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¿EL HEREDERO?
Por "Don Profondo". Con una preciosa y
muy adecuada estética de ecos modernistas nos llega la primera grabación
frente a la Filarmónica de Viena del joven director Christian
Thielemann, interpretando dos páginas straussianas que son una auténtica
prueba de fuego para el virtuosismo de cualquier orquesta y la técnica
y sensibilidad de la batuta que se atreva con ellas: la Sinfonía
Alpina y una suite orquestal de El Caballero de la Rosa que
no es la típica selección de valses, sino un arreglo publicado en 1945
atribuido a Arthur Rodzinski, que rara vez se graba. Programa hermosísimo,
pues, para una figura en alza. Lo paradójico es
que a pesar de la intensa campaña de promoción que realiza
Deustsche Grammophon, a Thielemann se le conoce no tanto por su
labor directorial como por sus presuntas declaraciones racistas sobre
Daniel Barenboim en el marco de la rivalidad entre la Deustche
Staatsoper que él dirige y la Ópera Unter den Linden que lidera el músico
judeo-argentino. El asunto no es baladí, ya que al berlinés fue
aclamado en el Festival de Bayreuth por su interpretación el pasado
verano de Los Maestros Cantores sustituyendo a aquél, y hay
quienes sospechan que su éxito se debe no poco a su “sangre aria de
pura cepa”: ya se sabe que para los filonazis un judío no puede
dirigir lo que para ellos es sacrosanta glorificación del arte alemán. Sea como fuere,
Thielemann ha alcanzado ya una extraordinaria consideración como
director del repertorio germánico, y un crítico tan prestigioso como
Ángel-Fernando Mayo, máximo especialista español en Wagner, no ha
dudado en calificarle de heredero de la gran tradición directorial
alemana de los Furtwängler y Knappertsbusch, ahí es nada, si bien
otras voces diversas, no menos sabias, afirman que no hay para tanto.
Bien, quien esto suscribe no puede realizar más consideraciones al
respecto al no haberle escuchado nada más que el disco que pasamos a
comentar. Se trata, sin duda, de un buen producto. La orquesta es de lo
más adecuada, la grabación es de calidad y la batuta, a eso vamos, da
la talla. Thielemann aborda
su labor con evidente entusiasmo, demuestra una técnica más que
suficiente, extrae de la orquesta un opulento sonido straussiano, logra
una notable dosis de claridad y saca adelante las dos páginas sin
problemas. De todas formas, hay algunos reparos. La Sinfonía Alpina
es poderosa e impactante, pero su desarrollo se nos antoja algo
irregular; algunos momentos son espléndidos, de gran director, pero
otros no terminan de convencer, resultando una lectura espontánea y
vistosa antes que madura o profunda como la de, sí, el grandísimo
Barenboim (Erato), por no acudir a versiones clásicas como la de Kempe
(EMI). En Rosenkavalier parece seguir los pasos de Kleiber antes
que los de Karajan, lo que quiere decir que aborda la sublime partitura
con chispa y ardor juvenil más que con introversión y melancolía, si
bien no llega a la estratosférica altura de ninguno de los dos, máximos
recreadores de la ópera. Thielemann demuestra muy loables intenciones,
rubatea con buen sentido, pero carece de refinamiento, pasa de largo
ante momentos muy importantes y cae en ocasiones en estallidos de
brutalidad que seguramente lograron encendidos aplausos -se trata de una
toma en vivo- pero que, en disco, convencen bien poco. La orquesta, por
otra parte, no está tan maravillosa como con los citados. A pesar de los
reparos, un buen disco que, para quienes no tenga en su casa estas
obras, supondrá un atractivo regalo. Además, la confirmación del
indudable talento de un director que, aquí, se muestra sólo notable,
pero del que esperamos más, mucho más. Estaremos muy atentos a la
retrasmisión en Radio Clásica de Maestros (miércoles 25 de
julio, a las 15,45) para ver si, efectivamente, supera ampliamente a
Barenboim como afirman determinados expertos, aunque los que venimos,
traumatizados, de escuchar a aquél en el Teatro Real vamos a poner el
listón en lo más alto. Veremos. Strauss:
Sinfonía Alpina, Suite de El Caballero de la Rosa.
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