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Número 11º - Diciembre 2000


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VOCES DE HOY EN SONY CLASSICAL (I)

Por Ignacio Deleyto Alcalá. Lee su curriculum.


La soprano inglesa Jane Eaglen está considerada como una de las grandes voces wagnerianas del momento, especialmente tras su aparición como Brünnhilde en la producción del Anillo de la Ópera de San Francisco y en el Tristán del Met del año pasado junto a Ben Heppner.

Su último disco para Sony (SK 61720) incluye dos de los ciclos más famosos para voz y orquesta: los Vier letzte Lieder de R. Strauss y los Wesendonck Lieder de R. Wagner, además de los menos conocidos, Sieben frühe Lieder de Alban Berg.

Su voz poderosa llama la atención por tener un centro rico y firme y unos agudos limpios a los que llega sin esfuerzo además de hacer un cuidado uso del legato. Tanto el timbre como el color de su voz son netamente wagnerianos y es fácil reconocer en ella a una cantante capaz de servir a Wagner que además posee una voluminosa figura imponente en escena. Se la ha llegado a calificar como digna heredera de las grandes wagnerianas de nuestro siglo: Flagstad, Nilsson, etc. Quizás sea un poco pronto para tanto pero lo que sí se puede decir es que posee una voz ya madura y bien entrenada que "suena" a Wagner.

En los Wesendonck Lieder, tan próximos al Tristán, Eaglen hace una interpretación matizada, ensoñadora y de gran fuerza expresiva. Su versión no desmerece al lado de la histórica de Astrid Varnay para DG o la más moderna de Waltraud Meier para Erato. Las Cuatro Últimas Canciones de R. Strauss, compuestas durante su exilio en Suiza en el que el autor, delicado de salud, sufrió carencias y frustraciones, son la quintaesencia del canto straussiano. Sin duda, una de las grandes obras para voz solista de toda la historia de la música.

Eaglen se nos revela mejor cantante wagneriana que straussiana. No posee una voz ideal para la música del muniqués; es poco transparente -cualidad esencial en Strauss- y poco "mozartiana". A pesar de cantar con suavidad y buen gusto, le falta delicadeza y, en general, no consigue transmitir toda la melancolía, soledad, abandono y renuncia a la vida que se encierra tras estos pentagramas. Su versión, por tanto, no nos hace olvidar las de Schwarzkopf y Janowitz, por poner sólo dos ejemplos que alcanzan la cima. Los Sieben frühe Lieder de Alban Berg, de tímidas disonancias, son de gran interés y han de tener cabida en la discoteca de cualquier buen aficionado a la voz. Como ejemplo, sirva la nº 4, Traumgekrönt, en la que Berg puso música a un bellísimo poema del gran Rilke. Aquí Eaglen demuestra su inteligencia, buena dicción y sus plateados agudos en piano.

El director, Donald Runnicles, hace un encomiable trabajo con la orquesta, la London Symphony, de la que extrae todo tipo de matices y un sonido envolvente. Demuestra ser un buen acompañante de voces, apoyando a Eaglen en todo momento, atento al detalle y sin efectos gratuitos. Mención especial para el anónimo trompa solista. En conclusión, un buen disco, con un programa de enorme interés que sin pertenecer al campo de lo imprescindible, tampoco defraudará.