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Número 87º - Enero-febrero 2.008


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La ópera sinfónica

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

Tristan und Isolde. Música y libreto de Richard Wagner. Reparto: Robert Dean Smith / Jon Frederic West (Tristan); René Pape / Georg Zeppenfeld (Rey Marke); Waltraud Meier / Jeanne-Michèle Charbonnet (Isolde); Alan Titus / Alejandro Marco- Buhrmester (Kurwenal); Alejandro Marco-Buhrmester / Lauri Vasar (Melot); Mihoko Fujimura / Elena Zhidkova (Brangäne); Ángel Rodríguez (pastor, marinero); David Rubiera (timonel). Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena: Lluís Pasqual. Escenógrafo: Ezio Frigerio. Figurinista: Franca Squarciapino. Iluminador: Wolfgang von Zoubek. Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Producción del Teatro de San Carlos de Nápoles. Teatro Real, Madrid, del 15 de enero al 4 de febrero de 2008.

Cinco horas no son nada cuando están llenas de intensas emociones y de una música hipnótica. Tal vez los profesores de la orquesta no piensen lo mismo, pero lo cierto es que el Tristán, la monumental ópera de Wagner, disuelve en su transcurso todos los recelos que su duración pudiera previamente despertar. Cada uno de los tres actos transcurre sin interrupción, en un solo y poderoso trazo, como si del movimiento de una sinfonía se tratase. Asistir a esta ópera es toda una experiencia para el público, casi religiosa. Hace años, Wagner tenía fieles pero escasos seguidores en Madrid. Hoy llena todas las funciones y además el respetable aguanta hasta el final. El Teatro Real ya ha demostrado su capacidad para abordar proyectos de esta envergadura, presentando antes la Tetralogía. Wagner no solo es un reto artístico: también supone un esfuerzo organizativo importante, por lo menos el doble que en otros casos, tanto en las fases previas de la producción, como en los ensayos o en las funciones. La Orquesta del Teatro actuaó bajo la experta batuta del maestro López Cobos que estuvo tan atento como tiene por costumbre. Solo hay que objetar que la orquesta tapara a veces las voces, cosa natural, dados los medios que Wagner pone en juego. La suya es una música que está al límite de las posibilidades y que compromete muchas veces el equilibrio general. Considerando tan difíciles circunstancias, hay que reconocer el resultado fue óptimo. Me pareció que lo sinfónico se antepuso en más de una ocasión a lo lírico, en ese tremendo antagonismo que impulsa la maquinaria de esta obra maestra. Como es habitual, se alternaron dos repartos en el maratón musical, con cantantes que ya han estado antes sobre las tablas del coliseo madrileño. El primer reparto, encabezado por Waltraud Meier fue excelente. Ella es una intérprete completa, con una voz magnífica pero no excesiva, y con una sobria presencia escénica. Administró sabiamente sus fuerzas para resistir hasta el final y poder cantar con toda intensidad la muerte de Isolda en la última escena. Su actuación entusiasmó a todos. Mihoko Fujimura hizo el papel de Brangäne con una línea vocal impecable y limpia. Robert Dean Smith fue el arrojado Tristán de estas funciones, pero sus colegas de registro grave le restaron protagonismo con el poderío impresionante y más puntual de sus enormes voces. René Pape desplegó sus mejores y excelentes cualidades como rey Marke y Alan Titus no se quedó atrás al cantar la parte de Kuwernal. También fueron las voces graves las que más destacaron en el segundo reparto, pero todos los cantantes estuvieron muy bien y es de justicia reconocer el común brío de sus respectivas intervenciones. La producción vino de Nápoles con una escenografía de Ezio Frigerio, a cuyos trabajos dedicó el Ayuntamiento de Madrid hace poco una espectacular exposición en el Centro Cultural de la Villa. La acción se traslada en un paisaje mediterráneo que no añade nada de interés al universo wagneriano. Todo acontece con el fondo de un mar de plata y unas magníficas proyecciones de nubes, con la participación visible y embarazosa a veces de la maquinaria escénica. Franca Squarciapino ha diseñado un vestuario que es sucesivamente medieval, decimonónico y reciente, tal vez queriendo dar a entender el carácter eterno del mito que se narra. Estas propuestas son de un esteticismo que me pareció un poco caprichoso; pero es lo que está de moda en los escenarios de ópera. Hubo grandilocuencia, algo de magia e innovación, aunque moderada, principios todos que encajan con Wagner, pero que en este caso no lo elevan.  

Fotografía: Javier del Real