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GREAT RECORDINGS OF THE CENTURY: SEXTO LANZAMIENTO
Por "Don Profondo". Sexta hornada de la fabulosa colección Great Recordings of the Century de EMI Classics. Ya se sabe: serie media, nuevas remasterizaciones, extraordinaria presentación (fotos inéditas, comentarios sobre la grabación, completos datos técnicos) y, sobre todo, registros míticos del sello del perrito ante el gramófono, altamente elogiados por la crítica. Por la crítica británica, habría que especificar, que ya se sabe que estos señores son muy suyos. Pero bueno, lo cierto es que el melómano tiene ahora a su disposición en mejores condiciones que nunca una serie de grabaciones fundamentales. Hay de todo entre los diez discos que comprenden este lanzamiento, que no desglosamos con detalle dado que el lector cuenta con información muy completa en la página web a la que arriba se incluye un enlace. Destaquemos simplemente los discos dedicados a ese genial cantante llamado Dietrich Fischer-Dieskau –míticos elepés con páginas de Mahler y Schubert-, y vamos ya a ocuparnos de los dos que nos han hecho llegar, ambos con piezas capitales de la música sacra bajo la batuta de maravillosos directores. La Missa Solemnis por Klemperer es uno de los más unánimemente admirados registros realizados con música del sordo de Bonn. Y es que a esta obra maestra tan visionaria como difícil de escuchar le van muy bien las maneras de hacer del singularísimo director. Nada de preciosismo, de delicado refinamiento, de beatería ni de grandilocuencia. Al contrario: sonido rocoso, potente y denso -al tiempo que de extraordinaria claridad-, dinámicas amplias pero perfectamente controladas, sin concesiones a la espectacularidad, precisión milimétrica y renuncia a cualquier desmelene. Todo ello para exponer un punto de vista que, al contrario de lo que se pudiera pensar, no es objetivo ni, menos aún, frío. La del de Breslau es una óptica dramática y angustiosa, cuando no abiertamente nihilista, lo que acerca este Beethoven al de Furtwängler, que en lo formal se le parece bien poco. Todo ello, claro está, no serviría de nada sin unas fuerzas orquestales y corales de primera magnitud. El Coro y la Orquesta New Philarmonia responden a las terribles demandas de la partitura con asombrosa perfección y una intensidad dramática pocas veces escuchada. Los solistas vocales, de excepción. Interpretación
genial para una obra que hay que tener en casa. Sonido portentoso, muy
por encima de la media de la época. Por si fuera
poco, cabe en un solo compacto (la Fantasía Coral que
la acompañaba en su primera aparición en cedé está ahora
emparejada con un imprescindible Emperador con Barenboim). La cosa está clara, pues: quien no tenga este disco tiene
que ir corriendo a la tienda. Y luego, mentalizarse para escuchar
ochenta minutos de música de una intensidad pocas veces igualadas. La
experiencia es agotadora. Más llevadero
resulta escuchar el Réquiem de Verdi. No
es que no se trate de una gran obra,
antes al contrario, pero hay aquí un lirismo puramente italiano que,
al contrario que el protoexpresionismo del último Beethoven, resulta
del agrado de cualquier tipo de público, a lo que contribuyen no poco
una teatralidad y espectacularidad de la mejor ley. Esta lectura, la
primera de las dos que grabara Carlo Maria Giulini, cuenta con una
extraordinaria reputación. No le faltan méritos: insólita perfección
formal, sinceridad expresiva y un perfecto equilibrio entre introversión
y extroversión o, por decirlo de otra manera, entre los aspectos
sacros de la página y los más profanos. Por si fuera poco, el
cuarteto solista es de lujo: nada menos que Schwarzkopf, Ludwig, Gedda
y Ghiaurov. ¿Merece la pena hacerse con esta grabación, pues? Quien se la compre habrá invertido bien el dinero, pero tiene que tener en cuenta la competencia. Por un lado, en el propio sello británico hay otra versión que resulta al menos igual de recomendable, la de Barbirolli, que aunque no está del todo bien grabada presenta un enfoque más a tumba abierta y viene acoplado por un sensacional Réquiem de Mozart por Barenboim. Por otro, está la versión posterior de Giulini para DG, que rivaliza abiertamente con esta de 1964. Su elenco vocal no es gran cosa, y eso ha hecho que muchos melómanos y críticos que en ópera buscan voces ante todo le hayan hecho ascos. Sin embargo, para quien suscribe la batuta se alza a tales niveles de efusividad, belleza y tensión dramática que el segundo registro resulta preferible en conjunto, por ser aún más acongojante. De todas formas no se olvide que el doble cedé que reseñamos es mucho más barato e incluye también las Cuatro páginas sacras, que el gran director también volvió a grabar con aún mejores resultados en su senectud, pero para Sony. En definitiva, una gran opción para discotecas que se empiezan a formar, y un clásico indiscutible. Beethoven:
Misa Solemnis.
Verdi:
Réquiem. Cuatro páginas sacras*.
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