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Número 20º - Septiembre 2.001


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CINE Y MUSICA: LUCHINO VISCONTI (6-El rey loco de Baviera)

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.


  Mientras realizaba Muerte en Venecia, Visconti tenía en mente un proyecto aún más ambicioso, la adaptación a la pantalla de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Al igual que Thomas Mann, Proust era el perfecto ejemplo de escritor "decadente" de la Belle Epoque, motivo por el que Visconti encontraba una especial sintonía con él, y su A la Recherche du temps perdu está considerado entre los grandes monumentos literarios del siglo XX. La película tenía ya escrito el guión, se había hecho el trabajo de localización de exteriores, se habían preparado decorados y vestuario, y se había seleccionado un reparto: Alain Delon como Marcel, Silvana Mangano como la duquesa de Guermantes, Helmut Berger como Morel, para el barón Charlus se mencionaban los nombres de Marlon Brando o Laurence Olivier, para el de Madame Verdurin los de Delphine Seyrig o Anne Girardot, y se habla de que Charlotte Rampling podría ser Albertine y Brigitte Bardot, Odette. La productora era Nicole Stéphane, quien había comprado los derechos de la novela pensando en su adaptación por René Clement, pero pronto comprendió que sólo Visconti podía llevar a Proust a la pantalla.

El rodaje debía comenzar en el verano de 1971, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Proust, pero se retrasa por problemas de financiación, inevitables en una producción de tal envergadura. Visconti se impacienta, no quiere estar inactivo, pues además tiene otro proyecto, una película sobre el rey Luis II de Baviera. Finalmente, se decide por este último, y el rodaje comienza en enero de 1972. Stéphane inició acciones legales contra Visconti e intentó traspasar el encargo a Joseph Losey, quien tampoco lo podría rodar. No sería hasta 1984 cuando se produciría por fin una película sobre la obra de Proust, obra del director alemán Volker Schloendorff, y con un reparto que incluía a Jeremy Irons (Swann), Ornella Muti (Odette), Alain Delon (Barón de Charlus), Fanny Ardant (duquesa de Guermantes) y Marie-Christine Barrault (Madame Verdurin). Su título, Un amor de Swann, indicaba que se había adaptado sólo la primera de las 7 novelas del ciclo, mientras que Visconti había pensado en hacer sólo la cuarta, Sodoma y Gomorra; pero la comparación entre esta película y lo que podía haber sido Proust en manos del maestro italiano dejó una impresión, en general, de cierta decepción.

Tampoco realizará Visconti otro proyecto, la participación en otro film colectivo por episodios, esta vez sobre relatos de Edgar Allan Poe. La película se llamaría finalmente Tre passi nel delirio (fuera de Italia se le cambió el título por Historias extraordinarias o como denominen en cada país las recopilaciones de relatos de Poe), y sus tres episodios estarían dirigidos por Federico Fellini, Louis Malle y Roger Vadim, con un reparto multiestelar (Brigitte Bardot, Alain Delon, Jane Fonda, Terence Stamp). El episodio que hubiera realizado Visconti era Los jugadores de ajedrez de Menzel.

En su lugar, concentró todos sus esfuerzos en Ludwig, película sobre un personaje que ha inspirado a poetas como Rimbaud, Verlaine, Apollinaire, D'Annunzio o Cernuda; que ha pasado a la historia como "el rey loco" que dilapidaba el presupuesto del Estado en mantener a artistas como Wagner o en construir fantásticos castillos, como los de Neuchwanstein, Linderhof, Herrenchiemsee o Hohenschwangau, aunque otros lo hayan visto como una figura romántica, que se rebelaba contra la época sórdida y materialista que le había tocado vivir. De hecho, en su época Ludwig era un retógrado, un rey que no se resignaba a ser un funcionario más dentro de un sistema burgués, y que añoraba los tiempos de las monarquías absolutas, cuando el rey era caudillo de su pueblo y mecenas del arte. Su modelo pudo ser Lorenzo de Médicis o Luis XIV, pero eso ya no era posible en la Alemania de Bismarck y de la Revolución Industrial. Desde ese punto de vista se comprende el interés de Visconti en su personalidad: Ludwig era otro más de los "desplazados" que no comprendían su propia época; como Mann, como Proust, como el propio Luchino Visconti.

La acción de Ludwig comienza cuando el confesor de la familia real bávara, padre Hoffmann, le está dando al joven príncipe los últimos consejos previos a su coronación como rey en 1864, antes de cumplir los 19 años; acaba de morir el anterior rey, su padre. El peso de la religión católica en la educación del futuro rey es evidente: el cura le advierte que su reinado debe desarollarse bajo el poder de Dios y en beneficio de Dios. La Coronación es una brillante ceremonia a la que asisten su madre, su hermano menor el príncipe Otto, los embajadores de potencias europeas como Prusia y Austria, y una nutrida representación eclesiástica. Todo muy bien, cumpliendo la tradición, pero en la primera reunión del Gabinete, Ludwig sorprende a sus ministros anunciando como medida más urgente la de encontrar a Richard Wagner, pues un reino necesita artistas que eleven su nivel espiritual. El joven monarca había quedado fascinado por la obra de Wagner desde que presenció a los 15 años una representación de la ópera Lohengrin.

Ludwig desdeña otros deberes más prosaicos, como presentarse en el palacio de invierno de Bad Ischl, donde está reunida la realeza europea, incluyendo a la hija del zar, de quien se dice que sería un buen partido para Ludwig, en una boda por razones de estado. Sin embargo, decide ir al palacio cuando se entera que allí está su prima Elisabeth, Emperatriz de Austria-Hungría, y más conocida popularmente como "Sissi", a la que no ve desde hace cinco años y medio y que no ha asistido a su coronación pretextando una enfermedad (en realidad, no le apetecía encontrarse con tantas familias reales). En la conversación entre ambos notamos el amor que Ludwig siente hacia su prima, ocho años mayor que él y casada con Francisco José de Austria; su matrimonio, que tantas ilusiones le despertó en su día, es ya una rutina. Se rumorea que Elisabeth tiene amantes, pero a ella no le importa el "qué dirán": es una mujer independiente, con personalidad propia, avanzada respecto a su época. Posiblemente por ello guste a Ludwig, que ve en ella cualidades que él no tiene. Ella le invita a cabalgar juntos una noche a la luz de la luna, y por ese motivo Ludwig retrasa su vuelta a Munich, donde ya le espera Wagner. Durante la noche. él le cuenta lo mucho que significa para él la obra de Wagner, llega incluso a recitar versos de memoria y a explicar el concepto wagneriano de fusión de las artes en la "Obra de arte total", algo que "también puede divulgar las ideas". Ella no le comprende, y sólo piensa en lo que costarán los montajes de sus óperas.

La visión que nos da la película de Wagner corresponde a la que se ha hecho tópica: un aprovechado, que se queja de la residencia que le ha pagado el rey, pues ninguna casa es demasiado bella para él. Wagner ha llegado con un matrimonio: su colaborador, el pianista y director Hans von Bülow y la esposa de este, Cosima, hija de Liszt. Pero pronto sabremos la realidad: a pesar de que Wagner siempre se dirige a ella en público como "Madame von Bülow", Richard y Cosima son amantes; cuando ella le revele que "pronto habrá otro niño" (ya tiene dos de su marido), al besarle la mano Richard nos damos cuenta de que él es el padre. Esta conversación, por supuesto, se desarrolla a escondidas de Hans, quien no se entera de la infidelidad de su mujer (o finge no enterarse, para no perder el sustancioso negocio de dirigir las obras del maestro; como el Tristán e Isolda, escrita nueve años antes, pero que ahora podrá por fin estrenarse gracias al patrocinio real).

Después del estreno de Tristán, que según el rey fue un éxito (y en el que Elisabeth no ha querido estar presente), asistimos a otra muestra de la codicia de Wagner y la explotación a que somete al soberano: en una farsa perfectamente escenificada, con el adecuado reparto de papeles, Cosima pregunta al maestro por su salud, en presencia del rey, quien se inquieta ante la posibilidad de que Wagner esté enfermo; ella le revela que su angustia se debe a deudas sin saldar, aunque Wagner lo niega todo y pide que no se hable del asunto; al despedir al rey, Cosima habla de una cantidad necesaria de 200.000 gulden, que pueden pagarse "al contado, o una parte al contado y el resto a plazos". El rey deberá solicitar un préstamo al tesoro para satisfacer esa petición. No acaba todo ahí: ante las crecientes habladurías del adulterio entre Cosima y Richard, los tres implicados en la historia van a ver al rey para que muestre su apoyo en público al "cornudo" Bülow. Por supuesto, los tres afirman que toda esa historia son calumnias... pero la policía real ha interceptado la correspondencia entre los amantes, y la ha puesto a disposición del monarca, que la tiene encima de su mesa. Aunque en privado Wagner se ha referido a su benefactor como "un muchachito sin cerebro", Ludwig demuestra ser mucho menos tonto de lo que se suponía de él, y les revela a los tres que conoce la verdad. Eso sí, su carácter noble hace que, para apoyar a un amigo, firme la carta cuyo texto ya traía Wagner preparado.

Sin embargo, la situación de Wagner en Munich se ha hecho insostenible, y en diciembre de 1865 recibe un emisario real anunciándoles que en el menor tiempo posible debe dejar la ciudad. Se establecerá en la villa de Tribschen, cerca de Lucerna (Suiza), donde seguirá percibiendo un sueldo del rey. Cosima le visitará allí, y al año siguiente romperá definitivamente con Bülow y se quedará a vivir con Wagner. (Históricamente las cosas ocurrieron al revés: primero Wagner tuvo que marcharse de Munich, lo que fue contra la voluntad del rey, que tuvo que ceder a las presiones externas, y que siempre le pidió que volviera; y después llegarían las habladurías y la carta de apoyo del rey, ante las visitas de Cosima a Tribschen sin su marido).

En 1866 llega la guerra entre Prusia y Austria; Baviera se alinea con los austríacos, y comparte su derrota. Esa fecha marcha lo que se considera como el inicio de la definitiva locura del rey: recluido en un castillo, sin apenas salir al exterior, recibe a su hermano el príncipe Otto, que viene del frente con los nervios destrozados: "Esta guerra no existe. Di a los generales que el rey no sabe que hay guerra". La salud mental del rey empieza a preocupar a sus súbditos. Uno de sus fieles, el conde Dürckheim, le insta a que tenga el valor de aceptar la mediocridad de la existencia: debe casarse y tener hijos, es su deber como rey; aunque en la guerra perdida les ha abandonado, no ha estado con su ejército, Dürckheim no siente rencor por ello, sólo piedad hacia Ludwig. En realidad, algo que está en el aire es la posible homosexualidad del rey, sin llegar a mencionarla nunca por su nombre (el padre Hoffmann se referirá a ella como "Una tentación que surge a todos los jóvenes de su edad y belleza"), sugerida cuando contempla en la noche el cuerpo desnudo de un sirviente que se está bañando. Y que le origina tormentos como a Visconti la suya: Ludwig llegará a implorar ayuda a un retrato de Cristo. Sin embargo, la película parece sugerir que la atmósfera religiosa en la que ha crecido Ludwig puede tener en esto su parte de culpa; ahí no sabemos si Visconti nos está contando la historia del rey o la suya propia.

Con el objeto de luchar por ser lo que otros esperan de él, Ludwig anuncia su boda con su prima Sophie, hermana de Elisabeth (quien, precisamente, se la había recomendado como esposa cuando se vieron en Bad Ischl). Sophie hace un esfuerzo por gustar a Ludwig, incluso van ambos a visitar a Wagner, quien se muestra encantado con la boda: pero el compromiso estaba destinado a romperse. Más tarde, Sophie le contará a Elisabeth su tormento: Ludwig apenas le habla, sólo acude a veces de noche a dejarle flores en silencio, como se llevan a una tumba. Sophie le dirá a su hermana mayor que Ludwig siempre la amó a ella, a Elisabeth (afirmación por lo que recibe una bofetada; Elisabeth dice que "el peligro es otro, no las mujeres"). Sin embargo, el anuncio de la boda le da a Ludwig la excusa para comenzar su plan de construcción de castillos. Sus ministros contratan a una actriz de teatro (que más bien parece una prostituta) para procurar al rey "una experiencia de la que se halla en ayunas", y para que les informe del comportamiento sexual del monarca, pero este la desprecia. Tras pasar una noche en una cabaña con un sirviente, Ludwig habla de romper su compromiso, con gran escándalo por parte de su familia; el padre Hoffmann aún le anima desesperadamente a que cumpla con su deber, con argumentos como que "en la oscuridad de una habitación, descubriréis que la tibieza de un cuerpo es igual a la de otro". Todo es inútil, y el compromiso queda roto.

Sobre la dinastía de los Wittelsbach todo son desgracias, pues el príncipe Otto, transtornado desde que estuvo en la guerra, sufre convulsiones; acabará rabioso, mordiendo a la gente. La reina madre se refugia en la religión, convirtiéndose al catolicismo (era luterana). Entretanto ha habido otra guerra (la franco-prusiana de 1870), Ludwig está recluido en uno de sus palacios, no sale al exterior (al menos de día) y se niega a recibir a nadie, postrado con dolor de muelas. El ministro conde Von Holstein consigue verle, para que firme una carta donde se pide la integración de Baviera en el nuevo Imperio Alemán: si no lo hace por las buenas, a Bismarck le será fácil conseguirlo a la fuerza, invadiendo el país. A Ludwig no le preocupan esa clase de asuntos, sino otros muy distintos: por ejemplo, invitar al actor Joseph Kainz, que interpreta a Romeo en los teatros de Munich, a que vaya a vivir a su castillo y recite para él. Ya le advierte otro sirviente que al rey no le interesa su verdadera persona, sino los personajes que interpreta. Entusiasmado con Kainz, Ludwig recorre con él el país en carruaje en una gira "íntima", pidiéndole constantemente que le recite, hasta que el actor no pueda seguir más con esa farsa.

Y como un recuerdo del pasado, llega de visita Elisabeth, recorriendo palacio tras palacio hasta encontrar dónde puede estar el rey: así, a través de sus ojos contemplamos la "gruta de Lohengrin" del castillo de Linderhof, con su lago interior artificial, donde Ludwig recibía a sus invitados llegando en una barca en forma de cisne, imitando así al héroe wagneriano (castillo del que también vemos en la película el "criado mudo", la mesa que aparecía y desaparecía del suelo con la comida, para que el rey no fuera importunado); o la Galería de los Espejos del palacio de Herrenchiemsee, copia de la homónima de Versalles pero más grande aún (y cuya filmación, al conseguir que no se vieran las cámaras a pesar de tanto espejo, tuvo su mérito); finalmente le encuentra en Neuschwanstein, pero él dice que no puede recibirla, no quiere que le vea en ese estado.

Por otra parte, Kainz ha vendido las cartas que le dirigió Ludwig, han llegado al poder de sus ministros, y parecen ser la prueba definitiva de la locura del rey. Se organiza, pues, una reunión para deponerle del trono acusándole de no estar capacitado para el ejercicio de la corona. Se contrata a varios reconocidos psiquiatras para que den su veredicto; el de uno de ellos (el profesor Gudden) es que el soberano padece de paranoia. Sólo el fiel Dürckheim le defiende, y afirma que si se mantiene alejado de los asuntos de estado, es porque ello ha convenido a sus ministros hasta ese momento, para que pudieran obrar a su antojo. La conspiración sale mal, porque un mozo corre a avisar al rey: así, cuando los conjurados se presentan en Neuschwanstein con el decreto del Consejo de Estado, son a su vez detenidos. Dürckheim le suplica a Ludwig que vaya a Munich; el pueblo y el ejército le apoyan, y podría sublevarlos contra las decisiones del Consejo. Todo es inútil, Ludwig ha decidido no luchar, de ningún modo volverá a una ciudad que odia. Como único favor a Dürckheim, le pregunta si le puede conseguir veneno. Finalmente, los conjurados (a los que el rey había dado la orden de no dar alimentos ni bebida) reciben la visita de Dürckheim que les anuncia su liberación.

Los últimos momentos que Ludwig pasa en Neuschwanstein le hacen aparecer, según la mirada de Visconti, con la dignidad de un moderno Sócrates, quien mientras decide si se suicida con veneno o tirándose desde la torre al lago (morir ahogado es bello porque no deforma el cuerpo, nos dirá) aprovecha para pasar los que supone que son sus últimos momentos disertando sobre la inmortalidad del alma, pues "el hombre no quiere ser reducido al nivel de una bestia". Su criado Mayr le trae la llave de la torre, que previamente había dicho que estaba perdida; cuando Ludwig se dispone a subir a ella, es arrestado; se trataba de una estratagema para prenderle. Sus captores le conducirán a su nueva morada, una mezcla de palacio y hospital psiquiátrico, donde todo está pensado para impedirle el suicidio (ni siquiera hay cuchillos en la mesa, no se le permite salir de la vivienda). Sin embargo, como demuestra buen comportamiento, se le concede su petición de salir a dar un paseo en la única compañía del doctor Gudden. Aquella noche de 1886 se encontraron los cadáveres de ambos, ahogados, y la versión oficial fue que el rey quería suicidarse y para ello tuvo que matar al médico.

Las últimas palabras que se oyen a Ludwig en la película (dichas a Gudden) son para elogiar la Noche: "No hay cosa más bella que la noche. Dicen que el culto de la noche, de la luna, es un mito materno [...] Sin embargo, para mí, el misterio, la grandiosidad de la noche, han sido siempre el reino ilimitado de los héroes". Y termina afirmando querer seguir siendo un enigma para los demás y para él mismo (una frase sacada de una carta a Elisabeth en 1876). Ludwig fue un rey de la noche, se le llegó a llamar el Rey Luna; prácticamente toda su existencia de los últimos años fue noctámbula, pues la noche es la parte del día en que los sueños parecen hacerse posibles. Y por ello el rodaje de la película se desarrolló principalmente a esas horas, en la noche o en los resplandores del alba: una filmación que se revelaría una empresa tan desmesurada como los proyectos del propio rey: seis meses entre el helado clima de montaña, en los auténticos castillos de Baviera, cedidos para la ocasión, y los calurosos estudios romanos de Cinecittá, donde se rodaron los interiores, como la escena inicial de la coronación.

En el reparto, Ludwig fue Helmut Berger, quien se consagró definitivamente como estrella tras su presentación en La caída de los dioses. Aunque su interpretación del rey en los primeros momentos, como la coronación, parece algo caprichosa, con arrebatos que recuedan más a una "Drag Queen" que a un monarca, en general consigue dotar al personaje de la dignidad que le pedía Visconti, y podemos ver en él la degradación a que le conduce el paso del tiempo y el estilo de vida que lleva. Wagner fue excelentemente interpretado por el actor británico Trevor Howard, plenamente creíble, que le dio el registro justo que Visconti pedía para el personaje. Pero si hay una interpretación magistral en el film es la de Romy Schneider como la Emperatriz Elisabeth. Ella cuenta que Visconti vino a ofrecerle "un papel al que está habituada", y elle le contestó "¿el de prostituta?" Según la misma Romy, para nadie más que para Luchino habría aceptado volver al personaje que le dio tanta fama en las películas "rosas" de los años 50, y que aquí mostraba con una personalidad bien distinta.

Debe señalarse también a otros habituales del cine de Visconti, como Silvana Mangano en el papel de Cosima, o dos intérpretes de La caída de los dioses que en Ludwig invierten sus papeles de "bueno" y "malo": Umberto Orsini, allí el demócrata Herbert y aquí el intrigante Von Holstein; y Helmut Griem, que pasa de ser el odioso nazi Aschenbach al fiel Dürckheim. El que seguía interpretando un papel análogo al de otras películas de Visconti era Mark Burns, que en Muerte en Venecia fue un músico (Alfred, ayudante de Aschenbach) y en Ludwig otro (Hans von Bülow). Por último, cómo dejar de mencionar a Gert Froebe (que para muchos ha pasado a la historia como "Goldfinger", el enemigo de James Bond) que está sensacional como el padre Hoffmann.

El guión fue de Visconti y Medioli, con la colaboración de Suso Cecchi d'Amico, y la fotografía corrió a cargo de un colaborador nuevo en la carrera del cineasta, Armando Nanuzzi, que en Bocaccio 70 se había encargado de la fotografía del "sketch" de Monicelli.

En cuanto a la música, no será necesario decir que en una gran parte se basa en composiciones de Richard Wagner. De sus óperas y dramas musicales, el más utilizado es Tristán e Isolda; escuchamos una selección orquestal del Dúo de Amor del Acto II, donde pueden reconocerse los temas de la "Advertencia de Brangäne", la introdución orquestal que viene antes de "Lausch, Geliebter", y el de la "Muerte de Amor" de Isolda del Acto III, que aparece previamente en este segundo acto. La música del Tristán nos anuncia que es inminente su estreno en Munich, y así oímos al propio Bülow interpretarla al piano (el "Lausch, Geliebter"), pero también simboliza todos los amores prohibidos, como es prohibido el amor de Tristán e Isolda: el amor de Wagner y Cosima, cuando se ven a espaldas del marido de ella (o con su consentimiento, según otros); el amor de Ludwig por su prima Elisabeth, con la que sale a pasear a caballo a la luz de la luna, y a la que llegará a besar. También suena el Tristán en el momento en que Ludwig descubre otro tipo de amor prohibido, es decir, cuanto contempla la belleza del cuerpo masculino en la persona de un criado que se baña desnudo. Desde entonces ya no escucharemos más el Tristán, excepto en una sola ocasión: la última y frustrada visita de Elisabeth, cuando él se niega a recibirla.

Por su parte, de Lohengrin aparecen dos fragmentos. Uno es el Preludio del Acto I, que parece representar el carácter idealista de Ludwig en su relación con Wagner, y que escuchamos cuando el monarca ordena, como primer decreto, encontrar al compositor; el rey debía verse como un moderno Lohengrin, pues esa metáfora es usada por él en alguna ocasión cuando da su ayuda a Wagner ("Lohengrin baja para socorrer a Elsa"). También aparece este Preludio cuando el rey vaya a visitar a Wagner para presentarle a su prometida Sophie. De hecho, a esta última la ha llamado siempre "Elsa", como la protagonista de Lohengrin, una señal de que su verdadera personalidad no le interesa, es demasiado prosaica, y prefiere refugiarse en un mundo de fantasía, una de las causas del irremediable fracaso de su compromiso matrimonial. Además del Preludio, escuchamos a la sufrida Sophie cantar (de manera horrible, por cierto) el "Sueño de Elsa" ("Einsam in trüben Tagen"), acompañándose a sí misma al piano, en un intento por despertar el interés de Ludwig.

Del Tannhäuser escuchamos la "Canción de la Estrella", que canta Wolfram en el Acto III, en los momentos que muestran el mundo de fantasía delirante que se ha hecho construir Ludwig para evadirse de la realidad: cuando vemos en su habitación una "linterna mágica" (una especie de antepasado del proyector cinematográfico) que hace aparecer en el techo imágenes de la luna y las estrellas; cuando se ve el interior de la gruta donde el rey se presenta a sus invitados como Lohengrin, llegando por el agua en una barca en forma de cisne; o cuando viaja en un carruaje en compañía del actor Kainz, pidiéndole que le recite una y otra vez los mismos monólogos. Como amargo recuerdo de anteriores sueños, en la mansión-clínica donde Ludwig es recluido en sus últimos meses, encuentra en su habitación una cajita de música que toca, precisamente, el tema de la "Canción de la Estrella".

No toda la música de Wagner que aparece en Ludwig corresponde a obras escénicas. Existen otras dos obras suyas de enorme importancia en la banda sonora de la película. En primer lugar, se nos muestra el estreno mundial del Idilio de Sigfrido: era el día de Navidad de 1870, cumpleaños de Cosima, y el primero que Richard y ella celebraban como marido y mujer (ese mismo año se habían casado, poco después de obtener ella el divorcio de Bülow). Como muestra de amor hacia ella y hacia el pequeño Siegfried (que contaba año y medio por entonces), su tercer hijo y el único varón, Wagner compuso y ensayó en secreto una obra para 13 instrumentistas que utilizaba tanto temas de la ópera Sigfrido como una canción de cuna. El día señalado los músicos se apostaron en la escalera de la mansión de Tribschen, y sus sonidos despertaron a Cosima, que según sus palabras recibió la más bella sorpresa de su vida. En el film de Visconti, esta escena parece mostrar que la vida de Wagner había alcanzado ya la estabilidad, al contrario que la de Ludwig, quien por esa época se hundía cada vez entre las sombras. Es curioso cómo Visconti parece mostrarnos que el director de aquel conjunto de músicos fuera el mismo Bülow (que se dirige a Cosima llamándola ahora "Madame Wagner"), lo que es una licencia artística, pues históricamente no es cierto, pero ayuda a reforzar la idea de un Wagner triunfador y "firmemente establecido", que tenía ya todo lo que necesitaba. Quien sí estuvo presente fue Nietzsche, que conservaría su amor hacia esta música cuando acabó renegando del resto de la obra de Wagner.

La otra obra no escénica de Wagner que suena en Ludwig tiene una importancia fundamental, pues se utiliza en los títulos de crédito iniciales y finales, entre otros momentos. Se trata de una breve composición para piano, que permanecía inédita hasta el momento de incluirse en el film (recordemos que en El Gatopardo ya había utilizado Visconti otra composición inédita, en aquella ocasión de Verdi). Durante mucho tiempo se la conoció como El Tema Porazzi, pues al parecer estaba escrita como recuerdo de la Piazza dei Porazzi, de Palermo (los Diarios de Cosima mencionaban que Wagner había escrito un tema en este sentido). En 1981 se descubrió otro breve tema, de 7 compases, anotado en Palermo en una tarjeta de visita en marzo de 1882, y hoy día se reconoce que el Tema Porazzi al que Cosima se refería en sus diarios era este último. Por tanto, el fragmento utilizado en Ludwig, de 13 compases, y escrito en la Navidad de 1881, debe denominarse Elegía en la bemol mayor (su número de catálogo es WWV 93); en realidad, esa composición es un esbozo muy anterior (de 1858) que Wagner retocó para ofrecerlo aquel año a Cosima como felicitación de su aniversario, tal como había ocurrido con el Idilio de Sigfrido, y la anotó en los márgenes de la partitura autógrafa de "Parsifal".

El proceso de cómo llegó esta música a Visconti es bastante curioso: en 1931, Eva Chamberlain, hija de Wagner, regaló la partitura con el supuesto Tema Porazzi a Toscanini, que por entonces dirigía "Parsifal" en el Festival de Bayreuth, y así se hizo pública la existencia de dicho tema. Muy posiblemente fue el mismo Toscanini quien se la entregó a Franco Mannino, colaborador musical habitual de Visconti, y que en Ludwig se encarga tanto de la parte pianística como de la orquestal, esta última al frente de su habitual Orquesta de la Academia de Santa Cecilia de Roma. La Elegía en la bemol mayor (llamémosla pues así, y no Tema Porazzi) aparece en la película en dos formas, tanto en su versión original para piano como en la orquestada, y parece representar el trágico destino de Ludwig. Así, escuchamos la versión pianística, además de en los títulos iniciales, en el momento en que Ludwig acepta firmar la carta de apoyo a Bülow, o cuando el conde Von Holstein le trae la carta que debe enviar a Bismarck pidiendo el ingreso de Baviera en la Imperio Alemán. La versión orquestal suena en los títulos finales, pero también cuando Ludwig hace que Sophie se ponga las joyas familiares que han llevado las reinas de Baviera durante 700 años, y le dice que le hará un regalo aún más valioso, presentarle a Wagner; y también cuando conoce la que ha de ser su última residencia, la mansión-hospital donde es recluido.

Aparte de Wagner, se utilizan otras músicas en la banda sonora: de Robert Schumann escuchamos varios movimientos de sus Escenas infantiles Op. 15 para piano, que acompañan acontecimientos "familiares" de las dinastías de la época, como el primer encuentro en muchos años de Ludwig con su prima la Emperatriz Elisabeth o la ceremonia de conversión al catolicismo de la reina madre; y de Jacques Offenbach, el "Aria de la carta" de La Perichole que interpreta Wagner al piano mientras le dice a Ludwig, que se halla presente: "Esta es la música que el pueblo alemán ama, no la mía". Todo un guiño el de Visconti, hacer aparecer a don Ricardo tocando la música de uno de esos compositores judíos a los que tenía tan poco aprecio. Música que volverá a aparecer (siempre en versión para piano) en la escena del intento de seducción de Ludwig por parte de la "actriz", unida ahora a motivos de otros momentos de la misma opereta, como su obertura.

Y, saliendo de los compositores "clásicos", hay también dos momentos en los que la utilización de la música tiene un especial protagonismo: la escena inicial de la coronación de Ludwig, apoyada por brillantes marchas militares, donde escuchamos sucesivamente la Bayerischer Defiliermarsch (Marcha bávara de desfile) de Adolf Scherzer, la König Karl Marsch (Marcha del Rey Carlos) de Carl Ludwig Unrath y la Fanfarria Kreuzritter (Los Cruzados) de Richard Henrion; o una escena que podríamos denominar "el paisaje después de una orgía", la visión de cuerpos masculinos yaciendo exánimes, derrotados por el frenesí y el alcohol, escena ambientada en la misma región y tan sólo medio siglo antes que otra homóloga de La caída de los dioses: al igual que los SA en su fiesta de Bad Wiesee, los favoritos de la corte de Ludwig, vistiendo el mismo traje regional bávaro (con pantalón corto y tirantes) y acompañados por la cítara, bailan el "Schuhplattler" ("pegarse en los zapatos"), la danza típica de Baviera, sólo para hombres, que incluye cachetes en zapatos y muslos; a continuación cantan una tonada típica del Tirol, Fein sein, beieinander bleibn ("Estar bien, quedarse juntos").

El desmedido metraje de Ludwig hizo que Visconti tuviera que optar por no incluir en el montaje final escenas que estaban ya rodadas, concretamente varios episodios relacionados con Wagner y con la Emperatriz Elisabeth. En cuanto a Wagner, se suprimió el momento en que recibe la invitación y un anillo de parte del rey, la visita de Cosima a la banca nacional de Baviera para cobrar los 200.000 gulden, la muerte (en Venecia) del compositor, y el traslado de sus restos a Munich, camino de Bayreuth. De hecho, la última aparición de Wagner en el montaje final es cuando estrena el Idilio de Sigfrido. Después, sólo se nos indica que ha muerto porque el rey ha mandado cubrir de luto todos los pianos de su castillo. Y en lo referido a Elisabeth, se suprimió su reacción al conocer la muerte de su primo, negándose a aceptar la versión oficial de suicidio (incredulidad apoyada por las declaraciones de un viejo criado), así como el asesinato de la propia Elisabeth a manos de un anarquista, doce años después, cumpliendo la profecía que le había hecho a Ludwig: los reyes no son importantes para la gente, "a menos que nos den tanta importancia como para asesinarnos".

Con todos esos cortes, para que la historia se hiciese comprensible, hubo que recurrir a "narradores" (ministros, médicos, etc.), que con el pretexto de estar realizando la investigación para determinar la salud mental del rey sirvieran de nexo entre los distintos episodios. A pesar de todo, la duración final de la película se acercaba a las cuatro horas, y en el contrato de distribución de la Metro Goldwyn Mayer se señalaba una duración máxima de 3 horas. Por ello se cortó otra hora más, con lo que la acción se tornó casi incomprensible (entre otras cosas, la "actriz" que intentaba seducir a Ludwig desaparecía de la pantalla, pero su nombre seguía en los créditos), y Visconti acabó renegando de una película que en condiciones normales hubiera sido su "summa artis". Sin embargo, en 1980, después de la muerte del director, sus fieles guionistas Medioli y Cecchi d'Amico rescataron la versión de 4 horas y es esta última la que se puede ver en la actualidad, aunque el montaje final no tenga la supervisión del maestro.

¿Qué podemos decir hoy en día de la película, y del rey que la inspiró? Aunque no se la considere entre las grandes de Visconti, debido a que no pudo hacer el montaje que pretendía, y aunque le cargue un tanto el exceso de eufemismos para referirse no abiertamente a la homosexualidad, Ludwig sigue siendo un film extraordinario. Y el rey tenido por todos como un loco ha dejado una obra perdurable que no ha igualado ningún soberano "juicioso y fomal" de su época: sin él no existirían los festivales wagnerianos de Bayreuth, cuyo éxito permitió a la familia Wagner, después de la muerte del maestro, devolver todo el dinero aportado por el Estado de Baviera (aparte del regalo de partituras autógrafas que le hizo el propio Wagner, las cuales de conservarse hoy se cotizarían mucho más que todo el dinero que hubiese gastado el músico); sus castillos actualmente son una preciada fuente de ingresos por turismo. ¿Un loco o un visionario que alcanzó en su época a ver más lejos que el resto? El caso es que hoy ningún monumento de Munich recuerda a Ludwig. Visconti dijo que sólo encontró algunos "Club Ludwig" formados por jóvenes que veían a su antiguo rey como un mito al estilo de James Dean. Y vio su ataúd cubierto de polvo en la iglesia de San Miguel de Munich, "uno más entre tantos otros también cubiertos de polvo".