voces de los muertos, el soplo divino de Mozart en los cuartetos de cuerda, el poder de la palabra en las óperas de Gluck, el hálito de las arias italianas en mis propios lieder y encuentra en la propia obra reificada la homeostasis que la hace vivir de forma independiente a las dedaleras que la constituyeron en epifanía pero que el propio compositor ausculta reconociendo la respiración de su música. ¿No son acaso estos propios sonidos,lo más cercano a un ursprung, un material prístino que se halla fuera del arpa eólica del músico que necesita dar forma a los mismos y erigirse en artiffex como un fino guante de terciopelo bajo palio de lo formal no encierra en su interior ningún objeto concreto tanto más cuanto acaricia sus propias falanges destiladas en melodía semoviente- cuya belleza reside en su propia unidad y no en una ficticia teleología de sentimientos- que ya no están desnudas de sonidos heterogéneos y han sido modelados en la maceración de la caja de resonancia de su inventio?. La voluta de la armonía, las clavijas de la propia melodía se tensan sobre el puente del albur de sonidos informes en el laberinto del tímpano a través de las cuerdas del ritmo que aparece fuera del hombre en el rumor de un río o en el soniquete de una rueda de molino imperando en ellas la ley binaria del ascenso como arranque y el descenso como conclusión escandidos en la cesura de un anacoluto natural y aislado, agógico en su propio desarrollo, pura vibración sin medida que inverva esta suerte de música natural que el poeta sinfónico discrimina como homofonía en la atonalidad de sus lineas e introduce en el quiasma de sus claves polifónicas las nuevas relaciones rítmicas artificiales esculpidas por la taxis de su imaginación, y la lexis de intervalos y escalas en el tempo de afinaciones temperadas cum dispositio et elocutio. He desprendido al tiempo de la batuta de su a priori convirtiéndolo en un momento más de la disposición musical, desgajándolo de tal suerte de las mallas de la empiria en una atenta escucha que sustrae los acontecimientos temporales del contínuum musical permaneciendo ajenos a éste, sin friccionar el dinamismo de la unidad como contenido de algo plural altamente diferenciado en desarrollos, reexposiciones y repeticiones donde lo tenebroso de la realidad se introyecta como émbolo en los golpes lacerantes dados a los acordes que dimanan de la fantasía de una quasi creatio ex nihilo capaz por ella misma al huir de lo existente de producir desde la nada una obra de arte plenamente configurada como existencia de una realidad aparente mediante la negación de las determinaciones. La anáfora de la existencia permite la trascendencia del arte hacia lo no existente en la realidad con el aparecer de la obra de arte creada a partir de la espontaneidad de la tathandlung del sujeto en la que han sido clavadas las astillas de un momento concreto ,al huir de la dársena de lo social, que constituye esa mirada al dolor del mundo y que configura la belleza del melos musical como parousia de lo oscuro que reza la cuestión acerca de la existencia de músicas alegres y de entretenimiento cuando el pedal del proceso creador hace justicia en su propio interior y en la evolución aparentemente azarosa de un accelerando al piano, a los muertos en efigie que dan alas al arte negro en las Schubertíadas de sociedad y que no venden sus cadencias ebúrneas en el consuelo de la simple convención y de lo específico, haciendo surgir cualidades ignotas veladas por la tradición de los diletantes que las confunden con la tábula rasa de la originalidad siendo fuerzas colectivas engastadas en la propia obra de arte que devuelve el viento a los túmulos de los columbarios. Por ello la música se hipostasía en series de sonidos cuyo contenido son aquellos temas o motivos dentro de ellos mismos no sustraidos al tiempo musical, que no describen situaciones extramusicales o en el mejor de los casos sus elaboraciones no se basan indefectiblemente en la descripción detallada de un paisaje o en el color del cielo mortecino de Wärhing ni peroran prothalamiums donde ensilar los sentimientos, si vis mi flere, dolendum est, primum ipsi tibi, no es necesario llorar, ni emocionar,aunque el marbete de su condición lleva esculpido en su rótulo la emoción y no puede impedir la huida de las pavesas del pathos del oyente desde el rescoldo de la pura forma. No es ésta la finalidad de la música, el conmovere huye de la arquitectura Vitrubiana que configura la propia escala tonal y descansa sobre el ornamento de vibrattos en el calidoscopio de los efectos individuales que se vehiculan a través de la estequiotomía de los sonidos, cuando estos mismos se erigen por ellos mismos en pasajero y aduanero de la composición musical como unitas ex unitate antes de alcanzar el cielo sinfónico de la unitas ex diversitate. La vida ha sido como un Winterreise, exergo de los momentos que constituyen el estado interior del sujeto y la otredad de una apariencia externa e insignificante, la misma que opera en la falta de convenciones que destilaba mi actitud hacia los otros, incapaces de hallar en el latido de mi pulso, en la plétora y el calor de mis arterias, la estagnación de mi pérdida con el mundo en el interior de la ceca de mi pobre melancolía. Remolinos de eisamkeit y conflictos en el matraz de mi conciencia prueban la plenitud de mi creación, algo que desconoce el solaz del mundo, máscara de lo vitriólico que corroe el cuerpo incluso bajo la sepultura mordida por el polvo del olvido cum mortuis in lingua mortua. Por ello esta gema de mi memoria guarda no tanto una lucha tectónica con la realidad cuanto la amplitud de mi vivencia interior y la contemplación del deambular de la belleza por el dolor del mundo con el fatum de reposar en el carillón de una iglesia como antífona tocada antes y después del salmo de la monotonía. Viví en un mundo bífido, sobrehaz de formas caducas embellecidas desde la economía de mi paleta musical en la sonata de mis tristezas cuyos movimientos son sofiones que anuncian el fuego creador en el hemistiquio de un scherzo y mueren en el adagio del taedium vitae nacido del dolor para ascender a la superficie de un prolípeo divino y descender en la coda al reposo en el cotiledón de un mundo limaco que no comprende que en este mismo aüssern de la creación, mi alma ha conocido la pálpebra de los finos hilos lidios en las modulaciones del desgarramiento y las cadencias de la desesperación siendo partera de intervalos y sucesiones melódicas engastadas en el arriostramiento de las formas musicales alambicadas en las leyes de mi propia armonía unidas inextricablemente a la necesidad interior de leyes invisibles.
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