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ENTREVISTA DAVID BARG Entrevista realizada por Alejandra
Pin Zambrano (Guayaquil, Ecuador).
Esperé largamente: besos
y abrazos recibía el hombre que me dio la espalda. Pidió lo siga y procuramos estar solos. Entonces comenzó a desvestirse.
No me opuse, pero postergué nuestra entrevista y dejé a David Barg, director invitado de la Orquesta Sinfónica
de Guayaquil, para que se desvista ortodoxo, luego del concierto magnífico
que ahí presentara.
Nos volvimos a ver a las seis de la mañana
siguiente y en su cuarto de hotel comenzamos a intimar:
“Toda mi vida soñé ser director, aunque empecé estudiando
flauta. Me faltaba autoconfianza para dirigir, así que por mucho tiempo
fui flautista de orquesta. Asistí
a la Universidad de Columbia en Nueva York, donde obtuve una beca para el
Conservatorio de París. Académicamente
avanzaba, pero mi anhelo principal tuvo que esperar
treinta y nueve años. En
aquella época, dialogando con mi hija Vanesa, la exhorté a realizar sus
sueños, a llenarse de valentía... en fin, yo sabía que me faltó valor
para realizar mi propio sueño, y era pésimo ejemplo.
Decidí contratar músicos para formar una pequeña orquesta
y averiguar si podía ser director pues, rozando los cuarenta, era mejor
definir posibilidades o dejar esa fantasía para siempre”.
Todo marchó bien con la que él llamó su
“orquestita”, cuya audiencia crecía cada concierto.
Para aquel entonces su primer amor, la flauta, lo
había llevado por Sudamérica,
Europa e importantes salas de su país natal, escenarios con los
que algunos sólo pueden soñar:
Carnegie Hall, Lincoln
y Kennedy Center. Mucho antes
ingresó al Conservatorio de París tras ganar en primer
International Kade Award. En
la Ciudad Luz avanza en estudios
de flauta como alumno del mítico Jean-Pierre Rampal, ya con tremendo
diploma bajo el brazo, triunfa en el Certamen Internacional de Flauta Asti
(Italia) y el Festival
Les Arcs (Francia).
Fue celebrado su trabajo como solista de las orquestas del Festival
Caramoor y Philadelphia Opera Company, a más
de merecer esa misma confianza de las compañías de ballet de
Kirov y Bolshoi durante sus respectivas giras por los EE.UU.
Quien voló alto requiere
valor para volver al suelo y empezar desde abajo.
Hacía falta un capricornio para acometer la empresa.
David Gilbert -asistente de Pierre Boulez en la Filarmónica de
Nueva York- guió a Barg en la primera etapa del sueño, luego, traslada
sus anhelos al Boston Symphony Orchestra Tanglewood Conductors Institute,
donde aprovecha la oportunidad de compartir junto a nuevos
mentores: Maurice Abravanel y
Gustav Meier.
Tiempo y esfuerzos vieron madurar la talentosa batuta de David.
Hombre grande. Manos grandes. Espíritu enorme.
Con la cabeza muy cerca del cielo y los pies firmes sobre la
tierra. Poco a poco lo
que pensó fantasía fue
tomando
forma y la orquestita quedó
atrás. Bélgica,
Holanda, Francia,
Sudamérica y Australia aclamaron la telúrica presencia de Barg.
Pero antes, triunfó
donde cayeron derrotados Napoleón y Hitler:
el temido, implacable
invierno ruso. Diciembre de
1996 lo ve debutar como el primer estadounidense
frente a las orquestas Seasons of the Year y Moscow
Zhukovsky. Después, su
participación en el Festival de las Noches de Otoño de la Asociación
Moscovita de Compositores (1998) fue ovacionada de pie y recibió efusivos
elogios de la crítica.
Inconsciente de su propia importancia,
este gringo descalzo
arremete contra hojuelas, bananitos y leche mientras le empacan
artesanías que llevará hasta su hogar, Manhattan, desde donde
vino a Ecuador como embajador del United States Information Agency
(USIA) para dirigir las orquestas sinfónicas Nacional y de
Guayaquil; respecto a ésta
última: “Mi experiencia
con la Orquesta Sinfónica de Guayaquil. fue maravillosa, y no podría
sentir orgullo mayor del concierto que realizamos, así debería sentirse
toda la ciudad, pues sus músicos tocaron con gran pasión y gran
sentimiento”, enfatiza. En cuanto a nuestro oboísta estrella, Barg declara: “Jorge
Layana es magnífico músico y
excelente persona. Diré que
no me gusta la ejecución de Jorge...
¡la amo! Durante el
concierto, su interpretación fue increíblemente enérgica, algo bellísimo
en verdad, que nunca olvidaré”.
Volviendo a todos los músicos: “Traje mucho para brindarles y se
mostraron extremadamente cooperativos; desmenuzamos partituras, anotaban
todo. En algunas orquestas se
manifiesta una postura profesional de rechazo al director... literalmente hay que convencerlas
para que toquen, lo cual puede resultar muy difícil.
Pero la O.S.G. estuvo dispuesta al esfuerzo,
ella deseaba que se le exija lo mejor.
Entre ensayos y concierto, vivimos un proceso integral de
crecimiento humano”.
¡Tremendos
besos!
Recuerdo a David Barg en concierto, dándonos la espalda por dos
horas, aderezo visual para el festín auditivo de esa noche. Cuando sus brazos se elevan al iniciar una obra, suben con
ellos adrenalina que derraman a borbotones sobre la orquesta.
Ni gracioso, ni elegante, ni solemne;
arranca música para luego estrujarla contra el alma del oyente; si
no, destila sonidos en adagios agónicos,
muriendo él también de alguna manera.
Al concluir, agradece; demanda aplausos para los capot
-a quienes hace
incorporar a recibirlos- y emocionado estampa tremendos besos en la
azorada mejilla del concertino.
Barg expone: “Resulta indispensable establecer respeto musical hacia la
personalidad interpretativa individual.
Decidir tocar a plenitud es amor propio del intérprete;
conseguir actitud positiva hacia mí, como director, es producto de
que cada músico sabe que lo aprecio como persona y realmente valoro su
esfuerzo y dedicación volcados en la orquesta”.
“Claro, existen directores fríos, rudos inclusive, que obtienen
magníficos resultados. Pero
mi estilo personal es muy afectuoso pues he sido músico de orquesta y sé
cómo es ‘el asunto’. Mejor
asumo que la gente puede y va a tocar bien, entonces hago lo posible por
crear un cálido, positivo ambiente; que se sientan felices con ellos
mismos, sin abstenerse de opinar; básicamente procuro comunicación”. “Vivir
es muy arduo, todos necesitamos inspiración espiritual, no sólo
religiosa, sino espiritualidad humana pura.
Despertarla es algo que la música logra, sobre todo si canaliza
vitalidad de intérpretes llenos de intensa inspiración. Mi tarea
consiste en estimularlos a tocar con sensibilidad, emoción,
apasionamiento. Tengo la
‘estrategia’ de pedir siempre MÁS, quiero más:
que suene más débil, más fuerte, deseo más belleza en el
sonido, más ataque, más crescendo...
quiero siempre más. Para
conseguir esto de una orquesta, debo
alzar los brazos, agitarlos, gritar... cualquier cosa que extraiga el
nivel de calidad y sentimiento necesarios para dejar a la música realizar
ese milagro de inspirar al escucha”.
¿También usted percibe al pedagogo?
Sí. Hasta por
internet comparte su experiencia en el site http://at.classicalarchives.com/learning/
con un tratado personal sobre la interacción músicos-director y cómo
optimizar resultados. Master
de Columbia University en Historia y Sociología,
muchos de sus esfuerzos actuales van orientados a la formación de
jóvenes músicos y futuros colegas. Preside el Instituto Barg de Educación para Directores con
sede en EE.UU. En la antípoda,
David es asesor del Departamento de
Artes New South Wales (Australia)
y profesor invitado de la Universidad de Sydney.
Huésped frecuente,
David Barg imparte talleres a la Symphony Australia,
organización que supervisa las principales orquestas del país.
Entre otros conciertos, el
año pasado ejecutó la Primera Sinfonía de Mahler en el Sydney Town
Hall, comandando a la orquesta de la ciudad.
Espera en su agenda el Réquiem de Verdi que presentará en la
Sydney Opera House, este
logro quedará documentado en CD, para consuelo de quienes no estaremos ahí.
“Las orquestas son voces muy importantes de
una sociedad. Voces de música,
espiritualidad, pureza, inspiración.
Voces que deberían ser fuertemente apoyadas e impulsadas a nivel
de agrupaciones profesionales y de ensembles infanto-juveniles”.
“Sí, soy judío”
Estadounidense,
Barg aprendió a querernos.
Se involucró en esta cultura con milenios de indio y centurias de
español, según lo canta Mercedes Sosa.
Al hablar, vetas de oro en sus ojos chisporrotean hasta encenderse.
Aunque su paso fue breve, saboreó nuestras tierras:
“La música del Ecuador me cautiva muy profundamente”,
musita, “en especial me toca lo andino”.
Se
asombra ante mi detector étnico: “Sí, soy judío. Proveniente
de Rusia. Mis padres fueron
grandes apreciadores musicales y asistíamos a todo concierto de la
Orquesta Sinfónica de Filadelfia; aunque en mi familia no había músicos
–soy el primero-, siempre recibí apoyo máximo a mis anhelos y
objetivos. Nadie pudo tener más
suerte que yo respecto a sus padres”, recuerda quien a los quince años
ganó la Young Artists Competition y debutó como solista de aquella
orquesta que lo fascinara desde su infancia.
Hijo de Saturno y porque los genes
pesan, David Barg sabe sacar
cuentas: “En los EE.UU.
se ha demostrado estadísticamente que todo apoyo a orquestas no sólo
beneficia al arte ‘por el arte’:
niños y jóvenes involucrados en ellas se mantienen lejos de
pandillas, drogas, delincuencia... agreguemos que es buen negocio, pues
para asistir a eventos culturales, mucha gente
compra ropa elegante o gasta en lavandería, gasolina para el automóvil,
pasaje de taxi o autobús, más la cena fuera después del espectáculo...
todo lo cual comprueba también que, en los EE.UU., un dólar
invertido en arte genera siete en la economía nacional.
Cualquier ciudad tiene tantas razones para apoyar la cultura, que
no hacerlo es necio”. Créditos
de la(s) foto(s) de este artículo: http://www.classicalarchives.com/bios/boccherini_bio_hl.html
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