La
ópera sinfónica
Por
Víctor Pliego de Andrés. Lee su
curriculum.
Tristan
und Isolde.
Música y
libreto de Richard Wagner. Reparto:
Robert Dean
Smith / Jon Frederic
West (Tristan);
René Pape / Georg
Zeppenfeld (Rey Marke);
Waltraud Meier /
Jeanne-Michèle
Charbonnet (Isolde);
Alan Titus / Alejandro Marco-
Buhrmester (Kurwenal);
Alejandro Marco-Buhrmester /
Lauri Vasar (Melot);
Mihoko Fujimura
/ Elena Zhidkova (Brangäne);
Ángel Rodríguez (pastor, marinero); David Rubiera (timonel). Director
musical:
Jesús López
Cobos. Director de escena: Lluís
Pasqual.
Escenógrafo:
Ezio Frigerio. Figurinista: Franca
Squarciapino.
Iluminador: Wolfgang
von Zoubek.
Coro y
Orquesta Titular del Teatro Real. Producción del
Teatro de
San
Carlos de
Nápoles.
Teatro Real,
Madrid, del 15 de enero al 4 de febrero de 2008.
Cinco horas no son nada cuando están
llenas de intensas emociones y de una música hipnótica. Tal vez los
profesores de la orquesta no piensen lo mismo, pero lo cierto
es que el
Tristán, la monumental ópera de
Wagner, disuelve en su transcurso todos los
recelos que su duración pudiera previamente despertar. Cada uno de los
tres actos transcurre sin interrupción, en un solo y poderoso trazo,
como si del
movimiento de
una sinfonía se tratase. Asistir a esta ópera es toda una experiencia
para el público, casi religiosa. Hace años, Wagner
tenía fieles pero escasos seguidores en Madrid. Hoy llena todas las
funciones y además el respetable aguanta hasta el final. El
Teatro Real
ya ha demostrado su capacidad para abordar proyectos de esta
envergadura, presentando antes
la
Tetralogía. Wagner no solo
es un reto artístico: también supone un esfuerzo organizativo
importante, por lo menos el doble que en otros casos, tanto en las fases
previas de la producción, como en los ensayos o en las funciones. La
Orquesta del Teatro actuaó bajo la experta
batuta del maestro López Cobos que estuvo tan atento como tiene por
costumbre. Solo hay que objetar que la orquesta tapara a veces las
voces, cosa natural, dados los medios que Wagner
pone en juego. La suya es una música que está al límite de las
posibilidades y que compromete muchas veces el equilibrio general.
Considerando tan difíciles circunstancias, hay que reconocer el
resultado fue óptimo. Me pareció que lo sinfónico se antepuso en más de
una ocasión a lo lírico, en ese tremendo antagonismo que impulsa la
maquinaria de esta obra maestra. Como es habitual, se alternaron dos
repartos en el maratón musical, con cantantes que ya han estado antes
sobre las tablas del coliseo madrileño. El primer reparto, encabezado
por Waltraud Meier
fue excelente. Ella es una intérprete completa, con una voz magnífica
pero no excesiva, y con una sobria presencia escénica. Administró
sabiamente sus fuerzas para resistir hasta el final y poder cantar con
toda intensidad la muerte de Isolda en la
última escena. Su actuación entusiasmó a todos.
Mihoko Fujimura hizo el papel de
Brangäne con una línea vocal impecable y
limpia. Robert Dean
Smith fue el arrojado
Tristán de estas funciones, pero sus colegas de registro grave le
restaron protagonismo con el poderío impresionante y más puntual de sus
enormes voces. René Pape desplegó sus mejores y excelentes cualidades
como rey Marke y Alan
Titus no se quedó atrás al cantar la parte de
Kuwernal. También fueron las voces graves
las que más destacaron en el segundo reparto, pero todos los cantantes
estuvieron muy bien y es de justicia reconocer el común brío de sus
respectivas intervenciones. La producción vino de Nápoles con una
escenografía de Ezio
Frigerio, a cuyos trabajos dedicó el Ayuntamiento de Madrid hace
poco una espectacular exposición en el Centro
Cultural de
la Villa. La acción se traslada en un paisaje mediterráneo que no añade
nada de interés al universo wagneriano. Todo
acontece con el fondo de un
mar de
plata y unas magníficas proyecciones de nubes, con la participación
visible y embarazosa a veces de la maquinaria escénica. Franca
Squarciapino ha diseñado un vestuario
que es
sucesivamente medieval, decimonónico y reciente, tal vez queriendo dar a
entender el carácter eterno del mito que se narra. Estas propuestas son
de un esteticismo que me pareció un poco caprichoso; pero
es lo que
está de moda en los escenarios de ópera. Hubo grandilocuencia, algo de
magia e innovación, aunque moderada, principios todos que encajan con
Wagner, pero que en este caso no lo elevan.
Fotografía: Javier del Real