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CRÓNICA DE UNA NOCHE ACIAGAPor Elisa Ramos. Lee su curriculum.Monserrat Caballé, soprano. Manuel Burgueras, piano. Programa: A. Scarlatti, Toglietemi la vita ancor. A. Vivaldi, Agitata dall’onte. V. Bellini, La Ricordanza. J. Massenet, Les ámes; Cherubin. R. Leoncavallo, La chanson des jeux; Declaration. P. Mascagni, Ave María; M’ama...non m’ama. F. Obradors, Del cabello más sutil; Aquel sombrero de monte; El vito; R. Chapí, Mi tio se figura (de El rey que rabió). J. Giménez, Ay Malaya (de El baile de Luis Alonso); La tarántula é un bicho mú malo (de La tempranita); J. Serrano, Marinela (de La canción del olvido). Ciclo Conciertos. Consorcio 2002. Palacio de Congresos y Exposiciones de Castilla y León. Salamanca, 26 de enero de 2002. Llegó
el mito viviente congregando a un público entregado, dispuesto a aplaudir
antes de oír una sola nota. La gran expectación que despertaba su
llegada había comenzado mucho antes. El día 11 de enero del esperado
2002 se ponían a la venta las entradas para el recital agotándose a las
tres horas de abrirse la taquilla. Sólo los más madrugadores pudieron
adquirirlas. Los últimos de la fila, que daba la vuelta a la calle,
hubieron de resignarse volviendo de vacío a sus moradas. El
ansiado día del concierto, larga cola para entrar al auditorio, aforo al
completo y todo el mundo acomodado en sus asientos -con tiempo más que
suficiente- esperando la aparición de la diva en el escenario. Su
presencia -del brazo de su eterno acompañante- fue recibida con calurosos
aplausos. Hasta aquí, todo perfecto. Se le tributaba un merecido homenaje
en reconocimiento a su fama justamente conseguida. El
día después, los ‘papeles locales’ daban cuenta del ‘exitoso éxito’
obtenido. Las exageradas alabanzas que los periodistas escribieron –fiándose
más del ambiente que de la música que allí pudo escucharse- se
difundieron al resto de la prensa. De otro tenor fueron las críticas
musicales que aparecieron en un par de periódicos locales un día más
tarde. El respeto que me merece un artista pisando un escenario me induce
a disculpar, sólo hasta cierto punto, los estragos del directo. No es mi
intención emular a ninguna estatua libertaria, pero me siento en la
obligación de intentar poner el fiel de la balanza en su lugar, para
evitar caer en los extremos. Si
el público perdonó ampliamente y la aplaudió a rabiar, ella -arropada
por un estupendo pianista- también se entregó. Hasta donde pudo. No
vamos a negar sus muchos méritos, pero su actuación en Salamanca plantea
dudas razonables. Bailó en la cuerda floja oscilando entre momentos
brillantísimos y otros dignos de archivar en el hueco más recóndito de
la memoria. Desde el Toglietemi la vita ancor se notó que algo no marchaba. Ataques
imprecisos, fallos en la regularidad de emisión de la voz, brusquedad en
cambios de registro, junto a una estupenda dicción, flexibilidad en
algunas ornamentaciones, largos y matizadísimos pianos, nos pusieron en
un interminable camino lleno de altibajos. Tan interminable como algunos
de los magníficos filados que consiguió a lo largo de su actuación. Al
margen de la división del programa se podría decir que el recital estuvo
regido por el cambiante signo de la trinidad. Una primera parte en la que,
además de los fallos apuntados, la interpretación adoleció de un estilo
poco apropiado para las obras. A partir de Bellini el ambiente fue entonándose,
poco a poco, emergiendo con más claridad la brillantez de su timbre, sus
cualidades vocales, su musicalidad y algunas de las maravillas de las que
es responsable su excelente técnica y fiato. Espléndidos finales
mantenidos en un suspiro, expresividad, potentes agudos, sonido matizado
en reguladores de intensidad y longitud envidiable nos hicieron relajar en
la butaca. Ambiente que se mantuvo con el dramatismo musical y el alarde
de virtuosismo vocal que imprimió a Massenet y Leoncavallo. Aderezados,
eso sí, con un excesivo vibrato pero que dejaban al oyente flotando en
una nube. Después de ir de menos a más el recital comenzó un lento
declive en lo que podríamos llamar una tercera parte. Habíamos
observado algún disimulado carraspeo, pero una discreta y ya sonora tos
apareció antes de iniciar el Ave
María de Mascagni. La controló todavía para ofrecernos una
interpretación de altura, así como un M’ama...non
m’ama lleno de intención, potente y matizado, aunque con algo de
precipitación y poca claridad en el fraseo del texto. Terminaba aquí la
primera parte propuesta en el programa. Tras el descanso las cosas no
pudieron ir peor. Los problemas eran evidentes. Picor de garganta,
carraspeos, pequeñas toses, francas al terminar el Vito,
claras y reiteradas después -aderezando algunos de los intervalos de
respiro que el piano le dejaba- en el resto del programa. Se sumaron
desafortunados ataques, fraseos precipitados y entrecortados, además de
su particular forma de ‘versionar’ algunas piezas. El
mullido colchón se fue desvaneciendo poniéndonos de nuevo tensos en la
butaca. Si en las tragedias se muere hasta el apuntador, en este concierto
acabamos todos tosiendo, incluido el pianista. Dejando aparte los
inoportunos accesos de tos y sus posibles causas, el carácter popular de
algunas canciones sufrió particulares cambios de estilo, ritmo y fraseo
que las alejan de su contexto. El ritmo de
Aquel sombrero de monte, fluyó de tal manera que no invitaba a
preocuparse porque el curso del agua de ningún río pudiera llevárselo.
Su Marinela se desdibujó en un
fraseo poco convincente, propicio a echarlo a la triste cantinela del
olvido, a no ser por su brillante final. Y la Tarántula
no pareció tan mal bicho como pinta la canción Terminado
el recital ella misma se extendió en ‘pertinentes’ y largas
explicaciones que al parecer, y de momento, dejaron a casi todos
satisfechos. El olor a pintura de un hotel recién inaugurado, el aroma de
las flores, o no sabía qué extraño sortilegio, podrían ser causantes
del mal que la aquejaba. Mucho le disgustaría que dedujéramos de sus
palabras que tenía alergia a la ciudad, aunque había llegado a ella en
perfectas condiciones. Sus disculpas comenzaron bromeando para decirnos,
en tono campechano, que aquello había sido un concierto en trío.
“Manuel, yo y la tos”, dijo muerta de risa. Y siguieron, entre risas y
más risas, tan contagiosas como el ‘tu-ju’, ‘tu-ju’, que fueron
coreadas y aplaudidas por el público. Como colofón, y a pesar de los
devastadores efectos alergénicos, se animó a regalarnos dos propinas. Cuentan
los mentideros de la villa que no pasó del hall del flamante hotel
permaneciendo en él una hora escasa -a la espera de respirar aires más
puros- mientras los fotógrafos inmortalizaban el trascendente momento de
su arribada a tierras tormesinas. Respecto a las flores, no sabemos si se
refería a las que decoraban el escenario, las que hubiera tenido en el
nuevo alojamiento, o a todas ellas a la vez. Fuera como fuese, más que su
interpretación -salvo los brillantes momentos referidos- triunfó su
presencia, su permanente sonrisa y el alarde de simpatía que desplegó
desde el mismo instante de aparecer en escena. Cortesanos
y villanos, ilusionados ante la excepcional ocasión de escucharla,
prefirieron cerrar los oídos antes que asumir su decepción. Se empeñaron
en ver a toda costa el maravilloso traje de la Reina. Más tarde, al
superar los efectos terapéuticos del ambiente de Palacio, algún inocente
infante se atrevió a manifestar su verdad. Unos más y otros menos,
cayeron en la cuenta de que invisibles pócimas y brebajes les habían
sumido en un extraño encantamiento. Tertulias
de mesones, corrillos de plazas y mercados, reuniones de ateneo, casas
nobiliarias y la curiosidad de quienes no habían podido acudir al
recital, cuchichearon al viento sus quejas. ¿Por qué no suspendió la
actuación?, ¿nobleza obliga?, ¿se hubiera arriesgado a cantar así en
Cortes más importantes?, se preguntaban unos. ¿Cómo fuimos tan benévolos?,
se reprochaban otros. ¡Malaya la alergia que aquí le picó!, exclamaban
algunos con amarga desesperación. Muchos deseamos su pronta recuperación
y esperamos tener la oportunidad de escucharla en mejores condiciones. Nos
pica la curiosidad.
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