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ENTREVISTA
A
JUAN LUIS PÉREZ
"QUIERO QUE EL PÚBLICO SIENTA CURIOSIDAD
POR LO NUEVO"
Juan Luis Pérez
Entrevista realizada
por Fernando López
Vargas-Machuca.
INTRODUCCIÓN
El
andaluz Juan Luis Pérez es un director en alza. Trabajador infatigable y
voluntarioso que en más de una ocasión ha sacado las castañas del fuego
a diferentes teatros, orquestas, coros e instituciones, hace gala de una
modestia que no logra esconder el músico honrado e inteligente que hay en
él. Es ante todo un melómano de verdad, que a diferencia de buena parte
de sus colegas, puede ser visto habitualmente asistiendo a todo tipo de
conciertos, trátese de música antigua, de cámara, sinfónica o de
vanguardia. Asimismo es profesor, investigador (ha escrito una monografía
sobre Anton Webern y multitud de artículos), conferenciante y fundador de
diferentes formaciones musicales.
Pero
ante todo es apreciado por los melómanos andaluces por su faceta
directoria. Es invitado con frecuencia por el Teatro Villamarta de su
ciudad natal, Jerez de la Frontera (Cádiz), donde ha dirigido ópera
mozartiana y zarzuela. Colabora igualmente con diversas formaciones españolas
y extranjeras, tanto para ofrecer conciertos sinfónicos como para
sumergirse en el foso de la ópera y el ballet.
Juan
Luis Pérez es seguramente el músico que mejor conoce a la Real Orquesta
Sinfónica de Sevilla, a la que ha acompañado desde su creación en 1990,
primero desde dentro y luego como asiduo director invitado. Con ella ha
grabado dos compactos monográficos, dedicados respectivamente a Karol
Szymanowski y Manuel Castillo. Dado que este mes de diciembre
-concretamente los días 14 y 15- ofrece un concierto al frente de la
misma con obras de Israel David Martínez, Kodály y Chopin, hemos creído
oportuno ofrecer esta entrevista que es el resultado de dos encuentros
diferentes que tuvimos con el maestro, el primero de ellos hace ya más de
un año y el segundo muy reciente. En ella nos habla de su trayectoria, de
su labor junto a la ROSS y de relevantes cuestiones de actualidad que
pueden servirnos para reflexionar.
ENTREVISTA
¿Cómo
llegó a convertirse en un melómano? Seguramente sus primeros años no se
desenvolvieron en un ambiente muy propicio para desarrollar esta afición.
Efectivamente.
Nací en Jerez de la Frontera, lo que no resultaba nada beneficioso para
mi temprana devoción por la música, que supongo me trasmitió mi madre.
Sea como fuere, empecé a estudiar guitarra y piano -con la misma
profesora que ella- en una ciudad y época antimusicales, combinando tales
instrumentos con estudios de medicina.
En
el Conservatorio de Jerez podría conocer una figura ilustre en su tierra,
Joaquín Villatoro.
Sí, fue ya en el ocaso de su vida. Se trataba de una persona muy
interesante, de la que aprendí muchas cosas. Recuerdo que cuando yo tenía
unos trece años me pasó la partitura de la Sinfonía Leningrado
de Shostakovich.
¿Ahí
comenzó quizá su afición por los repertorios inexplorados?
Yo entonces ya compraba los discos atraído por los compositores y obras
desconocidos en aquél ambiente. Resulta apasionante hacer sonar música
olvidadas, incluso cuando una vez escuchadas no nos estimulan demasiado.
Desde luego, siempre que puedo programo páginas poco conocidas con la
Sinfónica de Sevilla. Tengo una especie de archivo de obras que me gustaría
hacer, muchas de ellas sin estrenar aún en España. Le contaré una anécdota.
Estrené en nuestro país la Segunda de Nielsen, un compositor que
me encanta. Pues bien, ese mismo año la hice en Rumania, y resultó ser
la primera vez que se interpretaba allí una sinfonía de este autor. Su
obra me la descubrió Manuel Galduf, que la hizo con la ONE.
¿Qué
influencia ejerció el director valenciano sobre usted?
Él fue mi maestro. Cuando yo era estudiante -estudiaba por libre en el
conservatorio- él era profesor de dirección de orquesta en Sevilla.
Luego le seguí a Valencia un año para estudiar el tema en la práctica,
algo imprescindible por muy bueno que sea el profesor.
Usted
estudió durante un tiempo en Viena.
Sí. Allí entré en contacto con un profesor de origen rumano, Julius
Kalmar, con el que aprendí dos cosas: a analizar y a marcar el compás.
Las cuestiones de estilo preocupaban poco. Entonces empecé a tener afición
por Harnoncourt, allí considerado de manera muy negativa. Pero a mí me
gusta muchísimo; pienso que la interpretación es lo que él señala, ese
término medio entre la búsqueda de la expresividad a toda costa y la
materia de la partitura, entre lo subjetivo y lo objetivo. En ese sentido
es un modelo a imitar.
¿Cómo
llegó a la Sinfónica de Sevilla?
Cuando se creó la orquesta yo ya había hecho mi oposición de profesor
de Formas Musicales, y estaba trasladado en Cádiz. Como me conocían por
determinados cursos, y por haber sido fundador de la Orquesta de Cámara
Manuel Castillo, me llamaron como pianista para los primeros conciertos.
Además, la orquesta tenía determinadas actividades para la que eran
necesarios varios directores. Por ejemplo, algunos maestros necesitan que
previamente se haya realizado algún ensayo. Así que funcioné como
asistente de otras batutas. Al estar en plantilla, mis funciones quedaban
muy claras.
¿Y
actualmente?
Ahora soy un director más, lo que ocurre es que el hecho de haber estado
integrado en la orquesta desde que empezó es beneficioso. Conozco bien a
casi todos los músicos, y los he visto trabajar como músicos de cámara.
Por otra parte, que yo resida en Sevilla nos beneficia mutuamente, pues
podemos hacer muchas cosas que resultaría muy costoso sin se trajese a un
director de fuera. Así, dejando a un lado los diversos programas de abono
y extraordinarios, me ocupo de los conciertos para escolares y de la
asistencia a otros maestros. Esta última es una labor que nadie ve.
Debe
de ser un poco ingrata. Cuando vienen las batutas de renombre ya se
encuentran la orquesta preparada, pero el público nunca llega a saber el
intenso trabajo que usted ha realizado previamente con los músicos.
Bueno, me resulta paradójico no haber interpretado jamás una sinfonía
de Bruckner en público, por ejemplo, y haberlo hecho en numerosas
ocasiones en las sesiones de trabajo con la ROSS. Pero por otra parte,
debo reconocer que viene bien a mi aún breve carrera como director. Se
arriesga muy poco, porque no te puedes implicar directamente en la
interpretación: has de ser muy frío, limitándote a ayudar a los músicos
a leer la partitura ateniéndote a las indicaciones que te envía el
maestro. Desde luego es un terreno magnífico para aprender. Una sinfonía
de Shostakovich se tarda meses en estudiar, pero te ejercitas mucho. En
ningún país las academias te facilitan trabajar de esta manera con una
orquesta. De ahí que un título de dirección signifique muy poco -falta
la práctica con el instrumento- y que se llegue a gran figura de la
batuta a una edad avanzada. No ocurre lo mismo con los solistas
instrumentales.
Usted
habrá tenido la oportunidad de tratar bastante a los dos anteriores
titulares de la orquesta, los maestros Vjekoslav Sutej y Klaus Weise.
Así
es, incluso con los dos he tocado el piano dentro de la orquesta. De ellos
he aprendido mucho. Lógicamente, la relación con cada uno haya sido
diferente. Recuerdo que Sutej me solía hacer bastante caso en cuestiones
de programación. Siendo muy distintos entre sí, tenían en común el ser
muy temperamentales. Sea como fuere, ambos han aportado cosas buenas.
¿Y
qué tal se lleva con Lombard?
Pues
es con él con quien estoy teniendo una relación más estrecha, tanto en
el plano personal como en el profesional. De hecho, he sido su asistente
en las grabaciones que ha realizado del Concierto para violín de
Beethoven y de la Sexta de Mahler. Precisamente me invitó a
dirigir esta obra en la Arena de Verona. Y fue él quien me empujó a
realizar la grabación de los Conciertos para violín de
Szymanowski, de la que no pudo hacerse cargo debido a una inoportuna
enfermedad.
Lombard
es, presumiblemente, un director que puede aportar mucho a la orquesta.
Estoy convencido de ello. Me gusta mucho su sistema de trabajo, que
resulta ideal para una orquesta aún joven. Es muy duro en los ensayos,
pero el resultado es altamente satisfactorio, quizás porque se aleja de
la rutina. Consigue mucho en poco tiempo.
Él
expuso cuando llegó a la orquesta ideas particulares sobre la programación.
Sí,
y en general estoy de acuerdo con ellas. Por ejemplo, me parece un gran
acierto llamar cada año a un compositor para que interprete y explique al
mismo tiempo sus obras ante el público, incluso repitiendo alguna de
ellas tras la disertación. Este año le toca a Cristóbal Halffter. Claro
que la programación de esta temporada ha resultado un tanto híbrida, al
ser su primer año y no haber podido plantear un esquema desde el
principio.
Algo
de todas formas muy difícil dado el problema que plantea la convivencia
con el Teatro de la Maestranza.
La
de las fechas es una cuestión dramática. De hecho, en la ROSS no se
programa como es debido. No se construye con tiempo un programa general,
coherente y bien trazado, y después se va buscando a los músicos ideales
para el mismo. Lo que se hace es que a última hora, cuando el Teatro
ofrece finalmente las fechas libres, se contacta con los artistas
disponibles, y no siempre se pueden hacer las cosas como es debido. Este año
me he quedado sin ofrecer una obra de Takemitsu que me interesaba al no
haber tenido tiempo de contratar al grupo de percusión necesario.
¿Qué
solución encuentra a este problema?
La utopía es construir un auditorio, algo que se viene repitiendo desde
hace algún tiempo. Estoy hoy por hoy es imposible, desde luego, pero podría
plantearse para dentro de unos diez años. De momento lo que se debe hacer
es mejorar la colaboración con el Teatro. ROSS y Maestranza son
instituciones que se necesitan mutualmente, y deben buscar el clima de
colaboración que les permita desarrollarse sin trabas.
La
mayor parte de los programas sinfónicos que usted prepara presentan obras
infrecuentes.
Quiero que el público sienta curiosidad por lo nuevo. Que el que se
programe una partitura desconocida sea un incentivo para acudir al
concierto, no todo lo contrario. Y claro, esto no siempre se logra con un
estreno, sino con algo poco frecuente. Se pueden combinar obras poco
conocidas con otras que sirvan de reclamo, para que quien acuda a
escuchar, por ejemplo, la Quinta de Beethoven, salga hablando de la
Quinta de Sibelius.
A
usted le interesa mucho la música contemporánea.
Sin
duda, pero no soy partidario de programarla indiscriminadamente, sino de
seleccionar. Si programas algo con un lenguaje excesivamente avanzado que
le exige demasiado al público provocas un rechazo. Hay que cuidar lo que
se programa. En este sentido, Lombard tiene las ideas muy claras: la base
de la programación ha de ser el repertorio tradicional, pero debe dejarse
un margen muy amplio para la novedad.
Por
desgracia, la desconfianza de un amplio sector del público hacia los
lenguajes contemporáneos es evidente.
Así
es, aquí cada vez que se programa Bartók desciende la taquilla. El público
que tenemos es fruto de nuestra educación musical. Es muy conservador,
piensa que casi todo lo contemporáneo es malo. En la mayoría de las
ocasiones se desprecia las obras sin haberlas escuchado. Lo que pide son
obras e intérpretes consagrados. No soy muy optimista, porque en sitios
como Berlín, Viena o Londres esta música tampoco tiene un gran éxito de
taquilla, salvo cuando las hacen artistas de gran prestigio.
¿Dónde
está, pues, el origen del problema?
En
la educación, sin duda. Si alguien no pasa de Las Cuatro Estaciones
es porque su educación no le permite ir hacia más. Por ello es
fundamental programar -insisto: no indiscriminadamente, sino con
inteligencia- música nueva de la manera más amplia posible. Sobre todo
del siglo XX, pero siempre con el cuidado de no meter la música contemporánea
en ghetos, incluso en trincheras. Tan malo es limitarse al repertorio
tradicional y despreciar lo que se desconoce como encerrarse en los
lenguajes de vanguardia y defenderla sin querer saber nada de otras músicas.
El atrincheramiento es altamente empobrecedor. Desgraciadamente observo
que en Sevilla existen tales trincheras.
Entonces,
usted apuesta por una renovación del repertorio de la orquesta.
Decididamente.
En la antigua sede de Sala Apolo, en sus primeros años, la Sinfónica de
Sevilla tenía que ofrecer el gran repertorio. Pero ahora, como el propio
Lombard ha reconocido, se encuentra en un buen momento para realizar una
renovación. Yo optaría por no dar prioridad a las figuras consagradas
para apostar en primer lugar por las obras. ¿Por qué no hacer Schitkke o
Englund? Soy de los que prefieren un solista o director simplemente
correctos que me vayan a traer el Concierto para piano de Schönberg
que uno de gran prestigio que haga lo de siempre.
Por
otra parte, existe desde hace tiempo un divorcio entre los creadores y el
gran público.
Creo
que los creadores tienen algo que decir en esto. Fui miembro fundador de
una Asociación de Compositores Sinfónicos de Andalucía, y siempre les
decía que tienen la misión de crear puentes. Cuando llegan subvenciones
se puede escribir lo que se quiera, pero el público queda al margen.
Cuando me ha tocado dirigir algún estreno, siempre le hago preguntarse al
compositor quiénes van a escuchar la obra, si se va a tratar únicamente
melómanos muy preparados de Madrid y otros grandes centros.
¿Habrían
en tal caso que componer pensando en los destinatarios?
Pienso que habría que recapacitar y no prescindir del público. Si una
partitura me gusta a mí pero no a la orquesta con la que lo estoy
preparando, ¿qué será entonces lo que piensen los que estén sentados
en sus butacas? Considero admirable la postura de Mozart, cuando afirmaba
que deseaba escribir música que gustara tanto al común de los
aficionados como a los entendidos.
Muchas
gracias por su amabilidad, Maestro. Hasta pronto.
Enlace
recomendado:
Real Orquesta Sinfónica de Sevilla www.rossevilla.com
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