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LA IBERIA DE BARENBOIM Por Angel Riego Cue. Lee su curriculum.
Siempre es una grata noticia que los intérpretes extranjeros de renombre se interesen por tocar la música española, y que esta no quede únicamente en manos de los artistas locales; por supuesto que no se trata de menospreciar a estos últimos, entre los que ha habido y hay también figuras de talla universal, sino de señalar que el interés por la música española fuera de nuestras fronteras es un buen síntoma de su calidad. Y más aún cuando es un músico tan atareado como Daniel Barenboim, cada vez más ocupado con su faceta de director (de la Orquesta Sinfónica de Chicago y la Ópera Estatal de Berlín), quien aún encuentra tiempo no solamente para seguir actuando como pianista, sino para estudiarse obras nuevas, concretamente el mayor monumento de la música española para piano, la Iberia de Albéniz, escrita en los últimos años de vida del autor. Una obra que permanecía sin ser abordada en disco, que sepamos, por pianistas extranjeros de primera línea desde los tiempos ya lejanos en que Rubinstein y Arrau se interesaron por ella. Sólo por grabarla un artista como Barenboim, lo que ayudará a difundirla más fuera de nuestras fronteras, ya sería este disco bienvenido; pero es que además la interpretación es espléndida. Es difícil para un pianista extranjero que esta obra suene tan "española" como a uno autóctono, por las numerosas referencias al folklore que contiene. De hecho, como versiones modelo, entre otras, suelen tomarse siempre dos de pianistas españoles: las famosísimas grabaciones de Alicia de Larrocha, especialmente la última de 1987, y la mucho menos conocida, pero no inferior, realizada por Esteban Sánchez, mucho más apasionado y "racial" el segundo, más elegante la primera, sin por ello renunciar al componente "español" que también está ahí, aunque sin destacar tanto. En este sentido, Barenboim no llega a los extremos de comprensión del folklore de estos dos artistas, aunque incluso en este terreno sus logros son enormes tratándose un músico extranjero. Sin embargo, ante lo que Barenboim nos ofrece a cambio, no importa mucho esta pequeña ventaja de Larrocha o de Sánchez: encontramos una técnica espléndida, una pulsación nítida, cristalina, una dinámica en ocasiones enorme, que casi asombra más por la mera fuerza física necesaria en las manos que por el virtuosismo... cualidades todas ellas que han hecho justamente famoso al músico argentino. Y una poesía que parece relacionar a esta música con el Tristán de Wagner, la obra que tantas veces ha dicho Barenboim que ha marcado un antes y un después en su carrera. Comparando con los pianistas anteriormente citados, en los números del Primer Cuaderno, como El Corpus Christi en Sevilla, el dramatismo del concepto de Barenboim le aproximaría más a Esteban Sánchez, aunque sonando, como se ha dicho, un poco menos "español" (sobre esto, escúchese como ejemplo el "rubato" que hace en el comienzo de El Puerto). En el Segundo Cuaderno, muy especialmente en Almería, Barenboim adopta una línea más "impresionista", con lo que se acercaría más a Larrocha; recordemos que Albéniz compuso en Francia, entre 1905 y 1909, sus 4 cuadernos de Iberia. En suma, una versión muy personal que no sigue los caminos trillados, pero igualmente magnífica. Como complemento se ofrece otra obra de Albéniz, la suite España, seis hojas de álbum, Op. 165, a la que se puede aplicar lo anteriormente dicho, y donde prevalece la línea "impresionista"; el Tango resulta especialmente logrado. El único "inconveniente", si puede llamarse así, para
recomendar este disco es que sólo contiene la mitad de Iberia,
los cuadernos 1 y 2; hará falta que Barenboim encuentre tiempo para
completarla, grabando en otro disco los dos últimos, los más difíciles
de la serie. Si eso sucede, y los resultados están entonces a la altura
de este primer volumen, podrá colocarse la Iberia de Barenboim
a la altura de las más grandes interpretaciones de la obra. |