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VOCES
DE HOY EN SONY CLASSICAL (I)
Por Ignacio
Deleyto Alcalá. Lee su curriculum.
La soprano inglesa Jane Eaglen está considerada como una
de las grandes voces wagnerianas del momento,
especialmente tras su aparición como Brünnhilde en la
producción del Anillo de la Ópera de San Francisco y en
el Tristán del Met del año pasado junto a Ben Heppner.
Su último disco para Sony (SK 61720) incluye dos de los
ciclos más famosos para voz y orquesta: los Vier letzte
Lieder de R. Strauss y los Wesendonck Lieder de R.
Wagner, además de los menos conocidos, Sieben frühe
Lieder de Alban Berg.
Su voz poderosa llama la atención por tener un centro
rico y firme y unos agudos limpios a los que llega sin
esfuerzo además de hacer un cuidado uso del legato.
Tanto el timbre como el color de su voz son netamente
wagnerianos y es fácil reconocer en ella a una cantante capaz de servir a Wagner que además posee una
voluminosa figura imponente en escena. Se la ha llegado a
calificar como digna heredera de las grandes wagnerianas
de nuestro siglo: Flagstad, Nilsson, etc. Quizás sea un
poco pronto para tanto pero lo que sí se puede decir es
que posee una voz ya madura y bien entrenada que
"suena" a Wagner.
En los Wesendonck Lieder, tan próximos al Tristán,
Eaglen hace una interpretación matizada, ensoñadora y
de gran fuerza expresiva. Su versión no desmerece al
lado de la histórica de Astrid Varnay para DG o la más
moderna de Waltraud Meier para Erato. Las Cuatro Últimas
Canciones de R. Strauss, compuestas durante su exilio en
Suiza en el que el autor, delicado de salud, sufrió
carencias y frustraciones, son la quintaesencia del canto
straussiano. Sin duda, una de las grandes obras para voz
solista de toda la historia de la música.
Eaglen se nos revela mejor
cantante wagneriana que straussiana. No posee una voz
ideal para la música del muniqués; es poco transparente
-cualidad esencial en Strauss- y poco
"mozartiana". A pesar de cantar con suavidad y
buen gusto, le falta delicadeza y, en general, no
consigue transmitir toda la melancolía, soledad,
abandono y renuncia a la vida que se encierra tras estos
pentagramas. Su versión, por tanto, no nos hace olvidar
las de Schwarzkopf y Janowitz, por poner sólo dos
ejemplos que alcanzan la cima. Los Sieben frühe Lieder
de Alban Berg, de tímidas disonancias, son de gran
interés y han de tener cabida en la discoteca de
cualquier buen aficionado a la voz. Como ejemplo, sirva
la nº 4, Traumgekrönt, en la que Berg puso música a un
bellísimo poema del gran Rilke. Aquí Eaglen demuestra
su inteligencia, buena dicción y sus plateados agudos en
piano.
El director, Donald Runnicles, hace un encomiable trabajo
con la orquesta, la London Symphony, de la que extrae
todo tipo de matices y un sonido envolvente. Demuestra
ser un buen acompañante de voces, apoyando a Eaglen en
todo momento, atento al detalle y sin efectos gratuitos.
Mención especial para el anónimo trompa solista. En
conclusión, un buen disco, con un programa de enorme
interés que sin pertenecer al campo de lo
imprescindible, tampoco defraudará.
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