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Número 20º - Septiembre 2.001


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FIELES A MOZART

Por Ignacio Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum.

 



     Con poco más de treinta años Midori, la violinista japonesa afincada en los Estados Unidos, ya no es la menuda y tímida adolescente descubierta por Zubin Mehta que deslumbró al publico americano a comienzos de los ochenta. Parecía entonces uno de tantos jóvenes talentos de fugaz carrera que tras uno o dos discos y varias apariciones en TV cae en el más absoluto olvido. 

Ella consiguió rentabilizar su imagen de niña virtuosa del violín y se fue labrando una acreditada carrera con numerosos premios y grabaciones a sus espaldas. Con los años su asombrosa técnica ya presente al inicio de su carrera dejó paso a unas interpretaciones de mayor riqueza y profundidad. Su madurez como artista está ya fuera de toda duda. Toda esa imagen propiciada por su frágil aspecto y su timidez típicamente oriental desaparece cuando empuña el arco de su violín y ataca las primeras notas de cualquiera de los grandes conciertos para violín. Entonces se convierte en una artista enérgica y fogosa, de técnica apabullante, capaz de combinar en su interpretación intimismo, precisión y virtuosismo.

Midori ha permanecido fiel a su casa de discos, SONY CLASSICAL (antes CBS), con la que ha grabado desde sus inicios hace casi ya dos décadas.

Para su última grabación (SK 89488) Midori se ha rodeado de la violista Nobuko Imai y el pianista y director alemán Christoph Eschenbach. El disco incluye la conocida Sinfonía Concertante en Mi bemol mayor para violín y viola K 364 junto a la reconstrucción del Concierto para violin, piano y orquesta en Re mayor hecha por el compositor Philip Wilby. Este ha completado el primer movimiento K. Anh. 56 del que se conservan 120 compases y reconstruido el segundo y tercer movimientos a partir de los propios de la Sonata para violin y piano en Re K 306. Wilby afirma que Mozart ya tenía este concierto perfilado cuando publicó la sonata en París y que, en realidad, la sonata sirvió de modelo para este concierto que Mozart podría haber llegado a completar. Las orquestaciones se basan en las que dejó el compositor en su propio fragmento.

Independientemente del interés del Concierto para violin, piano y orquesta en Re mayor, habría parecido más coherente aquí incluir la reconstrucción de la obra (hecha por el propio Wilby) en la que Mozart se inspirara para la K 364, sin duda, la obra protagonista de la grabación. 

Según parece, el origen de esta obra hay que buscarlo en una Sinfonía Concertante para violín, viola y violonchelo en La, K. Ahn. 104 que Mozart inició por la misma época pero que no llegó a completar. Lo que se conserva son 134 compases del primer movimiento Allegro con la orquestación completa hasta la entrada de los solistas. Esta obra incluía además de los tres instrumentos solistas, dos oboes, dos trompas y cuerda. Philip Wilby completó este primer movimiento que fue grabado e incluido junto al Concierto para violin, piano y orquesta en Re mayor en la Edición Mozart de Philips. La grabación de este movimiento completo que data de la misma época habría sido el compañero ideal para el K 364. 

Aparte de esto, el interés de este disco no sólo recae en esta reconstrucción sino en la versión aquí grabada de la famosa Sinfonía Concertante pues contempla escrupulosamente las indicaciones dejadas por Mozart en la partitura. Cuando Mozart se puso a componer esta obra se preocupó particularmente de diferenciar los dos instrumentos protagonistas, el violín y la viola. Sabiendo que el violín siempre sobresale sobre los demás instrumentos de cuerda, buscó la forma de que la viola compartiera ese protagonismo. Para ello, especificó que ésta se tocara scordatura. Esto significa que el instrumento debe ser afinado medio tono más alto de lo normal buscando así una mayor intensidad y brillo. De este modo, no se vería ensombrecido por el violín. Estas instrucciones que no son normalmente observadas por los intérpretes actuales, han sido incorporadas a esta nueva grabación. Para ello, la violista Nobuko Imai ha tenido que “re-aprender” la obra pues supone una digitación diferente. 

Asimismo, Mozart en esta obra redujo sensiblemente los aspectos virtuosísticos del violín en comparación con sus otros conciertos para violín. Para reforzar aún más el carácter de igualdad entre ambos instrumentos Mozart también dividió las violas de la orquesta en dos por lo que nos encontramos con no sólo primeros y segundos violines sino también con primeras y segundas violas. 

Efectivamente el resultado de aplicar las indicaciones de Mozart no pasa desapercibido en esta interpretación. La viola está dotada de un sonido más vibrante, luminoso e intenso. Se puede percibir claramente en el comienzo del conmovedor Andante cuya frase inicial en respuesta a la del violín está teñida de una especial melancolía gracias a esa ligera desafinación aportada por la scordatura mientras que esa misma frase en otras versiones suena apagada y sin vida. 

Midori, por su parte, es la artista sensible y de sólida técnica de la que hablábamos al principio. Su instrumento es penetrante, cálido y capaz de matizar en fluido e intenso diálogo con el de Imai. Midori no desaprovecha cualquier ocasión para mostrarnos su poder y dominio. Particularmente revelador en este sentido es el tercer movimiento: todo un derroche de bravura por su parte. Su frase final es arrolladora. Pocas veces se ha oído esa claridad y precisión en el ataque, esa tensión acumulada que explota al final y ese ímpetu interpretativo. La orquesta y dirección están a la altura convirtiendo la versión en una de las recomendables junto a la de Perlman/Zukerman (DG) o la de David & Igor Oistrakh (Decca). 

En cuanto a la segunda obra, la verdad es que no es comparable con la anterior. Este Doble Concierto, aunque de notable calidad es, sin embargo, un ejemplo del clásico estilo galante y resulta poco más que gratificante al oído. Claro está que es Mozart y, por tanto, ofrece momentos de asombrosa belleza como el segundo movimiento pero no llega al nivel de excelencia de la anterior. La interpretación es expresiva además de contar con el interés añadido de recuperar para el aficionado el piano de Eschenbach: delicado, nítido y cálido. 

En todo caso, recomendación absoluta para este disco que además de lo ya comentado ofrece una grabación sonora modélica en cuanto a claridad y diferenciación entre solistas y planos orquestales.