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Número 23º - Diciembre 2.001


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MÚSICA EN CÓRDOBA (ARGENTINA)

Por Profesor Juan A. Smith.

 

«MISATANGO» DE PALMERI EN CÓRDOBA

 Martín Palmeri: “Misatango”. Solistas: Silvia Lallana (soprano), Pedro Martos (bandoneón). Coro de Cámara de Córdoba, Orquesta de Música Ciudadana de Córdoba. Director: Carlos Flores. Obras de Rodolfo Mederos, Julián Plaza, Astor Piazzolla y Horacio Salgán. Intérpretes: Román Carballo (guitarra), Octavio Brunetti (piano), Coro de Cámara de Córdoba (director: Carlos Flores).  Teatro del Libertador de Córdoba (Argentina), 24  de noviembre de 2001.

El Teatro del Libertador de Córdoba, que bajo la guía del profesor Carlos del Franco, su director general, viene programando meritoriamente óperas, ballets y conciertos siempre con un nivel de calidad muy alto (y muy inusual, hasta sólo un par de años atrás) hizo un acto de estricta justicia artística al presentar al público cordobés la “Misatango” de Palmeri.

El maestro Martín Palmeri es un joven compositor, pianista y director coral argentino. Sus obras, generalmente muy influenciadas por el estilo del célebre Astor Piazzolla, son sumamente meritorias y ya han sido escuchadas en numerosos centros musicales de nuestro país y aún del exterior (San Petersburgo, Matera y próximamente Palermo).

La “Misatango” o “Misa a Buenos Aires” (estrenada en el año 1996) es una magnífica pieza, finamente escrita y de un melodismo que no deja de sorprender al oyente; el orgánico vocal e instrumental para el que está compuesta prevé una cantante solista, coro polifónico y un grupo orquestal que incluye piano, tres bandoneones y cuerdas.

La versión que se escuchó en el Libertador, sin llegar al nivel de calidad que tuvieron en su momento las interpretaciones de los directores argentinos Benzecry y Álvarez (que, según hemos visto, la llevó al disco en una  grabación realizada en Europa y editada en la Argentina por ConArte de Buenos Aires), fue más que digna.

El Coro de Cámara de Córdoba es un conjunto suficientemente afiatado y la Orquesta de Música Ciudadana de la Provincia – cuyo titular es el maestro Carlos Nieto – viene demostrando hace tiempo que es un ensamble de referencia a la hora de interpretar el tango argentino. 

Carlos Flores, quien es el actual director titular del Coro de Cámara, en esta oportunidad empuñó también la batuta de director de orquesta y brindó una pulcra lectura de la obra, demostrando una vez más que no es necesario recurrir a maestros foráneos para dirigir en el primer coliseo de Córdoba. Por el contrario, el desempeño apenas correcto del primer bandoneonista, Pedro Martos, despertó nuestro deseo de ver a otro músico en el primer atril.

Lo más criticable de la velada fue la elección de la soprano Silvia Lallana para intervenir como solista vocal; atroz y peremnemente desafinada, con un estilo más cercano al de una balada popular que al adecuado para lo que, en definitiva, es una obra sacra, Lallana hechó a perder sin remedio todos los fragmentos en los que le tocó intervenir. Ojalá no se repita.

En la primera parte del programa, y a modo de informal “festival” (otra decisión artística más que criticable), algunos intérpretes locales se alternaron en la interpretación de breves obras de compositores de tango.

El Coro interpretó - muy meritoriamente, por cierto - “No habrá sino recuerdos” de Mederos y “Milonga de marfil negro” de Plaza. Luego fue el turno del correcto guitarrista Román Carballo, que tocó “Veraño porteño” de Piazzolla, y del pianista Octavio Brunetti, que brindó una excelente versión de “Grillito” de Salgán.

En resumen, una muy interesante velada que nos deja con el deseo de escuchar en Córdoba más obras de Martín Palmeri, sin duda uno de los mejores y más promisorios compositores argentinos de la nueva generación.


«REQUIEM» DE VERDI EN CÓRDOBA

 Giuseppe Verdi: “Messa da Requiem”. Solistas: Patricia Gutiérrez (soprano), Alejandra Malvino (mediosoprano), Arturo Valencia (tenor), Gui Gallardo (bajo-barítono). Coro Polifónico de Córdoba (director: Gustavo Maldino), Coro Polifónico de Río Cuarto (director: Jorge Di Renzo), Coro de Cámara de Córdoba (director: Carlos Flores). Orquesta Sinfónica de Córdoba. Director: Francisco Rettig. Teatro del Libertador de Córdoba (Argentina), 9 y 11 de noviembre de 2001.

El Teatro del Libertador de Córdoba (que viene llevando a cabo una entusiasmante temporada lírica internacional, con grandes éxitos como los de “Rigoletto” con Marcelo Álvarez, “Aurora” de Panizza con Darío Volonté, “La traviata” con Eteri Lamoris y próximamente “Il trovatore” con la dirección del maestro Fernando Álvarez) tocó su punto más bajo del año con esta versión de la Misa de Requiem de Giuseppe Verdi.

El cuarteto de solistas vocales convocados pareció interesante, aunque no puede decirse que los cantantes que intervinieron posean “voces verdianas” en el sentido más estricto del término. El eslabón más frágil pareció la soprano Patricia Gutiérrez, artista argentina muy meritoria y de buena voz, pero de emisión poco franca y centros carentes de “squillo”.

Los argentinos Alejandra Malvino y Gui Gallardo cumplieron con una correcta labor. Malvino posee una notable voz, algo acontraltada, que emite con destreza y ductilidad; Gallardo, veterano cantante de amplia trayectoria internacional, aportó su fraseo noble e inspirado y su voz aún sonora.

El mexicano Arturo Valencia cubrió la parte de tenor solista. De meritorios antecedentes artísticos, pareciera que su voz (brillante y de bellísimo timbre) es más apta para Donizetti, Bellini y el Puccini más lírico, que para las obras de Verdi, que requieren un peso vocal que este artista aún no posee. Nos gustaría escucharlo en una obra que haga más justicia a sus medios.

Los coros oficiales de la Provincia de Córdoba hicieron lo que pudieron. Se trata de voces en su mayoría no operísticas y por ende poco habituadas a las exigencias extremas de tesitura y dinámica que Verdi requiere a los cantantes. El sonido que provenía de la masa coral, musicalmente bien preparada por los maestros Maldino, Di Renzo y Flores, era siempre claro, chato, mal apoyado y poco incisivo; en otras palabras, nada verdiano.

Sin embargo, el problema mayor de esta versión fue la orquesta y, más aún, el director invitado en esta oportunidad para hacerse cargo del Requiem: el chileno Francisco Rettig. Siempre correcto a la hora de dirigir cierto  repertorio sinfónico, sorprende lo lejano que se encuentra el maestro Rettig de la estética de la música vocal italiana.

Con “tempi” singularmente poco adecuados y matices que parecían pertenecer más a Brahms que a Verdi, Rettig dirigió una versión apagada, sin vuelo, carente de dramatismo y, nos atreveríamos a decir, de emoción alguna. Más ocupado por obtener claridad en los ataques orquestales que por infundir a los solistas y coreutas algún tipo de intención interpretativa, Rettig logró que esta obra maestra sonara aburrida e intrascendente.

Nos preguntamos: ¿qué necesidad hay de exponer a un artista profesional y respetable como Rettig a un repertorio que no domina en lo absoluto y que, en todo caso, no hace más que poner en evidencia sus límites como director y su falta de frecuentación de la música vocal italiana? Creemos que respetar a nuestros intérpretes musicales implica también permitirles mostrarse en el repertorio que mejor manejan.


«IL TROVATORE» DE VERDI EN CÓRDOBA

Giuseppe Verdi: “Il trovatore”. Elenco: Darío Volonté (Manrico), Silvia Ranalli (Leonora), Leonardo López Linares (Luna), Vera Cirkovic (Azucena), Nino Meneghetti (Ferrando), Claudia Cugnini (Ines), Gerardo Martínez (Ruiz), Marcos Nicastro (Gitano), Andrés Perotti (Mensajero). Coro Polifónico de Córdoba (director: Gustavo Maldino), Orquesta Sinfónica de Córdoba. Régie: Eduardo Rodríguez Arguibel, Escenografía: Roberto Montes, Vestuario: Teatro Colón, Iluminación: Francisco Sarmiento. Director Musical: Fernando Álvarez. Teatro del Libertador de Córdoba (Argentina), 23, 25 y 27  de noviembre de 2001.

El Teatro del Libertador de Córdoba, luego del lamentable traspié cualitativo que significó la mediocre versión de la Misa de Requiem de Giuseppe Verdi, cerró magníficamente su temporada lírica 2001 con “Il trovatore”, ópera del genio de Busseto. La versión fue, a todas luces, muy interesante.

La puesta en escena de Eduardo Rodríguez Arguibel subrayó los aspectos más trágicos y violentos de la historia y contó con un buen marco escenográfico, provisto por Roberto Montes, con el vestuario cedido por el Teatro Colón de Buenos Aires y con la excelente iluminación de Francisco Sarmiento, formidable profesional cordobés.

Irónicamente, lo que debía ser el principal atractivo de la velada, el Manrico de Darío Volonté (que ya cantó el rol en Italia, Holanda, Estados Unidos, Japón y en otros teatros de la Argentina) fue su punto más débil. Nunca escuchamos peor a Volonté: áfono, destimbrado, calante, pudo cantar el aria y llevar a término su cometido sólo gracias a su notable resistencia física.

Es evidente que este artista, dotado de buen material vocal y de cierto carisma, debe revisar su técnica de emisión y el repertorio que aborda, si desea continuar cantando con provecho en años sucesivos. De cualquier forma, el público cordobés no notó la pobreza de su “performance” o decidió perdonarlo, porque premió al tenor con prolongados aplausos (sin perjuicio de lo antedicho, la noche del estreno se escucharon algunos abucheos, provenientes de las localidades altas).

La soprano convocada para cubrir el arduo rol de Leonora, la italiana Silvia Ranalli, fue indudablemente la mejor voz de la noche. Dueña de un instrumento seductor que maneja con una perfección técnica asombrosa, Ranalli supo frasear y actuar impecablemente, haciendo honor a las dos grandes cantantes con las que ha estudiado este repertorio: Renata Tebaldi y Antonietta Stella. Su registro agudo es de rara belleza.

El joven argentino Leonardo López Linares asumió el papel del Conde de Luna. Este cantante tiene indudablemente una hermosa y opulenta voz de barítono verdiano y sabe como convencer en este repertorio (si olvidamos algún problema de estilo), en el que evidentemente se siente muy a gusto.

Con todo, su interpretación nos deja sólo parcialmente satisfechos, en parte por la pobreza de su actuación teatral (una limitada serie de gestos rudimentarios y grandilocuentes) y en parte porque resulta evidente que su voz no ha encontrado aún una colocación suficientemente “alta” como para cantar con parejo nivel de brillo y “squillo” adecuado durante toda la noche (la cadencia de “Il balen del suo sorriso” sonó harto problemática).

La francesa Vera Cirkovic, a quien conocíamos como soprano, asumió el rol de Azucena. Pese a que su canto es notoriamente desparejo y su voz nos sigue pareciendo la de una soprano dramática, Cirkovic supo convencer al publico merced a sus notables condiciones teatrales y a la sonoridad casi salvaje de su registro agudo (notable su “do”, emitido con gran soltura).

En el rol de Ferrando, secuaz del Conde de Luna, hacía su presentación en Córdoba un veterano (ronda los ochenta años de edad, según nos informaron) del Teatro Colón, el italiano Nino Meneghetti. Con voz asombrosamente fresca y sonora, este bajo cantó y actuó un correctísimo Ferrando, dando pruebas de envidiable vitalidad artística.

Los comprimarios masculinos cumplieron bien con sus breves cometidos; son voces agradables y bien timbradas, por lo que puede esperarse de ellos que en el futuro puedan abordar cometidos más importantes. No pareció en el mismo nivel la soprano cordobesa Claudia Cugnini como Ines, sobre todo por su estereotipada actuación escénica y por su pésima dicción italiana.

Verdadero triunfador de la noche, el joven maestro argentino Fernando Álvarez (de trascendente actuación en escenarios europeos) dirigió y concertó con mano segura, enorme musicalidad y auténtico estilo verdiano. Bajo su atenta mirada, solistas, coro y orquesta dieron lo mejor de sí; nos atreveríamos a decir que pocas veces hemos escuchado a los cuerpos estables del Teatro del Libertador en este estado de gracia.

Operista de estirpe, Álvarez parece llevar esta música en la sangre y es uno de los pocos maestros concertadores y directores de orquesta que logra hacer tocar con genuino dramatismo lírico a las usualmente anémicas orquestas argentinas. No en balde ha triunfado allí donde parecería imposible hacerlo: dirigiendo ópera en la misma patria del género, Italia.

Resumiendo: un excelente espectáculo que cierra una hermosa temporada lírica. No queda sino esperar que el próximo año traiga más propuestas  operísticas de este nivel y que los artistas que han demostrado sobradas condiciones para el género sean convocados nuevamente para asumir otros compromisos de los que puedan salir igualmente airosos.


«LA TRAVIATA» DE VERDI EN CÓRDOBA

Giuseppe Verdi: “La traviata”. Elenco: Eteri Lamoris (Violetta), Gustavo Porta (Alfredo), Vassily Gerello (Germont), Juan Barrile (Grenvil), Sebastiano De Filippi (Douphol), Alejandra Tortosa (Flora), Gerardo Martínez (Gastone), Claudia Cugnini (Annina), Evert Formento (Obigny), Ricardo Martínez (Giuseppe), Jorge Coria (Mensajero), Ariel Seras (Criado). Ballet Oficial de Córdoba (director: Augusto Flores), Coro Polifónico de Córdoba (director: Gustavo Maldino), Orquesta Sinfónica de Córdoba. Régie: Alejandro Cervera, Escenografía: Rafael Reyeros, Vestuario: Teatro Colón, Iluminación: Francisco Sarmiento. Director Musical: Giuseppe Cataldo. Teatro del Libertador de Córdoba (Argentina), 21, 23 y 25  de septiembre de 2001.

      Hacía ya diez años que el público de la segunda ciudad argentina no escuchaba “La traviata” en su primer coliseo provincial; la última oportunidad, en efecto, se dio en la temporada 1991, con una versión apenas correcta, dirigida por el maestro Carlos Giraudo y con los cantantes locales Lola Forte, Augusto Paltrinieri y Vicente Romero.

Afortunadamente, en esta oportunidad la cosa fue mucho mejor, sobre todo gracias a un elenco internacional de cantantes-actores verdaderamente excepcionales. Como es sabido, no hay “Traviata” sin una Violetta de categoría; pues la tuvimos en la persona de la joven soprano georgiana Eteri Lamoris, dotada de voz y técnica realmente sorprendentes.

Sólo puede reprochársele cierta tendencia a sobre-actuar (tanto en lo vocal como en lo actoral) en los momentos más intensos del drama: sus largas pausas en los recitativos y las risas que creyó oportuno agregar en la escena de la lectura de la carta nos parecieron francamente fuera de lugar.

En un nivel aún superior se ubicó Vassily Gerello, barítono del Kírov de San Petersburgo que actúa usualmente en la Scala de Milán, el Covent Garden de Londres, el Metropolitan de Nueva York y demás primeros teatros del mundo, que interpretó un Germont sencillamente de antología. Todo estaba allí: vocalidad, fraseo, histrionismo, buen gusto... una actuación difícil de superar que quedará en nuestra memoria por muchos años. ¡Que vuelva!

El tenor de esta producción, si bien correcto y de meritorio desempeño, no pudo alcanzar a sus dos co-protagonistas: el cordobés (radicado en Italia, en donde está desarrollando una promisoria actividad operística) Gustavo Porta hizo lo que pudo con el ingrato papel de Alfredo y fue muy aplaudido.

Los roles de carácter tuvieron un relieve especial, empezando por el sonoro Grenvil de Juan Barrile, bajo del Teatro Colón, y continuando con el jovencísimo barítono Sebastiano De Filippi, también de Buenos Aires, que aportó incisividad vocal y notable presencia actoral a su Douphol.

Entre los cordobeses, merecen una mención especial dos elementos muy  talentosos: Alejandra Tortosa y Gerardo Martínez, respectivamente una chismosa Flora y un simpático Gastone. Excesivamente petulante la Annina de Claudia Cugnini y sencillamente insoportable (tanto en lo musical como en lo visual) el Marqués de Evert Formento. Muy correctos Ricardo Martínez, Jorge Coria y Ariel Seras en sus brevísimos cometidos.

Alejandro Cervera, coreógrafo bien conocido por sus trabajos tanto en Buenos Aires como en Córdoba y en el exterior, hizo su debut como régisseur con esta producción. Su trabajo nos pareció correcto, dentro de una puesta tradicional que se manejó en un espacio escénico despojado y enriquecido por las efectivas luces de Francisco Sarmiento.

La dirección musical corrió por cuenta del italiano Giuseppe Cataldo, artista de significativos antecedentes. Su prestación no alcanzó a cubrir las expectativas que su reseña biográfica hacía esperar, prueba de que a veces es mejor confiar en el arte de nuestros propios directores de orquesta, algunos muy talentosos y que quizás no valoremos aún en su justa medida.

Desteñido resultó el aporte del Ballet Oficial (las coreografías pertenecían al mismo Cervera) y muy sólido, por el contrario, pareció el trabajo del Coro Polifónico, bien preparado por el maestro Gustavo Maldino.


«ERNANI» DE VERDI EN AVELLANEDA

Giuseppe Verdi: “Ernani”. Elenco: Oscar Imhoff / Gerardo Marandino (Ernani), Patricia Gutiérrez / Marcela Paturlanne (Elvira), Luis Gaeta / Federico Sanguinetti / Omar Carrión (Carlo), Ariel Cazes / Alejandro Di Nardo (Silva), Silvina Martino / Vanesa Tomás / Laura Bruno (Giovanna), Luis Cejas / Martín Lira / Norberto Lara (Riccardo), Claudio Rotella / Marcelo Benetti (Jago). Coro del Teatro Roma (director: Roberto Luvini), Orquesta Sinfónica Municipal de Avellaneda. Régie: Daniel Suárez Marzal, Escenografía: Horacio Pigozzi, Vestuario: Mini Zuccheri, Iluminación: Nicolás Trovato. Director Musical: Mario De Rose. Teatro Roma de Avellaneda (Argentina), 20, 21, 26, 27 y 28 de octubre de 2001.

El simpático Teatro Roma, situado en la modesta localidad bonaerense de Avellaneda, está, a nuestro juicio, perseverando en un error. Este coliseo, que dispone de una pequeña sala, escasos recursos económicos y limitadas posibilidades artísticas, en vez de programar óperas de cámara o títulos del barroco y del clasicismo, se obstina en montar los grandes melodramas de los operistas románticos (“Don Carlo”, “Il corsaro”, “I puritani”, etcétera); hasta ahora, con pobres resultados.

Si nuestro Teatro Colón no ha logrado ofrecer títulos de Verdi con elenco argentino, no vemos como un centro musical de tan limitada entidad pueda triunfar allí donde otros han fracasado. Programar una ópera como “Ernani” es, en este contexto, un acto de soberbia (o de ignorancia lisa y llana, ¿quién sabe?) que resulta difícil entender. El mayor problema de esta producción fue el elenco que, salvo excepciones, no alcanzó a cubrir las expectativas. Y convocar a una cantidad de cantantes uruguayos – nueva costumbre que Avellaneda está intentando imponer – no mejoró la situación.

Para cubrir el arduo rol del título se convocó a Oscar Imhoff y a Gerardo Marandino. Imhoff, cantante del Colón de muy buenos antecedentes e indudable talento, no alcanzó a convencernos. De cualquier forma, su prestación fue infinitamente más digna que la del uruguayo Gerardo Marandino, un “tenorino” que está destruyendo su patrimonio vocal cantando Verdi; sería hora que este joven buscara asesoramiento.

Patricia Gutiérrez, también artista del Colón, cantó Elvira con la solvencia musical a la que nos tiene acostumbrados; de cualquier forma, la opacidad de sus centros y la escasez de real brillo vocal son difícilmente perdonables en este repertorio. Aún así, su interpretación superó ampliamente a la de Marcela Paturlanne, elemento bisoño que, aún teniendo buen material vocal, no llega a parecernos una artista profesional.

Hubo tres barítonos para el rol de Carlo. Luis Gaeta, otro elemento del Colón, fue indudablemente el mejor; las limitadas dimensiones del Roma lo favorecen. Federico Sanguinetti, un joven uruguayo, forzó a más no poder y de alguna forma logró llegar al final de la ópera; le recomendamos dedicarse por ahora a Cimarosa o Paisiello y refinar su actuación escénica. Omar Carrión, pese a su profesionalidad y excelente fraseo, no es un barítono verdiano... inclusive nos preguntamos si es un barítono.

Entre tanta medianía, resultó grato escuchar a Ariel Cazes en el papel de Silva. Cazes posee una buena voz de bajo cantante, razonablemente timbrada y emitida, además de una excelente presencia en el escenario; fue, indudablemente, el mejor elemento de esta producción. Alejandro Di Nardo, por su parte, nos pareció muy inmaduro para este repertorio: buen material, el suyo, pero necesitado de más y mejor apoyo técnico.

El Roma nos acostumbró, a lo largo de esta temporada, a escuchar pésimos comprimarios, provenientes del exiguo Coro del Teatro, pero con este “Ernani” se ha tocado el punto más bajo: los señores Cejas, Lira, Lara, Rotella y Benetti no pudieron con sus brevísimas frases y nos preguntamos con qué criterio se los seleccionó. No así las damas, señoras Martino, Tomás y Bruno, que se desempeñaron honorablemente.

La presentación escénica de Daniel Suárez Marzal y Horacio Pigozzi nos pareció sobria y acertada, sobre todo teniendo en cuenta los disparates que veníamos de ver en “Alzira” e “I Capuleti e i Montecchi”, títulos en los que Fernanda Ramondo y Alejandro Ullúa destruyeron la ya escasa credibilidad de sus respectivos libretos.

Los cuerpos artísticos intervinientes, no es novedad, son de singular modestia profesional. El pequeño Coro del Teatro, instruido por el empeñoso Roberto Luvini, pareció nada más que correcto. La Orquesta de Avellaneda, bajo la dirección de su maestro estable, Mario De Rose, resultó apenas eficaz (notoriamente destemplados y desafinados los sonidos que provenían de los violines primeros y de los violonchelos).

Con todo, persiste la impresión de De Rose es un excelente director sinfónico y de banda que  se acerca a la ópera como quien está de paso por territorio ajeno. No nos explicamos, de otra forma, porqué insistir con “tempi” tan difíciles para los solistas que, para peor, deben acometer odiosas “versiones integrales” de estos grandes títulos, cuando la verdad es que en la Argentina casi no se dispone de cantantes que puedan hacer honor a la ardua escritura de los compositores del romanticismo italiano. Parecería casi que se intenta emular, desde el subdesarrollo, a Riccardo Muti.

En resumen: este “Ernani” fue otro modesto fruto de la singular (e incomprensible) política artística que está llevando adelante este entrañable teatro de provincia, que debería tomar conciencia de una vez de sus exiguas posibilidades, además de asumir criterios de programación más realistas y pergeñados por profesionales de la ópera, no por aficionados entusiastas devenidos en director artísticos.


«MAVRA» Y «GIANNI SCHICCHI» EN BUENOS AIRES

Igor Stravinsky: “Mavra”. Elenco: Armando Noguera (Vassily), Graciela Oddone (Parasha), Mariana Rewerski (Vecina), Susana Moncayo (Madre). Orquesta Juventus Lyrica. Régie: Horacio Pigozzi, Escenografía: Horacio Pigozzi, Vestuario: Mercedes Colombo, Iluminación: Luis Pereiro. Director Musical: Emiliano Greizerstein. Giacomo Puccini: “Gianni Schicchi”. Elenco: Gui Gallardo (Schicchi), Enrique Folger / Marcos Padilla (Rinuccio), María Daneri / Virginia Tola (Lauretta), Marta Cullerés (Zita), Vanesa Mautner (Ciesca), Gisela Barok (Nella), Ricardo González Dorrego / Saulo García Diepa (Gherardo), Sebastián Sorarrain (Marco), Leonardo Estévez (Betto), Alejandro Di Nardo / Leonardo Palma (Simone), Mirko Tomas / Sebastiano De Filippi (Amantio), Fernando Núñez / Sebastiano De Filippi (Spinelloccio), Sebastiano De Filippi / Mirko Tomas (Pinellino), Fernando Núñez / Carlos Trujillo (Guccio), Matías Zayas (Gherardino). Orquesta Juventus Lyrica. Régie: Florencia Sanguinetti, Escenografía: Luis Martínez, Vestuario: Mercedes Colombo, Iluminación: Luis Pereiro. Director Musical: Emiliano Greizerstein. Teatro Avenida de Buenos Aires (Argentina), 18, 20 y 21 de octubre de 2001.

La asociación Juventus Lyrica, que se dedica a organizar temporadas de ópera recurriendo a elencos integrados por jóvenes artistas argentinos, acertó en ofrecer en una única función dos comedias muy dispares pero igualmente deliciosas: “Mavra” de Stravinsky y “Gianni Schicchi” de Puccini. Ambas fueron digiridas con mano segura y buen sentido del estilo por el jovencísimo maestro Emiliano Greizerstein.

“Mavra” contó con una inteligente puesta de Horacio Pigozzi y con un elenco muy meritorio, empezando por el correntino Armando Noguera, que debutó en estas funciones como tenor (venía cantando partes de barítono) con todo éxito. También excelentes estuvieron Graciela Oddone, una soprano salida de las filas del Colón y ahora radicada en Europa, y Mariana Rewerski, artista que une a su notable caudal vocal un atractivo físico muy bienvenido.

Lo más débil del reparto fue Susana Moncayo. Por empezar, Moncayo no posee la voz de contralto que requiere la parte. Pero lo más criticable es su emisión, notoriamente fija y estridente; nos recordó a algunas malas intérpretes de música antigua que creen que es apropiado hacer que la voz cantada se asemeje a un “silbato”.

Tras un breve intervalo pudo disfrutarse “Gianni Schicchi”, la genial obra pucciniana, en una ajustadísima puesta de Florencia Sanguinetti, que no dejó nada librado al azar. Protagonista de esta ópera fue el veterano Gui Gallardo, quien – más allá de alguna nota tirante y de algún traspié musical – cumplió con una buena actuación (hubiera sido difícil ver a un barítono demasiado joven en este rol).

Tuvimos dos sopranos para la parte de Lauretta, ambas de rendimiento desparejo. María Daneri cumplió con corrección; sería bueno que desterrara el molesto vicio que tiene de “entubar” su bonita voz, cantando todo con una “o”. Virginia Tola, de ascendente carrera internacional (inexplicablemente relegada al segundo elenco), estuvo mejor, pero sin descollar; su “Oh mio babbino caro” fue cantado a un “tempo” inusualmente rápido y sin el mínimo “rubato” pucciniano. Nos preguntamos si acaso esté atravesando un momento vocal no demasiado afortunado.

Dos también fueron los tenores. Enrique Folger ofreció buen fraseo, dicción incisiva y grata presencia escénica, pero parece no tener idea de qué hacer con su voz; pudo superar los escollos de su aguda romanza a pura fuerza muscular, sin preocuparse mínimamente por cantar “sul fiato”. Marcos Padilla pareció la otra cara de la medalla: buena voz, emisión franca, efectivos agudos, pero ninguna interpretación ni arte.

El grupo de los parientes de Buoso Donati actuó y cantó en forma afiatada, aunque se notaron desniveles en lo vocal. En un plano de excelencia se situaron Barok, González Dorrego y Di Nardo (respectivamente Nella, Gherardo y Simone), con voces de buen timbre y bien proyectadas. Más dificultades tuvieron Cullerés (al borde del “gallo” en los agudos), Mautner (voz escasamente timbrada), García Diepa (siquiera parece un solista de ópera) y Sorarrain (voz minúscula y nada baritonal).

Párrafo aparte merecen el Betto de Leonardo Estévez y el Simone de Leonardo Palma; voces privilegiadas por volumen y color, ambas necesitan de mayor cuidado técnico: la excelente voz baritonal de Estévez suena pavorosamente “engolada” y la de bajo profundo de Palma no se pliega al menor matiz y es peligrosamente calante.

Los personajes de carácter estuvieron bastante bien “servidos”. Mirko Tomas fue un buen Amantio de Nicolao (el notario), aunque su dicción deba ser perfeccionada. Fernando Núñez compone un histriónico doctor Spinelloccio; con todo, su voz de bari-tenor no es precisamente lo ideal para un rol de bajo “buffo”. En otras funciones, Sebastiano De Filippi se hizo cargo de ambos roles y demostró excelente “vis comica” y un material baritonal interesante pero aún inmaduro.


«NABUCCO» DE VERDI EN ROSARIO

Giuseppe Verdi: “Nabucco”. Elenco: Leonardo López Linares (Nabucco), Adelaida Negri (Abigaille), Ariel Cazes (Zaccaria), Gerardo Marandino (Ismaele), Gabriela Cipriani Zec (Fenena), Sandra López (Anna), Gerardo Constantini (Abdallo), Edgardo Rinaldi (Sacerdote). Coro Lírico “Pía Malagoli” (director: Rubén Coria), Orquesta de la Ópera de Rosario. Régie: Rubén Berasain, Escenografía: Rubén Berasain, Vestuario: Teatro Colón, Iluminación: Héctor Aguilera. Director Musical: Luis Gorelik. Teatro del Círculo de Rosario (Argentina), 7 y 9 de diciembre  2001.

La asociación Ópera de Rosario, meritoria entidad independiente que para este año verdiano ha logrado montar esta muy digna versión de “Nabucodonosor” en el bello ámbito del Teatro del Círculo, concretó con esta presentación el único espectáculo lírico que la ciudad de Rosario ha podido disfrutar durante el año 2001.

Los organizadores rosarinos han convocado a un elenco interesante, aunque algo dispar, de voces rioplatenses y a Rubén Berasain, personalidad ligada al Teatro Colón de Buenos Aires que se hizo cargo de la puesta en escena de la ópera, aportando asimismo elementos de escenografía y vestuario pertenecientes al primer coliseo argentino, con resultados estéticos más que plausibles.

El protagonista, el joven Leonardo López Linares, parece estar atravesando un buen momento artístico y nos sorprendió por la solidez de su prestación vocal, que incluyó un sonoro “la bemol” sobre-agudo con el que coronó su “cabaletta”. En lo que nos parece una de las actuaciones más parejas que le hemos visto, Linares satisfizo las exigencias de su rol con sus generosos medios vocales. Sólo puede lamentarse cierta superficialidad interpretativa y su limitadísima capacidad actoral.

Adelaida Negri, figura bien conocida aún en Europa, estuvo en su salsa. En un rol que conviene perfectamente a sus medios de “soprano sfogato”, Negri cantó con mucha garra y actuó en forma efectiva. En este repertorio – y particularmente en papeles como el de Abigaille o Lady Macbeth – ciertas desigualdades y estridencias de su ampulosa voz no molestan demasiado y son fácilmente perdonadas.

Lamentamos notar que el uruguayo Ariel Cazes ha dado un paso en falso en su ascendente trayectoria sudamericana. Dotado de muy apreciables medios vocales (una voz de bajo cantante gratamente timbrada) y de impresionante estampa, Cazes no logró superar las tremendas dificultades de la escritura de su papel y se vio obligado a cantar a la octava baja algunos de los pasajes más arduos de su música; lo antedicho fue en “Come notte a sol fulgente” y en “Niuna pietra ove sorse l’altera Babilonia”.

Gerardo Marandino, otro uruguayo, sigue obstinado en abordar un repertorio que está muy lejos de sus condiciones naturales (lo decimos sin tapujos: ¡debería cantar el Ernesto de “Don Pasquale” y no Verdi!) y de su escuela (o falta de escuela). La forma en que este joven tenor empuja y fuerza su bonita voz, unida a la forma harto accidentada en la que emite su registro agudo – siempre abierto, chato y estridente – está perjudicando su fisiología en forma evidente.

La mezzosoprano Gabriela Cipriani Zec se reivindicó – aunque más no fuera parcialmente – de la pobre actuación que le cupo cuando cantó “I Capuleti e i Montecchi” en el pequeño Teatro Roma de Avellaneda. Claro que el papel de Fenena no ofrece tantas dificultades vocales como el del Romeo belliniano...

Entre los comprimarios (todos rosarinos, según hemos entendido), se destacó por su corrección Sandra López. Hubiéramos esperado más autoridad en el Gran Sacerdote  de Edgardo Rinaldi y en el Abdallo de Gerardo Constantini; con todo, ambos lograron resolver sus breves cometidos con dignidad.

Los mayores problemas de esta versión, pues, no pasaron por el elenco, sino por las limitaciones del coro y de la orquesta. Ello no puede extrañar: el Teatro del Círculo no es un teatro de ópera con una temporada oficial, por lo que no cuenta con cuerpos artísticos estables, ni con talleres que puedan manufacturar sus propias producciones escénicas, ni con un semillero de voces líricas suficientemente cultivado.

El Coro Lírico “Pia Malagoli” cantó en forma admirable, pero no deja de ser una empeñosa agrupación de aficionados; por supuesto, el hecho de que se trate de casi cien aficionados hace que el elevado número de coreutas supla, de alguna manera, a la escasa preparación técnica de los integrantes del grupo.

La Orquesta de la Ópera de Rosario, más allá de su promisoria denominación, es un conjunto escasamente efectivo, reunido especialmente para la ocasión y constituído por apenas cuarenta músicos (decididamente pocos para esta ópera: el pobre sonido de las cuerdas nos recordó este hecho desde el primer compás y hasta el final de la ópera). La sección más débil de este conjunto pareció ser la de las maderas.

No ayudó demasiado la concertación de Luis Gorelik, maestro argentino radicado en Israel y actualmente residente en Chile. Gorelik, que viene construyéndose cierto prestigio como director de conciertos, no alcanza a convencer como concertador operístico. Entiéndase bien, el maestro logró redondear una versión bastante correcta; sin embargo, faltó auténtico estilo verdiano, fraseo encendido, ritmo marcial y esa peculiar sensibilidad musical que permite al director “respirar” con el cantante.

Gorelik nos sorprendió con “tempi” excesivamente rápidos, que en ocasiones ponían en riesgo la concertación del palco escénico con el foso orquestal y, en todos los casos, dificultaban la articulación del texto y la proyección de las frases por parte de los solistas principales que – no lo olvidemos – estaban embarcados en un “tour de force” no menor, pues tanto el barítono como la soprano y el bajo deben lidiar con largas arias y enérgicos conjuntos, escritos en tesituras endemoniadamente agudas.

El gesto de Gorelik, no siempre claro a la hora de llevar a buen puerto algunos de los fragmentos musicalmente más complejos, tampoco supo transmitir a la orquesta y al coro el enérgico pulso que Verdi requiere a la hora de acompañar a los solistas en sus feroces “cabalette di forza”. En fin, confesamos no sin alguna tristeza que en más de un momento hubiéramos deseado tener a una batuta más autorizada y avezada en el  repertorio lírico al frente de las huestes musicales de este “Nabucco”.

De cualquier manera, se trató de un esfuerzo artístico más que apreciable e indudablemente meritorio, del que sólo cabe lamentar que sea aislado.