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Número 88º - Junio-Septiembre 2.008


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Ópera sin tramoya

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

Orphée et Euridice. Tragédie opéra en tres actos. Música de Christoph Willibald Gluck. Libreto de Pierre-Louis Moline basado en el original de Calzabigi. Reparto: Juan Diego Flórez, Ainhoa Garmendia, Alexandra Marianelli. Director musical: Jesús López Cobos. Director del coro: Peter Burian. Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Versión concierto. Teatro Real de Madrid, 27, 30 de mayo y 2 de junio de 2008. 

Orfeo, ese músico legendario que repudió a las mujeres tras su viudez, ha sido cantando por castrados, travestidas y hombres. Su sexualidad ha estado siempre rodeada de una ambigüedad que la ópera ha puesto de relieve. El Teatro Real ha tenido la oportuna idea de rescatar la versión francesa del Orfeo que Gluck compuso en París, encomendando el papel protagonista a un tenor en lugar de al castrado (Gaetano Guadagni) de la anterior y más conocidas versión italiana. Los ilustrados ponían en tela de juicio la salvaje práctica de la castración y, tras la desaparición de esta costumbre, éste, como otros papeles, lo recogieron célebres contraltos y, rara vez, algún tenor. Juan Diego Flórez se ha estrenado en este rol órfico, constituyendo además el gancho de las sesiones en versión concierto ofrecidas en el teatro de la Plaza de Oriente. La voz y la línea del tenor no defraudaron, pero tampoco entusiasmaron, salvo en las arias más conocidas. La partitura ofrece poca ocasión de lucimiento. Junto a la estrella discográfica aparecieron, magníficas, Ainhoa Garmendía, como Euridice, y Alexandra Marianelli, como Amor. Hicieron un trabajo impecable, acreditando la excelencia de sus voces y de su arte. Aunque esta obra contiene algunas de las melodías más famosas de la historia de la música, su arquitectura es más sinfónica que lírica. Fue la orquesta la que más pudo lucirse, perfecta y cómodamente conducida por el maestro López Cobos. Cuando sale del foso y domina la partitura sin grandes dificultades, como ocurrió en este caso, la Orquesta del Teatro Real brilla bien a gusto. Las cuerdas estuvieron delicadas como pocas veces y las maderas precisas. Al coro, más acostumbrado a deambular que a estarse quieto, le falto igualar la finura de los profesores de atril, pero también hizo un buen papel. Fue un concierto fenomenal y acertado, pues quedó claro este título funciona cabalmente en versión concierto, cosa que no podríamos decir de otras muchas óperas, que dependen más de la escena para cobrar su pleno sentido. En este caso, la partitura, las melodías, los solistas y la experta dirección de López Cobos hicieron que no se echara de menos ninguna otra tramoya. Fue una celebración más de las organizadas por el teatro con ocasión del cuarto centenario del Orfeo monteverdiano.  

Fotografía: Javier del Real.